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5. 𝖤𝗅 𝗂𝗇𝖼𝗂𝖽𝖾𝗇𝗍𝖾

1965, Londres
────── 🌙 ──────

❝𝗘𝗹 𝗽𝗲𝗻𝗲𝗱𝗶𝗺𝗲𝗻𝘁 𝗽𝗲𝗿𝗱𝘂𝗿𝗮 𝗽𝗲𝗿 𝘀𝗲𝗺𝗽𝗿𝗲❞.

❝𝘌𝘭 𝘢𝘳𝘳𝘦𝘱𝘦𝘯𝘵𝘪𝘮𝘪𝘦𝘯𝘵𝘰 𝘱𝘦𝘳𝘥𝘶𝘳𝘢 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘴𝘪𝘦𝘮𝘱𝘳𝘦❞.

—¡Ministerio de Magia!

La voz de Lyall Lupin sonó clara y vigorosa en medio de la sala de estar de su casa en Cardiff. Lo último que vio antes de que las llamas de color verde lo llevaran lejos de allí, fue a su mujer Hope y a su hijo de cuatro años, Remus, despedirse con una tierna sonrisa.

Con las piernas y los brazos pegados al cuerpo, daba vueltas dentro del mar de chimeneas que era la Red Flu, para llegar a su destino. Cerró los ojos para no marearse, hasta que el atrio se hizo presente. Después de sacudirse el hollín de la elegante túnica de color chocolate, volvió a guardar la varita dentro del maletín. Caminó rumbo a los ascensores, no sin antes saludar a más de un conocido que, como él, llegaban a primera hora de la mañana para trabajar.

A Lyall todavía le resultaba extraño ser funcionario entre aquellas paredes magnificentes de mármol negro, cuyos tejados parecían estar fuera de su alcance. Pese a estar bajo tierra, el Ministerio Británico le seguía imponiendo, aunque ya hacía meses que había sido reclutado para el Departamento de Regulación y Control de Criaturas Mágicas, algo a lo que había accedido encantado. Realmente era un hombre de exteriores pese a que su estudio de boggarts y poltergeist le obligaba a pasar mayor parte de su tiempo dentro de recintos, sin embargo, las investigaciones que más le gustaban eran las de lugares recónditos de la naturaleza. Y fue por su gran trabajo en el ámbito de las apariciones espectrales no humanas, que a sus treinta años se había posicionado como una eminencia mundial y, por ende, el Ministerio lo había llamado a sus filas.

Eran tiempos oscuros: las desapariciones y otros hechos extraños eran el pan de cada día. Era un ambiente enrarecido debido a la creciente magia negra entre la población británica, que había provocado el auge de discursos supremacistas, actos violentos y avistamientos de criaturas oscuras. Todos ellos apostados en manos de una misma persona: Lord Voldemort. Y aunque ese era su primer intento de ascender en el poder, su nombre todavía no era conocido como el causante de tales desgracias.

Para Lyall Lupin, El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado no era más que un susurro distante, sin embargo, era debido al reclutamiento que promovía junto a sus mortífagos, de toda criatura oscura para tratar de derrocar al Ministerio, el que provocó que en un acto desesperado, el propio Ministerio hiciese un llamado a cualquier experto en el ámbito.

Uno de los nuevos comités que se había creado dentro de la División de Bestias, había sido la Unidad de Captura de hombres lobo, y era donde Lyall estaba echando una mano.

En la cartera traía los pergaminos de la última tragedia que le tenía conmocionado: el hallazgo de un par de cadáveres de niños muggles no mucho más mayores que su propio hijo, mutilados de manera macabra por, lo que parecía indicar sin lugar a dudas, un hombre lobo.

—Buenos días, señorita Bones. ¿Cómo se encuentra su padre? —preguntó Lyall a una joven bruja de vestido púrpura y cabellos castaños antes de subirse a un ascensor.

—Ayer por fin le dieron el alta en San Mungo. Gracias por preguntar, señor Lupin.

Tras correrse la verja dorada, una voz femenina anunció la llegada de varios ascensores. El grupo denso de magos y brujas que esperaban subirse, se dividió. Lyall entró con unos cuantos compañeros de trabajo a los que saludó por el apellido.

—¿Qué tal están la señora Lupin y el pequeño Remus? —interpeló Amelia Bones después de que empezaran a bajar.

—Desde que Remus comenzó a dar señales de magia, me atrevería a decir que nuestra casa es una locura. —El rostro se le iluminó en una sonrisa radiante. Con una mano en el bolsillo del vestido y otra agarrando el maletín, Lyall todavía parecía más alto de lo habitual—. Ahora le ha dado para dar brincos por el jardín y Hope está desesperada para que no le vean los vecinos...

—Me recuerda a mi sobrino, sí —intervino un hombre pelirrojo que vestía el mono azul de mantenimiento mágico-. A Jared le dio por explotar cosas cuando se enfadaba, sí.

—¿Cuántos años tiene ya el pequeño, Jared, Timothy?

—Once años, sí, señor Lupin. Empezó en Hogwarts este curso, sí.

—Cuarto piso: —anunció la voz femenina— Departamento de Regulación y Control de Criaturas Mágicas.

Cuando se abrió la puerta del ascensor, Lyall fue el único que salió.

—Aquí me despido. ¡Buenos días!

—¡Lupin!

No tuvo tiempo ni de dar un par de pasos por el pasillo de parqué y paredes azul celeste cuando la voz aguda de uno de sus nuevos colegas lo reclamó. Era Orazius Bailey, un hombre extremadamente delgado de barba rubia y gafas cuadradas, que se aproximó hacia él de una manera que despojó a Lyall de cualquier sonrisa.

—Nos han traído a un sospechoso. Siguieron el rastro hasta el detenido...

—¿Tenemos al asesino de los niños? —pidió cortando a su compañero para ubicarse en aquella conversación. Instintivamente cogió la varita de dentro del maletín y se la guardó dentro de uno de los bolsillos interiores de la túnica. Sentía cómo las imágenes de aquellos niños le quemaban dentro de su cartera. ¡Eran tan pequeños! «Demasiado pequeños, demasiado inocentes», pensaba Lyall.

—Eso dijeron cuando lo trajeron, pero la verdad es que no estamos muy seguros. —Bailey se subió las gafas que le resbalaban por la nariz diminuta. Era bastante mayor que Lyall, pero paradójicamente a su lado parecía un adolescente. Mientras Lupin era alto y apuesto, Bailey parecía una planta de interior atrofiada.

—¿Moore está con él?

Bailey no respondió. A veces lo hacía, y Lyall no sabía si era porque no escuchaba o sencillamente se ahorraba de comentar lo que para él era obvio.

Ambos magos caminaron a paso ligero por el pasillo que conducía a una estancia enorme. El techo azul marino era de madera entallada, las paredes estaban decoradas con grandes ventanales embrujados para mostrar distintos paisajes donde se podían observar a sus correspondientes especies. Ese rincón recordaba a un museo, con bancos distribuidos en el centro, y una decena de puertas desembocando al sitio. Jaulas con animales extraños flotaban entre medio de los trabajadores que llegaban a su oficina, quienes se sorprendieron al ver pasar a Lyall y Bailey por su lado sin saludar, enfrascados en llegar lo antes posible al despacho de su comité.

Subieron el único tramo de escaleras de caracol visible hasta una puerta de madera con el nombre grabado en una placa. Antes de entrar, Lyall respiró profundamente un par de veces. No sabía qué iba a encontrarse allí dentro, y las imágenes de los dos niños no le abandonaban.

—Lupin.

Sin más dilación, Lyall entró.

Era un pequeño despacho de techo bajo, donde la madera entallada también era la protagonista. En aquella ocasión, la pequeña ventana que daba a una hipotética calle británica bañada por el sol, no le bastó a Lyall para sacarse de encima una sensación claustrofóbica.

Delante de él, seguía todo como lo había dejado la noche anterior, con una pizarra donde había el dibujo antropomórfico de un hombre lobo lleno de datos, salvo por el hecho que allí donde deberían estar los escritorios, había dejado lugar a una silla llena de cadenas en donde se encontraba el sospechoso.

Era delgado; tenía la ropa raída; el pelo enmarañado que mostraba una serie de rastas producidas por semanas sin un peine; y una barba descuidada igual que el resto de la apariencia de aquel hombre que desde la distancia se podía intuir el hedor que desprendía de él. Lyall cerró la puerta sin dejar de mirar al mago que estaba atado con tranquilidad.

—Ah, ¿ya estáis aquí? —observó Moore, el tercer miembro del comité—. El nombre de este rufián es Fenrir Greyback, o así declara llamarse, porque no lleva ninguna acreditación encima. Ni tampoco una varita.

—Ya he dicho que no sé nada de varitas, ni magia, ni nada de toda esta locura -afirmó el tal Greyback con una voz ronca.

Lupin dejó el maletín apoyado encima de un archivador antes de acercarse lentamente con una expresión de extrañeza.

—¿No lleva varita?

—No, declara que es muggle —respondió Moore, quien parecía más bien aburrido. Era el mayor de los tres y quien tenía más experiencia en el departamento—. En mi opinión, es bastante plausible.

—Lo encontraron durmiendo entre ratas debajo de un puente en Oxford —aclaró Bailey.

—No ha parado de alucinar con todo esto diciendo que «parecía magia» desde que le hemos vuelto la conciencia. Yo creo que es un vagabundo...

—Pero había indicios que lo relacionan con los niños, ¿no? —preguntó Lyall.

—Así es. —Bailey cogió unos pergaminos de encima de la única mesita que seguía en su lugar—. Coincide con la descripción y hace unas noches lo vieron merodeando en el lugar del asesinato. Aunque su nombre no consta en el Registro de Hombres lobo.

—Eh, tío, ¿eres tú el que manda aquí? —Quiso saber Greyback mirando a Lyall—. Ya les he dicho que no sé nada de ningún niño muerto, ¿vale? Duermo en la calle y como lo que me dan en Saint George.

Aunque la actitud del detenido era claramente de perplejidad ante todo lo que estaba pasando, aquellos ojos amarillentos le provocaron un escalofrío. Al mover los brazos lo poco que las cadenas le permitían, Lyall pudo observar los músculos entre la mugrienta ropa que portaba.

—¿Habéis comprobado que su nombre no conste escrito por la pluma de aceptación de Hogwarts?

—Oh, venga, Lyall —dijo Moore asqueado—. ¿Tú sabes la de trámites que conlleva eso? Son ganas de perder el tiempo.

—¿Perder el tiempo? —exclamó Lyall incrédulo-. Se supone que nuestro trabajo es asegurarnos que...

—Llevo horas aquí con él y ya te digo yo que este es muggle y no se entera de nada.

—Mañana es luna llena. Podríamos retenerlo hasta entonces —convino Bailey.

—¿Hasta mañana, Orazius? ¿Y dónde piensas retenerlo? Todo el Ministerio está hasta el cuello y no tenemos permiso para llevarlo a Azkaban. Además, ¿qué tiene que ser este un hombre lobo? —Moore señaló al detenido con desprecio.

—Un hombre... ¿Hombre lobo? —rio Greyback aparentando nerviosismo.

—¿Lo ves?

—Lo que yo veo es que está demacrado y tiene todos los signos que conlleva estar cerca de una transformación —insistió Lyall con voz dura.

—Signos que también pueden ser debidos a que sea un vagabundo que vive en la calle.

Bailey asintió.

—Entiendo que has hecho doble turno, Moore, y que estés cansado, pero no podemos soltarle a la calle sin estar convencidos al cien por cien de que este hombre...

—¿Es que no acabas de escuchar lo que digo, Lyall Lupin? —le interrumpió Moore por enésima vez—. Lo he interrogado y digo que su único crimen es ser un desgraciado. Orazius, ve a buscar un desmemorizador y lo soltamos.

—Me parece totalmente inadecuado que tomes esta decisión unilateralmente —prosiguió Lyall sin achantarse—. No eres tú el que manda aquí y...

—Espera, espera... ¡Que el experto en boggarts está sacando carácter! —escarneció Moore, a lo que Bailey ahogó una risita—. No tienes más idea que nosotros sobre hombres lobo, Lyall, así que, ¿por qué no vas a buscar algún armario que tambalee demasiado y nos dejas concluir la faena?

—¡Esto es el súmmum de la mala educación! —gritó Lyall, algo muy extraño en un hombre tan tranquilo como él—. ¡Un par de niños han sido asesinados posiblemente por este monstruo y lo vamos a soltar sin más solo porque tú estás cansado!

—¿Cómo te atreves a decir que...?

—¿Este hombre es claramente un hombre lobo y lo vamos a soltar?

—¡Su nombre no consta en el Registro de Hombres lobo y no tiene ni varita! ¿Sabes la de papeleo que llevamos atrasado como para perder el tiempo con un individuo que claramente no es el que buscamos? Dedícate a los boggarts galeses, Lyall, que la licantropía no es lo tuyo.

—¿Que no es lo mío? ¡Sé perfectamente que lo que es este individuo es un mal sin alma que no merece más que la muerte y que no deberíamos soltarlo a la ligera!

Si Lyall y el resto no hubieran estado tan enfrascados en su discusión, no les habría pasado por alto el único rasgo delator de Greyback: la mirada asesina que dedicó a Lupin ante su cruel comentario. Un comentario que pagaría con creces.

—Bailey, llévatelo de aquí. —Con un golpe de varita, las cadenas que tenían inmovilizado al sospechoso desaparecieron.

Ante un Lyall totalmente fuera de sí, Bailey acató la orden.

—Lamentamos las molestias, señor Greyback. Si es tan amable de acompañarme.

Fenrir Greyback obedeció en silencio, mientras mostraba una docilidad que olvidó en la última mirada amenazante que dedicó a Lupin antes de abandonar aquella sala para siempre.

Según lo planeado, Bailey dejó a solas a Greyback con un desmemorizador en una callejuela solitaria cerca de la entrada para visitantes del Ministerio, pero antes de que pudiera hacer su trabajo, Greyback y un par de compañeros suyos que acechaban la salida de su alfa, lo atacaron para darse a la fuga.

Después de desaparecer con su varita de vuelta, Fenrir Greyback no dejó de recordar las palabras de aquel funcionario bien vestido.

«...un mal sin alma que no merece más que la muerte».

—Necesito que me ayudéis a encontrar información sobre un tipo del Ministerio.

—¿Quién?

—Lyall Lupin.

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**La pluma de aceptación de Hogwarts es una pluma que detecta los nacimientos de todos los niños y niñas mágicos, y escribe sus nombres en un gran libro llamado Libro de Admisión.

Cada año la profesora McGonagall ojeaba este libro de pergamino para saber los alumnos que les tocaba empezar a la escuela y así mandarles la carta.

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