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4. 𝖥𝖺𝗇𝗍𝖺𝗌𝗆𝖺𝗌 𝖽𝖾𝗅 𝗉𝖺𝗌𝖺𝖽𝗈


2004, Inglaterra
────── 🌙 ──────

❝𝗪𝗵𝗮𝘁'𝘀 𝗽𝗮𝘀𝘁 𝗶𝘀 𝗽𝗿𝗼𝗹𝗼𝗴𝘂𝗲, 𝘄𝗵𝗮𝘁 𝘁𝗼 𝗰𝗼𝗺𝗲 𝗜𝗻 𝘆𝗼𝘂𝗿𝘀 𝗮𝗻𝗱 𝗺𝘆 𝗱𝗶𝘀𝗰𝗵𝗮𝗿𝗴𝗲❞.

❝𝘌𝘭 𝘱𝘢𝘴𝘢𝘥𝘰 𝘦𝘴 𝘱𝘳𝘰́𝘭𝘰𝘨𝘰, 𝘭𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘴𝘵𝘢́ 𝘱𝘰𝘳 𝘷𝘦𝘯𝘪𝘳 𝘦𝘴𝘵𝘢́ 𝘦𝘯 𝘯𝘶𝘦𝘴𝘵𝘳𝘢𝘴 𝘮𝘢𝘯𝘰𝘴.❞

La lluvia golpeaba con fuerza. Los truenos ensordecían y los relámpagos cegaban. Parecía que el cielo iba a caer en cualquier momento y, con él, todo lo que encontrase a su paso. Los árboles eran sacudidos por las violentas ráfagas de viento, igual que el largo abrigo negro del mago corpulento que retaba el temporal. Su figura se delineaba más oscura que las nubes, con una mano en el bolsillo, y la otra sujetaba un puro que dejaba reposar en los labios delgados. Era como si el agua no le molestara, ni siquiera los crujidos de la madera de la cochera bajo la que se encontraba.

Las arrugas de su rostro le infundían un aire estricto, exigente y severo. Tenía unas entradas pronunciadas, evidencia ya de su edad, aunque su cabello seguía negro como la noche, a diferencia de la barba espesa y larga, cuyas canas ya estaban empezando a apoderarse de la zona. Su semblante serio contaba muchas historias silenciosas y trágicas que parecían esconderse entre los pliegues de la piel.

Gawain Robards, Jefe de Aurores, esperaba, mientras se fumaba un puro, a que los miembros de la brigada aparecieran en el vasto campo desolado que lo rodeaba. Estos comenzaron a llegar, algunos por parejas, otros solos, pero todos acompañados de algún detenido.

Tanto en la vestimenta como en la cara de los aurores podían vislumbrarse los testigos del arduo trabajo que les había costado llegar hasta allí, y Enllunada no era la excepción: la media melena rubia revoloteaba con virulencia, al igual que su capa azul marino en la que se podía columbrar rastros de quemaduras. Lo que había sido un corte profundo en su grueso labio estaba sanando a gran velocidad, aunque en las mejillas todavía se veían moratones y unas ojeras pronunciadas bajo los ojos azules de la licántropa, que le daban un aire más peligroso de lo habitual.

Ella había aparecido junto a Harry, quien tenía todavía más mal aspecto con una nueva cicatriz que le obligaba a tener uno de los ojos cerrados y sin rastro de sus habituales gafas redondas. Tanto el chico como Lupin avanzaban a trompicones por el terreno accidentado debido a la banshee que transportaban. De cada una de sus varitas, una gruesa y fuerte cuerda salía para enroscarse en el cuello de su captiva, quien no paraba de tratar de escapar corriendo hacia adelante y hacia atrás con el escaso metro que les separaba de ellos.

La criatura tenía la cara verdosa, de mujer cadavérica, con los cabellos negros finos y largos. El alma en pena trataba de gritar su típico augurio de muerte, aunque nada salía de su garganta pudiente, solo el sonido entrecortado de la saliva.

Poco a poco, los aurores pasaban al lado de su jefe y desaparecían sin dejar rastro por la parte trasera de la cochera, como si allí en la nada existiera una cortina gigante e invisible que condujera a algún lugar secreto.

Cuando por fin ellos dos llegaron al alcance de Robards, estaban exhaustos de la fuerza que tenían que hacer para retener a la detenida.

—Viva —señaló sin alterase la voz profunda de Robards. Observó detenidamente a la banshee, quien parecía estar maldiciendo sus huesos, pero no pareció que aquello le preocupase en absoluto.

—Muerta no nos daría información, señor. Usted mismo nos lo dejó claro —recalcó Enllunada malhumorada.

Los ojos oscuros de Robards siguieron mirando la cautiva mientras daba una calada larga al puro que resultaba extraño que siguiera encendido pese la tormenta.

—Buen trabajo.

Sin añadir nada más, les indicó con la cabeza que podían pasar.

—Gracias, señor —dijo Harry.

— Lupin, espérate. ¿Podrás llevarla dentro tú solo, Potter?

—Ah... —Ambos se habían parado a medio camino bajo el techo de madera que a penas los cubría de la lluvia-. Sí, señor. Le pediré a Roderick que me eche una mano.

—Bien.

A regañadientes, Enllunada deshizo el anzuelo de su varita de ébano para soltar a la criatura. Con mala cara vio cómo Harry se las apañaba para cruzar el umbral y desaparecer de su vista. Ella, con la varita todavía en la mano, caminó otra vez hacia al lado de su jefe y mentor en aquellos últimos años.

Después de la Batalla de Hogwarts, ni ella ni Harry habían cursado los estudios que faltaban para ser auror. De hecho, nunca empezaron séptimo, a diferencia de Hermione, quien después de la guerra se había inscrito en la opción de reprender los estudios que la directora Minerva McGonagall ofreció a todos aquellos que se vieron afectados por la tiranía de Voldemort. Enllunada no. Ella tan solo sobrevivió como pudo; tratando de ayudar a capturar a Mortífagos, carroñeros y todo aquel que fue cercano al antiguo Señor Tenebroso.

Cuando Gawain Robards volvió a incorporarse al cuerpo y fue nombrado Jefe de Aurores después de que Kingsley Shacklebolt ocupara la vacante de Ministro de Magia, dejó que tanto ella como Ron, Harry o Neville ayudaran a los miembros de la Brigada cualificados que seguían vivos. Poco a poco, Enllunada fue inmiscuyéndose en el cuerpo hasta que, como quién no quiere la cosa, ya tenía su propio cubículo en la oficina. Aquellos primeros años, Robards la había instruido en las artes que no había tenido tiempo de aprender en Hogwarts ni en la academia auror. Le exigió mucho más que al resto y la obligó a pasar demasiadas horas rellenando informes y aprendiendo leyes que muchas veces a ella le parecían absurdas.

—Usted dirá.

—Ha vuelto.

Enllunada dejó de mirar la lluvia para girar su rostro hacia Robards.

—Mis contactos me han informado que cruzó nuestra frontera hace un par de semanas. —Aguantó el puro con los dientes para sacarse de dentro del abrigo una carpeta morada con el sello del Ministerio—. Nos hizo creer que estaba muerto, pero ha estado por tu tierra todo este tiempo.

—¿Mi tierra?

—Transilvania, Hungría...

—Hace años que dejaron de ser mi tierra. Ahora mi tierra es esta. —Volvió a dirigir su atención a aquel paisaje sombrío pasado por agua. No le gustaba hablar del pasado y si Robards lo notó, no hizo ningún gesto al respecto.

—Vas a llevar tú la investigación. —El rostro de Enllunada se iluminó imperceptiblemente. Era la primera vez que le pedía aquello—. ¿Puedo confiar en que no permitirás que tus temas personales influyan en el caso?

Le alargó la carpeta que no tardó en empezar a mojarse igual que ellos, quienes parecían salidos de algún lago. Al oír las palabras de su superior, Lupin no pudo evitar fruncir el ceño. No entendía por qué la misión podía peligrar por sus motivos personales, así que miró en el interior donde había varios pergaminos y entre ellos una foto. En ella, un hombre de ojos amarillentos, cabello gris enmarañado y pelo por gran parte del rostro y el cuello, le mostraba los dientes puntiagudos que se lamía de manera lasciva.

—Quiero profesionalidad, Lupin. ¿Vas a poder hacerlo?

Enllunada siguió con la vista clavada en el ocupante de la fotografía que se movía. La voz de Robards le llegaba como un eco lejano, muy lejano.

¿Tú también naciste licántropo como yo, Remus?

Remus levantó la vista de su plato. Cogió la cuchara con más fuerza de la necesaria como si le costara responder a su hija.

No. A mí me mordió un hombre lobo cuando... Cuando era pequeño. Fenrir...


—Greyback —masculló con la mandíbula apretada.

—¿Vas a poder hacerlo?

Después de lo que le había parecido una eternidad, Enllunada dejó de mirar al hombre de la foto para dirigirse al que ahora tenía a su lado:

—Sí.

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