33. 𝖡𝗈𝖽𝖺𝗌 𝖽𝖾 𝗌𝖺𝗇𝗀𝗋𝖾
1 de agosto de 1997, La Madriguera
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❝𝗤𝘂𝗲̀ 𝘃𝗼𝗹𝗲𝗻 𝗮𝗾𝘂𝗲𝘀𝘁𝗮 𝗴𝗲𝗻𝘁 𝗾𝘂𝗲 𝘁𝗿𝘂𝗾𝘂𝗲𝗻 𝗱𝗲 𝗺𝗮𝘁𝗶𝗻𝗮𝗱𝗮?❞.
❝¿𝘘𝘶𝘦́ 𝘲𝘶𝘪𝘦𝘳𝘦 𝘦𝘴𝘵𝘢 𝘨𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘲𝘶𝘦 𝘭𝘭𝘢𝘮𝘢 𝘥𝘦 𝘮𝘢𝘥𝘳𝘶𝘨𝘢𝘥𝘢?❞
—El Ministerio ha caído. Scrimgeour ha muerto. Vienen hacia aquí.
La grave, fuerte y pausada voz de Kingsley seguía resonando entre los invitados de la boda de Bill y Fleur, cuando el patronus con forma de lince se volatilizó bajo la carpa blanca y dorada.
Durante un segundo el mundo se congeló, víspera del más absoluto caos:
Estelas negras aparecían por todos lados, quemando y arrasando con las decoraciones. Los invitados empezaron a desaparecer, otros se defendían…
Con la caída del Ministerio, habían eliminado todas las protecciones.
El baile estrambótico de Lee y Enllunada terminó de golpe. Ambos sacaron las varitas.
—¡Desmaius! —chilló Enllunada al hombre que apareció entre ambos.
El mago cayó con un golpe seco en la pista de baile, aunque Enllunada no se quedó a mirarlo.
La gente la empujaba de un lado para el otro. Los gemelos aparecieron de entre los matorrales del jardín para unirse a la resistencia.
Escuchó la voz de Hermione llamándola, pero ¿dónde estaba?
—Lumos lunae.
La luz plateada, cegadora, llegó tan de repente que apenas Enllunada levantó la varita para decir el contrahechizo:
—¡Paries Noctis!
Una barrera de oscuridad se conjuró entre la atacante y Enllunada para extinguir el rayo. Ella, mientras, se lanzó por encima de una de las mesas redondas. Cayó al otro lado en una mala voltereta.
—Bassza meg! —se quejó.
El vestido muggle de Hope (su difunta nagymama), se había chamuscado por el hombro, donde una parte del hechizo abrasó a Enllunada con un dolor atroz.
La quemadura de luna era de las maldiciones más asesinas contra los licántropos.
—¡Enllunada!
La voz del chico pelirrojo de cabellos rizados en el que se había transformado Harry para ocultarse en la boda, se unió a las llamadas de Hermione. Corrió hacia ella cuando por fin la vio, pero fue a Remus a quien se encontró.
—¡Vete, Harry!
Hermione le cogió la mano y de la otra iba Ron. Una decena de metros les separaban. La gente no paraba de ir y venir, desaparecer y luchar…
Cada vez aparecían más miembros del Ministerio…
Enllunada se incorporó. No iba a llegar.
—¡Marchaooooooos!
—No —dijo Harry, pero Hermione ya había comenzado a girar sobre su propio eje y con un chasquido que quedó amortiguado por el ruido general, desaparecieron.
Tonks la ayudó a terminar de levantarse. Antes de que cualquiera de las dos pudiera hacer nada más, una voz masculina se hizo oír por encima de todo:
—¡Alto el fuego!
Los foráneos dejaron de atacar. Ante aquello, los invitados que quedaban, hicieron lo mismo.
—Por orden del Ministerio de Magia, esta zona queda bajo vigilancia. Cualquiera que desaparezca será acusado de traición.
El hombre que hablaba era alto, de pelo corto y robusto, con cara de pocos amigos. Llevaba una túnica de piel con la insignia morada del Ministerio bien visible en el pecho.
—¿Estás bien? —le susurró Tonks al oído.
—Puedo soportarlo.
Remus llegó a ellas en un santiamén.
—Ese es Albert Runcorn, ¿no? —quiso saber Remus.
—Sí —respondió Tonks—. Desapareced vosotros dos mientras yo…
—No sin ti —sentenció el mago.
—No puedo estando embarazada…
—¿A qué se debe todo este alboroto? —preguntó Bill Weasley, firme, directo a ese tal Runcorn.
—Ha llegado a oídos del Ministerio que Harry Potter se encuentra entre los asistentes.
—¿Y pog’ eso han atagado a la foda de mi ‘ija? —dijo armada de coraje la señora Delacour, con el moño deshecho—. ¿Qué tipo de mogales son esos? Estgoi confencida que no se lo tomagán nada fien en la emfagada fancesa.
—Señora Delacour. —Quién habló entonces fue otro hombre que parecía igual de importante que Runcorn—. Nos ha llegado nueva información sobre la muerte de Albus Dumbledore.
—Ese estaba en la Torre de Astronomía —musitó Enllunada, cargada de rabia.
Yaxley. Rubio, con coleta y porte altivo. Era el mismo que presenció la muerte del director de mano de Severus Snape.
—Pueden registrarnos a todos —intervino el señor Weasley—. Harry Potter no está entre nosotros ni ha asistido a la boda de mi hijo.
—Tendremos que interrogarlos, señor Weasley.
—¿Ahora ese niño está implicado en la muerte de Dumbledore? ¡Menuda estupidez! —habló alto y claro la tía Muriel—. Soy demasiado vieja para aguantar este tipo de comportamientos, señores.
Gracias a su bastón y apoyada del hombro de Ginny, se acercó a ambos magos y los aurores que les precedían.
—Aquí no hay ningún Harry Potter, y a no ser que se crean que lo guardamos dentro del bolso, necesito descansar. ¡Qué maneras...! ¡Atacarnos en una boda! ¡Esto no pasaba ni con el Innombrable!
La bruja siguió quejándose mientras se dirigía al interior de la Madriguera.
—Podéis pedirnos la documentación —afirmó Bill—. Aquí hay miembros de la brigada.
—Ninguno nos opondremos a la investigación de la muerte de Albus Dumbledore —dijo Tonks.
Remus se tensó, algo que no pasó desapercibido para Enllunada. El hombro le dolía horrores, pero trató de aparentar lo contrario.
Su apa intentó retener a Enllunada junto a él y quedar lejos de Tonks cuando ésta se acercó a todos aquellos que empezaron a hacer una cola para mostrar sus DIM.
—Aprovecha para desaparecer directo a casa del nagyapa.
—Claro, corriendo.
—Enllunada.
—Me quedé con la mama, me quedaré contigo.
Una vez habían pasado casi todos los Weasley, la señora Weasley fue donde Enllunada se encontraba.
—Cariño, esto se te tiene que curar. Ven…
La licántropa no había soltado la mano de Remus, cuando Yaxley habló:
—No puede llevarse a la chica, señora Weasley.
—Es una niña y sus hombres la han herido.
—No importa, señora Weasley —aclaró Enllunada. Se giró hacia Yaxley, desafiante. Ambos sabían que se habían reconocido y que él era mortígafo—. Soy hija de Remus: Enllunada Aloma Lupin.
—Necesito la identificación.
—No la llevo encima.
—Debería saber que siempre debe traerla consigo.
—Esto es, o era una boda. Apenas sé dónde he dejado la copa.
—Siendo extranjera…
—Mi hija tiene la nacionalidad británica —cortó Remus, con un tono salvaje que Enllunada en contadas ocasiones le había oído—. Tengo el libro mágico de familia aquí mismo.
Yaxley lo ojeó con parsimonia.
—Señor Runcorn, Remus es mi marido desde hace unos meses. No veo qué problema hay con…
—¿Está casada con un hombre lobo?
—Sí —respondió Enllunada antes que Tonks o Remus hiciesen nada—. Y yo también soy mujer lobo, y gitana, por si le pica la curiosidad. Hasta tenemos familia muggle. —Se señaló el vestido—. Pero ninguno de nosotros esconde al tal Potter dentro del culo, así que si no se nos acusa de nada más, nos vamos.
Con fuerza, cogió a Remus y Tonks del brazo, rumbo al interior de la casa de los Weasley.
—Ser licántropo no registrado es ilegal.
—Y joderme el vestido también.
—Se les mandará una carta para la vista.
—Sí, señor Yaxley, allí estaremos —respondió Tonks.
—Señorita Tonks…
La metamorfomaga se giró.
—Es señora Lupin, ahora.
—Debería controlar el lenguaje de sus acompañantes. Los lazos familiares son aquellos que nos definen ante la ley.
—Tengo que cortarte el vestido, cielo —comentó con cariño la señora Weasley.
Enllunada suspiró resignada. La tela se había mezclado con la carne quemada y le dolía horrores. Llevaba la melena rubia recogida hacia el otro lado para darle espacio a la señora Weasley a maniobrar. Estaba sentada encima de la mesa del comedor de la Madriguera, que estaba llena con la familia que se había quedado, y Hagrid.
—¿Se han ido? —preguntó Lee.
—La mayoría. Pero alguno se ha escondido; esperan que nos marchemos —explicó Bill.
—Nos van a seguir… —constató Remus.
—Es lo más probable. Saben que somos miembros de la Orden.
—Ese tal Yaxley me ha amenazado en toda regla —dijo Tonks. Se sentó en una de las sillas y no pudo evitar tocarse la barriga, como si quisiera proteger esa nueva vida que llevaba dentro de ella.
—Bellatrix ya trató de matarte a ti y a Ron, la noche que sacamos a Harry de la calle Privet —recordó el señor Weasley.
—Para mi familia, mi madre es una manzana podrida y yo he seguido sus pasos…
Aunque Tonks lo dijo de manera despectiva y con los ojos al cielo, Remus puso mala cara. Estaba más taciturno de lo normal, y Enllunada imaginó que era por aquello de que «había vuelto a castigar a una criatura inocente por su egoísmo» y estupideces por el estilo que Enllunada había escuchado que su apa le contaba a Lyall.
La señora Weasley empezó a cortarle poco a poco la piel necrótica del hombro con la varita. Enllunada cerró los ojos y se agarró a la madera de la mesa. Respiró hondo, aunque igualmente el suplicio era una tortura.
—Ya está «Ron» en su dormitorio —intervino Ginny, bajando las escaleras delante de los gemelos.
Ron había usado el ghoul del desván para transformarlo en su apariencia y decir que tenía spattergroit, una enfermedad muy contagiosa que dejaba pústulas en la piel. Así tenía coartada para no ir a Hogwarts y no poner a su familia en más riesgo del que ya se encontraba.
—Tengo miedo de cortar más de lo necesario…
La mano de la señora Weasley temblaba. Enllunada no estaba acostumbrada a que tuvieran que curarla, la mayoría de veces había sido Madame Pomfrey, y gracias a Merlín nunca tenía que quedarse en la enfermería demasiado tiempo.
Le cogió el brazo con ternura y le sonrió a pesar del dolor:
—Si lo hace se dará cuenta por mi reacción. —Le enseñó los dientes en una sonrisa expresamente perturbadora.
Aquello tranquilizó a la mujer. Remus supervisaba de cerca.
—¿Esta pomada te irá bien para no dejarte marca en la piel? —ofreció Fred con uno de sus ungüentos.
Enllunada asintió a pesar de que le daba igual cómo le quedase la carne. Moody ya le había advertido que si quería ser auror, debía estar dispuesta a perder alguna extremidad.
—Vosotros también estáis jodidos…
—Cuando haya terminado contigo, os curo al resto.
—Tengo esencia de murtlap y díctamo, si necesita.
La señora Weasley asintió agradecida mientras seguía con la tarea digna de un sanador de San Mungo. Ni siquiera protestó por su lenguaje o preguntó por qué tenía aquello, concentrada como estaba.
La realidad es que ese último curso, Enllunada se había pasado la mayoría de tardes elaborando pociones necesarias para la guerra. Lo más curioso es que Snape la había supervisado y ayudado.
—Si el Ministerio ha caído, no nus’ espera nada bueno —dijo Hagrid desde el pasillo, ya que no cabía por la puerta.
—Sabíamos que terminaría pasando. Tenemos que reunirnos con Kingsley y saber la magnitud de la situación —dijo Remus—. Vámonos.
Enllunada, ya vendada y mucho más aliviada, se levantó, igual que Tonks.
—Controlan la Red Flu, Remus —recordó el señor Weasley.
—Iremos a casa de los padres de Tonks.
—¿Y el nagyapa?
—Id vosotros con Lyall y nos encontramos luego en casa de mis padres.
Enllunada fue la primera en coger polvos flu, pero George la agarró:
—Eh, estamos en contacto.
—Nos vemos este sábado en vuestra tienda.
—Ven, pase lo que pase
.
La licántropa asintió viendo, quizás, por última vez a todo el mundo. Luego las llamas verdes se la llevaron.
Hacía rato que Remus y Lyall habían conjurado el encantamiento Fidelio para asegurar el hogar de Lyall. Era la primera vez que Enllunada presenciaba cómo se hacía en directo, aunque no pudo encandilarse.
Tenía la bolsa preparada desde hacía tiempo con todo aquello que necesitaría en una buena temporada sin acudir a Hogwarts ni a ningún sitio decente: pociones, artilugios que el mismo Moody le había regalado en sus prácticas veraniegas, la Wolfsbane, multitud de productos de higiene femenina, arma blancas, ropa... Hermione le había dado la idea hacía meses y por si acaso no podían emprender el viaje los cuatro juntos (tal y como había previsto Dumbledore), decidieron que ellas dos serían las encargadas de organizarse.
Y ella no era la única que empaquetaba lo importante y protegía lo restante; los dos Lupin mayores llevaban rato paseando por el vecindario para asegurar las casas muggles de su alrededor.
Mientras tanto, allí estaba Enllunada, ya con ropa de bruja parecida a la que usaba su anya, con los hombros al descubierto para que el ungüento siguiera curándole la quemadura, y un bolso hoyo con un encantamiento de extensión indetectable.
Apoyada en el respaldo del sofá, viendo su reflejo en el espejo, era una versión joven de Joana con el aspecto caucásico de Lyall.
No pudo evitar sentirse extraña. Era como si aquella especie de paz en Hogwarts hubiese sido un miraje para regresar al principio: a la huida y la lucha.
Encima de la cómoda estaba la imagen estática de Hope, vestida con el mismo vestido que ella había destrozado. Con el cabello castaño corto al estilo Garzón y esa mirada que infundía paz, Enllunada pensó en lo mucho que Remus se parecía a ella y en que ojalá hubiese podido conocerla.
—Tenemos que irnos, szivem.
—Siento lo del vestido, nagyapa…
—Es solo algo material. —Le acarició el rostro con ternura—. Lo importante es que tú estás bien.
—Han aparecido ya en el pueblo —dijo agitado Remus, entrando también al hogar.
—Bien, nos ceñiremos al plan.
Después de guardarse la foto de Hope en la cartera, los tres Lupin salieron por la puerta de atrás. La calle estaba repleta de turistas, así que aprovecharon para mezclarse entre ellos y caminar hacia el puerto. Allí les esperaba un pescador amigo de Lyall. Un hombre robusto, quemado por el sol, llamado Gallagher.
El hombre muggle los ocultó en su barca de pesca y puso rumbo por el canal de San Jorge hasta la Isla de Man, una pequeña isla entre Inglaterra e Irlanda.
Allí era donde sus caminos se separaban.
Ni siquiera el olor del mar o las gaviotas reconfortaron a Enllunada. Sabía que ese momento llegaría, pero no soportaba las despedidas.
Lyall se escondería en Bodkin, un pueblo de Irlanda, y ellos irían a la casa de los Tonks. Luego el camino de Enllunada era totalmente incierto, pero era cigány, ¿verdad? La vida nómada, sin raíces, era la vida que había conocido siempre.
Gallagher ya había puesto el amarre en los norays del pequeño puerto y estaba atando el muerto trasero esperando que padre e hija desembarcaran.
Las manos de Enllunada sudaban. La ansiedad empezó a nacerle en la boca del estómago. Un adiós más… Recuerdos otra vez…
Cerró los ojos, cogida a la barandilla, y respiró hondo un par de veces hasta que fue capaz de controlar la oclumancia. Cerrar la mente a los pensamientos intrusivos; norma número uno de Alastor Moody.
Cuando abrió los ojos, todavía podía ver la inmensidad de la mar.
«En una semana estarás con tu nagyapa y podrás ver la mar por primera vez».
La voz de Joana llegó a ella nítidamente, después de mucho tiempo.
El viento revoleteó su melena dorada, como si su anya la abrazara desde el más allá. Pero solo era lo que ella necesitaba, pues a los muertos se les debía dejar descansar.
Joana estaba con ella, siempre, pero solo en su memoria. Y no quería otra despedida como la del día que tenía que conocer a Lyall Lupin en persona y terminó con Sándor Dózsa asesinando a su anya.
Cuando se giró para ver a los otros dos Lupin, no tenía ni idea de qué se habían dicho padre e hijo, pero ambos lloraban. ¡Los galeses eran tan distintos a los ingleses!
Enllunada caminó firme hacia Lyall con cuidado de no tropezar con la multitud de redes y cuerdas que había en el barco, para abrazarlo. Un abrazo fuerte y tosco.
—Rwy’n dy garu di. (Te quiero).
—Dw i’n dy garu di hefyd, fy nghariad. (Yo también te quiero a ti, mi amor).
Y dicho aquello en galés, bajó del barco sin mirar atrás.
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ᵀʳᵃᵈᵘᶜᶜᶤᵒᶰᵉˢ ᵈᵉˡ magyar:
Bassza meg!: maldición/joder
Nagymama: abuela
Szivem: eres mi corazón.
***La cita de este capítulo es un verso de la canción “Què volen aquesta gent?” de la cantautora Maria del Mar Bonet.
Dicha canción habla de cuando durante el régimen franquista (la dictadura de Franco en todo el Estado Español durante 40 años), la policía mataba, detenía y torturaba a todos aquellos que se revelaban contra la manca de libertad y el fascismo.
Me ha parecido adecuado para el capítulo por el paralelismo de los mortífagos junto el Ministerio de Magia en peso, presentándose violentamente en la boda de Bill y Fleur.
***El fc que uso para Hope Lupin es el de Shirley MacLaine.
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Lamento la demora de este capítulo. Debía regresar en setiembre pero se me complicaron las cosas.
Ahora mismo no sé con qué frecuencia voy a reprender las publicaciones, así que os agradezco la paciencia y que sigáis con la lectura.
Bon any nou!
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