30. 𝖤𝗅 𝗋𝖾𝖼𝗎𝖾𝗋𝖽𝗈 𝖽𝖾 𝖲𝗇𝖺𝗉𝖾
Quinto, Hogwarts (Curso 95-96)
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❝𝗤𝘂𝗶 𝗳𝗮 𝘂𝗻𝗮 𝗽𝗿𝗲𝗴𝘂𝗻𝘁𝗮 𝗵𝗮 𝗱'𝗲́𝘀𝘀𝗲𝗿 𝗰𝗮𝗽𝗮𝗰̧ 𝗱𝗲 𝘀𝘂𝗽𝗼𝗿𝘁𝗮𝗿 𝗹𝗮 𝗿𝗲𝘀𝗽𝗼𝘀𝘁𝗮❞.
❝𝘘𝘶𝘪𝘦𝘯 𝘩𝘢𝘤𝘦 𝘶𝘯𝘢 𝘱𝘳𝘦𝘨𝘶𝘯𝘵𝘢 𝘥𝘦𝘣𝘦 𝘴𝘦𝘳 𝘤𝘢𝘱𝘢𝘻 𝘥𝘦 𝘴𝘰𝘱𝘰𝘳𝘵𝘢𝘳 𝘭𝘢 𝘳𝘦𝘴𝘱𝘶𝘦𝘴𝘵𝘢❞.
—¿Vas a contarme la verdad? —le preguntó Enllunada a Harry, una vez Hermione les había dejado solos llevándose a Ron, para ir a echar la bronca a unos alumnos de segundo que no paraban de chillar y no la dejaban estudiar.
Se encontraban sentados en una mesa de la sala común, en la Torre de Gryffindor. Era el primer día de las vacaciones de Pascua y Hermione había estado elaborando horarios de estudios para los TIMOS que se aproximaban peligrosamente. Como era de esperar, la castaña no había tardado en interrogar a Harry acerca del fin de sus clases particulares de Oclumancia con el profesor Snape.
—Lo acabo de decir —le respondió Harry, esta vez mucho menos tajante—; Snape cree que he aprendido suficientes conceptos básicos como para...
—De acuerdo —le cortó Enllunada—, no quieres contármelo. —Agarró el libro de Transformaciones y escondió el rostro en él.
Después de un breve silencio, Harry echó un vistazo a sus dos mejores amigos para asegurarse que aún estaban ocupados antes de hablar:
—Vale. Tuve un problema con Snape, ¿de acuerdo?
—Eso es evidente —dijo Enllunada todavía ojeando el libro.
—Pues es eso; Snape fue muy claro en que no va a darme más clases. —Inconscientemente, Harry empezó a jugar con el margen de las páginas de 'Teoría de defensa mágica'.
—¿Y ya lo sabe Dumbledore?
—Pues no lo sé, y la verdad que me da bastante igual.
Enllunada se fijó que el solo hecho de haber nombrado al director de Hogwarts había enfurecido a Harry.
Si ella hubiera sido Hermione, habría empezado con ese rollo de que era tan importante tener lejos los pensamientos de Voldemort de los suyos, que después de lo ocurrido con el señor Weasley y Nagini debería mostrar una actitud mucho más responsable, que debía ir a hablar con Snape inmediatamente, entre muchos otros reproches. Sin embargo, ella no pensaba perder el tiempo intentando hacer recapacitar a Harry cuando sabía que era una locura tenerle encerrado en una clase a solas con Snape y que además era nefasto para la Oclumancia. Encima, aún no tenía ni idea de qué era lo que pretendía Dumbledore.
—Sabes que si necesitas que te eche una mano, no me importa. Yo no soy Snape, pero me defiendo. —En esas ocasiones agradecía las clases de Oclumancia con Barty Crouch Jr.—; Ginny está aprendiendo a muy buen ritmo.
Hacía semanas que le había empezado a enseñar esa rama de la magia tan complicada a Ginny. Si había algo en criterio de Enllunada que una bruja debía de dominar a la perfección, era el ocultamiento de sus pensamientos y secretos. Y teniendo en cuenta la de cosas que había empezado a compartir con la pelirroja, le pareció de lo más indicado darle un par de consejos. Obviamente Ginny estuvo entusiasmada con la idea.
—Pero Ginny es súper buena aprendiendo estas cosas.
No pudieron evitar pensar en las clases del Ejército de Dumbledore donde la pequeña de los Weasley había demostrado mucha maestría con el manejo de los hechizos y sortilegios.
—¿Qué te pasó con Snape? —Enllunada volvió de repente a la carga. Harry parecía estar teniendo una batalla interior, como si el mero recuerdo de aquella última clase le comportara un dolor insoportable por algún motivo que a ella se le escapaba.
—Lo de siempre —respondió Harry, esquivo.
Enllunada le dedicó una mirada furibunda.
—Oh, venga, ¡dímelo ya de una vez! Si es lo de siempre, no veo por qué tanto misterio. —Notó que el bloque de silencio de Harry iba debilitándose—. ¿Tengo que recordarte que en tercero estuvimos a punto de matarnos con Snape después de que se chivara que Remus era hombre lobo?
Aquello pareció despertar algo en Harry, pues la miró como si se le acabase de ocurrir algo. Fuese lo que fuese lo que pasara dentro de su cabeza, empezó a hablar:
—La otra noche cuando encontraron a Montague dentro de un servicio del cuarto piso, Malfoy vino a avisar a Snape y se fueron juntos. Yo estaba cabreado; acababa de discutir con Cho y... vi el pensadero... —Se inclinó hacia delante para aproximarse a Enllunada y crear un ambiente de confidencia que ella correspondió—. No se lo puedes contar a nadie, o a mí sí que me va a asesinar.
—Soy una tumba —susurró Enllunada.
—Pues vi algo que... —Se notaba que Harry no sabía cómo empezar y estaba sufriendo—. ¿A ti tu padre o Sirius alguna vez te han contado algo de... mi padre? Pero no me refiero a lo de sus travesuras o sus bromas... Algo como... cómo se enamoraron mis padres, ¿por ejemplo?
Totalmente con cara de no entender nada, Enllunada no tuvo tiempo de responder porque Ron apareció para sentarse entre ambos.
—Maldito el día que decidí probar suerte en el quidditch —dijo Ron con un suspiro mientras volvía a ojear el horario de estudio con la noche libre que le había dejado Hermione para los entrenamientos.
Ninguno de los tres respondió nada ante el comentario del gryffindor. Harry estaba taciturno y ni caso hacía de los intentos de Crookshanks para llamar su atención y que le acariciara las orejas. Enllunada seguía perpleja, y Hermione miraba a Harry.
—¿Qué pasa, Harry?
—Nada —contestó automáticamente y fingió buscar algo en el índice del libro.
—Antes he visto a Cho —tanteó Hermione—. ¿Os habéis vuelto a pelear?
—Sí, por la chivata de su amiga.
—¡Y con motivo! —terció Ron, soltando el horario de repaso encima de la mesa—. Por culpa de esa mala puta...
Ron estuvo rato despotricando de Marietta Edgecombe, la chica que delató el ED a la profesora Umbridge. Aquella disertación de improperios evitó que Harry terminara de contar su secreto a Enllunada y la dejó a ella totalmente descolocada ante lo que su amigo le acababa de revelar.
Estuvo horas, días, dándole vueltas al asunto: si había algo que sacaba de quicio a Snape en su máxima exponencial, era todo aquello relacionado con su juventud y con el grupo de su apa. Sobre todo con James Potter.
Harry había dicho que cotilleó el pensadero, eso dejaba claro que había visto algún recuerdo del profesor de pociones donde los merodeadores debían meterse con él. Porque sí, tanto Remus como Sirius le habían contado la relación con Snape. Sobre todo Remus era más franco a la hora de admitir que eran todos bastante sobrados y que, a veces, poco tenían que ver con la imagen idealizada que albergaba Harry de ellos.
En criterio de Enllunada, el apa de Harry era el peor, le parecía bastante capullo, aunque siempre se ahorró de comentarlo en voz alta. ¿Harry habría descubierto la triste realidad? Lo que no comprendía es qué tenía que ver Lily Evans en todo aquello.
La semana de Pascua fue transcurriendo y, con ella, llegó el buen tiempo, aunque ni los alumnos de quinto ni séptimo pudieron disfrutar demasiado del sol, pues se pasaban las horas encerrados dentro del castillo, estudiando. Durante aquellos días, Enllunada no tuvo ocasión para estar a solas con Harry hasta la última noche de domingo antes de la vuelta al horario lectivo, en la que ambos fueron juntos a la biblioteca. Lee estaba estudiando en la sala común con un par de compañeros de séptimo y Ginny tenía entrenamiento de quidditch.
—Bueno... ¡Déjame que lo vea! —susurró Enllunada después de comprobar que la señora Pince, la bibliotecaria, estaba sentada en su escritorio.
—¿Por qué? Te acabo de explicar todo lo que vi.
—No es lo mismo escuchar de oído que verlo con los propios ojos. ¡Déjame practicar! —Delante de la cara de enfado de Harry, añadió—: Por favor.
Enllunada le dedicó una de las sonrisas más esplendidas de su repertorio, esperando que aquello ablandara a Harry.
—Ya he tenido suficiente con Snape martilleando mi cerebro, gracias.
—¡Pero esto es distinto! Sabes que voy muy pez en legeremancia y... —Apoyó la mano en el brazo de Harry—. Quiero ver a Remus cuando tenía nuestra edad. Por favor. Solo veré fragmentos... —Los salvajes ojos azules se clavaron en los esmeralda de Harry hasta que él, como por costumbre, cedió.
La cara de Enllunada se iluminó con esa pequeña victoria.
—De acuerdo. Piensa visualmente en lo que viste dentro del pensadero, ¿vale? Concéntrate. —Volvió a mirar a la señora Pince, que seguía inmersa en su lectura, y seguidamente agarró con suavidad la cara de Harry con ambas manos para volver a clavar los iris en los contrarios.
—¿No tienes que usar la varita? —preguntó Harry.
—Si no sabes qué estás buscando o el adversario se resiste, sí, es lo habitual —contestó molestamente impaciente—. Quieres hacer el favor de cooperar, ¿por favor?
Harry suspiró y dejó que ella se le acercase. Enllunada fijó la mirada en los ojos verdes de Harry y abrió la mente. La intensidad que le dedicó provocó que su amigo se ruborizara, aun así, poco a poco, Enllunada dejó de admirar las tonalidades de color de los iris de Harry para empezar a ver formas que fueron convirtiéndose en personas que hacían y decían cosas.
La biblioteca de Hogwarts y todo su alrededor se desmaterializó. Como si estuviera entrando en una especie de sueño, el recuerdo de Harry iba proyectándose dentro de su cabeza, como una película irregular y con torpes cortes: vio a su apa, a Sirius, lo que James hizo a Snape y vio a Lily.
Las imágenes seguían hasta que un Snape adulto entró en escena y repentinamente todos los sentidos de Enllunada regresaron a la biblioteca después de que Harry hubiera roto el contacto visual.
Sin darse cuenta se había aproximado tanto a Harry que casi sus labios podían rozarse. Se separó de él para darle espacio.
—No me extraña que casi te matara —susurró Enllunada más para sí misma que para Harry—. Ni tampoco que odie tanto a... —calló antes de nombrarlo.
—A mi padre, sí, puedes decirlo.
Un silencio incómodo les rodeó. Enllunada no sabía cómo animar a Harry, que estaba aún más abatido que antes.
—Harry... Es normal que... —La cabeza de Enllunada era un bullicio de palabras y pensamientos—. A ver, todos los niños del mundo creen que sus apas son geniales, ¿no? Los tienen en un pedestal. Pero luego llega la adolescencia y les odian. Entonces se hacen mayores y se dan cuenta pues... que, eso, que no son perfectos. Que son personas normales. —Harry dejó de mirar al vacío para centrarse en ella—. Lo que me refiero es que a ti y a mí nos han negado esta dinámica. Nos hemos quedado estancados en la primera fase y de repente tú has pasado a la última y... Bassza meg! Pues es una putada.
—Pero no todos los padres humillan a otro delante de un corro de curiosos solo porque se aburren —murmuró Harry de forma lúgubre.
Enllunada se quedó callada. No creyó demasiado afortunado expresar lo que realmente creía acerca de James Potter, pero tampoco iba a defenderle.
—James... —Respiró hondo—. Todos tenemos luz y oscuridad, Harry.
Cogió la mano de Harry y la apretó para reconfortarle. Quedaron callados un largo rato, cada uno con su mente bien lejos de allí hasta que Harry pareció despertar de su ensimismamiento:
—¿No habías quedado con Hagrid?
—¿Qué?
—Digo que ¿no habías quedado con Hagrid para ayudarle con los escarbatos?
—Hostia, sí. —Se fijó en el reloj de planetas que había colgado en la pared de al lado de la estantería que tenían más cerca. Hizo el amago de recoger los libros y pergaminos que tenía esparcidos en la mesa—. Puedo decirle que voy mañana, si quieres.
—No, tranquila. Estaré bien.
—¿Seguro?
—Sí.
—Vale. —Lo introdujo todo de cualquier forma dentro de la mochila negra y le dio un beso a Harry en la mejilla—. ¡No te me tires por la ventana, Potter! —dijo antes de irse, provocando que la señora Pince la mandara a callar por estar chillando dentro de la biblioteca.
Aquello hizo reír a Harry.
Cuando Enllunada ya estaba bajando las escaleras, vio cómo Ginny, muy despeinada, se aproximaba a ella con la ropa de entrenamiento.
—¡Qué bien que te encuentro! Ten. —Le alargó una caja mal envuelta con papel marrón.
Claramente alguien la había abierto y vuelto a envolver sin miramientos. Había una nota escrita en tinta roja que ponía: «Inspeccionado y aprobado por la Suma Inquisidora de Hogwarts». Ginny agarró del interior un huevo de chocolate decorado con dragones glaseados y le cambió la caja por el huevo.
—¡Chocolate! —chilló entusiasmada Enllunada.
—Son de mi madre, este es para ti.
Ginny no había terminado de decir la frase que Enllunada ya había roto el envoltorio de celofán y tenía un trozo de chocolate en la boca.
—Dile que gracias —animó con la boca llena.
—¿Está Harry en la biblioteca?
Enllunada asintió e introdujo un trozo de chocolatina en la boca de Ginny, antes de seguir su camino.
Cuando por fin llegó a los jardines del castillo rumbo a la cabaña de Hagrid, agradeció el aire fresco del crepúsculo. Entre aquello y el chocolate que se estaba comiendo, la desazón de hacía unos minutos desaparecía. Sobre todo se sintió aliviada de poder olvidar aquella extraña sensación que nacía en su interior cuando pensaba en el profesor Snape y las penurias que tuvo que sufrir de pequeño.
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ᵀʳᵃᵈᵘᶜᶜᶤᵒᶰᵉˢ ᵈᵉˡ ᵐᵃᵍʸᵃʳ:
Bassza meg!: ¡Maldición! / ¡Joder!
***A los lectores de los libros, esta escena va antes de la de Ginny y Harry comiendo chocolate dentro de la biblioteca. Allí es cuando Harry le pide ayuda a Ginny para ponerse en contacto con Sirius a través de la chimenea del despacho de la profesora Umbridge.
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