3. 𝖢𝖺𝗌𝗍𝗂𝗀𝗈 𝗂𝗇𝖾𝗌𝗉𝖾𝗋𝖺𝖽𝗈
Cuarto, Hogwarts (curso 94-95)
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❝𝗖𝘂𝗮𝗻𝗱𝗼 𝗲𝗻𝗰𝗶𝗲𝗻𝗱𝗲𝘀 𝘂𝗻𝗮 𝘃𝗲𝗹𝗮, 𝘁𝗮𝗺𝗯𝗶𝗲́𝗻 𝗽𝗿𝗼𝘆𝗲𝗰𝘁𝗮𝘀 𝘂𝗻𝗮 𝘀𝗼𝗺𝗯𝗿𝗮❞.
Pansy Parkinson y su pandilla de chicas de Slytherin aún seguían cerca de los invernaderos una vez sonó la campana que anunciaba el final de las clases. Enllunada, quién venía de Cuidado de Criaturas Mágicas acompañada de Hermione Granger, con la que había decidido tomar ese camino para entrar al castillo, rebufó ostentosamente cuando las vio.
—No empieces ninguna pelea —La advirtió Hermione tras dejar de hablar sobre sus conflictos con Ronald y el baile de invierno al darse cuenta de los posibles alborotos que se avecinaban—. Ven, vamos por aquí.
Agarró a Enllunada por el brazo para desviarse.
—No soy yo la que empieza las peleas, Hermione Granger —replicó Enllunada, y con ello dejándose guiar por la castaña.
Ambas iban abrigadas con la capa del uniforme y envueltas en la bufanda escarlata y oro. La nieve crujía bajo sus pies, aunque por suerte había dejado de nevar y relucía el débil sol de enero. Todos los invernaderos del camino estaban cubiertos por una fina capa blanca que provocaba que los dragones y bestias que decoraban sus techos quedaran enterrados bajo formas extrañas. Las gryffindors, en lugar de girar por el corredor al aire libre directas al soportal que daba acceso al pasillo de Encantamientos, siguieron en línea recta para voltear el muro y así no tener que cruzarse con las slytherins. Pero parecía que el universo no les iba a poner tan fácil.
—¡Mirad qué asco! ¡A Patil le ha bajado la regla!
La voz impertinente de Parkinson les llegó claramente a ambas mientras Padma Patil, la chica de Ravenclaw y gemela de Parvati, trataba de pasar desapercibida mientras limpiaba las manchas de sangre de la nieve con la varita.
—¿Qué pasa? —susurró Hermione.
—Que esta chica es imbécil, eso pasa. —A grandes zancadas, Enllunada fue directa hacia las risas y las burlas.
La animadversión de las gryffindors con la slytherin era algo que venía de lejos, más por parte de Hermione que de Enllunada, pero desde que Lupin había llegado a Hogwarts el curso anterior, no existía ocasión en la que pudieran demostrar su desprecio mutuo con la novia de Draco Malfoy y la dejaran escapar.
Lo primero que vio Enllunada cuando llegó, fue a Padma roja como un tomate tratando de salir corriendo impedida por el corrillo que habían creado las slytherins.
—¡Dejadme en paz!
—¿Qué te pasa, Patil? Desde que fuiste al baile con Ron Weasley, te has acostumbrado a la suciedad...
—Te ha dicho que la dejes. ¿Además de idiota, ahora eres sorda, Parkinson? —La voz de Enllunada sonó grave, casi gutural, como siempre que trataba de advertir a sus presas cuando estaba punto de atacarlas.
Parkinson pareció sorprendida pero enseguida se recompuso:
—Hablando de suciedad... Tú y la sangre sucia no deberíais meteros donde no os llaman.
—Pues a ver si predicas con el ejemplo. A todas nos puede pasar lo mismo que Padma y no es algo que ni dé asco ni sea motivo de burla —replicó Hermione, quien había llegado a la vez que Enllunada y miraba la escena con reprobación.
—A diferencia de vosotras, entonces, que sois motivo de chiste constante.
El grupito de amigas de Parkinson rio la broma, aunque ante la presencia de ellas habían dejado de rodear a Padma Patil para ponerse al lado de Pansy como si fueran sus guardaespaldas.
—Vámonos, por favor —susurró Padma a las gryffindors.
Hermione hizo ademán de seguir a la chica de piel café, que ya se estaba encaminando hacia la entrada al castillo, pero Enllunada permanecía en el mismo lugar y clavaba una mala mirada a Parkinson:
—Pídele perdón.
—Enllunada… —La llamó Granger.
—Te llama la sangre sucia, chucho…
En un abrir y cerrar de ojos, Enllunada había desenfundado la varita y todas las slytherins salieron despedidas hacia atrás. Hermione gritó algo, pero Enllunada a penas la escuchó. Se lanzó hacia Parkinson y, sin esfuerzo debido a su fuerza licántropa, la levantó por el cuello hasta tenerla por encima de su propia cabeza.
—¡Puedo matarte cuando quiera, ¿lo entiendes?!
Aún recordaba cómo al final del curso anterior el profesor Snape se había chivado de que Remus era un hombre lobo y por ello su apa se había quedado sin trabajo. Los alumnos de la casa del profesor de Pociones lo habían propagado por toda la escuela y fue Parkinson la que lo anunció en el Gran Comedor, delante de Enllunada.
Pansy luchaba infructuosamente para no morir asfixiada a manos de Lupin. Su cara iba tomando tonos azulados. A Enllunada le daba igual que las otras estuvieran chillando, o que Hermione tratase de pararla agarrándola desde atrás para que soltara a Parkinson. Ella solo sentía ese odio interno que la acaparaba en tantas ocasiones, que la avivaba a seguir presionándole el cuello. Hasta que una fuerza invisible la separó al fin de su presa y la arrojó sobre la nieve, junto a Hermione.
Cuando se incorporó sin entender nada, giró el rostro tratando de encontrar al responsable del hechizo, y su sangre se heló cuando un Alastor Moody con cara agria, vino hacia ellas renqueando con la pierna de madera, apoyado en su bastón mágico.
—Profesor Moody —dijo Padma antes de que cualquier otra persona hablara—, Parkinson me estaba molestando y Enllunada me defendió.
El ojo mágico de Moody se clavó en Enllunada mientras el normal miraba a la ravenclaw y después a las chicas del suelo.
—¡Es una bestia peligrosa! ¡Está loca! ¡Deberían encerrarla! —Parkinson se frotaba el cuello con una mano y con la otra señalaba a la joven Lupin.
—¡Silencio! Lupin, a mi despacho.
Enllunada trató de evitar la mirada de «ya te lo advertí» de Hermione y se levantó para seguir a Ojoloco hacia el interior del castillo.
—Y ustedes dejen de armar tanto escándalo. ¡Venga, a sus casas! ¡Ahora!
Enllunada lo siguió a una distancia prudencial con la sensación de estar de camino al matadero. Se había pasado de la raya, lo sabía, y después del conflicto con el profesor Snape justo al final del curso anterior, del que se había salvado por los pelos de que no la expulsaran y por el que estaba perpetuamente castigada cada tarde en su despacho, tenía claro que Dumbledore no le iba a dejar pasar ninguna más. Y menos si era por temas de violencia.
Subieron las escaleras de caracol en dirección a la Torre de Defensa Contra las Artes Oscuras hasta llegar al tercer piso, donde se encontraba el aula 3C.
—Cierre la puerta —gruñó Ojoloco, y Enllunada obedeció de inmediato.
Pasaron en medio de los pupitres hasta el último tramo de la escalera que daba directa al despacho que anteriormente había pertenecido a Remus.
—Siéntese.
Enllunada lo hizo. El despacho estaba repleto de espejos reflectores de enemigos cuyos reflejos seguían borrosos, un gran baúl en una pared y utensilios mágicos extraños.
—¿Sabe para qué sirven? —Le preguntó Ojoloco al ver que la chica estaba absorta mirando los espejos.
—Sí, señor. Muestran el reflejo de nuestros enemigos si estos están cerca.
—¿Los había visto antes?
Enllunada asintió con la cabeza. Había escuchado que decían que Alastor Moody era el exauror más loco y paranoico que existía, pero ella sentía fascinación por él y lo consideraba una eminencia por todo lo que le habían explicado Lyall y Remus. Fascinación que aumentó cuando se convirtió en su profesor.
—Me he fijado en ti, Lupin. Eres de mis mejores alumnas, pero tienes muy mal carácter.
—¡No es mal carácter! Yo soy muy tranquila, pero Parkinson es una abuso… —Moody levantó una mano para indicar que callara.
—Eres impulsiva. Eso es bueno pero no siempre. Tendrás que trabajar en ello. —Enllunada no entendía si eso era una bronca o solo estaban charlando tranquilamente. Moody dejó el bastón encima de la mesa y apoyó la espalda en el respaldo de su sillón—. Porque quieres ser auror, ¡espero!
—Sí, profesor. ¡Me encantaría!
En solo pensar en la idea, Enllunada cambió la expresión y se emocionó. Echó el cuerpo hacia delante a penas rozando el borde de la silla y prestó atención.
—Bien. Tienes muchas cualidades para serlo. Y también para desviarte del camino. Y eso no lo queremos… ¿verdad? —desafió en un tono extraño.
—No, profesor.
—Entonces debes ser más inteligente con gente como Parkinson.
Enllunada frunció el ceño, sin entender nada.
—Eso… ¿Eso es que no estoy castigada?
—Eso es que debes ser más Slytherin en este tipo de circunstancias —sentenció Ojoloco con un aura distinta de la normal. Fue un segundo, pero a Enllunada le pareció ver algo oscuro en el ojo natural del bregado exauror, aunque desapareció tan repentinamente que la rubia no le dio más importancia, y más cuando el hombre regresó a su tono seco habitual—. Ya puedes marcharte.
—Va… vale —barbulló confundida.
Se levantó todavía sin saber si podía irse sin ninguna consecuencia, cuando la voz adusta de Moody volvió a reclamarla.
—Antes, en clase, los gemelos Weasley dijeron que sabes oclumancia. ¿Es eso cierto?
—Un poco, señor.
—Bien. Una tarde por semana practicarás conmigo.
—Después de clases estoy castigada con el profesor Snape, señor —recordó de inmediato.
—Eso no será un problema. Cierre la puerta cuando salga. Y, Lupin, que no se vuelva a repetir lo de hoy o no se salvará de la expulsión.
Completamente perpleja, Enllunada abandonó el despacho. No tenía ganas de imaginarse cómo se pondría Snape cuando Ojoloco le dijera que la iba a secuestrar de sus castigos una tarde por semana. Pero lo que sí tenía asimilado era que lo pagaría con ella en clase de Pociones. Aunque lo que la tenía más confusa era que, al parecer, en lugar de una expulsión, se había ganado una instrucción para cumplir con su sueño de ser auror.
Realmente no se lo había planteado nunca seriamente, todavía era muy joven, y en Erdély más bien siempre había odiado toda fuerza mágica del orden, por ser corruptos. Pero desde que Remus le había hablado del Cuerpo de Aurores del Ministerio de Magia del Reino Unido, había fantaseado con la idea de ser la primera auror lycan cigány de la historia.
Con aquella idea en la mente, caminó mucho más contenta y ligera hacia la sala común de Gryffindor, donde Hermione la esperaba preocupada, para, como siempre, sermonearla.
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ᵀʳᵃᵈᵘᶜᶜᶤᵒᶰᵉˢ ᵈᵉˡ ᵐᵃᵍʸᵃʳ:
Apa: padre.
Edély: Transilvania.
Cigány: zíngara.
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