28. 𝖣𝖾𝗏𝖺𝗌𝗍𝖺𝖼𝗂𝗈́𝗇
2 de mayo de 1998, Hogwarts
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❝𝗪𝗵𝗲𝗿𝗲 𝗱𝗼 𝘄𝗲 𝗴𝗼 𝘄𝗵𝗲𝗻 𝗶𝘁'𝘀 𝗮𝗹𝗹 𝗼𝘃𝗲𝗿?❞.
❝¿𝘈 𝘥𝘰́𝘯𝘥𝘦 𝘷𝘢𝘮𝘰𝘴 𝘤𝘶𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘵𝘰𝘥𝘰 𝘩𝘢 𝘵𝘦𝘳𝘮𝘪𝘯𝘢𝘥𝘰?❞.
Chocaba contra todo aquel que corría para entrar en el Gran Comedor mientras ella, como si el universo tuviera una última broma para Enllunada, iba contracorriente haciéndose paso a empujones abruptos para salir en busca de él.
Agarraba con fuerza la varita de ébano sin importarle la multitud de magulladuras, cortes y quemaduras que le cubrían buena parte del cuerpo. La adrenalina la estimulaba para seguir adelante sin sentir el dolor de la pierna o de los hechizos que había recibido durante esa larga noche. No obstante, había un sufrimiento que ni la más pura de las iras iba a diluir, y ella huía de aquel tormento.
No podía creer lo que acababa de pasar, sus ojos estuvieron largo rato asimilando que fuera real ese cadáver que yacía en el suelo del Gran Comedor, ese lugar que siempre había representado uno de los lugares más mágicos y felices de su vida.
Poco le importó que Harry se marchara o que Hermione quisiera abrazarla. Ni tan solo ver a George y Lee devastados al lado del cuerpo inerte de Fred. Permaneció delante de Remus durante una eternidad, asumiendo que verdaderamente era él, asumiendo que se había marchado al lugar donde no podía seguirle, igual que su anya, Sirius, Fred... Y Tonks.
Estaban tumbados uno al lado del otro. Al fin Tonks había encontrado a su apa, pensó Enllunada, y se quedaría con él para siempre.
Bellatrix pasó por su lado sin percatarse de su presencia y Enllunada aprovechó para lanzarle un rayo de luz verde que la bruja adulta supo esquivar con maestría. Cuando ésta la reconoció, la marabunta de combatientes las distanció y Enllunada vaciló un momento antes de emprender la marcha hacia su auténtica presa; aquel que le dijeron que había asesinado al hombre que la había amado sin condiciones ni peros desde que la conoció en Erdély.
Siguió con rumbo fijo hacia Dolohov para acallar esa rabia que la carcomía, para terminar con él de una vez por todas y hacerle pagar en propia piel todo el suplicio que había causado.
No era la primera ocasión en la que coincidían; unas impertinentes voces le repetían que si le hubiera matado esa vez en el Departamento de Misterios antes que llegaran Dumbledore y Fudge, ahora Remus estaría vivo. Pero iba a enmendar su error.
—¡Enllunada! —la voz de Kingsley se perdió como un eco lejano.
Ella seguía corriendo y saltando los escombros de los muros del castillo para llegar a la gran puerta donde ya no quedaba ni rastro de la madera de roble aparte de astillas.
Cuando los rayos del amanecer empezaron a reflejarse en sus cabellos dorados sucios de sangre y barro, la manada de Centauros estuvieron a punto de embestirla. No tuvo tiempo de darse cuenta que algo u alguien se tiró encima de ella para apartarla.
Cayó encima de un montón de piedras, arañándose la piel. Cuando vio que debajo de ella estaba el cadáver de un alumno de séptimo de Hufflepuff del cual no recordaba el nombre, quiso incorporarse, pero alguien la tenía presa; era el mismo que la había salvado.
La capa de invisibilidad le resbaló, mostrando el rostro:
—¡Por las bragas de Merlín, Harry! —por un instante se olvidó de todo, invadiéndole la euforia de saber que su mejor amigo no estaba muerto. Se ahorró las preguntas y sencillamente le besó.
Se besaron como si no estuvieran en medio de una guerra. Como si sus amigos no murieran a su alrededor. Como si por un instante, en el mundo entero solo existieran ellos dos.
Pero no.
Los centauros no eran los únicos que habían decidido unirse a la batalla y posicionarse, pues un montón de magos y brujas adultos seguían entrando al castillo pasando por su lado, para plantar cara a los seguidores de Lord Voldemort. Hasta las vocecillas de los elfos domésticos se unieron al griterío.
Y mientras tanto, allí tenía a Harry; vivo y preparado para terminar el trabajo que Dumbledore le encomendó.
—¿Voldemort...?
—Sí, creo que ha entrado con Bellatrix... —titubeó Enllunada. Le había jurado que estaría con él hasta al final y cumpliendo su promesa, la misma que le hizo al director de Hogwarts antes de morir, les había perdido a todos. «Jodido "bien mayor"»—. Harry...
Harry, ¿qué? ¿Qué es lo que quería decirle? ¿Que la guerra no terminaría con matar a Voldemort igual que la noche en la que se liberó de los Dózsa no recuperó a Joana? ¿Que la vida era un sinsentido? ¿Que lo único que quería era matar a todo mortífago que se encontrase?
No había tiempo para conversar ni para quedarse mirando aquellos ojos verdes. Menos cuando verle le provocaba asumir la pena de la que huía...
Aún tumbados en el suelo, él le agarró la mano:
—Ahora nos vemos.
—Ahora nos vemos.
Y sin saber si realmente su afirmación sería cierta, emprendió el camino hacia el patio sin pararse a ver cómo Harry desaparecía bajo la capa de invisibilidad para tomar un rumbo distinto al de ella.
Entonces, de repente, un gigante llegó al vestíbulo para destrozar lo que quedaba con un garrote de más de tres metros.
Sin demora, Enllunada apuntó a los ojos del gigante:
—¡Maldición de conjuntivitis!
La maldición acertó al objetivo. Consiguió que el gigante soltara el bastón para tratar de protegerse de ese dolor que la rubia le había provocado.
Enllunada dio un salto para eludir el garrote, corrió entre las enormes piernas que flaqueaban y esquivó los pies que amenazaban en aplastarla.
Se alejaba a la misma velocidad que el descomunal cuerpo del gigante terminaba por caer, destruyendo los pocos muros que restaban en pie.
Al llegar al gran patio, vio cómo los thestrals seguían atacando a los carroñeros que quedaban y algunos que trataban huir.
Entonces tuvo que frenar de golpe cuando una flecha le pasó, rozándole la nariz. Ésta fue directa a un seguidor de Greyback dispuesto a atacarla. Cuando se giró para ver a su salvador, se encontró al profesor Firenze.
Enllunada asintió con la cabeza en señal de agradecimiento al centauro. Él siguió combatiendo y ella no se quedó quieta.
Siguió corriendo entre el desaguisado descampado en el que se había convertido el castillo, buscando con la mirada a Dolohov. Debía estar allí. ¡Tenía que estarlo!
Se inmiscuyó en medio del barullo de carroñeros, thestrals y el par de gigantes que seguían con vida, esquivando detonaciones y maleficios, esperando que los animales de Hagrid la distinguieran del resto.
Lanzaba Desmaius a diestro y siniestro hasta que una figura negra se plantó en su camino y le lanzó una ráfaga de fuego que apenas tuvo tiempo de esquivar.
A pesar de derrapar, notó el calor del fuego en el brazo derecho con el que se cubrió la cabeza.
Siempre lenta para conjurar protecciones, como le solía amonestar Moody.
—¡Aqua Eructo!
Un chorro de agua salió de la varita de Enllunada hacia el brazo desnudo ya solo vestido con andrajos de capa inservible. De un estirón terminó por quitarse lo que quedaba, dejando a la vista una sencilla túnica roja, igual de sucia y dañada que ella.
Antes de recibir otro golpe, se incorporó; con la varita en ristre y llena de laceraciones. En ese momento se percató de quién era el oponente:
—¿Vienes a llorar la muerte del lobito de tu padre?
Dolohov.
Con cicatrices recientes en la cara y sangre en la barba negra (probablemente del duelo contra Remus), su voz le recordó irracionalmente a Sándor Dózsa, de aquel día cuando las encontró en las catacumbas, años atrás.
—¿Quieres que te mande a donde lo he mandado a él, bonita?
Aunque se burlaba, no había rastro de risa en el rostro del mortífago. Sin embargo, esa condescendencia (la misma que llevó a los Dózsa a confiarse), le hirvió la sangre más que el fuego que el mago terminaba de mandarle.
—¡Avada Kedavra!
Antonin Dolohov atrajo a uno de los thestrals con la varita, para que fuera el animal quien muriera en el acto, en vez de él.
Aquella muerte inocente la desestabilizó por un segundo. Apunto estuvo de ir hacia el cuerpo inerte de la criatura, cuando él la volvió a reclamar:
—¿Te cuento cómo suplicaba? Por eso me buscabas, ¿eh, zorra?
A medida que hablaba, la imagen de Remus muerto en el suelo del Gran Comedor regresaba a Enllunada.
—Esa escoria creía que podría vencer a un mago, ¡a un sangre pura! Los chuchos debéis saber el lugar que os corresponde.
La mano izquierda de Enllunada sangraba de cómo de fuerte sus uñas se clavaban en la palma para agarrar la varita. Los ojos azules se oscurecieron mientras ese ser seguía parloteando. Aquella ira que albergaba dentro y que tanto luchaba a diario para exterminar, se volvió a apoderar de todos sus sentidos con una fuerza desmesurada y, esa vez, no pensaba retenerla.
Toda la bilis se esparcía por su cuerpo a la par que se concentraba para decir aquella maldición que no había probado aún.
Canalizaba el odio hacia la varita mientras podía oler el aroma de Remus u oír aquella risa tímida tan distinta a la de ella.
Ejecutó el movimiento de varita mientras usaba un Expellus no verbal. El haz de luz escarlata fue directo hacia Dolohov con la clara intención de desvanecerle un único órgano. El mayor de todos: la piel.
El mortífago se sorprendió, pero pareció que distinguía el hechizo:
—¡Protego Horribilis!
Quizás no había funcionado pero desde ese momento, el mortífago perdió las ganas de seguir charlando.
Enllunada empezó a mover la varita a una velocidad descomunal, mandando los peores maleficios que sabía y algunos que ni siquiera recordaba haber aprendido. Sin embargo, Dolohov los evitaba y contraatacaba con mucha más violencia.
Si su apa no había podido vencerlo, ¿qué le hacía pensar que ella sí? Eso le había dicho Lee antes que ella decidiera ir en busca de Dolohov.
Era mayor que ella, sabía mucha más magia y era un jodido mortífago. Pero a Enllunada le daba igual tener solo diecisiete años y no haber terminado el colegio. Ya nada tenía importancia; vivir o morir, lo que estaba bien y lo que no, saber que Remus no hubiera querido que ella siguiera matando a la vez que la habría entendido.
En ese momento solo tenía lugar esa rabia que le oscurecía los ojos y el alma. Ese odio que dictaminaba sus acciones, esa parte de ella que era tan legítima y suya como las demás.
Dolohov le mandó una lluvia de piedras y ella saltó hacia atrás de las casi inexistentes arcadas que rodeaban el lugar. Resoplando, Enllunada se apoyó de espaldas en una columna y enseguida se abalanzó para lanzarle otro maleficio, pero Dolohov ya no estaba allí.
Cuando se dio cuenta que había aparecido a su izquierda, fue demasiado tarde, pues el rayo de luz le acertó en el pecho. Un dolor horrible se le extendió por el cuerpo, haciéndola caer al suelo.
Aunque el suplicio era insoportable, se negó a complacerle brindándole muestras del tormento que padecía. Había aprendido aquello muchos años atrás.
Apretó los labios, haciendo un esfuerzo sobrehumano para no chillar. Luchaba contra las convulsiones que sufría su cuerpo, intentando que no se le escapara la varita de entre los dedos de la mano izquierda. Era igual a cuando tan solo era una cría y era Tivadar quien la torturaba...
A su alrededor seguían las explosiones. Oía los lamentos, los gritos... la risa de Dolohov ante sus esfuerzos...
Un rayo de fuego cruzó el cielo, recordándole a Fawkes, y aquello extrañamente le reconfortó el corazón. Le volvieron las caras de Fred y Sirius antes de morir, con una sonrisa congelada en ambos rostros, una sonrisa para el resto de la eternidad. Pensó en Moody, en el pequeño Dobby que se sacrificó por ellos, en las veces que la habían liado con Tonks, en esa extraña sensación que le causaba Snape... Pensó en su anya y en lo desgraciada que se sentía; pues ¿de que le había servido luchar en contra de Voldemort si no había podido salvarles?
Entonces volvió a tener la imagen de Remus, muerto, inerte, nítidamente en la retina.
La ira volvió a desfigurarle las facciones del rostro. Con un movimiento seco levantó la varita a la vez que chilló:
—¡Sectumsempra!
Dolohov salió desprendido con un millar de cortes profundos en su cuerpo. Enllunada se levantó con esfuerzo y se aproximó a él.
Con determinación, a pesar de los jadeos, con cada gesto que realizaba con la varita, mandaba al mortífago a estrellarse contra algo, hasta que la varita del hombre salió volando por los aires.
Dolohov empezó a arrastrarse por el suelo para alcanzarla mientras Enllunada se colocaba justo a su espalda, observándolo con sumo desprecio:
—Eso es lo que has sido siempre —susurró entrecortadamente Lupin—: un puto gusano.
Dolohov llegó a alcanzar su propia arma y se giró rápidamente hacia Enllunada.
El rayo de luz verde fue directo hacia la rubia, quien esquivó el maleficio de la muerte por muy poco y se tiró sobre él.
No teniendo suficiente con la varita, empezó a pegarle puñetazos en la cabeza.
Para nada controló su fuerza licántropa como solía hacer. Sus puños de acero rompieron la mandíbula al mago con un ruido horrible.
Era tan fácil destrozarle el cráneo...
Pero Dolohov le propinó una patada que la dejó sin aire. El mortífago aprovechó la ocasión para agarrarla por el cuello y empezar a ahogarla.
Enllunada no podía respirar. El oxígeno no llegaba a su cerebro. La cara se le estaba poniendo roja. Los ojos le salían de las órbitas. Intentaba sobrevivir con bocanadas de aire pero el brazo del mortífago impedía que le llegaran al organismo.
Le estaba presionando la arteria carótida y Enllunada notó que perdía el conocimiento. Desesperada, le arañó los ojos con fuerza, y Dolohov chilló, disminuyendo la fuerza de su presa.
Entonces, Lupin se dejó llevar por sus sentidos lobunos para clavarle los dientes en el brazo con el que la agarraba.
Apretó los colmillos en aquella carne agria, tanto como antaño, y tiró.
—HIJA DE PUTA.
En su boca podía notar el trozo de ropa, carne y la sangre de Dolohov inundándole el paladar.
Mientras éste seguía en el suelo chillando desollado, Enllunada se levantó y escupió lo que le había arrancado.
Aún con la respiración entrecortada, empuñó la varita como si fuera un cuchillo y con un grito de furia volvió a arrojarse sobre su oponente.
Cada vez que le embestía, un humo negro se esparcía encima del cuerpo de Dolohov mientras la sangre iba salpicando la cara de Enllunada:
—¡Muere! ¡Muere! ¡Muere! —decía Lupin con cada puñalada.
Hasta que Dolohov se dejó de mover y el llanto se apoderó de ella.
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***En los libros, nadie espera que Tonks entre en batalla, sin embargo deja a Teddy (de meses) con su madre Andrómeda y llega a Hogwarts por el pasillo que comunica La Cabeza de Puerco con la Sala de la Necesidad. Entonces empieza a buscar a Remus, y es Aberforth quien le informa que le vio batallando contra Dolohov.
De allí Tonks se va corriendo dejando al trio de oro (que quería buscar la diadema de Ravenclaw) y a Ginny, solos. Nada más se sabe de ella hasta que Harry ve su cadáver al lado de Remus en el Gran Comedor. Es por eso que Enllunada piensa que al fin Tonks había encontrado a su apa y se quedaría con él para siempre.
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