24. 𝖠𝗇𝗀𝗁𝖾𝗇𝖿𝗂𝗅
1971, en algún lugar de Gales
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❝𝗗𝗲𝘀𝗮𝗹𝗺𝗮𝗱𝗼𝘀, 𝗺𝗮𝗹𝘃𝗮𝗱𝗼𝘀, 𝘀𝗲𝗿𝗲𝘀 𝗾𝘂𝗲 𝗹𝗼 𝘂́𝗻𝗶𝗰𝗼 𝗾𝘂𝗲 𝗺𝗲𝗿𝗲𝗰𝗲𝗻 𝗲𝘀 𝗹𝗮 𝗺𝘂𝗲𝗿𝘁𝗲❞.
Remus espiaba a hurtadillas por la ventana de su habitación. La lluvia golpeaba el vidrio en aquella mañana helada de Gales y a duras penas dejaba ver los árboles que rodeaban la vieja casa que habían alquilado los Lupin. Sin embargo, Remus estaba de rodillas encima del baúl donde guardaba los juguetes para tratar de ver al recién llegado que acababa de llamar al timbre.
Sus padres se habían alarmado mucho porque no era normal tener visitas; de hecho, Remus, a sus once años, no recordaba haber recibido nunca a nadie. En un ambiente cada vez más tenebroso a causa de la ascendente magia negra que reinaba en la población, los Lupin debían mantenerse alejados de la comunidad mágica por la propia seguridad de Remus, o eso decía siempre Lyall; no creía que les dejaran tener libre a un niño cuya naturaleza cada año era más y más peligrosa.
Por eso, cuando los hechizos protectores les habían alertado de que un mago había aparecido al límite de su domicilio, Hope, la madre de Remus, le había dicho que fuera a la habitación y él había obedecido de inmediato.
El hombre en cuestión era alto, y aunque las tejas de la puerta principal le escondían el rostro, Remus reconoció aquel cabello largo y blanco de los libros de historia que tanto le gustaba leer con su madre. Ella era muggle y le encantaba descubrir el mundo de su hijo y marido al mismo tiempo que su pequeño «Pumpkin».
Remus era consciente de que sus padres se desvivían para hacerle sentir amado y aunque a menudo debían mudarse de domicilio, su madre Hope siempre se esforzaba por crear un hogar acogedor y dedicaba tiempo a pintar la habitación de Remus junto a él. Una vez pintaron planetas, otro un campo de quidditch y escobas de competición, en una ocasión se esforzaron en dibujar un hipogrifo del que Lyall se estuvo riendo durante semanas... Remus también creía que les había quedado horrible pero, para él, aquellas horas tiernas en familia donde podía olvidar el dolor de las transformaciones, era lo más valioso que tenía.
Cuando la ropa aterciopelada de color burdeos del visitante inesperado se perdió de la vista del pequeño Remus, éste no podía creer que el mago más grande de todos los tiempos hubiera entrado en su casa. ¡La de cromos de las ranas de chocolate que tenía de él! Como no tenía contacto con otros niños no podía intercambiarlos con nadie, pero podía presumir de tener más de veinte directores de Hogwarts, aunque éste nunca se quedaba demasiado tiempo dentro de los cromos; era bien sabido por todo el mundo que Albus Dumbledore era un hombre ocupado.
Remus corrió rápidamente hasta la puerta y la entreabrió un par de centímetros para poder escuchar las voces que le llegaban de la sala de estar. No conseguía distinguir de lo que hablaban, pero no se atrevía a abrir más por miedo a que le descubrieran fisgoneando. Sin embargo, después de lo que se le antojó una eternidad, una voz nítidamente clara se dirigió a él:
—Remus, tesoro, hay alguien que ha venido a verte —dijo la voz dulce de su madre desde abajo de las escaleras.
A Remus primero le sorprendió que le hablase en inglés y no en galés como siempre, ¿sería por el invitado? ¡No podía creerlo! ¿El profesor Dumbledore en persona había venido a visitarle? No entendía qué pasaba; hacía tiempo que su padre le dijo que no podría ir a Hogwarts y que había decidido enseñarle en casa...
Con un nudo en la garganta y lleno de emoción, salió de la habitación y bajó las escaleras. Allí, sentado en la butaca junto al fuego de la chimenea, estaba Dumbledore. Con su cabello y larga barba blanca le sonreía con mirada amable por encima de las gafas en forma de media luna.
Sus padres seguían algo inquietos mientras Remus se adentraba en la pequeña sala de techo bajo y paredes de color verde azulado.
—Tú debes ser Remus —constató afablemente Dumbledore.
—Sí, señor —contestó mientras intentaba esconder las manos llenas de tiritas que cubrían los cortes de la última luna llena.
—El profesor Dumbledore ha venido para conocerte —anunció Lyall sentado en el sofá pasado de moda que ocupaba gran parte de la estancia.
Remus miró a su madre, que le agarraba por los hombros y le observaba con una expresión algo indescifrable para Remus; se la veía feliz pero parecía que se aguantaba las ganas de llorar.
—Tus padres han tenido la gran amabilidad de contarme que te gusta mucho leer y jugar a los gobstones. —Remus asintió con la cabeza—. Acostumbro a llevar los míos a donde voy —añadió Dumbledore mientras buscaba en uno de sus bolsillos—, pero creo que desgraciadamente me lo he dejado en Hogwarts.
—¡Yo tengo uno, profesor! —exclamó Remus contento de poder ofrecer algo al mago.
—Ya me lo suponía. Aunque debo admitir que estoy algo oxidado; no sé por qué el resto del profesorado cree que ya soy demasiado mayor para esto. Yo siempre debo recordarles que es un deporte nacional —prosiguió Dumbledore, haciendo reír a Remus.
—Gales ganó contra Hungría en una final —recordó el niño. Agarró los gobstones del interior de la cómoda del pasillo y se sentó en la moqueta a los pies de Dumbledore.
—Nosotros vamos a hacer chocolate caliente —dijo Hope y le hizo un gesto a su marido para que le acompañase—. ¿Le gusta el chocolate, profesor Dumbledore?
—Me atrevería a decir que me encanta, querida. Sois muy amable.
Mientras Remus preparaba el tablero y repartía los gobstones, sus padres desaparecieron hacia la cocina.
Dumbledore se arrodilló en el suelo junto a Remus y ambos estuvieron jugando, hablando y riendo de forma lúdica un buen rato. Enseguida Remus se olvidó que el mago era una eminencia por la proximidad y cariño con el que el director le trataba. Sobre todo los comentarios que decía cada vez que Remus le ganaba en algún movimiento. Era como si Dumbledore hubiese sido parte de la familia desde siempre.
—Dime, Remus: ¿te gustaría asistir a Hogwarts? —le preguntó el profesor como si nada, cuando uno de los gobstones entró dentro del círculo.
En aquel momento Remus abandonó completamente la jugada y miró con los ojos brillantes al experimentado mago.
—¿De verdad? ¿Puedo ir? —preguntó emocionado.
—¡Por supuesto! ¿Por qué no debería admitirte?
—Pues porque... porque... —La alegría de Remus fue apagándose hasta convertir la voz en un susurro y ensombrecer el rostro—. No creo que sea buena idea tenerme en su colegio, profesor. —Instintivamente se miró las manos y empezó a arañar una tirita deshilachada.
No se atrevía a revelar el verdadero motivo por el cual no podía ir a Hogwarts. Tenía miedo de meter a sus padres en problemas o que el profesor Dumbledore dejase de tratarlo con esa afabilidad para tenerle miedo.
—¿Por qué lo crees?
Aunque Dumbledore no había perdido la sonrisa en ningún momento y siguió jugando, Remus notó que aquellos ojos azules le escrutaban desde cerca.
—Porque soy diferente... soy... anghenfil —añadió casi inaudiblemente en su lengua materna.
Remus tenía asumido que no podía ir a Hogwarts, que era demasiado peligroso para el resto de niñas y niños. ¿Quién querría ser amigo de alguien como él?
—¿Un monstruo? -preguntó Dumbledore, buscando por la habitación con la mirada—. ¿Dónde hay un monstruo? Yo no veo ninguno.
—No, señor. ¡Yo soy el monstruo! —aclaró sonrojado—. ¡Soy un hombre lobo! —admitió con la respiración acelerada.
—Oh, ya veo —dijo Dumbledore con el gobstone ya olvidado en el suelo—. Déjame que te diga algo: ahora mismo, delante de mí, lo único que puedo ver es a Remus Lupin, un joven mago que no puede esperar por probar su valía. —Dumbledore clavó sus ojos azules con intensidad en los dorados del pequeño—. Así que déjame volver a preguntarte: Remus, ¿te gustaría asistir a Hogwarts?
La alegría que invadió el corazón de ese niño amable y cariñoso fue tan intensa que no pudo reprimir las lágrimas cuando respondió:
—¡Sí!
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ᵀʳᵃᵈᵘᶜᶜᶤᵒᶰᵉˢ ᵈᵉˡ ᵍᵃᵉ́ˡⁱᶜᵒ:
Anghenfil: un monstruo.
***Soy de la opinión que el profesor Dumbledore habría mantenido toda la conversación en galés por respeto a la familia ya que él además habla como unos quince idiomas. Sin embargo, pensé que sería fatigante para el/la lector@ tener que estar leyendo las traducciones de todos los diálogos. Y si no opté por la opción de escribir en castellano dando a entender que era galés ha sido porque quería jugar con la palabra que da título al capítulo, visibilizando la lengua.
Los Lupin son canónicamente galeses y por ello en mi fanfic hablan dicha lengua. Para desgracia de mi Lyall, después de asistir a Hogwarts, Remus dejó de hablarlo para responder siempre en inglés en casa, algo que a Hope y Lyall (militantes de la causa galesa) les hizo mucho daño. No obstante, Enllunada lo aprendió enseguida, algo que la unió más a su 'nagyapa'.
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