23. 𝖡𝖺𝗃𝗈 𝗅𝖺𝗌 𝖾𝗌𝗍𝗋𝖾𝗅𝗅𝖺𝗌
Final de quinto, Hogwarts (curso 95-96)
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❝𝗛𝗶 𝗵𝗮 𝘂𝗻 𝗵𝗼𝗺𝗲 𝗾𝘂𝗲 𝗮𝗿𝗮 𝗲𝘀𝘁𝗲́𝗻 𝗹𝗲𝘀 𝗮𝗹𝗲𝘀, 𝘂𝗻 𝗵𝗼𝗺𝗲 𝗾𝘂𝗲 𝗵𝗮 𝘁𝗼𝗰𝗮𝘁 𝗲𝗹 𝗰𝗲𝗹. 𝗡𝗼 𝘁𝗼𝗿𝗻𝗮𝗿𝗮̀ 𝗺𝗮𝗶 𝗺𝗲́𝘀 𝗮 𝗰𝗮𝘀𝗮. 𝗛𝗶 𝗵𝗮 𝗮𝗹𝗴𝘂́ 𝗾𝘂𝗲 𝗷𝗮 𝗵𝗮 𝗽𝗮𝗴𝗮𝘁 𝗲𝗹 𝗽𝗿𝗲𝘂❞.
❝𝘏𝘢𝘺 𝘶𝘯 𝘩𝘰𝘮𝘣𝘳𝘦 𝘲𝘶𝘦 𝘢𝘩𝘰𝘳𝘢 𝘦𝘹𝘵𝘪𝘦𝘯𝘥𝘦 𝘭𝘢𝘴 𝘢𝘭𝘢𝘴, 𝘶𝘯 𝘩𝘰𝘮𝘣𝘳𝘦 𝘲𝘶𝘦 𝘩𝘢 𝘵𝘰𝘤𝘢𝘥𝘰 𝘦𝘭 𝘤𝘪𝘦𝘭𝘰. 𝘕𝘰 𝘷𝘰𝘭𝘷𝘦𝘳𝘢́ 𝘯𝘶𝘯𝘤𝘢 𝘮𝘢́𝘴 𝘢 𝘤𝘢𝘴𝘢. 𝘏𝘢𝘺 𝘢𝘭𝘨𝘶𝘪𝘦𝘯 𝘲𝘶𝘦 𝘺𝘢 𝘩𝘢 𝘱𝘢𝘨𝘢𝘥𝘰 𝘦𝘭 𝘱𝘳𝘦𝘤𝘪𝘰❞.
Quedaban pocos días para terminar el curso. Por una parte Enllunada tenía muchísimas ganas de volver a estar con su apa y nagyapa, pero por la otra sabía que entonces no podría seguir eludiendo la pena como había estado haciendo toda aquella semana.
Cada día trataba de estar ocupada. Ahora que habían terminado los exámenes y ya no tenían clases, la mayor parte del tiempo iba a la enfermería donde Ron y Hermione seguían ingresados. Solían reunirse con Luna, Neville, Ginny y Harry, y aunque el nombre de Sirius siempre flotaba en el aire, se las apañaba bastante bien redirigiendo las conversaciones al tema principal de Voldemort. Aparte, a diferencia de Hermione, descubrió que Ginny no intentaba obligarla a hablar sobre lo que sentía y respetaba su espacio, así que durante las horas junto a la pelirroja podía reír y frivolizar sin problema. Fue a raíz del Ejército de Dumbledore que empezó a tratar más con Ginny y desde lo del Departamento de Misterios, que habían compartido más ratos juntas cuando la rubia no estaba con Lee.
El muchacho trató de disculparse con Enllunada de mil maneras distintas por no haber estado con ella cuando el galeón que había hechizado Hermione para el ED, les avisó que los necesitaban para una misión de rescate. Enllunada no estaba enfadada con Lee; había ido todo tan rápido (el aviso, la detención por parte de Umbridge y la Patrulla Inquisitorial y la consiguiente huida hacia Londres), que cuando se vio inmiscuida en pleno follón no tuvo tiempo de ir a por él. Apenas de coger un thestral y salir volando como snitch hacia el Ministerio de Magia.
Aquello le hizo comprobar por enésima vez que la comunicación en situaciones extremas era fundamental. No podía fiarse ni de objetos o lechuzas cuando la supervivencia apremiaba, por ello decidió que le pediría ese verano a Remus o a Moody que la enseñasen, no solo a dominar el conjuro del Patronus, sino a hacerlo hablar. Era absurdo que supiese producir un Crucio y que el maldito Patronus siguiera sin ser nada más que una tenue luz sin forma.
Así que en aquella semana extraña en la que esperaba el día para volver a coger el Hogwarts Express, a ratos agradecía los interrogatorios de Lee sobre lo que había pasado aquella fatídica noche y en otras disfrutaba de perder el tiempo con cosas estúpidas a su lado, sin pensar ni recordar.
Mientras Harry huía de todo el colegio y sus novedosas muestras de apoyo ahora que ya era oficial el regreso de Lord Voldemort, a ella le gustaba ser el centro de preguntas por parte de los que se armaban de valor o temeridad. Igual que todos aquellos susurros que despertaba la historia de que había plantado cara a El-que-no-debe-ser-nombrado y a doce mortífagos adultos. Cuanto más comentaba la gente, más épico se convertía lo ocurrido y más le alimentaba el ego o le causaba risa, pues escuchó de pasada que Ernie Macmillan le contaba a un Hufflepuff de segundo cómo ella había luchado contra Voldemort montada en un fénix y otras cosas descabelladas. Algo a lo que Lee participaba encantado.
Todo aquello la tenía distraída en las horas diurnas, no obstante, durante las nocturnas era cuando lo llevaba peor. El silencio la mataba y tenía pánico a dormirse. En esas ocasiones era cuando más echaba de menos a los gemelos, pues ya no podía ir a su habitación a hurtadillas para armar alguna fiesta. Lee había insistido un par de veces, pero ella no tenía ganas de tener ningún malentendido que solo complicase la situación.
Por eso aquella noche de domingo se había ahorrado las vueltas en la cama, por la Sala Común, por el baño, los intentos infructuosos de deambular por los pasillos vacíos, las horas resolviendo problemas de Aritmancia y las lecturas de novelas que la tenían en vela hasta que se dormía por puro cansancio. Después de cenar, antes del toque de queda en la que tenía que poner rumbo a la Sala Común, en lugar de dirigirse hacia su dormitorio se había escapado a los jardines de Hogwarts.
No era la primera vez que lo hacía, aunque todas y cada una de las veces que había conseguido largarse de noche sin ser vista, le había ido de un pelo. El más fácil de burlar era Filch; como la Señora Norris olía su licantropía, le tenía miedo y la dejaba en paz.
Caminó largo rato entre los árboles del bosque prohibido con dirección a la orilla del lago más alejada del castillo. No se cruzó con nada ni con nadie y no supo si sentirse agradecida: un encuentro con alguna criatura peligrosa le habría venido bien.
El viento ondeaba la melena dorada de Enllunada suavemente al son de la capa del uniforme. El olor a tierra, hojas y hierba la relajaba mientras reseguía el lago desde la privacidad que le ofrecían las altos troncos de los abetos y robles.
Aquella vez no se había cambiado de ropa ni se había maquillado los ojos, pues tampoco iba a tratar de llegar al campamento del 'Gallo', un viejo cigány irlandés que vivía en una caravana destartalada, al que cualquiera que buscara sustancias ilegales podía recurrir. Ni siquiera sabía si seguía acampado ilegalmente cerca de Hogsmeade o los del pueblo ya habían conseguido echarle también de allí.
Enllunada llegó al final a su destino y sacó de la mochila un par de mantas, una que colocó en el suelo cerca de la orilla del agua para estirarse encima y la otra con la que se cubrió las piernas. A ese rincón iba a menudo cuando quería estar tranquila o cuando echaba de menos a su anya. Lo había descubierto por pura casualidad una noche de luna llena y desde entonces se convirtió en uno de sus rincones favoritos.
Llevaba horas tumbada mirando las estrellas y bebiendo a morro de la botella de firewhisky que los gemelos habían conseguido del Gallo y le habían dejado a ella como recuerdo el día que se fueron de Hogwarts, cuando escuchó unas inequívocas pisadas que se acercaban. Aunque le había olido bastante antes:
—Hola, Harry.
Desde el duro suelo levantó la barbilla para mirar hacia atrás y allí donde no había absolutamente nadie, de repente Harry se quitó la capa de invisibilidad. Aún con una mano en la botella y viéndolo del revés, Enllunada le dedicó una sonrisa mientras le señalaba que se sentara a su lado dando golpes encima de la manta.
—No esperaba encontrarte aquí —dijo Harry mientras le hacía caso—. ¿Cómo has sabido que era yo?
—Por el olor —respondió como toda explicación—. ¿Quieres?
Harry se quedó mirando la botella durante un segundo antes de cogerla y dar un sorbo. Enseguida tosió y escupió un poco encima de los pantalones, cosa que hizo reír a Enllunada más de lo normal.
—El nombre le hace justicia, ¿eh?
Estuvieron un rato en silencio en el que compartieron el alcohol con Harry sentado mirando al lago y Enllunada con la vista fija en el cielo. Podían escuchar los búhos a lo lejos, las copas de los árboles danzar con la suave brisa del viento y el calamar gigante chapoteando no muy lejos de allí. Hasta que al fin Harry desvió la atención a Enllunada.
—Estaba mirando su constelación —musitó la licántropa e hizo un gesto con la mano libre señalando el espacio.
Harry se estiró a su lado para ver también la multitud de estrellas que les iluminaban.
—¿Dónde está?
—Aquella —respondió Enllunada, haciendo un ángulo con la mano para marcarle el sitio exacto donde estaba la de Sirius—. Mi anya... madre me contaba un cuento de pequeña. —En sus ojos azules se reflejaba el cielo estrellado—. Decía que la Luna era el faro que guiaba el alma de los muertos hasta el cielo y que, una vez allí, se convertían en la infinidad de constelaciones que conforman nuestro firmamento. Según su historia, seguían brillando mientras los seres queridos que les quedaban en la Tierra les recordasen. Que así no morían del todo. Decía que con su luz nos iluminan en los momentos de oscuridad, hasta que nos reunimos otra vez con ellos.
Quedó absorta mirando el cielo hasta que no pudo evitar volver a sonreír.
—Es una tontería...
Cuando giró la cabeza hacia Harry, se dio cuenta que él también había dejado de observar el cielo para mirarla a ella.
—No lo es —dijo Harry con los ojos húmedos.
Enllunada dejó la botella olvidada entre las piedras, para girarse y quedar tumbada sobre su lado derecho cara a Harry. Le secó una lágrima escurridiza de la mejilla.
—Tengo que matar a Voldemort —espetó el chico de repente.
Por fin había dicho, pensó Enllunada, aquello que hacía días que le fustigaba.
—Tenemos —le corrigió—, y lo haremos.
Una sonrisa amarga afloró en los labios de Harry y sin que Enllunada lo esperara, se inclinó hacia ella y la besó en los labios.
Fue un beso dulce y sencillo, sin pretensiones. Dejada atrás la sorpresa inicial, Enllunada le correspondió con un poco más de afán y experiencia.
Los labios de uno degustaban los contrarios a medida que la respiración se descompasaba. Enllunada notó que la pulsación de Harry aumentaba igual que la suya a medida que el ritmo tranquilo de los besos ella los convertía en un ansia, una necesidad.
Al cabo de un rato no tuvo suficiente tan solo con aquello y las caricias que él le profesaba en la espalda y muslos, así que siguió tomando las riendas: las manos de Harry se dejaron guiar por las de Enllunada en la exploración total del cuerpo. La ropa estorbaba y la vergüenza brillaba por su ausencia.
La piel de Enllunada se estremecía bajo cada roce, alguno más torpe que otro. Olvidadas quedaron las varitas y las preocupaciones mientras el hambre nacía dentro de ellos.
Durante aquella noche se entregaron sin reservas el uno al otro de una distinta manera. Decidieron cómo amarse y hasta qué punto. Compartieron una nueva magia y Hogwarts fue testigo de ello.
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ᵀʳᵃᵈᵘᶜᶜᶤᵒᶰᵉˢ ᵈᵉˡ ᵐᵃᵍʸᵃʳ:
Apa: padre.
Nagyapa: abuelo.
Cigány: gitano.
Anya: madre.
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