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22. 𝖬𝖺𝗅𝖺𝗆𝖾𝗇𝗍𝖾

Quinto, Departamento de Misterios (Curso 95-96)

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❝𝗦𝘂𝗲𝗻̃𝗼 𝗾𝘂𝗲 𝗲𝘀𝘁𝗼𝘆 𝗮𝗻𝗱𝗮𝗻𝗱𝗼 𝗽𝗼𝗿 𝘂𝗻 𝗽𝘂𝗲𝗻𝘁𝗲 𝘆 𝗾𝘂𝗲 𝗹𝗮 𝗮𝗰𝗲𝗿𝗮, 𝗰𝘂𝗮𝗻𝘁𝗼 𝗺𝗮́𝘀 𝗾𝘂𝗶𝗲𝗿𝗼 𝗰𝗿𝘂𝘇𝗮𝗿𝗹𝗼, 𝗺𝗮́𝘀 𝘀𝗲 𝗺𝘂𝗲𝘃𝗲 𝘆 𝘁𝗮𝗺𝗯𝗮𝗹𝗲𝗮❞.

—¿Cómo estás, Harry? —preguntó Dumbledore.

La estatua que le protegía había quedado destruida en el suelo desde que Lord Voldemort había poseído el cuerpo de Harry. El director de Hogwarts se había agachado al lado del gryffindor para comprobar que estuviera bien, después de haber liberado a Enllunada una vez que Voldemort ya hubo desaparecido del Ministerio de Magia llevándose a Bellatrix consigo.

Enllunada, que se había agachado junto al director de Hogwarts, le dio a Harry las gafas que se le habían caído y le ayudó a incorporarse. Cuando lo tuvo cerca se percató que su amigo aún temblaba.

Enllunada no entendía lo que había pasado. Voldemort poseyó a Harry, pero antes siquiera que Dumbledore hiciese ningún hechizo, Voldemort liberó a Harry, sin más.

De la hilera de chimeneas de ambos laterales no paraban de aparecerse magos y brujas que exclamaban por haber visto a Voldemort desaparecer delante de sus narices.

—Enllunada —habló Dumbledore con voz tierna—, avisa a tu padre y al resto que bajaremos con Cornelius.

Enllunada asintió con la cabeza y agarró a Harry de la mano. Él iba a seguirla, pero Dumbledore se lo impidió sujetándolo por el hombro:

—No. Necesito hablar contigo, Harry.

Harry estaba completamente abatido, y Enllunada puso cara contrariada. Antes que pudiera replicar, Dumbledore le destinó una mirada profunda, cansada. Ella dudó un instante para luego darle un beso a Harry en la mejilla y, con gran pesar, alejarse de su lado.

A paso ágil se escabulló hacia los ascensores, dejando atrás los gritos de terror y asombro de aquellos funcionarios que iban llegando al atrio. Una vez sola dentro de uno de los ascensores, el silencio y la quietud le molestaron más que el chirriante sonido del elevador mágico. El silencio le dejaba pensar y no quería.

«¡He matado a Sirius Black!»

Le volvió a hervir la sangre. Se recriminaba no haber matado a Bellatrix Lestrange cuando tuvo la oportunidad. Estaba convencida que Voldemort le haría pagar la decepción de aquella noche, pero para Enllunada no eran suficiente las especulaciones. Igual que había conjurado un Crucio con eficacia, fue testigo de que también había podido lograr la peor maldición de todas...

Recordaba que en cuarto, el falso Moody les había explicado que ni entre todos los de la clase conseguirían hacerle sangrar la nariz con un Avada Kedavra, no obstante, aquella noche había conseguido conjurarlo. ¿Habría sido capaz de matar a nadie de haber impactado? ¿Por qué Dumbledore le había impedido intentar matar a Voldemort? Y lo más perturbador, ¿por qué le resultaban fácil las maldiciones imperdonables si nunca las había practicado?

Cuando el ascensor paró, la voz neutra de mujer dijo «Departamento de Misterios» y la reja se abrió. Justo delante volvía a tener el largo pasillo de baldosas negras, pero esta vez estaba sola y tenía la certeza de que no podría rescatar a Sirius.

Entró en la sala circular que volvió a girar provocándole mareo debido al golpe en la cabeza. Se tambaleó y cerró los ojos para no caerse. Cuando al fin la pared se quedó quieta, escuchó voces al otro lado de una de las puertas y la abrió. Era la Cámara de los Cerebros. Antes de que tuviera tiempo de ver quién seguía todavía allí, Remus se abalanzó sobre ella y la abrazó.

—¡No vuelvas a hacerme esto nunca más! —Le temblaba la voz. Acarició la cabeza de Enllunada y al besarle en la sien, se dio cuenta de que se había manchado la mano de sangre ya seca—. ¿Qué ha pasado?

—Ha venido Voldemort y se la ha llevado —respondió enigmáticamente—. Dumbledore nos ha protegido. Harry está con él. Escúchame —se apresuró, bajando la voz antes de que empezaran las preguntas—. ¿Dónde están?

—Aquí. —Señaló con la cabeza detrás de él—. Debemos llevar a Ron y Hermione a...

—No. Ellos no... los mortífagos.

-—Cariño... —Remus vaciló. Enllunada sabía que la había entendido. Su apa siempre la comprendía—. Los van a llevar a...

—¿Adónde? ¡¿Azkaban?! —le cortó—. Sabes que van a volver a escaparse. Debemos hacerlo, están a punto de bajar.

Remus meditó un momento. Enllunada no tenía ni idea de lo que estaba pasando por la cabeza de su apa en aquel momento, pero a la de ella solo le venía la noche de luna llena en la que consiguió liberarse de los Dózsa.

—Dumbledore lo sabrá y... —Remus arrastraba las palabras, externalizando sus dudas internas.

Antes que Enllunada pudiera insistir, un fuerte ruido que venía de la Cámara de la Muerte les interrumpió. Cuando Enllunada miró hacia el otro lado de la habitación se dio cuenta que sus amigos les observaban en silencio.

Hermione y Ron estaban tumbados en camillas que flotaban en el aire; Ron seguía riendo flojito como un estúpido y Hermione seguía inconsciente. Luna, todavía muy pálida, se apoyaba en Neville, y Ginny ya podía tenerse en pie gracias a unas vendas mágicas en el tobillo.

Enllunada se sintió mal consigo misma. En todo aquel rato no se había preocupado en absoluto de ellos, solo se había dejado llevar por la rabia.

—¿Estáis bien? —preguntó Enllunada después de terminar el abrazo con Remus. Aunque Luna asintió con la cabeza, no pudo evitar mirar a Hermione y Ron.

—Tranquia, eztaremos todoz bien —dijo Neville aún con la boca pastosa de sangre.

—Vigílales, Neville —pidió Remus antes de ir a ver al responsable del estruendo.

Enllunada fue con él y Ginny les acompañó. Cuando entraron pudieron ver cómo los mortífagos seguían atados en el centro de la cámara y Kingsley había hecho aparecer una mordaza para tapar la boca a uno de ellos.

En medio de la gradería, Ojoloco estaba recitando una larga letanía mientras pasaba la varita por encima de la cara de una Tonks que seguía inconsciente.

—Va a despertar, ¿verdad? —preguntó Ginny con un hilo de voz.

Moody asintió mientras seguía con el hechizo. Enllunada sabía lo que Remus sentía por su amiga metamorfomaga y le agarró la mano para intentar reconfortarle. Su apa pretendía aparentar serenidad, pero ella era capaz de entrever que el semblante le delataba.

—¿Dónde está Dumbledore? —quiso informarse Kingsley cuando se dio cuenta de la presencia de Enllunada.

—Bajará con Fudge y los aurores.

—¿El Ministro no ha intentado volver a detenerle?

—No, creo que ha visto a Voldemort —aclaró Enllunada.

Un alboroto recorrió el pelotón de detenidos.

—¿Se ha atrevido a venir? —preguntó Kingsley perplejo.

—Sí, y se ha llevado a Bellatrix con él —dijo Enllunada con voz lúgubre.

Dolohov empezó a reír de forma cruel. Esa risa le molestó igual o más que la de Bellatrix después de haber vencido a Sirius. Enllunada se giró lentamente para encarar a ese mortífago que llevaba toda la noche interponiéndose en su camino.

—¿Acaso realmente pensabas que ibas a atraparla? —Quién habló no fue Dolohov, sino uno de los mortífagos sin máscara. Alto y de cabellos negros, el marido de Bellatrix, igual que Sirius, seguía siendo atractivo a pesar de Azkaban.

Sin darse cuenta de lo que hacía, Enllunada bajó lo que le quedaba de gradería para acercarse a los detenidos. Se arrimó a Lestrange de una forma peligrosa y le puso la varita debajo de la barbilla. Quería borrarle esa estúpida mueca de felicidad de la cara.

—Enllunada, déjalo —aseguró Kingsley—. No vale la pena.

De la punta de la varita de Enllunada salieron chispas, aunque Lestrange no se inmutó. Parecía que aquellos ojos oscuros la invitaban a usar el maleficio de la muerte.

—¿Qué te pasa, nena? —se mofó Dolohov—. ¿No tienes suficientes cojones para hacerlo?

Enllunada reaccionó tan de golpe que nadie se lo esperó; le pegó un puñetazo a Dolohov en toda la boca. Y otro, y otro. Hasta que usó la varita como si empuñara un puñal y una ráfaga de aire caliente quemó toda la cara al mortífago, haciéndole gritar de dolor cuando un montón de ampollas le cubrieron la piel.

—Más cojones y ovarios que vosotros juntos, ¡imbécil! —vociferó Enllunada mientras Kingsley (quien estaba mas cerca), la apartaba. El auror debía hacer una fuerza sobrehumana para agarrarla puesto que ella estaba totalmente fuera de sí.

Lestrange reía y Lucius Malfoy parecía estar muy lejos de allí, como si aún no se creyera que le hubieran detenido. Entonces, de repente, llegaron Dumbledore seguido del Ministro de Magia Cornelius Fudge y una veintena de aurores.

—¡Lucius! —Fue lo primero que dijo Fudge, totalmente consternado.

El señor Malfoy no contestó absolutamente nada, dirigiéndole solo una mirada fría y distante como respuesta.

—Señor Ministro —saludó Kingsley, anticipándose a ser descubierto por su superior una vez había podido soltar a Enllunada, la que al ver al profesor Dumbledore había dejado de forcejear.

—¡Shacklebolt! —se alarmó Fudge al ver a uno de sus mejores aurores del lado del director de Hogwarts—. ¿Se puede saber qué...?

—Soy miembro de la Orden del Fénix, señor.

Fudge no sabía dónde meterse. Se notaba que la situación le sobrepasaba y parecía que buscaba alguien a su alrededor que le dijera lo que debía de hacer con todo aquello.

—No es momento para represalias, Cornelius —aseveró Dumbledore con autoridad—. Debes mandar a todos estos hombres a Azkaban. Y ya sabes qué opino sobre seguir teniendo dementores custodiando la prisión.

—Sí... Bueno... —Fudge movía sus manos nerviosamente. Parecía que no soportaba recibir órdenes de Dumbledore—. Williamson, avise a San Mungo y... Scrimgeour... Emmm... Supongo que debemos detenerlos.

Un hombre de cabellos rizados que recordaban la melena de un león, asintió con la cabeza e hizo un gesto a sus subordinados. Enllunada reconoció al Jefe de la Oficina de Aurores por lo que le había contado Tonks.

—¿Solo lo supone? —No pudo evitar recriminarle al Ministro en persona. Enllunada no soportaba a los políticos y cuando unos meses atrás coincidió con Fudge el día que fue a detener a Dumbledore por una supuesta confabulación en contra del Ministerio de Magia (el ED, el grupo ilegal que habían creado ellos), le quedó confirmado que tenia razón al menospreciar a ese hombre.

—¿Qué hace esta aquí? —Cada persona nueva que encontraba causaba más desazón al Ministro de Magia.

—«Esta» es Enllunada Lupin y resulta que es mi hija —contestó Remus, seco y fuerte. Otra aparición que no gustó para nada a Fudge por la mueca que le dedicó.

Faszfe! —exclamó Enllunada—. ¡Es un buzi clasista! —Con paso firme se plantó delante del Ministro—. Qué sorpresa, ¿verdad? ¡Su gran amiguito de los cheques sin límite resulta ser lo que Dumbledore lleva advirtiéndole desde hace años mientras que Remus Lupin, UN HOMBRE LOBO, ha arriesgado la vida para combatir a los seguidores de Voldemort!

—Esto es totalmente inacepta... —farfulló Fudge.

—¡Usted y Umbridge son igual que ellos! —Señaló a los mortífagos—. ¡La misma mierda y escoria! ¡Sirius Black acaba de morir para proteger a su jodida población y...!

—¿Black? —preguntó Fudge sin entender nada.

—¡Sí, Black! ¡El mismo que hace dos años le avisó Harry que era inocente! ¡Y usted le trató de loco y dejó escapar a Pettigrew, quien ayudó a Voldemort a regresar a la vida! ¡Pero claro, usted tenía demasiado trabajo apoltronándose en la puta silla!

Fudge barboteaba cosas sin sentido mientras los aurores se llevaban a los mortífagos bajo la supervisión de Dumbledore, que no hizo ninguna acción para detener las acusaciones de Enllunada.

Remus alargó un brazo en un ademán para que su hija le siguiera, y ella lo hizo todavía con los puños cerrados y ganas de seguir chillando a Fudge.

Un par de aurores les acompañaron hacia la Cámara de Cerebros para llevarse al resto de los amigos de Enllunada. Remus agarró a su hija para quedar rezagados y tener un momento de privacidad antes de regresar a Hogwarts.

Cuando estuvieron a solas, Remus permaneció callado, a la espera. Enllunada ya no pudo más y la rabia y frustración se convirtieron en lágrimas. Se abrazó a su apa, permitiendo que el pensamiento que todo el rato llevaba prohibiéndose aflorara en su mente: había podido perder a Remus.

Tenía ganas de hacerle jurar promesas infantiles; que no se muriera nunca, que se quedara a su lado para siempre... Pero ya no tenía edad para aquello. Sabía que llegaría el día que tendría que dejarle ir, por mucho que le doliese. Pero en ese instante, después de haber perdido a Sirius, solo pidió al cielo que le dejara gozar del abrazo de su apa un poquito más.

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ᵀʳᵃᵈᵘᶜᶜᶤᵒᶰᵉˢ ᵈᵉˡ ᵐᵃᵍʸᵃʳ:
Faszfe: capullo.
buzi: puto, jodido.
Apa: padre.

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