21. Ü𝖻𝖾𝗋 𝖺𝗅𝗅𝖾𝗌
Quinto, Departamento de Misterios (Curso 95-96)
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❝𝗢𝗵, 𝗳𝗮𝘁𝗵𝗲𝗿, 𝘁𝗲𝗹𝗹 𝗺𝗲, 𝗱𝗼 𝘄𝗲 𝗴𝗲𝘁 𝘄𝗵𝗮𝘁 𝘄𝗲 𝗱𝗲𝘀𝗲𝗿𝘃𝗲? 𝗪𝗲 𝗴𝗲𝘁 𝘄𝗵𝗮𝘁 𝘄𝗲 𝗱𝗲𝘀𝗲𝗿𝘃𝗲. 𝗔𝗻𝗱 𝘄𝗮𝘆 𝗱𝗼𝘄𝗻 𝘄𝗲 𝗴𝗼❞.
❝𝘖𝘩, 𝘱𝘢𝘥𝘳𝘦, 𝘥𝘪𝘮𝘦, ¿𝘵𝘦𝘯𝘦𝘮𝘰𝘴 𝘭𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰𝘴 𝘮𝘦𝘳𝘦𝘤𝘦𝘮𝘰𝘴? 𝘛𝘦𝘯𝘦𝘮𝘰𝘴 𝘭𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰𝘴 𝘮𝘦𝘳𝘦𝘤𝘦𝘮𝘰𝘴. 𝘠 𝘷𝘢𝘮𝘰𝘴 𝘤𝘶𝘦𝘴𝘵𝘢 𝘢𝘣𝘢𝘫𝘰❞.
—¡¡¡Sirius!!! —gritaba Harry—. ¡¡¡Sirius!!!
—No puede volver, Harry —insistió Remus resoplando del esfuerzo que debía hacer para mantener a Harry sujeto—. No puede volver porque está m...
—¡¡¡No está muerto!!! —chillaba Harry—. ¡¡¡Sirius!!!
Enllunada aún seguía de pie en medio de la nada. La desolación le pesaba en los hombros mientras seguía con la imagen de Sirius traspasando el velo clavada en las retinas. Parecía que el corazón que hasta entonces amenazaba con salirle desbocado por la boca, había desaparecido de repente. Un silencio ensordecedor la rodeó, alejándola de ese lugar a la vez que el aire le oprimía los pulmones. No llegaba a comprender por qué seguían las detonaciones y los maleficios si ya el tiempo se había parado, si ya nada tenía importancia; si Sirius ya nunca más volvería a reír.
Vio que su apa arrastraba a Harry hasta su lado y deshacía el maleficio de las piernas de Neville. Desde un velo de tristeza grisácea y opaca, observó cómo Remus estaba desecho y aun así intentaba sobreponerse a la situación para llevárselos a todos de allí. Por un momento la miró directamente a los ojos, y la pena de Remus aún le dolió más que la suya propia.
La respiración le resonaba en los oídos, relegando a un eco lejano su alrededor. Parecía que todo pasaba a cámara lenta; Dumbledore atando al resto de mortífagos, Ojoloco arrastrándose hacia donde yacía Tonks tratando de reanimarla, y esa voz... Volvió a oír la misma voz que tanto llegaría a odiar:
Bellatrix Lestrange seguía libre peleando contra Kingsley.
El corazón le volvió al pecho como si alguien lo hubiera lanzado dentro de ella. Latía descontroladamente, como si el fuego de la ira que la estaba envolviendo estuviera a punto de hacerlo estallar en llamas. El pulso le retumbaba en la sien. Una mueca de odio apareció en su rostro. Apretó su mano izquierda alrededor de la empuñadura de la varita, clavándose las uñas en la palma de la mano.
Un chasquido muy fuerte le llegó como la fuerza de la marea. Vio que Kingsley caía al suelo gritando de dolor y que Bellatrix Lestrange daba media vuelta para huir de Dumbledore. El anciano mago le lanzó un sortilegio, pero ella lo desvió y continuó subiendo la gradería.
Harry echó a correr tras Bellatrix antes que Enllunada, pero ella no pensaba quedarse ahí plantada, así que también salió a la caza de la bruja.
—¡Kingsley, párala! —chilló Remus, presa del pánico.
Mientras Harry entraba en la Cámara de los Cerebros, Shacklebolt se lanzó hacia a ella y la agarró con ambos brazos por la cintura. Enllunada forcejeó y pudo escapar de la presa de un Kingsley dolorido y magullado, para ir detrás de Bellatrix.
La Cámara de los Cerebros volvía a estar tranquila como antes del ataque a Ron, con los pequeños órganos nadando en aquella piscina viscosa. Sin embargo, Enllunada apenas le prestó atención. Corrió fugazmente entremedias de Luna y Ginny, las únicas que seguían conscientes aunque heridas y además en ese momento desconcertadas por el paso de la Lestrange y Harry.
Saltaba el cuerpo desmayado de Hermione, cuando se dio cuenta que todas las puertas se habían cerrado.
—¡La de la derecha! —le respondió Ginny ante su pregunta no formulada. Enllunada vio que seguía en el suelo con el tobillo roto, pero la pelirroja se le volvió adelantar—: Estaremos bien, ¡ve!
Enllunada abrió la puerta que le había señalado Ginny y apareció en la sala circular. Una vez estuvo dentro, la sala empezó a dar vueltas reproduciendo esa sensación de vértigo que daban las rayas de luz azul que emitían los candelabros. Cuando la pared volvió a pararse, la puerta que daba a los ascensores se le abrió de par en par. Corrió hacia estos mientras oía el sonido chirriante que le informaba que Harry y Bellatrix ya debían estar subiendo. Apretó el botón para que bajara otro ascensor, pero la impaciencia la estaba matando. No podía pensar, solo la furia daba órdenes. Empezó a dar puñetazos a la reja de la puerta mientras renegaba en voz alta.
Aún no había llegado el ascensor, pero Enllunada empezó a abrir los barrotes abollados. Estaba apretando el botón del atrio, cuando le llegó un cántico lejano pero cruelmente claro:
—¡He matado a Sirius Black!
Iba a ejecutarla. Quería hacerle sufrir. Despedazarla poco a poco mientras le implorase por su vida.
Cuando llegó al Atrio, Harry estaba escondido detrás de las estatuas de la fuente mágica, y Bellatrix le estaba hablando:
—Ay... ¿Le querías mucho, cariño?
Harry salió de un brinco de detrás de la fuente y gritó:
—¡Crucio!
Bellatrix se cayó, aunque en seguida volvió a levantarse.
Enllunada se quedó desconcertada al ver a Harry utilizar una maldición imperdonable. Ni por todo los galeones del mundo se lo hubiera imaginado jamás.
—¡Debes desear hacer daño de corazón, Potter, cuando lo haces!; debes complacerte; una ira justa no deja mucha señal...
—Tienes razón. —Enllunada se plantó delante de ella y levantó la varita—. ¡Crucio!
Las llamas que la alentaban se canalizaron por su brazo como una especie de corriente eléctrica y se materializaron a través de la varita para causarle un dolor atroz a su contrincante. Aunque era la primera vez que usaba una maldición imperdonable, era como si lo hubiese hecho antes. Como si aquello no fuera foráneo para ella; le resultó extrañamente fácil.
Bellatrix, sorprendida por su aparición, se retorció en el suelo. Los chillidos agudos se perdían por las altas paredes de mármol negro del Ministerio.
Los ojos azules de Enllunada se enrojecieron y sus pupilas se dilataron, mientras disfrutaba con el sufrimiento que causaba a la mujer que les había despojado de Sirius. Su dolor se mitigaba a medida que dañaba más y más a Bellatrix. Algo oscuro y siniestro se esparcía en su ser como una especie de virus letal. Solo quería provocar dolor y olvidar el suyo.
No veía solo a Bellatrix, era Sándor Dózsa, los señores Dózsa, Tívadar, la Securitate...
—...Enllunada... —La voz de Joana resonó en su cabeza notoriamente, provocando que su maldición terminara repentinamente. ¿O había sido la voz de Harry?
Bellatrix profirió un grito de rabia y se incorporó para atacarla.
—¡Protego! —exclamó Harry para desviar el hechizo de la morena.
—¡Os vais arrepentir de esto! —Bellatrix volvió a lanzar otro fogonazo con tanta furia que acertó a Enllunada, que salió disparada de espaldas hasta chocar con una de las chimeneas por donde aparecían los funcionarios.
—¡Enllunada! —se alarmó Harry.
El batacazo de Enllunada fue tan violento que se rompieron los azulejos negros que decoraban la pared superior de la chimenea. Al caer al suelo la licántropa se quedó aturdida, con un dolor agudo en la cabeza y la espalda. Se le desenfocó la visión, escuchaba la voz de Bellatrix distorsionada...
—¡Potter, te doy una última oportunidad! —chilló Bellatrix—. Dame la profecía. ¡Tírala rodando por el suelo y quizás te perdono la vida!
—Creo que tendrás que matarme, ¡porqué la profecía ya no existe! ¡Y Voldemort lo sabe! —continuó Harry con una risa histérica—. ¡Tu querido amigo Voldemort sabe que ya no existe! No estará muy contento contigo, no...
El martilleo incesante mantenía a Enllunada tirada en el frío suelo del Ministerio de Magia. La sangre teñía su melena dorada de color carmesí, aunque ella ni se dio cuenta. Solo trataba de recobrar los sentidos e incorporarse; no iba a abandonar a Harry a su suerte.
«La varita. ¿Donde tengo la varita?»
Aun a tientas y estando a gatas, empezó a deslizar las manos por el mármol en busca de la larga arma de ébano entallada. Maldiciéndose en magyar, fue una ráfaga de viento en medio del atrio la que hizo rodar la varita hasta sus dedos.
Sin entender nada trató de focalizar y la visión doble poco a poco se normalizó para mostrarle que aquella extraña brisa iba directa hacia donde se encontraban Harry y Bellatrix.
—¿Qué coño...? —susurró. El terror le nació en la boca del estómago.
Ante sus ojos se materializó una alta sombra oscura: delgado, con una espeluznante cara pálida y enjuta como la de una serpiente y unos ojos rojos de pupilas reducidas a rendijas verticales, Lord Voldemort acababa de aparecer en medio del Ministerio de Magia y apuntaba con la varita a un Harry que había quedado tan petrificado como la misma Enllunada.
—Entonces, ¿has hecho añicos mi profecía? —dijo Voldemort con voz meliflua, clavando sus inclementes ojos rojos en Harry—. Tantos meses de preparativos y esfuerzos, y mis mortífagos han vuelto a permitir que Harry Potter me desbarate los planes...
—He sido yo la que se ha cargado tu estúpida profecía —dijo Enllunada sin pensar.
Aún mareada, pudo incorporarse. Quizás aquellas serían sus últimas palabras, pero no iba a morir tirada en el suelo como una niña asustada.
—¡No! —exclamó Harry—. He sido yo...
Lord Voldemort ignoró a Harry y se giró lentamente hacia Enllunada, ladeando la cabeza mientras escrudiñaba los ojos de la rubia con un odio frío y mesurado. A pesar del miedo que recorría sus venas, Enllunada no se amedrentó; le aguantó la mirada con la varita firme.
—Veo que has cometido la imprudencia de traer a tus amigos... —Voldemort volvió a centrar la atención en Harry, seguramente por no considerar a Enllunada una amenaza-. Ah, «el poder de la amistad y del amor» —prosiguió irónico y despectivo—. Sí, son dos cosas que le gustan mucho a Dumbledore... ¡Dime, Potter! ¿Te ha enseñado Dumbledore que no hay poder que haga sombra al de Lord Voldemort?
—Todo el mundo sabe que Lord Voldemort teme al profesor Albus Dumbledore —volvió a hablar Enllunada en alto, con la voz sarcástica que le salía en los momentos menos oportunos y enfatizando todas las sílabas de aquel nombre que ya su anya le había contado que los británicos tenían pánico de pronunciar.
Harry la miró con los ojos verdes fuera de las órbitas, diciéndole sin hablar que hiciese el favor de callar, que aquello no era la clase de Snape donde podían plantar cara con la única amenaza de perder puntos para Gryffindor.
Renqueando por el dolor que persistía en la espalda, Enllunada caminó para acercarse a Harry mientras los ojos de Lord Voldemort se tiñeron aún más del color de la sangre y las narinas inexistentes se le contrajeron.
Enllunada tuvo la sensación que le había destinado la misma mirada que tantos magos habían visto antes de que les abdujera la oscuridad perpetua.
—Escuchad, mi señor... —habló Bellatrix alertada por el nuevo sonido de ascensores—. Ha venido... Está abajo...
Voldemort no le hizo caso.
—No tengo nada más que decir a vuestras insolencias —amenazó a media voz—. Demasiadas veces, Potter, te has interpuesto en mi camino y desde hace demasiado tiempo.
Aquella calmosa indiferencia la desconcertó. No había rabia en Voldemort, ni siquiera había chillado... Harry le estorbaba y sencillamente se molestó en comentarlo.
Gracias a la auto-curación que le otorgaba la licantropía, el corte de la cabeza estaba sanando a marchas forzadas. Los sentidos parecían recobrar la plenitud y fue por ello que su vista enfocó cómo Voldemort alzaba la varita hacia ellos.
Antes que siquiera Voldemort empezara a decir el maleficio definitivo, empujó a Harry de malas maneras para apartarlo de la trayectoria y gritó el único encantamiento que le vino a la cabeza:
—¡Impedimenta!
Voldemort desvió el hechizo. Le volvió a apuntar, pero ella ya había saltado hacia la derecha antes de que la luz verde le acertara al cuerpo. Apuntalada en el suelo con una rodilla, dirigió la varita maquinalmente a Lord Voldemort:
—¡Avada Kedavra!
Un rayo esmeralda salió de la varita de ébano de Enllunada. Nítido y real. Capaz de asesinar.
Pero Voldemort no tuvo ni que protegerse: Una de las estatuas que decoraban la fuente del atrio había cobrado vida y se interpuso entre la maldición imperdonable de Enllunada y el-que-no-debe-ser-nombrado. La luz verde rebotó en el pecho de la estatua y desapareció lejos de todos ellos.
—¡Mi señor! —gritó Bellatrix alarmada.
—¿Qué es esto? —exclamó Voldemort, mirando alrededor hasta que descubrió el extraño protector—: ¡Dumbledore!
Sin entender nada, Enllunada se giró para descubrir a Albus Dumbledore delante de la doble puerta dorada que conectaba con el área de ascensores: ¡estaban salvados!
Voldemort lanzó otra maldición asesina contra Dumbledore, quien giró y desapareció volteando la capa detrás de él con elegancia. Acto seguido reapareció detrás de Voldemort.
Enllunada aprovechó para correr hacia Harry cuando Dumbledore agitaba la varita apuntando a lo que quedaba de fuente e hizo que las otras estatuas también cobraran vida.
La estatua de la bruja corrió hacia Bellatrix, que se puso a chillar y a lanzarle maleficios que atravesaban el pecho de la estatua sin ningún efecto, hasta que tumbó a la mortífaga en el suelo haciéndole presa. Por otro lado, el duende y el elfo doméstico se fueron corriendo hacia las chimeneas para desaparecer con la Red Flu. El centauro lisiado cabalgó hacia Enllunada y la empujó hacia atrás, separándola de Harry, igual que la estatua del mago decapitado hizo con él para apartarlos del campo de batalla.
Por mucho que intentaban liberarse de sus protectores de piedra, ni Harry ni Enllunada podían escapar. Sin embargo, enseguida se olvidaron de sus infructuosos intentos de huida para ser testigos de uno de los duelos más épicos de toda la historia de la magia. Un duelo que ninguno de los dos olvidaría jamás.
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ᵀʳᵃᵈᵘᶜᶜᶤᵒᶰᵉˢ ᵈᵉˡ ᵐᵃᵍʸᵃʳ:
Magyar: húngaro (idioma).
Apa: padre
Anya: madre.
***Über alles: del alemán «por encima de todo», era la primera estrofa del himno alemán (ahora censurada) y se convirtió en el lema del nazismo: Deutschland Über Alles = Alemania por encima de todo.
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