20. 𝖠𝗅 𝗈𝗍𝗋𝗈 𝗅𝖺𝖽𝗈
Este es el único pasaje en el que puedes encontrar diálogos calcados del libro de J. K. Rowling, pues he tratado de ser fidedigna y darle el homenaje que este momento se merece.
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Quinto, Departamento de Misterios (Curso 95-96)
❝𝗟𝗮 𝗽𝗹𝗮𝘁𝗷𝗮 𝗲𝗻𝗮𝗺𝗼𝗿𝗮𝗱𝗮 𝗻𝗼 𝘀𝗮𝗽 𝗹'𝗲𝘀𝗽𝗲𝗿𝗮 𝗹𝗹𝗮𝗿𝗴𝗮 𝗶 𝗼𝗯𝗿𝗲 𝗲𝗹𝘀 𝗯𝗿𝗮𝗰̧𝗼𝘀 𝗻𝗼 𝗳𝗼𝘀 𝗰𝗮𝘀, 𝗹'𝗼𝗻𝗮𝗱𝗮 𝗮𝘃𝘂𝗶 𝘃𝗼𝗹𝗴𝘂𝗲́𝘀 𝗾𝘂𝗲𝗱𝗮'𝘀❞.
❝𝘓𝘢 𝘱𝘭𝘢𝘺𝘢 𝘦𝘯𝘢𝘮𝘰𝘳𝘢𝘥𝘢 𝘯𝘰 𝘤𝘰𝘯𝘰𝘤𝘦 𝘭𝘢 𝘦𝘴𝘱𝘦𝘳𝘢 𝘭𝘢𝘳𝘨𝘢 𝘺 𝘢𝘣𝘳𝘦 𝘭𝘰𝘴 𝘣𝘳𝘢𝘻𝘰𝘴 𝘯𝘰 𝘧𝘶𝘦𝘳𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘭𝘢 𝘰𝘭𝘢 𝘩𝘰𝘺 𝘲𝘶𝘪𝘴𝘪𝘦𝘳𝘢 𝘲𝘶𝘦𝘥𝘢𝘳𝘴𝘦❞.
El corazón le latía a mil por hora. Tanto ella como Harry habían conseguido subir a la estrada de piedra donde se levantaba el arco.
Desde que habían llegado a aquella cámara la primera vez, que Enllunada podía escucharlos; un sinfín de susurros inaudibles que le hablaban, la llamaban desde el otro lado. Sin embargo, ella sabía que no debían cruzar el velo bajo ninguna circunstancia.
«A los muertos se les tiene que dejar descansar», le decía siempre Joana. «No debemos dejarnos llevar por nuestro egoísmo. La muerte es la única que le gana a la vida, no al revés».
Aunque nunca terminó de entender aquello, demasiado trato había tenido con la muerte para su gusto, como para saber que aquella no era una salida.
De las otras cámaras llegaron corriendo tras de sí los mortífagos, bajando las gradas de aquella sala de piedra circular y terminando la persecución a escasos metros de ellos dos. A muchos les faltaba el aire y alguno hasta iba lleno de sangre. Dolohov, liberado del sortilegio de inmovilización, le reían los ojos mientras la apuntaba con la varita en medio de la cara.
Estaban rodeados. Su instinto de supervivencia calculó las pocas opciones que tenían para huir; las puertas estaban demasiado lejos y el resto de compañeros aún seguían en la Cámara de los Cerebros.
«Piensa como Moody...»
Necesitaba una maniobra de distracción para que al menos Harry llegara con el resto de sus amigos y se largara.
—Potter, se acabó el juego —dijo Lucius Malfoy arrastrando la voz mientras se quitaba la máscara—. Venga, pórtate bien y dame la profecía.
—Dejad... ¡dejad que todos mis compañeros se vayan y os la daré! —dijo Harry con desesperación.
No debían dársela, de eso Enllunada estaba más que segura, pues de ser al contrario, Dumbledore no se habría tomado tantas molestias.
Malfoy y Harry siguieron en una conversación a la que atendía a medias, mientras meditaba alguna idea milagrosa que les sacase de allí. Miró el tejado. Podía hacerlo explotar, conocía el maleficio. Pero Dolohov no le quitaba la vista de encima...
Fue entonces cuando Neville apareció en lo alto de la gradería. Bajando a duras penas, empuñaba la varita de Hermione:
—¡Desmaius! —chillaba Neville—. ¡Desmaius!
Rayos de luz roja salían en todas direcciones. En un segundo fue el caos. Enllunada aprovechó la ocasión.
—¡Desmaius! —dijo ella con un golpe enérgico de varita.
Dolohov, que se había distraído, supo esquivarla a tiempo, dejando desprotegido a uno de sus compañeros, quien recibió el golpe y cayó noqueado.
—¡Confringo!
La maldición anaranjada chocó contra el suelo antes de que Dolohov tuviese tiempo de atacarla. La roca estalló con gran violencia, mandándolo lejos de allí junto a otros tres mortífagos, sin embargo los escombros también salieron disparados hacia Enllunada y Harry.
Se cubrió la cara, pero notó cómo la piedra le dañaba el cuerpo. A punto estuvo de caer debido a la onda expansiva. Antes de poder descubrir cómo estaba Harry, notó que una varita se clavaba en su mejilla.
Con sumo horror descubrió a Lucius Malfoy apuntándola:
—Muy bien, bonita. Veo que sabes jugar a esto —dijo asqueado, harto de que opusieran tanta resistencia.
Uno de los seguidores de Voldemort más corpulento había agarrado a Neville. Bellatrix se estaba riendo de él y Harry había levantado la profecía encima de su cabeza para evitar que les hicieran daño.
Enllunada siguió quieta con la varita aparentemente inerte en la mano izquierda. Sabía que si el señor Malfoy no la mataba era simplemente por la débil amenaza de Harry. Para él, solo era un estorbo. Sin más. Fue clavando sus iris azul marino en los celestes de Lucius Malfoy, que la bilis regresó a ella. Esa ira desmesurada que la invadía sin control y tenía más hambre que el mismo miedo.
Entonces otro grito de Neville los distrajo. Sus gemidos resonaron en lo alto de la cámara cuando Bellatrix empezó a torturarlo.
—Hija de puta.
—¡Esto solo ha sido una degustación! —dijo Bellatrix, y levantó la varita. Neville dejó de chillar y se quedó sollozando en el suelo. Bellatrix se giró hacia Harry—. Tú mismo, Potter; ¡o nos das la profecía, o verás a tus amiguitos morir de una forma lenta y dolorosa!
Enllunada conocía demasiado a Harry; sabía que se la daría, pero eso no sería ningún obstáculo para que igualmente los mataran a todos. Dejó de mirar a Lucius Malfoy para girarse y buscar el contacto visual con Harry. Él hizo lo mismo. Ambos miraron la profecía, otra vez a los ojos del contrario y asintieron.
Lucius Malfoy se adelantó con el brazo estirado para agarrar la pequeña esfera polvorienta, cuando Enllunada gritó:
—¡Neville, levanta! —A la vez que dirigía un rayo de luz azul hacia Bellatrix Lestrange.
A su tiempo, Harry mandó un sortilegio hacia el señor Malfoy, que supo esquivarlo, y Neville agarró su varita para intentar ayudar.
En ese momento, de arriba del todo, se abrieron de golpe dos puertas más y cinco luces resplandecientes entraron como una exhalación: eran Sirius, Remus, Moody, Tonks y Kingsley.
A Enllunada se le abrió el cielo al ver llegar a su apa y media Orden del Fénix. No obstante, el peligro no había pasado.
Lucius Malfoy quiso atacarles, pero Tonks ya le había lanzado otro conjuro aturdidor. Ni Harry ni Enllunada se quedaron a esperar a ver si lo había acertado o no; saltaron de la estrada y se separaron sin querer al correr a la desbandada.
Enllunada no lo pensó demasiado y se abalanzó sobre el primer mortífago que se le puso delante. Ya lo había hecho en el pasado: le agarró por el cuello y le mordió la cara, permitiendo que Kingsley le redujera con un golpe de varita. Shacklebolt le agradeció con un gesto de cabeza y volvió al ataque contra un par más de encapuchados.
Una detonación retumbó en la sala, dejando un buen agujero en medio de la grada. Cuando Enllunada fijó la mirada en el sitio exacto de la explosión, pudo ver al asesino frustrado de Buckbeak, Macnair, salir disparado después de haber intentado ahogar a Harry.
—¡Enllunada! —Remus apareció a su lado y le agarró por los hombros—. ¡Coge a Harry y marchaos!
Enllunada asintió y por una vez en su vida obedeció sin rechistar. Corrió entre decenas de fogonazos y maleficios que llenaban la estancia. Saltaba, esquivaba, repartía a su vez, hasta que tuvo que apartarse de golpe para no chocar contra Sirius y el mortífago contra el que combatía con furia.
Cuando iba a apuntar al contrincante de Sirius, se desestabilizó y cayó encima de alguien.
Bajo sus piernas yacía el cuerpo de Alastor Moody con la cabeza llena de sangre. Le dio un vuelco al corazón y enseguida le puso un par de dedos en el cuello para buscarle el pulso. Se calmó un poco cuando comprobó que aún estaba vivo, pero no tubo tiempo de hacer nada más por su mentor, puesto que quien le había hecho eso estaba ahora apuntando a las piernas de Neville.
—¡Dolohov! —dijo Enllunada para sí.
Aquel mortífago era duro. Deseó tener suficiente poder para conseguir conjurar un Avada Kedavra con éxito.
—¡Protego! —escuchó que chillaba Harry.
Enllunada se tiró encima de Dolohov para evitar que cogiera la profecía, pero él le apuntó:
—Cruc... —Antes de que pudiera terminar el maleficio, apareció Sirius de la nada y aturdió al mortífago. Otro encapuchado se lanzó hacia el animago y esta vez fue Harry quien le acertó en el pecho.
—¡Muy buena, James! —exclamó Sirius a Harry—. Escuchadme: agarrad la profecía, a Neville e ¡iros de aquí! —Y corrió a enfrentarse a Bellatrix.
Ni Enllunada ni Harry vieron qué pasó a continuación: Kingsley, que se peleaba con un Rookwood desenmascarado enseñando su cara afectada por la viruela, les tapó la visual. Cuando llegaron donde Neville se encontraba y se inclinaron para tratar de levantarlo, una luz roja les pasó por encima de la cabeza.
—¿Puedes aguantarte en pie? —gritó Harry a Neville mientras sus piernas seguían bailando y temblando descontroladamente.
—Agárrate a mi cuello —ordenó Enllunada, cargando a peso a Neville para levantarlo sin esfuerzo.
Neville intentaba mantenerse de pie, cuando un hombre se abalanzó hacia ellos y les tiró a los tres al suelo otra vez.
—¡Dame la profecía, Potter! —dijo la voz de Lucius Malfoy, apuntándole.
Enllunada no se lo pensó dos veces y le atacó desde el suelo, exclamando:
—¡Impedimenta!
Lucius Malfoy salió disparado hacia atrás. Enllunada volvió a ponerse en pie y ayudó a Harry a hacer lo mismo. Entonces le agarró la profecía de la mano y con fuerza la estampó contra el suelo, rompiéndola en mil pedazos.
Harry y Neville exclamaron en medio del barullo, pero no pareció que nadie más se enterara que la profecía ya no existía.
—¡¿Estás loca?! —chillaban ambos.
—¡A la mierda! ¡Ya me tenía hasta las bludgers! Ahora seguro que ellos ya no... —Pero su discusión quedó interrumpida cuando una figura opalescente de grandes ojos se elevó del suelo y empezó a decir algo que debido a todo el estruendo y el griterío del lugar, ninguno de ellos alcanzó a escuchar—. ¡Debemos irnos de una puta vez!
—¡Dumbledore! —dijo Neville, mirando por encima del hombro de Harry. Su cara sudada se iluminó.
—¿Qué?
—¡¡Dumbledore!!
Enllunada y Harry se giraron hacia donde miraba Neville. Justo encima de ellos, en medio de la puerta que daba a la Cámara de los Cerebros, estaba Albus Dumbledore, con la varita levantada, pálido y con expresión airada.
Lo primero que pensó Enllunada fue que por fin vería a Dumbledore en acción.
El profesor bajó la gradería pasando por el lado de Harry, Neville y Enllunada, que habían perdido todas las ganas de marcharse, y fue directo a los mortífagos. Los más cercanos, cuando se dieron cuenta del recién llegado, intentaron advertir a sus compañeros, pero ya era demasiado tarde. Uno a uno iban cayendo bajo la elegancia y poder del director de Hogwarts, quien con movimientos indulgentes de varita los iba atando a todos. Solo quedaron un par de contendientes que no parecían haberse percatado del cambio de acontecimientos.
Enllunada vio que Sirius se agachaba para esquivar un rayo de luz roja que le había lanzado Bellatrix, y se reía.
—¡Vamos, tú sabes hacerlo mejor! —dijo Sirius con una voz fuerte que resonó por toda la sala como si de una cueva se tratase.
A Enllunada se le paró el corazón. Aguantó la respiración mientras miraba cómo los dos Black seguían ajenos a Dumbledore. Un escalofrío le recorrió la espina dorsal.
—Que alguien la pare... —descubrió a su voz implorando sin consentimiento—. Otra vez no...
El terror le desfiguró las facciones del rostro mientras el de Sirius mantenía una risa franca.
De repente el tiempo se ralentizó. El eco repetía el nombre de «Sirius». Sus piernas querían correr. Apuntó con la varita hacia la bruja.
Pero el siguiente rayo de luz que mandó Bellatrix a Sirius fue más veloz que cualquiera de las acciones del resto y acertó al mejor amigo de su apa en todo el pecho. La sonrisa no desapareció de los labios de Sirius, pero se quedó con los ojos muy abiertos por la sorpresa.
Harry corrió detrás de ella, al igual que Dumbledore.
Pareció que Sirius tardaba una eternidad en desplomarse: dobló el cuerpo hacia atrás con elegancia y cayó de espaldas detrás del harapiento velo que colgaba del arco de piedra. Éste revoloteó un instante, como movido por una pequeña ráfaga de viento, y volvió a quedar como antes. Como si nada hubiera pasado. Como si Sirius Black no acabara de morir.
En las pupilas de Enllunada seguía marcado a fuego el rostro de Sirius. La expresión entre miedo y sorpresa.
Se quedó plantada a medio camino del velo. No era consciente de su alrededor; de cómo Remus agarraba a Harry, del grito de júbilo de Bellatrix Lestrange o de cómo había empezado a llorar sintiéndose impotente, absurda y estúpida. Igual que el día que murió su anya.
—¡Vamos a buscarlo, tenemos que ayudarle, solo ha caído al otro lado del arco! —chillaba Harry.
—Es demasiado tarde, Harry —dijo Remus.
—No, todavía podemos alcanzarlo... —insistió Harry, forcejando; pero Remus no lo soltaba.
—No puedes hacer nada, Harry, nada. Se ha ido.
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