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19. 𝖧𝖾𝗋𝖾𝗇𝖼𝗂𝖺𝗌

Verano del '95, Londres
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❝𝗣𝗼𝗿𝘁𝗮'𝗺 𝗼𝗻 𝘃𝗮𝗴𝗶𝘀, 𝘁𝘂, 𝗽𝗮𝗿𝘁𝗶𝘀𝗮𝗻𝗮, 𝗼𝗵 𝗯𝗲𝗹𝗹𝗮 𝗰𝗶𝗮𝗼, 𝗮𝗻𝘀 𝗾𝘂𝗲 𝗲𝗺 𝗺𝗼𝗿𝗶 𝘀𝗼𝗹𝗮 𝗮𝗾𝘂𝗶́❞.

❝𝘓𝘭𝘦́𝘷𝘢𝘮𝘦 𝘢 𝘥𝘰𝘯𝘥𝘦 𝘷𝘢𝘺𝘢𝘴, 𝘵𝘶́, 𝘱𝘢𝘳𝘵𝘪𝘴𝘢𝘯𝘢, 𝘰𝘩 𝘣𝘦𝘭𝘭𝘢 𝘤𝘪𝘢𝘰, 𝘢𝘯𝘵𝘦𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘮𝘦 𝘮𝘶𝘦𝘳𝘢 𝘴𝘰𝘭𝘢 𝘢𝘲𝘶𝘪́❞.

La chica de casi quince años caminaba a paso ligero por las calles muggles de Londres. En un intento de pasar desapercibida entre la comunidad no mágica, vestía una minifalda roja de cuadros escoceses, una camiseta sin mangas con el logotipo de un grupo de rock que no conocía, un chaleco negro con cadenas y unas bambas muy gastadas.

Con la melena dorada sin atar, seguía sintiéndose un poco rara después de habérsela cortado por encima de los hombros. Echaba de menos que le llegase casi hasta la cintura, pero era algo que había decidido con el regreso de Voldemort.

La pequeña de los Lupin iba mirando para un lado y para el otro, tratando de captar toda la inmensidad de la capital británica. Se distraía con los coches, los buses, la gente en general... La arquitectura de los edificios era muy distinta a la de Erdély, aunque seguía teniendo la misma armonía que en Gales. Había algo en la metrópolis que la atraía desde el primer día en el que puso los pies en ese territorio. Ella, que siempre había sido de campo y bosque, encontraba algo hipnótico en aquel caos cosmopolita.

El ladrido del gran perro negro que la acompañaba la sacó de su ensimismamiento, para rascarle detrás de las orejas mientras esperaban que el semáforo del mismo color que el can, les diera paso para seguir su recorrido.

En cada acera donde aguardaba un paso de cebra, a Enllunada le gustaba leer el señal de «Look Right» o «Look Left» para ayudar a los transeúntes a ubicarse debido al sentido inverso en el que los británicos circulaban. Como para ella todo vehículo motorizado era algo fascinante y extraño, se quedaba embobada mirando los coches que frenaban para dejarla pasar, fuera por donde fuese que llegasen.

Sirius volvió a ladrar para que la pequeña de los Lupin siguiera la marcha, y ella le hizo caso, después de saludar efusivamente y sin motivo, a un señor con un traje marrón pasado de moda que conducía un Mini cuadrado y muy pequeño de color verde, que no paraba de hacerle señas de que debía atar al perro.

A medida que seguían el camino que marcaba el animago, Enllunada se dio cuenta que el tránsito disminuía, las casas parecían menos ostentosas, la basura se acumulaba con mayor frecuencia en los rincones y los gritos eran más habituales. No entendía cómo la antigua mansión de los padres del amigo de su apa podía estar por aquella zona de Londres, pero según había explicado Sirius la tarde anterior en casa de Lyall (mientras éste le enseñaba a bailar Lindy hop a Enllunada), los Black habían querido ubicar su hogar en la capital a toda costa.

Al final de la calle estrecha y maloliente que ofendía a la licántropa, llegaron a una plazoleta en la que no había nada más que una parcela de hierba sin cortar, con restos de latas y botellas rotas de cerveza. A su alrededor solo se escuchaba música amortiguada de alguno de los pisos de enfrente y una pelea gatuna cercana. Sirius se había parado justo delante de la verja en la que se podían encontrar el número 11 y el 13.

«Esto debe ser Grimmauld Place», pensó Enllunada al instante que Sirius abría la verja con el morro y una nueva casa de tres plantas, oscura y mugrienta como el resto, se abría paso como por arte de magia, allí donde hacía un momento no existía. Mientras ambas casas contiguas se movían para mostrar a Enllunada el número 12, no pareció que nadie más aparte de ellos dos se diera cuenta, y mucho menos los muggles que las habitaban.

—¿Cómo ha ido la travesía? —preguntó Remus, quien les estaba esperando apoyado en el umbral de la entrada.

—Muy bien. Nadie nos siguió —susurró Enllunada mientras se acercaba para darle un beso en la mejilla y abrazarle.

—Te has perdido un buen paseo, viejo amigo —dijo Sirius, que había aprovechado el par de metros de la verja a la puerta de entrada, para volver a adquirir su forma humana—. Bueno, a ver qué nos encontramos... —expresó resignado a la vez que sacaba la varita de dentro de la túnica y golpeaba con ella la puerta negra a la que se le caía la pintura. En esta no había cerradura, solo destacaba una aldaba de plata con forma de serpiente retorcida.

Enllunada se tomó aquel gesto como la señal para sacar ella también su propia varita.

—Ya sabes que no puedes hacer magia fuera de la... —empezó Remus al verla.

—Sí, sí, solo si es estrictamente necesario —apremió la chica.

Cuando Sirius abrió, las bisagras chirriaron, como si hiciese años que no se usaban, luego se escuchó un ruido metálico y una cadena. Desde detrás de ambos magos, a Enllunada le llegó un fuerte olor a cerrado: a polvo y a humedad.

Al primer paso de Sirius se encendieron unas lámparas antiguas de gas, dando una débil y pálida iluminación a un largo pasillo que parecía abandonado de hacía tiempo. Enllunada terminó de subir el último peldaño para entrar detrás de Remus con una mueca en el rostro debido al nauseabundo olor que provenía del interior.

Había telarañas por todas partes, sobre todo en la gran lámpara de cristal que colgaba del techo, el candelabro de encima de la destartalada consola de aquel triste vestíbulo, o los cuadros ennegrecidos de los que no se distinguían los ocupantes.

Las bambas de Enllunada pisaron la moqueta raída de la que se levantó una pequeña nube de polvo y algo más viscoso. De detrás del papel pintado que se caía a cachos, le llegó nítidamente el correteo de una multitud de lo que imaginó que eran insectos.

—Cierra la puerta —le pidió Sirius.

Enllunada dejó de mirar los motivos reptilianos de los muebles para levantar el semblante hasta Sirius, con una mueca de súplica; para nada tenía ganas de encerrarse allí dentro, no solo por el hedor, sino porque por alguna extraña razón aquella decoración le recordó demasiado a Dózsa Haz. No obstante, hizo caso al amigo de su apa con la sensación de estar encerrándose en su propia celda como si volviese a tener nueve años.

Respiró un par de veces para serenarse, antes de girarse y relegar esa sensación en un rincón de su mente en el que no la molestase. Era un ejercicio que con el paso del tiempo y las clases del Moody-falso del año anterior, había conseguido dominar cada vez con mayor facilidad.

Los dedos le habían quedado mugrientos de tocar la puerta, así que se los limpió en la falda que llevaba.

—Qué asco...

—Pensé que dijiste que el elfo doméstico quedó al cargo de la casa cuando murió tu madre —dijo Remus en un tono de voz baja, observando el deterioro del sitio.

—Debió largarse hace tiempo... —dijo Sirius, quitándole importancia.

—¿Por qué no lo llamas? —sugirió Remus.

La mirada que le dedicó Sirius a pesar de la poca luz, fue suficiente para que Remus no insistiera.

Enllunada les escuchaba sin dejar de avanzar en ese lúgubre pasillo hacia la puerta del fondo. Mientras los dos magos seguían hablando, de repente, a ella se le erizó el vello de la nuca. Fue una sensación extraña, como si alguien la estuviese observando. Cuando se giró a ver hacia su derecha, lo único que había era un cuadro de gran tamaño que iba del suelo hasta el techo. Pero lo que le llamó la atención no fue que la bruja pintada de mediana edad la estuviese mirando con severidad, fue que dicho cuadro era lo único que relucía limpio y en perfecto estado. Sin embargo, antes de tener tiempo de comunicar su descubrimiento, el cuadro la ensordeció:

—PERRA SARNOSAAAAAAAAA, LADRONAAAAAA, FUERA DE MI CASAAAAAAAAAAA.

Fue tan inesperado como doloroso para la licántropa, quien se tapó los oídos demasiado tarde, pues dentro de su cabeza la voz de aquella señora había sonado como una explosión.

—Pero ¿qué...? —Remus se acercó con el mismo gesto que su hija—. ¡Sirius!

Cuando el animago se acercó, la mujer palideció y durante un momento perdió la voz, hasta que, fuera de sí, volvió a la carga empezando a señalarlo con el dedo:

—TUUUUUUUUUUUÚ. CÓMO TE ATREVES A VOLVEEEEEEEEEER. FUERA DE MI CASAAAAAAAAAAAAA. DESHONRA DE LA FAMILIAAAAAAA. ESCORIAAAAAAAAA. YA NO ERES DE ESTA FAMILIAAAAAAAAAAA. DEBERÍAS HABER MUERTO TÚ EN LUGAR DE TU HERMANOOOOOOOOOOO.

—¡Puta vieja amargada! —chilló a su vez Sirius, blandiendo la varita delante del cuadro sin efecto alguno.

—¿CÓMO TE ATREVEEEEEES? KREACHER, KREACHEEEEEEEEER.

Enllunada no sabía qué significaba aquello que no paraba de repetir la del cuadro, sin embargo, entre tanto estruendo escuchó algo a sus espaldas. Se giró de repente con la varita preparada:

—¡Immobulus!

Un pequeño ser quedó congelado a medio camino entre el rellano de la escalera que había tras de sí y de Enllunada, en un intento de salto con un puñal en la mano. Cayó de golpe encima de la mugrienta moqueta con un sonido amortiguado.

—¡Ha sido estrictamente necesario! —exclamó Enllunada para hacerse oír a toda costa, con ambas manos hacia arriba a modo de rendición, mirando con cara de inocencia a su apa.

—¡Espera! —comentó Remus a Sirius, para que terminase su diatriba de insultos y hechizos sin efecto. A ambas partes del cuadro había una cortina raída que Remus usó para tapar a la mujer chillona de dentro. Al hacerlo, regresó el silencio—. Vale, parece que funciona.

Pero al volver a hablar la cortina se descorrió para que la bruja siguiera con sus amenazas vacías. Esta vez fue Sirius quien la tapó.

—Homenum revelio —susurró el animago, apuntando a la escalera y el resto de la casa, para añadir después de que el encantamiento obrase su efecto—: No hay nadie más.

—¿Estás bien? —le susurró Remus a Enllunada cogiéndole el rostro con ambas manos para examinarla.

—Sí...

—Has tenido buenos reflejos —susurró Sirius.

—¿Quién es? —preguntó Enllunada con un hilo de voz mientras observaba al elfo doméstico que seguía rígido en el suelo, con una pose extraña.

De muy baja estatura, una nariz grande que parecía un hocico, unas orejas de murciélago llenas de sucios pelos blancos, y muchos pliegues en la piel ceniza, el elfo parecía que les estaba maldiciendo en su interior.

—Este es Kreacher —informó Sirius—, el elfo de la familia Black. Y la del cuadro es mi señora madre.




—La casa está hecha una pocilga —contaba Enllunada aún vestida con ropa muggle, sentada indulgentemente en una de las sillas del comedor de casa de Lyall.

—¿El elfo trató de matarla y no la protegisteis? —les reprendió el anciano elegante a los otros dos hombres.

—Sé cuidarme sola.

—Lo sé, pero eso no es excusa.

—Creo que se pensaba que era una ladrona, si no, no me explico que haya atentado contra la vida de una bruja —explicó Sirius.

—Por lo que nos ha contado, lleva años allí solo, cumpliendo las órdenes del cuadro de Walburga Black —añadió Remus—. Ha perdido bastante la cabeza...

—Deberíamos habérnoslo traído —repitió Enllunada por enésima vez.

—Está mejor allí encerrado, Lu, hazme caso —respondió Sirius, guiñándole un ojo. Aunque a ella no le gustaba ese diminutivo, a Sirius se lo permitía.

Sin saber muy bien por qué, le dieron ganas de sonreír estúpidamente, pero supo disimular, volviendo a dirigir la atención a su nagyapa.

—Entonces, ¿se la propondrás a Dumbledore? —quiso saber Lyall.

—Sí, creo que es un buen lugar para las reuniones. Tenemos que hacerle un lavado de cara...

—Si solo fuera eso. Ese sitio da asco de pisar.

—... y añadirle más protecciones. Pero creo que servirá —prosiguió Sirius sin interrumpirse por las palabras de Enllunada.

—Quizás el encantamiento Fidelio —sugirió Remus en un hilo de voz, como si no osara proponerlo.

Sirius le dedicó una mirada extraña y todos se quedaron mudos.

Si no hubiese sido por la reacción del animago, Enllunada no hubiera ni pensado qué es lo que pasaba con ese encantamiento aparte de que era muy poco conocido y se requería de mucho poder para lograrlo. Pero con ese silencio cayó en cuenta en que fue con otro Fidelio que perdieron a los Potter.

—Esto es incómodo —dijo Enllunada con musicalidad, tratando de romper el hielo con humor.

Ambos rieron, aunque a la rubia no le sonaron esas risas demasiado reales.

—Esta vez el... ¿Cómo se llama la persona que esconde el secreto?

—Guardasecreto —respondió su nagyapa.

—El guardasecreto que sea el profesor Dumbledore en persona y así no la liais parda —siguió ella, riendo su propio chiste.

Lyall la acompañó, pero Sirius le dedicó una mirada furibunda, así que alargó el brazo hacia él para luego apoyar la cabeza en el hombro del mago.

—No te enfades que solo es una broma. Ya sabes que estoy loquita por ti.

—Sí, eres muy graciosa —dijo él aún aparentando que estaba molesto.

—Es heredera de los merodeadores —añadió Remus.

Enllunada le dio un beso en la mejilla a Sirius y éste prosiguió a atacarla con cosquillas, algo que la disuadió de comentar nada acerca de que en su día, Sirius creyó que el espía era Remus, o que el mismo Remus se pensaba que era Sirius.

Mientras su risa llenaba las paredes de esa casa costera e intentaba no hacer daño a Sirius al protegerse con su fuerza sobrehumana, meditó que tenía suerte de haber tramado amistad con Harry. De todas las pocas amistades que había tenido la suerte de forjar, él era el único que sabía que siempre confiaría en ella, pasase lo que pasase. Y eso, era un tesoro sin igual.

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ᵀʳᵃᵈᵘᶜᶜᶤᵒᶰᵉˢ ᵈᵉˡ ᵐᵃᵍʸᵃʳ:
Erdély: Transilvania.
Apa: padre.
Dózsa Haz: mansión Dózsa.
Nagyapa: abuelo.

***En este capítulo sale fugazmente Mr. Bean, espero que al igual que Enllunada tú también le hayas podido saludar.

***Lindy hop es el estilo de baile para el swing.

***Igual que Juana de Arco, Enllunada decide cortarse la melena ahora que llegan tiempos de guerra. Además, es un homenaje a Joana, quien se puso ese nombre en catalán cuando dejó su pasado atrás.


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