16. 𝖡𝖾𝗌𝗍𝗂𝖺𝗌 𝗒 𝗆𝗂𝗋𝖺𝖽𝖺𝗌.
Tercero, Hogwarts (Curso 93-94)
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❝𝗠𝘂𝗲𝗿𝗱𝗲𝘀 𝘀𝗶 𝘁𝗶𝗲𝗻𝗲𝘀 𝗾𝘂𝗲 𝗺𝗼𝗿𝗱𝗲𝗿❞.
Hacía un par de noches que había sido luna llena y Remus aún estaba convaleciente. Ese mes había tenido una transformación muy virulenta y con el paso de los años su cuerpo tardaba más en recuperarse. A diferencia de Enllunada, quien al día siguiente ya era capaz de seguir la rutina con apenas ojeras y un leve dolor muscular. Por eso aquel día el profesor Snape había sustituido a su apa en la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras.
Desde que la niña Lupin había llegado a Hogwarts con Remus, el profesor Snape le había mostrado desconfianza, y si bien no parecía odiarla de la manera irracional que lo hacía con Harry, su nombre estaba añadido en la lista negra personal de Snape como «alumna problemática». Siempre la tenía en el punto de mira y a la mínima le quitaba puntos por cosas que a otros dejaba pasar por alto.
Remus le había explicado a Enllunada la relación que tuvo con el profesor de pociones cuando ambos eran adolescentes y estudiaban en Hogwarts; que aunque Dumbledore le nombró prefecto para controlar a Sirius y a James, ambos hicieron bulliyng a Snape, aunque éste, según Remus, tampoco era ningún santo.
Enllunada no podía entender que ese profesor le tuviera manía por el simple hecho de ser «hija de». Para la rubia era como si su anya hubiera tenido que pagar por los pecados de los Dózsa cuando no tenía nada que ver: un sinsentido. Además, Remus le contó que Snape sospechaba que ellos eran los que estaban ayudando a Sirius Black a entrar en la escuela. Algo que a Enllunada todavía le parecía más increíble e indignante; ¡¿cómo podía ni siquiera insinuar que su apa estaba ayudando al amigo que le traicionó y ayudó a Voldemort a matar a los padres de Harry?!
Remus intentaba calmar a Enllunada y sosegarla cuando ella o alguno de sus compañeros tenía algún encontronazo con el jefe de Slytherin. Le repetía que no le diera motivos para expulsarla y que no le tuviera en cuenta que fuera tan rencoroso. Sin embargo, después de lo que pasó en la clase de Remus y el boggart de Neville, la tensión entre ellos había empeorado. Así que ese día, cuando entró por la puerta de la aula de DCAO y vio quién era el sustituto de Remus, sin tener el ojo interior de Joana supo que la cosa no terminaría bien.
—Página 394 —repitió el profesor Snape ante el alboroto y quejas de los alumnos que le recordaban que aún les quedaban muchos temarios antes de llegar a…
—Los hombres lobo —dijo Enllunada cuando llegó a la página indicada.
Una mirada peligrosa destiló en sus ojos azules, más oscuros de lo habitual. Una indignación profunda empezó a instaurarse dentro de ella, emoción que mutaba a cabreo por momentos.
Estaban en Defensa Contra las Artes Oscuras y su condición salía en el libro como una lección más, como una bestia más a la que tener que vigilar. Y para más inri, Snape, inmune a las quejas del resto de sus compañeros, siguió con la idea fija de hacer una clase sobre la licantropía. Don que sabía perfectamente que poseían Enllunada y su apa y que en una reunión a principios de curso en los que asistieron ella, Madame Pomfrey, la profesora McGonagall, Remus, el director Dumbledore y el mismo Snape, habían acordado que nadie aparte de los presentes conocería.
A Enllunada no le gustaba la idea de tener que esconder esa parte de sí misma, pero Remus había abordado el tema en verano, cuando vivían en casa de Lyall en Aberystwyth, Gales, delante del mar:
Enllunada había terminado de untar una tostada con mermelada de arándanos para Lyall, cuando su apa se bebió el café.
—Por cierto, sobre lo nuestro… —tanteó Remus.
Los dos Lupin miraron al futuro profesor de DCAO y pareció que aquello le ponía más nervioso.
—Aunque el profesor Dumbledore sabe nuestra dolencia…
—No es una dolencia —le interrumpió Enllunada mientras masticaba.
—¿Qué hemos dicho de hablar con la boca llena? —intervino Lyall.
—…no podrás contárselo a nadie —prosiguió Remus—. Piensa que si los padres se enterasen de que un hombre lobo es profesor de sus hijos, mandarían cientos de lechuzas con quejas. No queremos dar más problemas al profesor Dumbledore…
—¿No habla en serio, verdad? —preguntó Enllunada a Lyall, quien bajó la vista, triste.
—Enllunada, cariño, hablo muy en serio.
—¿Pero por qué debemos llevarlo en secreto? El señor director dijo que nos daría poción en Hogwarts y con ella no tienen excusa para tildarnos de bestias peligrosas —exclamó exaltada, para volver a voltearse hacia Lyall y añadir—: ¿He usado bien el verbo «tildar», nagyapa?
—Sí, muy bien, debo decir.
—Pequeña, ya hemos hablado de cómo llevan nuestra do… regalo en este país. Si queremos estar tranquilos, no debemos contárselo a nadie, por favor —suplicó Remus.
—¿Estar tranquilos? ¡¿Así que debo negar lo que soy para que los racistas me dejen tranquila?! —empezó a levantar la voz.
—El profesor Dumbledore me ha pedido discreción y ya nos ha ayudado suficiente…
—¿El profesor Dumbledore o tú es el que quiere «discreción»?
Lyall destinó una mirada de inteligencia a su hijo con la sombra de una sonrisa en la comisura de los labios.
—Enllunada, si se sabe que soy hombre lobo me quedaré sin trabajo aquí y en cualquier otro sitio, como me ha pasado toda la vida.
—Y en lugar de luchar para cambiar esta injusticia, es mejor callar y aparentar que somos magos corrientes.
Remus la miró un largo rato. Parecía que había ensayado esa conversación un montón de veces antes de llevarla a cabo.
—Tienes razón. —La sorprendió—. Pero necesito mi tiempo. Solo te estoy pidiendo tiempo.
Aunque Enllunada seguía sintiéndose hipócrita cada vez que mentía a los gemelos y a Lee Jordan en las noches que desaparecía de la Sala Común para que Madame Pomfrey la acompañase hasta el Bosque Prohibido donde se transformaba, mantuvo el silencio que le había pedido Remus por respeto. Pero allí estaba Snape jactándose en una clase que no le pertenecía, criticando a Remus descaradamente y con una intención más que mezquina, a ojos de Enllunada.
La gryffindor permaneció toda la clase con la mirada fija en el profesor, las uñas clavadas en la madera del pupitre y la mandíbula desencajada.
—Para la próxima clase van a redactar dos rollos de pergamino acerca de los hombres lobo: Diferencias con los lobos normales, cómo se pueden distinguir del resto de magos y cómo se matan… —dijo Snape antes de que sonara el timbre.
—¿Y para qué necesitamos saber cómo se matan? —exclamó Enllunada con una voz ronca y fuerte que daba miedo. Cuando por fin Snape la miró un tanto extraño, añadió—: Profesor.
—Porque estamos en Defensa Contra las Artes Oscuras y se supone que debo enseñarles cómo defenderse de todas aquellas… —Alargó las palabras, como si se estuviera recreando en aquello que decía— bestias… que puedan atacarles.
La mano de Enllunada crujió, rompiendo la larga pluma roja que tenía agarrada. Todos sus compañeros permanecieron mudos, a la expectativa de lo que estaba a punto de pasar.
—Y no es cierto, profesor —continuó Enllunada poniendo énfasis en «profesor»—, ¿qué con la poción Wolfsbane los y las licántropas ya no son peligrosos para nadie y que tienen lo mismo de «bestias» que lo que pueda tener usted?
Todas las alumnas y alumnos de Gryffindor aguantaron la respiración ante tal atrevimiento. Notó como Hermione reprimia una exhalación.
Snape se le aproximó con parsimonia, arrastrando la capa negra por el suelo y el cabello negro y lacio enmarcándole todas las arrugas de la cara.
Neville, a la izquierda de Lupin, parecía irse haciéndose pequeño con cada paso del profesor, hasta que Snape se abalanzó sobre Enllunada, apoyando ambas manos encima del pupitre. Ella pudo notar como Neville temblaba a su lado.
—Ya que parece saber tantas cosas de los hombres lobo, señorita Lupin, seguro que no le molestará hacer el trabajo que les he mandado y quedarse en mi despacho después de clases durante una semana, para discutir sobre todos esos… conceptos… de los que tanto discrepa.
Enllunada no bajó la mirada, siguió desafiándole aún ser la primera vez que lo tenía tan cerca.
«Ya que parece saber tantas cosas…» «Como si no supieras que soy licántropa, Snape, y cada mes me supervisas cuando me hago la poción», pensó Enllunada con odio mientras el timbre marcaba el final de la clase.
—Recojan sus cosas. Ya pueden irse y 10 puntos menos para Gryffindor, señorita Lupin —dijo Snape con su voz sibilina mientras volvía hacia su mesa.
Todos cogieron las mochilas y libros y se hicieron escurridizos. Enllunada seguía quieta con la vista fija en el profesor de Pociones hasta que Hermione la cogió por el brazo para llevársela de allí. Granger les hizo gestos a todos para que no se quedaran a mirar, mientras conseguía que Lupin la siguiera afuera del aula.
Cuando cruzó el umbral, Enllunada se giró hacia Snape que estaba poniendo orden entre sus cosas justo a la otra punta de la estancia. Cuando notó que seguía allí plantada, levantó los ojos negros hacia ella y durante un instante se quedaron con la vista fija el uno en el otro. Hasta que Hermione tiró de ella, evitando que hiciera o dijera ninguna estupidez. Pero lo que no sabía su compañera de Gryffindor, es que ya le había dicho todo lo que pensaba solo con una mirada.
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ᵀʳᵃᵈᵘᶜᶤᵒᶰᵉˢ ᵈᵉˡ ᵐᵃᵍʸᵃʳ:
Apa: padre
Anya: madre
Nagyapa: abuelo
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