15. 𝖬𝗂𝖾𝖽𝗈
Erdély 1991-92 / Tercero, Hogwarts (Curso 93-94)
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❝𝗣𝗼𝗿 𝗱𝗲 𝗹𝗮 𝗽𝗼𝗿, 𝗱𝗲 𝘀𝗲𝗻𝘁𝗶𝗿 𝗮𝗾𝘂𝗲𝘀𝘁 𝗽𝗮̀𝗻𝗶𝗰 𝘁𝗮𝗻 𝘀𝘂𝗯𝘁𝗶𝗹 𝗶 𝘁𝗮𝗻 𝗯𝗼𝗶𝗴. 𝗗𝗲 𝗻𝗼 𝘀𝗲𝗿 𝗰𝗮𝗽𝗮𝗰̧ 𝗱𝗲 𝘀𝗼𝗺𝗿𝗶𝘂𝗿𝗲 𝗾𝘂𝗮𝗻 𝗱𝗶𝘂𝘀 𝗾𝘂𝗲 𝗺'𝗲𝘀𝘁𝗶𝗺𝗲𝘀❞.
❝𝘔𝘪𝘦𝘥𝘰 𝘥𝘦𝘭 𝘮𝘪𝘦𝘥𝘰, 𝘥𝘦 𝘴𝘦𝘯𝘵𝘪𝘳 𝘦𝘴𝘵𝘦 𝘱𝘢́𝘯𝘪𝘤𝘰 𝘵𝘢𝘯 𝘴𝘶𝘵𝘪𝘭 𝘺 𝘵𝘢𝘯 𝘭𝘰𝘤𝘰. 𝘋𝘦 𝘯𝘰 𝘴𝘦𝘳 𝘤𝘢𝘱𝘢𝘻 𝘥𝘦 𝘴𝘰𝘯𝘳𝘦𝘪́𝘳 𝘤𝘶𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘥𝘪𝘤𝘦𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘮𝘦 𝘲𝘶𝘪𝘦𝘳𝘦𝘴❞.
A medida que Enllunada crecía, sus miedos lo hacían con ella. No era un tema que le gustase tratar y por eso nunca pensaba en ello. Muchos eran los que creían que su valentía residía en no temerle a nada, pero ¿cómo podía mostrar coraje si nada la amedrentaba?
Desde que Remus había aparecido en su vida después de rescatar lo que quedaba de ella en Dózsa Haz, le había tratado de instruir en muchas ramas de la magia usando la única varita de la que disponían; la del hombre lobo. Ella ya tenía edad para poseer una propia, pero delante de la burocracia su nacimiento no constaba y, por ende, se suponía que no existía, Remus había entrado en Erdély de forma ilegal y, lo que era más importante, la Securitate les estaba buscando a pesar de la revolución que llevó a la muerte de Ceauşescu. En aquellas condiciones ambos vagaban por Erdély como antaño Enllunada lo había hecho con Joana, sin poder permitirse el lujo de desplazarse hasta Alemania a la tienda de Gregorovitch (el fabricante de varitas), y aún menos viajar a Gales.
A la pequeña se le hacía extraño ese cambio de acontecimientos. Era como un giro irónico de la vida; su anya trató de encontrar a Remus para poder ir al Reino Unido, y ahora ella estaba muerta, Remus se encontraba en su tierra durmiendo junto a Enllunada bajo las estrellas y cazaban para comer. Eso cuando Remus no encontraba algún pequeño trabajo temporal para muggles que les permitía poder vivir unas semanas en posadas de mala muerte, siempre lejos de la comunidad mágica (algo por lo que el mayor estaba acostumbrado a pasar).
Aunque Enllunada había oído hablar de su apa desde que recordaba, tenerle por fin en carne y hueso le resultaba una especie de ensueño. A menudo, por las noches, se quedaba despierta escuchando sus ronquidos mientras le acariciaba las pestañas tratando de no hacerle cosquillas y despertarle. Así permanecía durante largos minutos hasta que el compás de los latidos de Remus le servían para calmarse y dormir, a veces, sin pesadillas. Se concentraba en ese sonido reconfortante para no pensar en nada e igual que pasaba con los lobos, se abandonaba a los brazos de Morfeo gracias a aquella pequeña tranquilidad que el corazón de Remus le ofrecía.
Apenas hacía meses que lo había visto por primera vez y ya le amaba con toda su alma. Y eso le daba miedo.
Tenía terror que se cansara de ella y la abandonase. ¡Ella solo traía problemas! Poco quedaba de la niña risueña que no paraba de hacer travesuras, no después del tiempo en el que se convirtió en la mascota de los Dózsa. Estuvo días sin articular palabra, solo comunicándose con gruñidos, tenía la musculatura atrofiada, estaba desnutrida y apenas dejaba que Remus se acercase a ella. Y pese a su comportamiento errático con sus pesadillas, sus llantos y sus ataques de ira, Remus demostró una paciencia excelsa.
Enllunada no entendía porqué ese hombre de acento galés tan tierno y dulce, se complicaba la vida por ella. Pero allí estaba día tras día, abrazándola y protegiéndola. Sabiendo cuándo hablar y cuándo callar. Montando ese fuego indomable que explotaba dentro de la niña y que la acompañaría hasta sus últimos días, igual que si estuviera en un ruedo. Porque Remus sabía tratarla. Y sin darse cuenta, Enllunada se aferraba al amor de su apa como quien se sostiene de un salvavidas en medio de la mar.
Y aquello le provocaba pánico.
Los meses se alargaban y Enllunada ya tenía edad para ser ama y señora de su magia, por eso Remus, además de apa, le hacía de profesor. Sobre todo le gustaba enseñarle Encantamientos y Defensa Contra las Artes Oscuras, ya que eran sus asignaturas favoritas y era algo que se le daba francamente bien a la pequeña. Y a pesar de aquellas horas distendidas que ambos disfrutaron, había unos no-seres que eludían en sus lecciones: los boggarts.
Gracias a Remus había podido evitarlo también en Hogwarts, en aquella clase memorable donde Snape había quedado vestido con la ropa de la abuela de Neville. Pero el curso terminaría, y Remus ya le había avisado que debería hacer el examen final igual que sus compañeros, así que Enllunada decidió, al fin, coger el toro por los cuernos y practicar a cuenta propia con un boggart que estaba encerrado en un armario de una de las aulas en desuso.
—Así fue cómo conocí a tu nagymama, gracias a un boggart.
El recuerdo de las palabras de su nagyapa Lyall la reconfortaron hasta que el mueble se zarandeó, reclamando su atención, como si aquello que lo habitaba ya notara su presencia.
Enllunada no sabía en qué se convertiría su boggart. Tenía muchos miedos, pero ¿cuál era el mayor? Pensó en los de sus compañeros, pero ni las momias ni las arañas o los payasos la afectaban. La luna llena tampoco era su enemiga, así que la descartó rápido. Y los dementores... eran horribles, sí, pero solo porque hacían recordar aquello que queremos olvidar. ¿Era eso entonces lo que le daba miedo a ella; pensar en las cosas que le dolían? ¿Su mayor miedo era el silencio? Pero entonces, ¿qué saldría de allí dentro?
Cuantas más vueltas daba su cabeza, más hambre mostraba el no-ser del armario, así que Enllunada apuntó a la cerradura con su varita de ébano:
—¡Alohomora!
La puerta se abrió lentamente precedida de un chirrido, y como si de dentro se escapase una corriente de aire, las velas que iluminaban el aula se apagaron. Solo la luz del crepúsculo entraba por los ventanales, y aquello no ayudó a Enllunada para poder descifrar lo que albergaba el interior, pues solo vio oscuridad. Hasta que después de un breve instante una mano blanca salió del interior y, junto a ella, el cuerpo de una niña: Enllunada.
Delante de la pequeña licántropa tenía una réplica de sí misma pero con los iris azules inyectados en sangre y una sonrisa burlona en los labios.
Enllunada, la real, se quedó perpleja delante de aquello con la varita inerte olvidada en su mano izquierda. Pero Enllunada-boggart comenzó a avanzar poco a poco hacia ella, provocando que tuviera que retroceder a su turno, hasta que chocó contra uno de los pupitres, causándole un pequeño sobresalto. Enllunada-boggart soltó una carcajada parecida a las de Enllunada, pero en un tono más cruel. Cuando Lupin la miró, la boggart le clavó los ojos en los suyos mientras empezaba a lamerse con obscenidad los dedos llenos de sangre.
—Para...
Todo el uniforme de Hogwarts que llevaba Enllunada-boggart goteaba sangre mientras unos gritos comenzaron a resonar dentro de la cabeza de la Gryffindor.
—¡Para! —De un manotazo tiró un pupitre hasta la pared donde se estrelló con un fuerte estruendo. Pero las voces eran más estridentes. Niños, viejos, su anya... Chillaban de dolor mientras morían. Le pedían clemencia—. ¡Pofa be!
Cuanto menos lo soportaba Enllunada, mejor parecía pasarlo Enllunada-boggart, quien seguía riendo mientras que de su boca salían esa inmensidad de gritos que martirizaban a la gryffindor.
«La varita, Enllunada, usa la varita».
—Riddi... —La mano de Enllunada temblaba. Las palabras no querían salir.
Enllunada-boggart apartó la varita de ébano de delante de ella para seguidamente acariciar el rostro de Enllunada, manchándolo de sangre. La rubia parecía una estatua de hielo mientras su versión boggart se aproximaba a ella hasta juntar sus labios con los de ella.
Enllunada apartó al boggart de un puñetazo, tirándolo al suelo. El miedo que tenía lo convirtió en ira, como siempre solía hacer, y por ello, al verse a sí misma tirada en el suelo, pegó una patada al estómago de Enllunada-boggart, quien empezó a escupir sangre al suelo sin dejar de reír.
—¡Pofa be! —gritaba cada vez que pateaba al cuerpo que representaba esa parte de ella—. ¡Pofa be!
Las lágrimas habían comenzado a salpicarle el uniforme. La carcajada de Enllunada-boggart era ensordecedora. No podía soportarlo, no podía.
Con un golpe violento de varita, mandó el cuerpo de Enllunada-boggart a salir disparado por una de las ventanas, cuyo vidrio se rompió en mil pedazos. Enllunada no esperó a ver qué había pasado o si el boggart iba a regresar, sencillamente salió llorando por la puerta y empezó a correr todo lo deprisa de lo que era capaz, para poner distancia entre ella y esa maldita aula.
Mientras llamaba a la puerta del despacho y luego Remus trataba de descifrar qué había pasado entre llantos, Enllunada tan solo quería olvidar esa escena que acababa de presenciar y, sobre todo, el fatídico hecho de que había huido.
«Si miro atrás, estoy perdida».
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ᵀʳᵃᵈᵘᶜᶜᶤᵒᶰᵉˢ ᵈᵉˡ ᵐᵃᵍʸᵃʳ:
Dózsa Haz: Mansión Dózsa.
Erdély: Transilvania.
Anya: madre.
Apa: padre.
Nagymama: abuela.
Pofa be: cállate.
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