12. 𝖱𝖾́𝗊𝗎𝗂𝖾𝗆 𝖾𝗇 𝖱𝖾 𝗆𝖾𝗇𝗈𝗋 /
𝖮𝗍𝖾𝖺𝗇𝖽𝗈 𝖾𝗅 𝗁𝗈𝗋𝗂𝗓𝗈𝗇𝗍𝖾
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Finales de los ochenta, Erdély
❝𝗔𝗹𝗹 𝗵𝗮𝗽𝗽𝘆 𝗳𝗮𝗺𝗶𝗹𝗶𝗲𝘀 𝗮𝗿𝗲 𝗮𝗹𝗶𝗸𝗲; 𝗲𝗮𝗰𝗵 𝘂𝗻𝗵𝗮𝗽𝗽𝘆 𝗳𝗮𝗺𝗶𝗹𝘆 𝗶𝘀 𝘂𝗻𝗵𝗮𝗽𝗽𝘆 𝗶𝗻 𝗶𝘁𝘀 𝗼𝘄𝗻 𝘄𝗮𝘆❞.
❝𝘛𝘰𝘥𝘢𝘴 𝘭𝘢𝘴 𝘧𝘢𝘮𝘪𝘭𝘪𝘢𝘴 𝘧𝘦𝘭𝘪𝘤𝘦𝘴 𝘴𝘦 𝘱𝘢𝘳𝘦𝘤𝘦𝘯; 𝘤𝘢𝘥𝘢 𝘧𝘢𝘮𝘪𝘭𝘪𝘢 𝘥𝘦𝘴𝘥𝘪𝘤𝘩𝘢𝘥𝘢 𝘭𝘰 𝘦𝘴 𝘢 𝘴𝘶 𝘮𝘢𝘯𝘦𝘳𝘢❞.
Las lechuzas iban y venían. Nunca era la misma, ni siquiera se parecían entre ellas; una vez hasta usaron un pelícano. Sin embargo, todas portaban lo mismo: cartas de Lyall Lupin o, tal y como empezó a llamarlo Enllunada, del nagyapa.
A Enllunada le resultaba misterioso cómo los pájaros sabían encontrarlas para entregar las misivas, cuando Joana ponía tanto empeño en esconderse y cambiar de zona a menudo. No obstante, esperaba con ganas las noticias de aquel señor galés al que enseguida le había cogido tanto cariño.
Enllunada recordaba la primera vez que había llegado un búho atigrado cerca del carromato, justo al límite de las protecciones de Joana. Ésta pareció alegrarse sobremanera con la llegada y susurró algo acerca de un tal Holló y su eficacia para conseguir información.
Del contenido de aquella carta, Enllunada no supo nada, ni de la segunda. Pero con la tercera, Joana esperó la cena para hablar con ella:
—Necesito contarte algo.
—¿Algo como de quién son las cartas? —preguntó Enllunada por milésima vez en aquellos días, mientras jugaba con los guisantes del plato.
—Sí... pesada. —Sonrió Joana poniendo los ojos en blanco—. ¿Te acuerdas que te dije que tu apa se llama Remus Lupin?
—Sí, por eso me pusiste su apellido, porque tú no tienes.
Joana puso una cara extraña y le dedicó una mirada intensa a la niña que ésta no supo identificar. Tampoco parecía una de aquellas que empleaba Joana cuando quería usar la legeremancia, así que Enllunada solo esperó a que su anya prosiguiera.
—He intentado ponerme en contacto con él, pero desafortunadamente no ha sido posible —dijo Joana al fin—. Sin embargo, he encontrado a su apa.
—¿El apa de mi apa?
—Exacto; tu nagyapa Lyall. Y... —De debajo de uno de los velos con galones que la vestían, sacó una carta y la extendió hacia Enllunada—. Es él con quien me he carteado. Quiere conocerte.
—¿Ah, sí? —preguntó la rubia después de examinar la caligrafía elegante del remitente.
—Sí. Se puso muy contento al saber que existías y me pidió permiso para escribirte. Léela.
Enllunada tardó muy poco en abrir el sobre y sacar un pequeño pergamino que contenía la misma letra pulcra y ordenada. Empezó a leer el texto que estaba en inglés, en voz alta:
—Querida Enllunada. Espero que no te moleste que este anciano se presente, pero tu madre me ha hablado mucho de ti. Me llamo Lyall y es un enorme placer poder conocerte aunque de momento sea solo en esta hum... hum...
—Humilde —la ayudó Joana.
—¿Qué significa?
—Alázatos.
—En esta humilde carta. Me gustaría, si te parece bien, poder cartearme contigo y así poder saber más de ti (algo que me haría muy feliz). Un abrazo enorme, tu abuelo.
Enllunada terminó la lectura con una sonrisa pletórica en el rostro.
—Parece majo.
—Lo es. Él nos ayudará a salir del país.
—¿Nos iremos?
—No podemos seguir aquí, Enllunada. La situación es insostenible.
—Pero... —No entendía nada—. ¿Por qué? ¿Tan malo fue lo que pasó en el santuario? ¡No incumplí ninguna norma! No es justo... ¡No quiero irme! ¡Quiero volver al campamento!
—Kiscim, no podemos volver...
—¡¿Pero por qué?! ¡Dijiste que no había hecho nada malo! ¡Dijiste que la Securitate nunca detenía a una menor de once años por hacer magia!
—Kiscim —Trató de calmarla, pero las quejas de la rubia seguían—. ¡Enllunada! No es a ti a quien buscan. Es a mí —prosiguió cuando por fin Enllunada calló con el ceño fruncido—. Antes... antes incluso de que nacieras... ¿Sabes que yo le rindo culto a Hécate?
Enllunada asintió. Su anya era pagana aunque la mayoría del campamento eran ortodoxos.
—Cuando me uní a ella fue en un momento de cambio para mí. Dejé mi pasado y empecé un nuevo camino. Fue cuando conocí a Bartos y me uní a su clan.
Enllunada seguía sin entender nada. Pensaba que Joana había nacido en el clan, igual que ella. Pero en ese momento cayó en cuenta que no tenía abuelos y, aunque les trataba a la mayoría como tíos y primos, ninguno era familia de sangre.
—¿Has oído alguna vez cómo me llama Bartos?
—Te dijo Zsa Zsa —recordó.
Joana acercó la silla a la de Enllunada y le puso un mechón de cabello detrás de la oreja.
—Nací bajo el apellido Dózsa. Por eso nos buscan, kiscim. Y por eso tenemos que marcharnos de aquí.
Pasaron meses desde que Enllunada supo la verdad. En ese tiempo conoció más acerca de Lyall. Él le contaba sobre su trabajo con boggarts, su difunta esposa Hope y sobre cómo era Remus. También descubrió que su lengua materna era el galés y que le gustaba la música ligera, el rosbif y la lectura. Enllunada, por su parte, le mandaba cartas extensas donde se entretenía en explicarle todo lo que se le ocurría sobre ella. Obviamente le dijo que era licántropa y que le gustaba mucho serlo, aunque las transformaciones eran un poco dolorosas. Lyall quedó impresionado con aquello, sobre todo pareció divertirle la manera como Enllunada había descrito cómo su anya se las apañaba para conseguir los ingredientes de la poción, que casualmente nunca eran de compra. Ella le explicó que dichos ingredientes cada vez escaseaban más y Joana llevaba preocupada durante semanas, pues la última luna llena apenas le llegó la cantidad de poción a Enllunada. El acónito era una planta muy difícil de encontrar, y Joana había tenido la desgracia de descubrir que en los sitios que sabía que crecía, la Securitate había puesto trampas. Ahora eran conocedores que Enllunada era la Farkas lány y pensaban usarlo para atraparlas. Lyall les explicó que había puesto al corriente de todo aquello a Albus Dumbledore, quien era el director de Hogwarts y el auténtico vencedor de Gellert Grindelwald.
Por lo que Lyall le contaba, Enllunada quedó admirada de aquel colegio de magia y hechicería. «Dicen que es la mejor escuela de todo el mundo», había admitido Joana. La rubia era consciente que jamás iría a Durmstrang, pues solo se les permitía la asistencia a los magos de sangre pura y ella estaba en el eslabón más bajo de todos. Además, Joana se negaba a dejarla ir allí (ahora la niña ya sabía porqué y no era solo por la focalización del Instituto con la magia negra). Según su nagyapa, aunque Hogwarts era exclusiva para niños de la zona, Dumbledore había accedido encantado en recibirla en su colegio e, igual que con Remus, pondría todos los medios para que ella pudiera disfrutar de una estancia feliz y segura.
En las cartas dirigidas solo a Joana, Lyall le explicaba que tanto él como Dumbledore en persona habían pedido al Ministerio de Magia asilo político para ambas, pero que la burocracia solo les rompía las ramillas de la escoba y lo eternizaban todo con excusas de «no podemos abrir un conflicto de tal envergadura con los soviéticos».
—Mama, ¿conoceré a Remus?
La ropa se estaba lavando sola en el pequeño riachuelo junto a Enllunada, que estaba dentro del agua fría bañada por el sol, con Joana, quien le lavaba el pelo.
—Supongo —respondió Joana después de un breve silencio.
—¿Crees que va a querer conocerme?
—Tu nagyapa dijo que querría. Cuando se lo cuente. Estate quieta, que tienes muchos enredos.
—¿Pero por qué no se lo cuenta todavía?
—Por lo que me dijo, se ve que lo pasó muy mal después de la guerra contra el Innombrable...
—¿Innombrable? —la cortó.
—Voldemort. Allí no le llaman por el nombre —aclaró—. Pues además con lo de la licantropía no puede tener un trabajo estable y Lyall apenas lo ve en meses.
—¿Pero qué tiene que ver?
—Sumérgete —le dijo Joana. Enllunada se zambulló dentro del agua cristalina del río para que le quitase el jabón—. En el Reino Unido la licantropía está muy discriminada, kiscim.
—¡Pues no me parece justo! —gritó Enllunada, girándose.
—Porque no lo es. Pero ya le diremos a Remus de tu existencia cuando lleguemos. Y le cuentas lo mucho que te gusta ser mujer lobo. —Joana sonrió y le tiró gran cantidad de agua a la cara, con ambas manos.
La niña se vengó y empezaron una guerra de agua que terminó Joana con un abrazo.
—Sabes que tengo más fuerza que tú —dijo Enllunada contrariada, dejando que Joana siguiera rodeándola con los brazos.
—Pero yo tengo varita.
—Tramposa...
Enllunada no osaba preguntarle a su anya acerca de aquello de volver a ver a Remus. Siempre le había contado que había sido un amor de verano, pero después de tanto tiempo se reencontrarían y no sabía qué opinaba Joana al respecto. Tampoco había meditado sobre lo que ella misma sentía.
—En una semana estarás en Cardiff con tu nagyapa y podrás ver la mar por primera vez.
—Y a Remus...
Joana ya no dijo nada más. Se quedó abrazando a Enllunada con la mirada oscura perdida mucho más lejos de los rayos del sol reflejados en el agua.
«Aquello que temes, pasará».
Y aunque Enllunada nunca llegó a saberlo, en ese preciso instante Joana volvió a rememorar aquellos gloriosos días junto a Remus; su tierna sonrisa, aquellas manos que rendían culto a su cuerpo, la forma de mirarla cuando ella tocaba el csárdás para él... Lo recordó con una melancólica sonrisa, pues sabía que ya jamás volvería a ocurrir. No porque no creyera en las segundas oportunidades, sencillamente porque tenía la certeza absoluta de que jamás llegaría a viajar a Londres.
Poco después de aquel día, se confirmaron las más terribles sospechas de Joana: los Dózsa las encontraron.
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ᵀʳᵃᵈᵘᶜᶜᶤᵒᶰᵉˢ ᵈᵉˡ ᵐᵃᵍʸᵃʳ:
Nagyapa: abuelo.
Alázatos: humilde.
Anya: madre.
Farkas lány: niña lobo.
***Holló: Cuervo. Es el apodo del mago que le entregó el pergamino con los datos de Lyall Lupin a Joana, en la tienda amarilla del cuervo de tres ojos.
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