10. 𝖥𝗂𝗇𝗌 𝖺𝗅 𝖿𝗂𝗇𝖺𝗅 𝖽𝖾 𝗍𝗈𝗍
Verano de 1995, Grimmauld Place
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❝𝗡𝗼 𝘃𝗲𝗶𝗲𝗺 𝗹𝗲𝘀 𝗰𝗼𝘀𝗲𝘀 𝘁𝗮𝗹 𝗰𝗼𝗺 𝘀𝗼𝗻, 𝗹𝗲𝘀 𝘃𝗲𝗶𝗲𝗺 𝘁𝗮𝗹 𝗰𝗼𝗺 𝘀𝗼𝗺 𝗻𝗼𝘀𝗮𝗹𝘁𝗿𝗲𝘀❞.
❝𝘕𝘰 𝘷𝘦𝘮𝘰𝘴 𝘭𝘢𝘴 𝘤𝘰𝘴𝘢𝘴 𝘵𝘢𝘭 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘴𝘰𝘯, 𝘭𝘢𝘴 𝘷𝘦𝘮𝘰𝘴 𝘵𝘢𝘭 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘴𝘰𝘮𝘰𝘴 𝘯𝘰𝘴𝘰𝘵𝘳𝘰𝘴❞.
La reunión estaba a punto de empezar. Ese día, no obstante, era distinto al resto, pues Dumbledore les había pedido a ellos, y no a los adultos, que asistieran. Hermione pensaba que quizás tenía que ver con las dudas que ella había compartido el día anterior, respecto a tener a Harry encerrado en Privet Drive sin saber absolutamente nada de lo que ocurría. Enllunada, sin embargo, no estaba tan segura de las intenciones del director de Hogwarts, aunque se ahorró de discutirlo con su amiga.
La mayoría ya habían bajado a la cocina donde el profesor Dumbledore los había citado, cuando Tonks tropezó con el paragüero con forma de pierna de troll del pasillo. Las cortinas aterciopeladas y desgastadas por las polillas y el paso de los años, se descorrieron para mostrar el viejo cuadro de la madre de Sirius:
—¡Descastados! ¡Perros sarnosos! ¡Deshonra de la familia! ¡Sangre sucias! ¡Fuera de mi casaaaaaaaaa!
Las disculpas de Tonks quedaron ahogadas por los chillidos de la señora Black y los de Enllunada, a quien le pareció divertido ponerse a gritar de igual forma a Walburga. Asemejaba a una lucha para ver cuál de las dos se imponía a la otra.
—¡Enllunada! —protestó la señora Weasley casi inaudiblemente mientras se tapaba los oídos—. ¡Haz el favor de parar!
Antes de que los gritos de la señora Weasley se añadieran a los de ambas, Sirius apareció por el largo pasillo y tapó el cuadro con un movimiento indulgente de varita.
—Esto es una casa de locos... —iba refunfuñando la señora Weasley sin darse cuenta de la mirada divertida y de complicidad que Sirius compartió con Enllunada, mientras se dirigían al final de la escalera hacia el sótano.
Solo por haber hecho reír a Sirius, a Enllunada ya le valía la pena molestar a la madre de los gemelos.
Bajaron tras la señora Weasley y entraron a una habitación oscura de paredes de piedra, iluminada solo con la chimenea del fondo. El humo de la pipa de Mundugnus (un mago pelirrojo de gran envergadura), impregnaba el ambiente, dejando ver a duras penas las grandes ollas y cazuelas de hierro que colgaban del techo. La alargada mesa de madera que ocupaba la mayor parte de la estancia, encabezada por Albus Dumbledore (quien hablaba con Ojoloco de forma animada), estaba abarrotada por los hijos de los Weasley y algún otro miembro de la Orden del Fénix que ya se encontraban sentados; como Tonks, los mismos señores Weasley, el profesor Snape y Remus.
Enllunada sabía que la Orden la conformaban una treintena de magos y brujas, pues había conocido a la mayoría aquel verano. Cuando terminó el curso anterior, después del convulso Torneo de los Tres Magos y la muerte de Cedric Diggory, Sirius se escondió por orden del director de Hogwarts en el humilde piso alquilado por Remus. Debían reunir a toda la Orden otra vez, así que Enllunada tuvo el privilegio de ir con su apa y Sirius en forma perruna, a contactar con los antiguos miembros. Lo que más extraño le había resultado de aquellas semanas fue volver a conocer a Alastor Moody. Seguía sintiéndose culpable por no haber descubierto que Barty Crouch Jr. le tuvo encerrado en un baúl durante todo el curso pasado, pero como Dumbledore también fue engañado por el mortífago, Enllunada se consolaba con aquello. Igualmente pareció que el bregado auror no la culpaba y siempre que podía le daba indicaciones para que entrenase duro y no fuera «una enclenque cabeza hueca de esos que subían ahora».
Así que, aunque Remus y Sirius le dejaron bien claro que era demasiado pequeña para unirse a la organización (tener casi quince años no pareció imponerles), en cierta manera estuvo de misión con ellos. ¡Hasta Dumbledore en persona le hizo prometer confidencialidad acerca de las identidades de los miembros! Por eso Enllunada se dio por satisfecha hasta verse encerrada en Grimmauld Place con el único objetivo de limpiar la antigua mansión de la familia Black.
Con ganas de saber el motivo de por qué les había citado el director en persona, Enllunada siguió a Sirius y se sentó entre su apa y Fred. Le dio un beso en la mejilla a Remus antes de mirar al frente y ver la cara reprobadora de Snape. La gryffindor intentó aguantarse la risa; mientras el resto se enfadaban con la actitud áspera de Snape, a ella le divertía. Al menos desde ese último año.
—Entonces, ¿ya nos vais a dejar formar parte de la Orden del Fénix? —preguntó Fred levantando la voz para hacerse oír ante el resto.
—No te hagas ilusiones, solo nos quieren para limpiar —dijo Enllunada.
—Somos los elfos domésticos de nuestra madre —añadió George.
—Nunca antes había estado más a favor de la P.E.D.D.O. —volvió Enllunada.
A Ron se le escapó una carcajada y para la señora Weasley ya fue el colmo:
—¡¿Queréis callaros?!
—¡Y encima se nos silencia como meros esclavos...! —agregó Fred, simulando estar indignado.
—Chicos... —advirtió el señor Weasley antes de que su mujer estallara en cólera.
Sirius, Tonks y Remus rieron ante sus quejas, pero la señora Weasley llevaba unos días muy irascible. Enllunada no entendía por qué se lo tomaba todo tan a pecho.
—No solo os queremos para limpiar... —empezó Remus, conciliador.
—Sin embargo —le cortó Dumbledore—, es comprensible que lo crean. Vuestro trabajo es muy útil aunque menos agradecido; lo comprendo. Y lamento que creáis que no valoramos vuestra labor aquí. Por eso he querido reunirme con vosotros esta tarde; para reconocer vuestro trabajo sin el que la estadía en la casa que muy oportunamente nos ofreció Sirius, sería imposible.
—Pero profesor —intervino George—, nosotros queremos unirnos a la Orden, saber qué se cuece.
—Saber como vamos a vencer al Innombrable —añadió Fred.
—Queremos luchar, profesor —intervino Enllunada, a lo que el resto de sus amigos asintió.
—Agradezco vuestro entusiasmo, aunque me temo que todavía no puedo dejaros formar parte de nuestra organización —dijo Dumbledore serenamente, con las manos entrelazadas encima de su regazo.
—¿Pero por qué? Ya tenemos diecisiete años —se quejó Fred.
—¿Qué tendrá que ver? —empezó a reñirles la señora Weasley.
—Que Fred y yo ya somos mayores de edad. Tenemos derecho a poder entrar —añadió George indignado.
—Gracias por vuestro compañerismo, me siento abrumada —comentó al instante Enllunada sarcásticamente a los gemelos.
—Ya sabes que te lo contaríamos todo desde dentro —susurró Fred al oído de la licántropa.
—Y es por ese motivo que todavía no estáis preparados para formar parte más allá del arduo trabajo que ya estáis ejecutando —dictaminó Dumbledore con un brillo pícaro en la mirada que destinó a Fred—. Debéis entender que ser miembro de pleno derecho de la Orden es algo muy peligroso que requiere un nivel de madurez que...
—Pff... —con aquello a Enllunada se le escapó una risa que trató de contener al instante, aunque dedicó una mirada delatora a Sirius y a Snape. Aún recordaba la discusión del día anterior y el «yo me juego la vida mientras tú te quedas encerrado en casa de mamá».
—Cualquiera que tenga el... honor... de conocerla, señorita Lupin, estará perfectamente informado sobre su carácter... pueril —disfrutó espetándole Snape, a quien no le pasó por alto su mirada recriminatoria.
«Con tus actitudes nunca te dejarán ingresar en la Orden», se recriminó Enllunada a sí misma. Aunque le daba rabia no poder decir las cosas por su nombre, se calló para dejar continuar a Dumbledore.
En aquel momento, no obstante, Hermione levantó el brazo para hablar, como si estuviera en clase.
—Diga, señorita Granger —dijo Dumbledore divertido.
—Emm... —Ante los pares de ojos que se depositaron en ella, se puso roja—. Profesor, sigo creyendo que Harry no se tomará nada bien estar aislado y sin información.
—Entiendo su posición, señorita Granger, pero por el propio bienestar de Harry debe ser así.
—Pero ¿por qué no podemos ir a buscarle? —preguntó Ron.
—Cuanto más tiempo esté en casa de sus tíos, más seguro será para él —contestó Dumbledore.
—Parece que eso de esconderse en casa de los más preciados familiares está de moda... —susurró esta vez Enllunada con ironía, para que la escuchara solo Remus, quien mostró una sonrisa. Pero enseguida quedó claro que no fue el único, pues aunque el comentario de Enllunada divirtió también a Sirius, la señora Weasley le dedicó una mirada severa.
—Quieres morir joven... —le comentó entre dientes Fred, burlándose.
—¡Para vosotros todo es un juego! ¡¿Y queréis entrar en la Orden?! —saltó la señora Weasley—. ¡Parece que no os dais cuenta de la magnitud de la situación! ¡Solo sois unos críos para los que todo esto no es nada más que una aventura! ¡¿No entendéis que todos corremos peligro mortal?!
Ese comentario consiguió cambiar la expresión de Enllunada por completo. Ella más que nadie sabía qué era correr peligro de muerte. No necesitaba que nadie le recordase lo que había sufrido con su anya hasta que por fin consiguieron matarla, o los años en los que habían estado huyendo con Remus de la Securitate. Quizás en el Reino Unido había podido tener una nueva oportunidad, pero en Erdély era una bruja en busca y captura.
—¿En serio? No me había dado cuenta.
—Pues no lo parece, Enllunada —dijo la señora Weasley—. No podéis reíros siempre de todo.
—Reír también es una forma de mostrar los dientes, señora Weasley —dijo Enllunada con una llama intensa en la mirada—. ¿Se cree que no soy consciente de lo que pasa? ¿Que quizás más de la mitad de personas de esta sala no llegaremos a final de año? Tiene miedo, puedo entenderlo; pero no puede protegernos para siempre.
—Pero como madre debo hacer todo lo que esté en mis manos.
Enllunada se quedó un segundo mirándola en silencio. Se debatía entre zarandearla o compadecerla.
—La protección, no obstante, no significa desinformación —intervino Dumbledore—. Harry debe estar enterado de ciertos temas. A su debido momento.
Enllunada compartió una mirada de inteligencia con Hermione.
—¿Qué temas, profesor Dumbledore? —preguntó Ginny.
—El que la señorita Granger ha expuesto es uno de ellos. Podéis cartearos con Harry, solo faltaría, sin embargo, teniendo en cuenta que las lechuzas pueden ser intercedidas, es más seguro que no le contéis nada que tenga relación con la Orden. —Y después de un breve silencio, añadió—: O conmigo.
—¿Entonces no vamos a poder saber nada de los planes de la Orden? —preguntó Fred, incrédulo.
Cuando Sirius pareció que iba a intervenir por primera vez en aquella extraña reunión, Dumbledore se apoderó otra vez del turno de palabra.
—De momento no, señor Weasley, lo lamento.
Un sentimiento de enojo se esparció por los aún alumnos de Hogwarts. Enllunada escuchó cómo Ron refunfuñaba alguna palabrota, al igual que Ginny. La licántropa no entendía por qué no se les podía contar nada cuando había tenido suficiente confianza con todos ellos como para dejarlos pasar el verano en la sede y estar en el meollo del asunto, pero a la vez les destinaba a la más ciega de las ignorancias. Les ponía la miel en los labios para apartársela de un manotazo antes de dejársela probar.
Enllunada se sentía impotente y aquello le causaba frustración. El «de momento» del director no le servía, pues tanto podía referirse a un mes, cuatro años o hasta nunca. Una necesidad de respuestas agravada por el mal humor que le había provocado la señora Weasley, la incitó a volver a hablar aprovechando el silencio que se había vuelto a crear:
—Entonces, profesor, ¿no podemos saber por qué el Innombrable quiere matar a Harry desde que nació? —soltó con la sensación de que quizás no volvería a tener la oportunidad.
La temperatura general bajó un par de grados bajo cero. Aunque la licántropa se atrevió a mirar a Dumbledore directamente a los ojos, no tardó en arrepentirse, pues el director de Hogwarts le dedicó una poderosa mirada sobre las gafas de media luna. La joven Lupin se sintió bajo unos rayos X escrutadores que no sabía si la regañaban, o la estudiaban, o ambas cosas. Aunque la intimidó, no desvió la atención hasta que Ron rompió el silencio incómodo.
—Porque quería matar a los Potter, ¿no? —dijo Ron, provocando hilaridad en Hermione.
—De hecho —dijo Hermione sin terminar de atreverse pero obligada a responder moralmente, pues sabía la respuesta—, fue a Harry a quien quería matar esa noche.
—Creo que nos estamos desviando del tema —quiso redirigir Ojoloco.
—¿Y por qué El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado querría matar a un bebé? —insistió Ginny algo alarmada.
Algunos de los adultos se movieron en sus asientos, otros tosieron, empezaron los golpes de dedos en la mesa. Remus iba a hablar, pero una desesperada Molly Weasley volvió a acaparar la conversación:
—No fue a matar a ningún bebé...
—Señora Weasley, ¿sabe por qué los dementores afectan tanto a Harry? —la cortó Enllunada, abalanzándose hacia la mesa. Al no responder, prosiguió—: Porque revive los últimos momentos de la vida de sus padres.
—Enllunada —dijo Remus, alarmado de repente.
—¿Qué? Es verdad, me contó lo que revivía cada vez. Se ve que cuando Lord Voldemort llegó a la casa de Godric’s Hollow, al primero que se encontró fue a James y…
—Basta —chilló Remus en un tono que nadie esperaba viniendo de él, y que hizo callar al instante a Enllunada.
Pocas veces había visto perder la compostura tranquila y cariñosa a su apa, pero cuando pasaba, era mejor no cabrear al lobo que albergaba dentro.
—Déjala que lo cuente —dijo Sirius con una mirada lúgubre.
—¿Para qué? Ya sabemos lo que pasó.
—No. Solo sabemos que los asesinó.
—No pienso escuchar los detalles escabrosos —sentenció Remus.
—¿Me estás llamando morboso? —empezó a cabrearse Sirius, quien también se abalanzó sobre la mesa. Era como si hubiesen olvidado que en aquella cocina estaban acompañados.
—Estoy zanjando la conversación.
Enllunada nunca había visto pelear a su apa con Sirius y enseguida se arrepintió de haber sacado el tema. El resto estaba incómodo y callado igual que ella, ni siquiera la señora Weasley parecía querer intervenir. Dumbledore permanecía en silencio, y tuvo la sorpresa de descubrir al profesor Snape mirándola atentamente, ajeno a la disputa.
—Enllunada —la llamó Sirius—. ¿Qué es lo que escucha Harry?
De repente se sintió muy pequeña, sin saber qué hacer o qué decir. En ese instante fue consciente de lo que significaba lo que le había contado Harry, y más para Remus y Sirius, quienes habían sido los mejores amigos de James. ¿No era lo mismo que el recuerdo que ella tenía de Joana ya sin vida?
—Yo no…
—He dicho que mi hija no va a contar nada y punto —volvió a levantar la voz Remus.
—No puedes evitar que Sirius lo escuche si así lo desea, Remus —dijo Dumbledore pacificador, provocando que todos callaran, aunque todavía podía notarse la tensión en el ambiente.
De repente, Remus les destinó una mirada irada a todos. Enllunada, a quien fue la última que miró, se quedó con el rostro desencajado sin tener ni idea de cómo debía gestionar aquello. Aunque fue él quien reaccionó por ella; se levantó de malas maneras y se fue de la sala. Ella hizo el ademán de levantarse para ir detrás de su apa, cuando el agarre de Sirius la obligó a quedarse.
—Cuéntalo.
—Déjala que vaya —intervino la señora Weasley, aunque su marido le acarició la mano, provocando que ella desestimara pelear con el Merodeador.
—Ya voy yo —dijo el señor Weasley, para salir detrás de Remus.
Sin embargo, la licántropa no podía desviar la atención de Sirius, quien seguía con el brazo estirado por encima de la mesa, sin soltarla.
—«Es él, Lily. Coge a Harry y vete». «Avada Kedavra» —empezó a recitar mientras todos parecían estatuas de hielo—: «A Harry no, por favor. Mátame a mí, pero a Harry no». «Apártate, estúpida». Dos veces le dijo que se apartara y ella no lo hizo.
—Como veo que aquí solo estamos perdiendo el tiempo —la cortó Snape—, señor director, tengo cosas más importantes que hacer.
Y dicho aquello, se marchó también, haciendo revolotear la capa negra detrás de él.
Poco a poco, Sirius fue soltándola para quedar mucho más taciturno que antes.
—La… la cuestión, señora Weasley —se obligó Enllunada a redirigir la conversación para salir de aquel pozo en el que ella sola se había metido—, es que le dijo que se apartara. ¿Lo entiende? Voldemort —ignoró por completo el escalofrío que recorrió parte de la mesa—, por algún motivo quiere matar a Harry y no parará hasta conseguirlo. Y si usted cree que Harry seguirá escondido mientras la gente que le importa muere por él, es que no le conoce. Y si cree que no estaré a su lado hasta el final, es que tampoco me conoce a mí. A lo mejor todavía le parecemos niños, señora Weasley (y le juro que es lo que me gustaría), pero hace tiempo que dejamos de serlo.
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ᵀʳᵃᵈᵘᶜᶜᶤᵒᶰᵉˢ ᵈᵉˡ ᵐᵃᵍʸᵃʳ
Apa: padre.
Anya: madre.
*Título del capítulo: Hasta el final = Until the very end.
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