
Capítulo 6. Planes
Sequé el último vaso y cerré el lavaplatos al tiempo que le di una ojeada al reloj del horno para asegurarme de que no me había pasado de la hora para tomarme las vitaminas.
Me encaminé al gabinete que había destinado para guardar los suplementos y demás medicinas relacionadas a mi embarazo, pero antes de abrirlo me distraje con mi reflejo en el espejo del microondas.
Llevaba unos leggings ajustados y una camisa corta que dejaba ver una pequeña parte de mi abdomen. Aún era relativamente plano, los músculos seguían prácticamente intactos, pero no cabía duda de que la parte más baja de mi vientre tenía una curvatura más pronunciada de lo normal. Era algo casi imperceptible, realmente difícil de detallar, pero para mí marcaba la diferencia.
Me sentí agobiada por el cúmulo de sensaciones que se agolparon en mi pecho, cubrí mi vientre con ambas manos y lo acaricié sintiendo los ojos llorosos.
—¿En qué piensas?
La repentina intrusión de mi primo me hizo dar un pequeño salto. Me pasé las manos por los ojos y di varios parpadeos para disipar el llanto antes de girarme para darle encuentro.
—En lo único en lo que he pensado desde que me enteré de su existencia —repliqué volviendo a asentar las manos en mi estómago.
No sabía si mi primo era psíquico, si yo era demasiado predecible, o si en verdad se me notaba la angustia en la cara, pero Iker formuló la pregunta correcta en el momento exacto.
—¿Cómo llevas lo de Maddox?
—Como una patada en el culo —me sinceré—, no puedo creer que me haya echado sin siquiera tener la decencia de mirar el ultrasonido y los exámenes de sangre.
Mi acompañante se acomodó con la espalda apoyada en la isla de la cocina y los brazos a cada lado de su cuerpo dispuesto a escucharme. Apenas habían pasado dos días desde que visité a Maddox en su casa y yo aún necesitaba desahogarme.
—Me importaría poco si me rechazara a mí, que me diga que no me quiere ver, pero que no reconozca la existencia de su hijo me parece de lo peor. Además, tengo miedo Iker —crucé mis brazos—, no sé si esto de ser madre soltera sea lo mío. Apenas y estoy terminando con la residencia, los primeros trabajos suelen implicar turnos eternos y no sé si pueda hacerlo con un recién nacido.
Con la mirada perdida en la encimera de granito, incliné la cabeza hacia abajo y me quedé callada cuando sentí la voz inestable.
—Entiendo tu frustración, ese grandísimo gilipollas no tuvo los cojones para admitir que metió la pata, se escudó en su fama y se desentendió de una responsabilidad enorme. Ahora bien, tienes dos opciones; te puedes dejar llevar por el miedo, ambos sabemos que tú carrera es la más exigente en el mundo, a duras penas tienes tiempo para ti misma, casi no estás en casa y cuando lo estás, pareces un muerto vivien-
Lo interrumpí.
—Vale, vale entiendo el punto. No hay necesidad de seguirme humillando de ese modo.
Iker rodó los ojos y soltó una pequeña risa antes de seguir hablando.
—Pero te conozco desde que eras una bebé. Sé que eres una mujer de carácter fuerte, nunca te has dejado doblegar y siempre te esfuerzas por hacer lo que te propones, así que no me cabe la menor duda de que este reto lo asumirás igual que el resto; con valentía y perspicacia, porque esa eres tú, mi pequeña leoncita.
Todo su semblante era serio, en su mirada se reflejaba la sinceridad de sus palabras y el tono de su voz me aseguró que hablaba desde el corazón. No pude hacer más que caminar hacia él y abrazarlo.
Lo rodeé con los brazos y hundí mi rostro en su pecho adorando la calidez del abrazo cuando sus brazos me rodearon la cintura y me apegaron más a él.
—Además, no puedes olvidar que ese bebé tendrá el mejor tío-primo de la historia. Sabes que te acompañaré por el resto del camino, ten por seguro que no me importará tener que pasar la noche en vela por su llanto, ni me sentiré ofendido cuando su primera palabra sea "mamá" en vez de "Iker" —me guiñó un ojo y yo solté a reír a pesar de las lágrimas que recorrían mi rostro.
Estaba segura de que en ese momento debía lucir como una demente con todo eso del llanto y la risa, pero no me importaba, y por un segundo, cuando mi cabeza se inclinó hacia atrás y solté una carcajada, tampoco importó Maddox.
Tras un leve instante la risa cesó y la seriedad volvió a tomar lugar entre nosotros, me separé del abrazo y lo miré a los ojos.
—Gracias. No sabes cuanto necesitaba oír esas palabras, Iker.
No había dicho nada más que la verdad. Yo siempre había sufrido con la inseguridad, con nunca sentirme suficiente, pero el saber que Iker me veía como lo hacía era una llamarada de esperanza. Sentí, por primera vez desde que escogí una carrera y me mudé fuera de casa de mis padres, que todo estaría bien.
—Ni lo menciones. Sé que lo harás de maravilla —dijo pasando una mano desde mi espalda hasta mi estómago.
Le di una sonrisa de boca cerrada, limpié mis mejillas del rastro de lágrimas y di una palmada en cada una. Me recompuse en un abrir y cerrar de ojos.
—¡Bien! Esta mamá primeriza tiene mucho que planear, así que disculpame, pero hay cosas que necesito arreglar si no quiero fracasar y el tiempo es lo último que me sobra. ¡Con cinco meses de residencia y ocho de embarazo tengo que moverme!
Iker se quedó en la misma posición en la que estaba, observándome como si fuera una lunática.
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Me vi obligada a tirar mi teléfono sobre la cama cuando sentí una arcada recorrerme el esófago. En esa ocasión no supe si se debía a las náuseas mañaneras o a los nervios; probablemente una mezcla de los dos.
Amarré mi cabello en una coleta despeinada mientras corría al baño y me arrodillé frente al retrete vaciando los contenidos de mi estómago. Casi cumplía el segundo mes de embarazo y los vómitos no cesaban, siempre supe que había mujeres a las que les daba más duro que a otras, pero jamás llegué a imaginarme que podría llegar a ese nivel.
Cuando por fin sentí que no había nada más dentro de mi estómago y lo único que percibí fue una ligera quemazón en la garganta, me levanté apoyando ambas manos en el mesón del baño y me apresuré en enjuagarme la boca para por fin acabar con lo que estaba haciendo.
A pesar de que lo último que quería hacer después de vomitar hasta el desayuno del día anterior era decirle a mi mamá que sería abuela, me obligué a mi misma a hacer la llamada que debí hacer semanas atrás.
Limpié mis palmas del sudor que las recubrió y respiré hondo antes de buscar el contacto de mi mamá. Me habría gustado decirle a ella y a mi padre de mi situación en persona, incluso intenté buscar un par de días libres en mi programa de turnos, pero no tuve demasiada suerte y al final se me imposibilitó viajar a Madrid.
En cuanto divisé el contacto que buscaba las dudas me avasallaron, mantuve el dedo sobre la pantalla por un instante y me sobresalté cuando me entró una llamada.
Al ver que se trataba de la enfermera jefe de turno no dudé en contestar. Ella solo estaba autorizada a llamar a los médicos en descanso si se trataba de algo realmente importante, y a nosotros, en la medida de lo posible siempre se nos requería contestarle.
—Bertha —contesté enderezando mi postura.
—Señorita León, espero no haber interrumpido su mañana —su tono estaba cargado de sarcasmo, de inmediato supe que algo había pasado.
A Bertha nunca le caí bien, pero ella, a diferencia de otros profesionales con los que me había topado durante mi residencia, siempre se mantuvo respetuosa. Hasta ahora, al parecer.
—Eh, no, no. Para nada —le aseguré—. ¿Pasó algo?
La mujer soltó una risa carente de gracia y los pelos se me pusieron de punta. La sensación de que había algo mal se intensificó e intenté recordar todo lo que hice el día anterior al dejar el turno, pero era demasiado temprano en la mañana y no me sentía muy bien, así que mis intentos fueron inútiles.
—Sí, claro, se puede decir que pasó algo. Algo como que a tu paciente de casi noventa años le están haciendo un lavado gástrico porque introdujiste mal la dosis de su medicación al sistema.
Mi boca se abrió de golpe. Me sentí como un pez fuera del agua.
Rápidamente comencé a vestirme, saqué el primer uniforme que encontré sin importarme que estuviese limpio o sucio y me dirigí a la salida del departamento.
—Joder, ya mismo voy para alla —dije con premura. Me pasé las manos por el cabello, colgué la llamada y tomé mi bolso antes de salir rumbo al hospital.
Conducir de afán no era mi especialidad, el motociclista al cual casi arrollé y el conductor de la Range Rover blanca que me enseñó el dedo de en medio cuando le corté la entrada al hospital eran testigos de ello. Sabía que había cometido más de una imprudencia, pero las circunstancias lo ameritaban.
Cuando llegué a la habitación todo era un caos. Dos enfermeros ayudaban a mantener al hombre de casi cien kilos en la posición adecuada y Bertha sostenía la sonda mientras se le realizaba el lavado. Además, para mi mala suerte, Mike Walker era el médico de turno que me cubría y por ende, era el encargado de supervisar y dirigir el procedimiento.
—Veo que se dignó a dar la cara, señorita León —comentó Mike en cuanto me vio ingresar a la unidad.
Su semblante era serio y su tono, ni se diga. Estaba segura de que si hubiéramos estado solos, me habría estado gritando lo inepta e incompetente que era menos de cinco segundos después de atravesar el umbral.
—¿Qué pasó? La dosis que receté era de cien miligramos. No tiene ninguna contraindicación con sus otras medicinas, todo debería estar en orden.
Mike, con su acento inglés y su complejo de superioridad, apenas me miró de reojo y me pasó la copia de la órden médica donde redacté la dosis antes de decir:
—Pasó que lo intoxicó. Subiste la dosis con un cero de más y sí, sí tenía contraindicaciones. Hasta los estudiantes de primer año de medicina saben que una dosis alta de un opioide combinada con metocarbamol puede llegar a ser fatal.
Casi pude percibir cómo se me bajó la presión. Por un momento pensé que había escuchado mal, pero su mirada cargada de desdén y el llanto desconsolado de la hija del hombre eran prueba de que si había escuchado bien.
No cabía duda de que me había metido en un jodido lío. Las manos me comenzaron a sudar y mi respiración se comenzó a agitar cuando me percaté de la severidad de mi situación. Si por alguna razón ese hombre perdía la vida, la culpa sería mía.
La infinita cantidad de posibilidades que desencadenaban en una demanda y en la inevitable pérdida de mi licencia médica se agolparon en mi mente. Los años de arduo trabajo, las cientos de noches desveladas y los miles de euros que invirtieron mis padres se irían a la basura por mi culpa.
Cerré los ojos cuando un mareo me hizo tambalearme y me llevé una sorpresa al sentir una mano apoyarse en mi espalda baja.
—¿Te sientes bien? —La voz de Phillip me retumbó en mis oídos consiguiendo que un escalofrío me recorriera. Su aliento rozó mi cuello por la cercanía y mis bellos se pusieron de punta; no cabía duda de que las hormonas comenzaban a hacer de las suyas.
La distracción de su presencia mermó el mareo, así que me separé tan rápido como pude y me obligué a disipar el grupo de mariposas que revoloteaban en mi estómago.
—No. Me equivoqué con la dosis y ahora están haciéndole un lavado —comenté volviendo a ser consciente de la gravedad de mi situación.
Mike refunfuñó dándome una mirada desaprobadora antes de volverse a enfocar en la enfermera que esperaba sus instrucciones junto al paciente. En ese momento temí que todos sus fundamentos para odiarme tenían sentido, ser hija de uno de los mayores accionistas del hospital no solo me había garantizado mi puesto en la residencia, sino que también hacía que mis superiores pasaran por alto mis errores.
Siempre estuve convencida de que mi talento y mis esfuerzos en toda mi carrera justificaban el buen puesto que tenía en este hospital tan prestigioso, y sí, tenía claro que la influencia de mi padre también había sido clave para mi ingreso al hospital, pero me había convencido de que eso no lo era todo. Ese día en particular las dudas me asaltaron, las miradas de desdén que me dedicaban varios de los enfermeros y miembros del personal médico me hicieron cuestionarlo todo.
—Ey, no pasa nada. Estoy seguro de que todo va a estar bien. De ahora en adelante no puedes descuidarte, ¿vale? —dijo Philip.
Mi mirada se clavó en la de él, su rostro se notaba calmado y su sonrisa me resultó reconfortante. Philip no era nada desagradable a la vista y sus palabras afables combinadas con esa diminuta sonrisa mandaron una ola de tranquilidad por mi cuerpo.
—Vale —susurré tras soltar un suspiro y correspondí su sonrisa con una propia.
No tenía ganas de lidiar con todo el papeleo que sabía que tendría que llenar, ni mucho menos deseaba tener que enfrentar la ira del director, quien Walker se había asegurado de informarme que ya venía en camino.
Tomé aire, rodé los hombros para atrás disipando un poco de la tensión que en ellos se había acumulado y le di una última mirada a Philip antes de encaminarme hacía la camilla de mi paciente.
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Cuatro horas y media más tarde por fin cerré la puerta del departamento y me encaminé directo a la nevera en busca de algo de comida.
Decir que el director estaba molesto sería subestimarlo, el señor de ochenta y tantos casi broncoaspiró cuando despertó de la sedación y la hija no había cesado con sus amenazas de demandar al hospital a menos que se le diera una compensación económica por los daños. Al final ni me molesté en averiguar cómo la lograron apaciguar, simplemente me limité a escuchar los regaños y advertencias y me apresuré en terminar de llenar los formularios del reporte del incidente.
Sintiéndome drenada de energía, irritada y con unas inmensas ganas de llorar, hice lo que cualquier persona hubiera hecho.
Llamé a mi madre.
Me contestó al primer timbrazo y como no me bastaba con todo el caos que había sucedido en el hospital, el minuto en que abrió la boca supe que de algo se había enterado.
—Señorita.
Sí, estaba segura de que algo sabía.
—¿Dime por qué me tuve que enterar que seré abuela porque a tu tía se le escapó y no porque mi dulce hija me llamó para contarme?
¡Ahí estaba! Al maldito de Iker se le habría olvidado cuando le dije que aún no les había contado.
—Han sido unos días difíciles —un nudo se formó en mi garganta—. Justo hoy te iba a llamar, pero me llamaron al hospital. Todo ha sido un caos desde esta mañana. Lo siento.
Ella chasqueó la lengua, soltó un suspiro y volvió a hablar.
—Bueno, pues tengo tiempo, así que soy todo oídos.
Si había algo que amaba de mamá era que siempre, sin importar qué tan molesta estaba, una buena dosis de chisme captaría toda su atención en cuestión de segundos.
Solté una pequeña risa y saqué un yogur de la nevera antes de tomar una cuchara y dirigirme a mi habitación mientras le contaba cómo conocí a Maddox en el hospital.
Apenas mencioné el nombre ella soltó un grito, pero en cuanto le conté acerca de su reacción frente al embarazo su emoción cesó súbitamente.
—No puedo creer que haya hecho eso. Donde le vea, te juro que le reviento la cara.
Eché la cabeza para atrás y solté a reír. Sólo mi madre podía hablar y actuar como un quinceañero y a la vez ser la persona más educada y elegante que hubiese podido conocer.
—Él es el que se lo pierde, ma. Este bebé se convirtió en mi todo.
La confesión trajo consigo una oleada de temor. La residencia también era gran parte de mis metas y estaba demasiado cerca a terminarla como para rendirme, pero temía que el embarazo me dificultara la tarea.
—¿Sabes? —se escuchó un ligero ajetreo al otro lado de la línea—. Ya mismo me compro un boleto directo a Barcelona. No hay forma de que te deje sola en esto.
La gratitud y una inmensa cantidad de amor por mi madre se agolparon en mi pecho atrayendo un torrente de lágrimas que no fui capaz de contener.
—No es necesario. Por ahora todo está igual, quizás te necesite más cuando ya tenga al bebé. Tú sabes cómo son los turnos en los trabajos cuando recién salimos del internado.
La línea se quedó en silencio un minuto, sabía de sobra que mi madre era una mujer terca y estaba considerando lo que le había dicho.
—Vale, en cuanto nazca esa belleza no te podrás deshacer de mí.
La sonrisa que se tomó mi rostro fue la primera sonrisa genuina que logré conjurar desde la mañana. Todo el escándalo en el hospital, el malestar y las dudas se habían encargado de arruinar mi día, pero como siempre, una llamada con mamá había logrado arreglarlo todo.
Como le dijo Aella a su madre, ¡han sido días difíciles! Nuevo país, nueva vida y nuevo trabajo son todo lo que acapara mi atención estos días. Además no ayudó que entrara en un bloqueo de escritora...
Espero de todo corazón podernos leer pronto.
-Vale 🤍
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