
Capítulo 3. Walk of shame
Editado 03/09/22
La puerta se cerró a mis espaldas y antes de que pudiera darme cuenta de lo qué estaba sucediendo, Maddox me estampó contra la superficie. Sus manos tomaron cada uno de mis muslos, obligándome a alzar mis piernas y envolverlas en torno a su cintura mientras su boca recorría la extensión de mi cuello, chupando y lamiendo la piel expuesta.
La nueva posición hizo que su erección se encajara entre mis piernas y él, al percatarse de ello, comenzó a mecer sus caderas ligeramente consiguiendo que se me escapara un jadeo ante la deliciosa fricción de nuestros sexos.
Mis manos recorrieron la amplitud de su espalda mientras las suyas magrearon y palparon la piel expuesta de mis muslos y glúteos. Intenté meter una mano entre su camisa para acariciar sus hombros, pero la tela le quedaba demasiado ajustada y solo logré correr el material a un lado. La frustración me abarcó; los besos impartidos en mi cuello y mandíbula me tenían delirando, la dureza de su erección entre mis piernas me rozaba de la forma más deliciosa posible, pero no podía tocarlo como me habría gustado.
—Necesito que te quites la ropa. Quiero tocarte —supliqué tirando de la tela blanca con desespero.
Maddox separó su boca de mi clavícula para dejar salir una risita ronca que viajó directo a mi centro y luego me soltó, dejándome con las piernas temblorosas con la escena que me dio.
—¿Así?
Sus manos recorrieron su abdomen con lentitud y finalmente comenzó a soltar botón por botón en tanto sus ojos se mantuvieron fijos en los míos, que se fijaron en cada movimiento de sus ágiles manos. Una vez se deshizo de la camisa, se ocupó de soltar el cinturón que cayó al suelo con un estruendoso golpe que me sacó del mundo de mis pensamientos, bueno, del mundo de mis fantasías.
—No, Maddox. Así —articulé con la voz airosa antes de sacarme el vestido por encima de la cabeza y caminar hacía él.
Noté la forma en que sus pupilas se dilataron cuando sus ojos enfocaron mis senos desnudos y la comisura de mis labios se elevó en una media sonrisa cuando su boca se abrió al notar mis intenciones.
Antes de que pudiera decir algo, mis manos reemplazaron las suyas y me di a la tarea de desabrochar los pantalones ajustados que bajé de un solo tirón junto a los bóxers. Mis ojos nunca se despegaron de los suyos, por lo que pude notar cómo su mirada se oscurecía a medida que me agachaba hasta quedar de rodillas frente a su endurecida polla.
Normalmente no me gustaba practicar el sexo oral y no supe si era Maddox, el alcohol o la situación, pero de repente sentía la enrome necesidad de tener a ese hombre a mi merced y hacerlo enloquecer solo con mi boca.
—Joder, Aella —murmuró enrollando una de sus manos entre mi cabello.
Me percaté de la forma en que todo su cuerpo estaba tensionado, su mano en mi cabello temblaba ligeramente y los músculos de su abdomen se contraían bajo mi atenta mirada que descendió hasta dar con lo que me llevé a la boca.
Primero, me permití recorrer la punta hinchada y enrojecida con la lengua. Humedecí su glande y me deleité con el ligero sabor salado que percibí antes de abrir bien mis labios asegurándome de tapar mis dientes. Succioné solo la punta y mis ojos subieron hasta dar con su mirada cargada de deseo.
Me aseguré de mantener el contacto visual y dejé que la presión que ejercía en mi nuca me guiara. Abrí más mis labios y puse una mano en la base cuando sentí que no podía tomar más de su longitud en mi boca.
—¿No puedes meterla toda, bella? ¿Soy tan grande que temes no poder conmigo? —Inquirió con una sonrisa orgullosa que me encargué de borrar cuando quité la mano que tenía en su base y lo tomé hasta que lo sentí en mi garganta.
Las lágrimas se asomaron por mis ojos de golpe, pero me obligué a parpadear varias veces disipando la humedad y disfruté escuchar la respiración alterada de Maddox. Mi cabeza comenzó a moverse y succioné mis mejillas mientras mi lengua se movía de lado a lado, estimulandolo en cada manera posible.
Noté que sus jadeos se tornaron más largos y profundos, sabía que las palabras sucias y degradantes que salían de su boca me espantarían si me las dijeran en otro contexto, pero su tono ronco y excitado simplemente lo hacía diferente.
—Tienes que parar —soltó repentinamente y su mano tiró de mi cabello, obligándome a dejarlo ir—. Necesito follarte ya.
Me aseguré de que notara cómo me pasé la lengua por los labios con lentitud y di una última lamida a su glande haciendo que soltara un siseo.
Antes de percatarme de lo que estaba sucediendo, él ya me había ayudado a pararme y me tenía con las manos apoyadas sobre el colchón y la espalda arqueada hacia adelante. Sentí que me recorría con la punta de su erección asegurándose de untarse de la humedad entre mis piernas y un ligero temblor recorrió mis piernas cuando rozó mi clítoris en círculos repetidos antes de seguir moviéndose hasta cernirse sobre mi hendidura.
—¡Mierda! —Lo escuché maldecir a la vez que lo sentí alejarse de mí.
—¿Qué pasa? —Exigí saber girando mi cabeza para ver la expresión de molestía en su rostro. Por un segundo el pensamiento de que había visto algo que no le gustaba en mí me invadió y la inseguridad me hizo levantarme y poner mis manos cruzadas frente a mis pechos para encararlo con una ceja arqueada.
—No tengo condón —se pasó una mano por el rostro, evidentemente irritado—. Vaya putada —maldijo.
Yo rodé los ojos ante su reacción y caminé hasta mi bolso, sacando el aluminio cuadrado que me aseguré de levantar en el aire para que lo viera.
—Toma.
Él me miró por un segundo sin decir o hacer nada. Por un momento pensé que me iba a decir que ya no tenía ganas, pero su mirada abandonó lo que le ofrecí y se paseó por mis senos desnudos. Sus pupilas se dilataron y sin dudarlo, arrancó el paquete de entre mis dedos.
—Joder, estas son perfectas —dijo dando un paso hacia adelante para ahuecar mis pechos con las palmas de ambas manos.
La intensidad de su mirada y el roce de sus manos sobre mis pezones hicieron que el deseo me abordara de golpe, dejando de lado el percance con el condón. Maddox deslizó sus manos desde mi pecho hasta mis hombros y se asentaron allí para comenzar a ejercer presión y volverme a guiar a la cama.
Cuando sentí el borde del colchón dar contra mis piernas, me volteé para subirme a la cama, pero su mano se envolvió en mi nuca y de la nada sus labios estaban sobre los míos. El beso fue apenas un roce, nuestras respiraciones se volvieron una y por más de que buscara guiar los movimientos de nuestras bocas, él era demasiado demandante y terminé cediendo, dejando que succionara mi labio inferior a su antojo.
—Apoyate en tus rodillas y manos, bella —me pidió cortando el beso.
Yo no gasté un minuto más. Primero me lancé de espaldas al colchón, me aseguré de darle una buena vista de mi cuerpo y le di una última mirada cargada de coquetería antes de acomodarme como me lo pidió.
Mi espalda se arqueó cuando pasé el peso de mi cuerpo sobre mis antebrazos y el jadeo casi imperceptible que logré escuchar me indicó que le estaba dando la mejor vista de mi bien torneado trasero.
Ansiosa, escuché el aluminio rompiéndose y un segundo más tarde volví a percibir el calor de su cuerpo a mis espaldas antes de que se posicionara en mi entrada.
—Házlo, Maddox. Fóllame —supliqué, viéndome obligada a morder mi labio inferior.
El calor ascendió por mis mejillas y no sabía si se debía a la vergüenza que muy seguramente sentiría cuadriplada al día siguiente cuando recordara mis palabras sugestivas, o al fuerte empellón que me mandó hacia adelante.
Él ni siquiera me dio un minuto para acomodarme a la repentina intrusión.
Las manos de Maddox se aferraron a mis caderas invitándome a moverme y yo lo hice con gusto en tanto pequeños jadeos abandonaron mi boca. Ese hombre era todo menos cariñoso, sus movimientos eran certeros y sus palabras carecían de romance; era la primera vez que me enfrentaba a alguien así en la cama y me llevé una sorpresa al notar lo mucho que me ponía su rudeza.
Una de sus manos soltó su agarre y un grito se me escapó cuando sentí el leve ardor de una palmada sobre la piel de mi nalga. Luego, sus dedos se enredaron en mi cabello, formando una coleta de la cual tiró para hacerme levantar.
Guiada por sus movimientos bruscos, dejé que mi cuerpo se alzara y me quedé apoyada de rodillas únicamente. Mi espalda dio contra el pecho de Maddox y mis manos se asentaron en sus muslos que se tensaron bajo mi tacto.
El sonido de piel chocando con piel, el de mis pobremente contenidos jadeos y de los silenciosos gruñidos de Maddox eran lo único que se escuchaba en toda la habitación. Todo resultó ser una nueva experiencia para mí, normalmente mis parejas solían ser más dóciles e insulsas, pero ese hombre me tenía al borde del éxtasis con un par de embestidas.
—Maddox —jadeé cuando una de sus manos tomó las mías y me inmovilizó agarrándome de las muñecas. Mis brazos quedaron atrapados en el disminuido espacio entre su pecho y mi espalda, robándome el placer de tocarlo con libertad.
—¿Qué pasa bella? ¿Necesitas más? —inquirió aumentando la fuerza de sus empujones considerablemente.
La intensidad de sus penetraciones y la presión de sus dedos en torno a mis muñecas desataron los temblores en mis piernas. El cosquilleo en mi vientre no tardó y sólo bastó un roce de la mano de Maddox, que no supe en qué momento se coló entre mis piernas, para desatar el orgasmo que me tomó sin previo aviso.
Mis ojos se pusieron en blanco y mi cabeza cayó hacia atrás, apoyándose en el hombro de Maddox que siguió con sus movimientos, ahora más rápidos y entorpecidos.
—Deliciosa —murmuró el hombre al tiempo que refugió su rostro entre mi cuello, lamiendo y succionando la piel como si de verdad quisiera devorarme.
Mi boca se abrió para dejar salir un quejido cuando sus dientes se encajaron en la piel bajo el lóbulo de mi oreja con fuerza y dos de sus dedos subieron desde mi vientre, recorriendo mi garganta y colándose entre mis labios. Logré percibir el sabor de mi humedad en su piel e hice lo que sus acciones me pedían.
Mi lengua recorrió sus dedos con minuciosa precisión, me encargué de succionar y rodear sus dígitos con mi lengua, recordándole lo buena que podía ser con ella.
—¿Te encanta, no? ¿El sabor de tu coño en mis dedos?
Mis ojos se cerraron y un gemido salió de mi boca cuando sus dedos humedecidos por las atenciones de mi lengua, volvieron a descender hasta detenerse en mi clítoris.
Por mi experiencia, pensaba que tener dos orgasmos seguidos era impensable, pero los rápidos y para nada cuidadosos círculos que él trazó entre mis piernas hicieron que mis músculos internos volvieran a contraerse.
—Eso es —alentó.
Sus piernas temblaban con el esfuerzo y debido a la cercanía de mi espalda con su pecho, me percaté de lo rápido que su corazón bombeaba dentro de su pecho. Su respiración agitada y los diminutos jadeos que soltó cayeron en mi oído derecho debido a la posición de su cabeza y eso, en conjunto con los demás estímulos impartidos en mi entrepierna acabaron conmigo por segunda vez.
Mi cabeza se volteó ligeramente y me vi obligada a acallar el grito que quiso salir de mi garganta sobre el cuello de Maddox, quien me dio un último y potente empellón antes de soltar un delicioso gemido.
Alto y claro, mi nombre salió de sus labios.
—Mierda, Aella.
La forma en que pronunció mi nombre, con el acento británico marcado hizo que mis piernas volvieran a temblar, en especial cuando sentí las contracciones de su vientre cuando se corrió. Lo sentí estremecerse a mis espaldas, su cabeza cayó hacia adelante y su aliento golpeó mi hombro, erizándome la piel con las fuertes respiraciones que soltó.
Agotados, nos quedamos estáticos en la misma posición por un segundo antes de caer sobre las sábanas.
Por la forma en que me trató durante el sexo no esperaba que Maddox fuera del tipo que abrazaba y era cariñoso después, pero tampoco esperaba que se parara sin siquiera reconocer mi presenecia y se encerrara en el baño a darse una ducha.
Mi cuerpo todavía vibraba con los residuos del orgasmo, pero la sensación amena que me trajo la descarga se vio opacada por la indignación.
¡Ni un último beso, ni siquiera una mirada me dedicó ese imbécil! ¡Yo también quería una ducha!
Rodé los ojos sabiendo de sobra que no debía esperar nada más de alguien tan narcisista como Maddox Armstrong y estiré uno de mis brazos hacia la mesa de noche para sacar un pañuelo de la caja que había encima.
Me aseguré de limpiar el desastre pegajoso que se formó entre mis piernas y contemplé la idea de ponerme mi ropa y largarme, pero al final opté por quedarme. Si me iba a usar como le viniera en gana, lo mínimo que tenía que sacar era una buena noche de sueño en un hotel cinco estrellas de todo eso.
No me sentía cómoda con la idea de dormir desnuda, ni tampoco me llamaba la atención ponerme el apretado vestido que traía, así que me decidí por tomar la camisa de Maddox y me la puse antes de meterme en la cama para dejar que el sueño me consumiera.
· · · · · · · · ❲✰❳· · · · · · · ·
Me desperté de golpe al sentir que el colchón se hundía a mis espaldas. Tardé un segundo en recordar todo lo que sucedió en la noche y un sonrojo permanente tomó residencia en mi rostro cuando recordé mis acciones y palabras descaradas.
Mis ojos se enfocaron en el reloj de mano que aún tenía puesto y me llevé una sorpresa al ver que apenas eran las siete y media de la mañana. La noche anterior me había quedado dormida alrededor de las tres, por lo que sólo tenía cuatro horas de sueño y el ligero dolor en mi sien era testigo del cansancio.
Otro movimiento a mis espaldas hizo que me volteara sólo para toparme con la espalda de Maddox. Noté que ya estaba bañado y cambiado, las ganas de querer saber de dónde sacó ropa limpia a esas horas de la mañana me embargaron, pero opté por quedarme callada cuando él se volteó, mirándome.
—Tengo entrenamiento a las ocho —fue lo primero que dijo, consiguiendo que mi entrecejo se arrugara.
Lentamente me reincorporé en la cama y me pasé ambas manos por el cabello para calmar el desorden que muy seguramente se formó entre las hebras castañas.
—Vale... —Divagué sin saber qué más decir.
Al notar que estaba despierta y alerta, Maddox se volvió a girar y siguió dándole atención a lo que sostenía entre sus manos.
Comencé a levantarme con la intención de ir a tomar una ducha, pero su voz me detuvo.
—En la encimera junto a la puerta dejé dinero para tu taxi —me dijo antes de levantarse y acomodarse la chaqueta de cuero.
Sentí que me atraganté con mi saliva y un tosido se escapó de mi garganta. Pensé en alguna palabra, cualquiera, que me sacara de la vergonzosa situación, pero él fue demasiado rápido.
Maddox caminó hacia mí, depositó un beso fugaz sobre mis labios y antes de que pudiera mandarlo al demonio por la forma en que me estaba tratando, él ya había salido de la habitación.
—La pasé bien —fue lo último que dijo antes de cerrar la puerta a sus espaldas.
La ira se adueñó de cada molécula de mi cuerpo. Maldije la hora en que por azares del destino nací con la genética de mi madre, pues sentía cómo mi pálido rostro se calentaba y enrojecía debido a la molestia.
Me prometí, en ese momento, que no volvería a acostarme con alguien de su tipo y decidí que una noche de sexo sin compromiso con un desonocido no valía la pena.
Di zancadas grandes hasta adentrarme en el baño y con dos líneas grabadas permanentemente entre mis cejas abrí la ducha y me metí. Limpié cada ápice de mi ser como si de ese modo me pudiera deshacer del enojo y la vergüenza.
Me quedé en la ducha hasta que la piel de mis dedos se arrugó y aún así, me seguía sintiendo sucia. Lo siguiente de lo que me encargué fue de mis dientes. Busqué por los gabinetes para ver si había un cepillo de dientes, pero al fallar en mi búsqueda, me decidí por tomar dos grandes sorbos de la botella de enjuague bucal para lavar mi boca.
Apreté el nudo en mi toalla y abrí la puerta dejando que el humo contenido se escapara a la vez que el aire frío del exterior me azotaba. La piel se me erizó, y al divisar el desastre de ropa en el suelo, pequeños destellos y recuerdos candentes de la noche anterior me llenaron la cabeza.
Mordí mi labio inferior recordándome que Maddox se portó como un verdadero patán, y caminé hasta el vestido que yacía tirado sobre un sillón.
Me vestí y busqué mis bragas con la mirada, pero no las hallé por ninguna parte hasta que salí al pasillo que daba a la puerta y divisé el trozo de tela, ahora inservible. Solté un quejido infantil y mi repudio hacia Maddox Armstron incrementó estratosféricamente.
Tomé la tela arruinada de mis tangas favoritas y las tiré al bote de basura junto a la puerta justo cuando alguien la abrió.
Observé en cámara lenta cómo mi ropa interior destrozada cayó justo frente a la mujer que se adentró en la habitación con un recogedor y una escoba en cada mano. Para mi gran horror su mirada se fijó justo en lo que acababa de lanzar y me maldije por tener tan mala puntería cuando sus ojos se abrieron de par en par.
Rápidamente, busqué alguna excusa, pero nada lo suficientemente convincente se me vino a la mente, así que hice lo siguiente mejor.
Me disculpé reiteradas veces, tiré la tela a donde inicialmente apunté y le di a la mucama el billete de cincuenta Euros que me dejó Maddox.
Me apresuré en calzar mis zapatos y me despedí de la mujer que ya se había dado a la tarea de tirar la ropa descartada de Maddox en un bote antes de salir como alma que lleva el diablo.
Para mi gran fortuna, el Uber que llamé antes de bajar ya estaba afuera esperándome, así que no debía quedarme en el Lobby luciendo como una mujer de compañía un Domingo en la mañana.
Durante el camino me entretuve en mi télefono, mi dedo deslizaba las publicaciones de Instagram con rapidez. Mis ojos enfocaban las imágenes, pero mi cabeza no se concentraba en lo que veía, pues todos mis pensamientos los abarcaba cierto jugador de fútbol de ojos marrones y piel canela.
Antes de que pudiera detenerme, mi dedo ya estaba pulsando el icono de la lupa y estaba tecleando el nombre del hombre que me ocupaba la cabeza cuando me percaté del grave error que estaba a punto de cometer. Si lo buscaba lo haría todo más real, me daría cuenta de que solo fui algo pasajero, y a pesar de que no buscaba nada serio, las acciones de Maddox solo me hacían sentir como una puta barata, así que lo último que necesitaba en ese momento era dar con un recordatorio de lo insignificante que había sido la noche anterior para él.
En cuanto llegué a casa ignoré las miradas sabiondas que me dedicaba Iker y me encerré en mi habitación sintiéndome más que lista para pasar el resto del día en cama.
Sin embargo, el sonido de mi celular hizo que el sueño se disipara en un instante.
—Ainhoa, amiga no es un buen momento —dije tras aceptar la llamada.
—¿No es un buen momento? ¿¡No es un buen momento para decirle a tu mejor amiga que conoces al Maddox Armstrong y que pasaste la noche con ese adonis!?
Cerré mis ojos con fuerza y dejé que mi cabeza se hundiera en la almohada preparándome para contarle cómo conocí al hombre del cual no pensaba volver a hablar y no esperaba volver a ver por el resto de mis días.
Hola :)
Espero estén todos muy bien.
Aprovecho para contarles que intentaré publicar dos capítulos por semana y si todo va bien acabaré el libro antes de que termine el año. Estoy muy entusiasmada con este nuevo proyecto, así que siempre y cuando no me dé bloqueo, me dedicaré al cien en terminar de escribirlo.
-Vale 🤍
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