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Capítulo 19. Oh Baby

NO EDITADO. (Mañana regreso, ahora está demasiado tarde para releer 3k palabras)

Tres semanas atrás habíamos hecho la promesa de mantener nuestra relación puramente física y desde entonces parecíamos haber encontrado algún tipo de rutina. Cada noche y a menudo nuestros tiempos a solas en casa habían sido aprovechados explorando nuestros cuerpos, dándole vida a cada una de nuestras fantasías y deseos.

Al comienzo, cuando nuestra piel aún estaba cubierta de sudor y nuestros músculos temblaban después del clímax, yo me pasaba a mi habitación, o él a de él. Luego, hubo un silencioso acuerdo de que descansar en la cama junto al otro después de terminar no nos haría daño. Al poco tiempo me quedé dormida en su cama y nuestra nueva realidad se convirtió en pasar la noche abrazados. Durante ese tiempo Maddox se aficionó a tocar mi vientre cada segundo que estuviera a su alcance, incluso cuando dormía, y por extraño que pareciera, yo tampoco parecía hartarme de sus caricias.

No era algo de lo que hubiésemos hablado, mucho menos estaba entre nuestros planes el que poco a poco mis cosas terminaran tomando residencia permanente en la habitación de Maddox, pero el cambio me resultó tan natural que no me molesté en mencionarlo.

—Me adelantaron el vuelo.

La molestia recubrió su voz, era obvio que no le gustaba la idea de irse antes de lo previsto. Sería la primera vez que nos separaríamos desde que me mudé a su departamento y yo también estaba reacia a dejarlo ir.

—¿A qué hora sales? —Hasta donde yo sabía, salía a las cinco de la tarde. De por sí apenas tendría tiempo para dejarme en casa cuando volvieramos del médico, pero si saldría antes, eso siginficaría que tendría que irme sola.

Su mano izquierda se quedó en el volante mientras que la derecha se asentó en mi pierna.

—A las tres. —Me miró de soslayo y sus dedos apretaron mi muslo ligeramente.

Ubiqué la hora en el tablero digital del auto y mi buen humor de repente se tornó agrio.

—Volveré a casa sola. —No me agradaba la idea.

Hoy nos dirían el género del bebé y me hubiera gustado pasar un poco más de tiempo con él para procesar la noticia. Una pareja normal probablemente pasaría el día especulando sobre los rasgos de su bebé, preguntándose de qué color pintarían las paredes de la habitación y llamando o visitando a sus familiares y amigos para contarles la noticia. Sin embargo, ni siquiera éramos pareja y estábamos lejos de ser normales; Yo, con mis turnos nocturnos y Maddox, bueno, siendo el Maddox Amrstrong.

—Lo siento. —Su voz se entrecortó y tuvo que aclarar la garganta—. Deberías llamar a tu amiga o a tu primo, si quieres puedo mandar un auto o conseguir un tíquete de avión para que tu madre venga. No quiero que estés sola.

Tomé su mano y entrelacé nuestros dedos.

—No es tu culpa, Maddox. —Lo miré, pero él me evadió así que continué—, estoy segura de que Ainhoa no tendría problema con quedarse en el pent house hasta que vuelvas. Tú enfócate en tu partido que cuando vuelvas te estaremos esperando—. Moví nuestras manos unidas y las apoyé sobre mi vientre.

Su dedo pulgar acarició mis nudillos y sus dedos apretaron los míos, pero no pronunció una sola palabra. Su silencio me preocupaba, sabía por las dos líneas que se marcaron entre sus cejas que en su mente se seguía echando la culpa por no poder disfrutar de la experiencia, así que me di a la tarea de distraerlo.

—¿Qué quieres que sea?

Permaneció en silencio durante un minuto, probablemente reflexionando sobre la pregunta, pero finalmente pareció llegar a una conclusión.

—Me importa que nazca sano. No importa lo que sea, lo voy a querer de igual forma. —Sus labios formaron la más pequeña de las sonrisas y supe que había tenido éxito en mis esfuerzos por distraerlo del fin de semana que nos esperaba.

—Creo lo mismo...—Pausé, preguntándome si era sensato serle completamente honesta. Me mordí el labio inferior y lo medité detenidamente antes de finalmente decidir hablar.

—Aunque, me hace ilusión tener una niña —murmuré, sintiéndome insegura de mí misma. No es que no estuviera de acuerdo con él, pero desde muy joven me imaginaba con una niña pequeña y con una relación similar a la que tenía con mi madre.

Una vez más el silencio reinó. Estaba por pensar que se había molestado u ofendido con mi confesión cuando habló.

—Supongo que a mí no me molestaría si es un niño.

Una carcajada brotó de mis labios y la atención de Maddox se centró en mi momentáneamente antes de volver a la carretera.

—Entonces alguno de nosotros va a quedar un poquito frustrado. —Levanté mi mano con el dedo índice y pulgar marcando una pequeña distancia entre ellos para hacer énfasis en mis palabras.

Su mano, que todavía sostenía la mía, me soltó y cubrió mi panza, dándole un suave apretón al mismo tiempo que el auto se detuvo en la entrada del hospital. Ahora que su atención no necesitaba dividirse entre la carretera y yo, se giró y me miró por completo. Sus ojos se habían oscurecido y sus labios se curvaron en una sonrisa sinuosa.

—Por ahora, pero quién sabe, tal vez más adelante saciemos ese gusto culposo dándole a este pequeño una hermanita o un hermanito.

Sus palabras podían tener dos significados. Quizás estaba sugiriendo que por separado tendríamos otros hijos, o que juntos podríamos hacerlo. Por la forma en que me sostuvo la mirada y dado su agarre posesivo en mi vientre, todo parecía indicar que se refería a lo segundo.

Un escalofrío me recorrió la nuca y de repente me dio la sensación de que el aire acondicionado del aire no estaba encendido, porque todo mi cuerpo se calentó. A juzgar por la risilla maliciosa que soltó Maddox, mis mejillas se habían enrojecido, delatando lo mucho que me afectaron sus palabras.

Fijé la mirada en el piso y rehuí de la suya.

—Se nos va a hacer tarde. Voy a adelantarme mientras tú consigues dónde aparcar. —No le di tiempo de responder. Tomé mi bolso y abrí la puerta antes de salir del auto como si los asientos estuvieran hechos de lava.

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Una vez, cuando era pequeña le pregunté a mi mamá si siempre me había amado. Ella me miró con ternura y me pidió que fuera a su habitación junto con ella. Ese día mi papá estaba en el trabajo, así que estábamos solas y nos habíamos tomado el día para pintarnos las uñas, hacernos mascarillas y hornear galletas.

Era una noche de verano y el sol apenas comenzaba a ponerse en el horizonte, así que mi mamá tomó un plato de galletas tibias y me sostuvo en su regazo mientras hojeamos el libro que había conseguido de una caja en su estantería.

Sacó un pedazo de papel con varias figuras que para ese entonces no entendía y señaló a una silueta en el medio—, esta fue la foto que te tomaron cuando aún estabas en mi estómago y me dijeron que serías una niña. Ese mismo día tu papi y yo escogimos tu nombre y creo que ese también fue el día que supe que siempre te amaría.

Lo que mi mamá había dicho ese día respondió mi duda, pero nunca entendí cómo me pudo haber querido aún sin conocerme hasta que tuve la maravillosa experiencia de ser madre.

Una de mis manos sostenía mi camisa debajo de mis pechos y la otra estaba fuertemente agarrada a la de Maddox que también temblaba debido a la anticipación. La especialista estaba terminando de colocarme el gel para la ecografía, pero mi mente estaba tan distraída que apenas pude sentir el frío del gel filtrándose en mi piel. Mis palmas estaban sudorosas y mi corazón latía erráticamente dentro de mi pecho, sentía que en cualquier momento implosionaría por la fuerza de cada latido. No podía quitar los ojos de la pantalla del ecógrafo a pesar de que todavía estaba apagada, sabía que en el momento en que apareciera la imagen del bebé sabría qué era.

—Creo que me voy a desmayar. —Maddox estaba sentado al borde de su silla, tan cerca a la camilla que casi descansaba conmigo sobre ella y su rostro estaba justo junto al mío, por lo que pude percibir lo que dijo a pesar de que solo fue un susurro.

Me habría preocupado más de no ser porque justo en ese momento, la especialista encendió la pantalla y colocó el transductor en la parte alta de mi vientre.

—¿Listos?

Ninguno de los dos pudo encontrar la forma de pronunciar alguna palabra, así que asentí con la cabeza y solté todo el aire en una largo suspiro. Le tomó un par de minutos encontrar el lugar perfecto, cada segundo que pasaba sentía como si mis pulmones ardieran por falta de oxígeno, pero de repente se llenaron cuando finalmente reconocí la imagen frente a mí.

Parpadeé y mis ojos se llenaron de lágrimas impidiéndome volver a ver la pantalla para corroborar lo que había visto. La especialista ni siquiera tuvo tiempo de anunciarlo, las dos palabras salieron de mi boca antes de que me diera cuenta.

—Un niño —mi voz se quebró y entre las lágrimas y el ruido de mi respiración pude escuchar la risa de Maddox.

Solté mi camisa y sequé mis ojos antes de girarme para verlo. Él ya me estaba mirando y el momento en que nuestras miradas chocaron, la razón abandonó mi cerebro, dejándome con la necesidad más insaciable de estar en sus brazos mientras disfrutábamos la sensación que nos causó saber de nuestro pequeño niño.

Maddox pareció leerme el pensamiento, porque tan pronto pudo, sus brazos se envolvieron en mis hombros y su boca cubrió la mía. El beso no duró más de un segundo, fue tan fugaz que no me di cuenta de que había sucedido hasta que la especialista aclaró la garganta.

Ella se quedó viendo el ecógrafo un minuto más, haciendo la revisión de las medidas, pero no me molesté en ponerle atención porque en ese momento, para mi solo existían dos personas en el mundo.

El resto de la cita transcurrió rápido. La doctora confirmó que íbamos a tener un niño, también se aseguró de que su tamaño fuera normal para las 20 semanas y me preguntó sobre mis síntomas. Nada estaba fuera de lo normal, así que nos programó la siguiente revisión y se despidió.

Cuando salimos del consultorio me sentía como si estuviera flotando. La sonrisa en mis labios era permanente y parecía que nada podía arruinar mi estado de ánimo.

—Gracias, Aella. —Maddox se detuvo de repente y dado que nuestras manos seguían firmemente entrelazadas, me vi obligada a hacer lo mismo.

Estábamos por atravesar la sala de espera, los pasillos estaban atiborrados de gente y varias personas murmuraban mientras señalaban en nuestra dirección, muy seguramente, después de reconocer a Maddox. Mi primera reacción al darme cuenta de la cantidad de atención que estábamos atrayendo fue tirar de su mano para seguir caminando hasta el ascensor, pero Maddox se había quedado completamente quieto con la mirada perdida en la mía.

Sus ojos estaban enrojecidos, sus mejillas sonrojadas y su cabello alborotado, además, al igual que yo, sus labios esbozaban una sonrisa permanentemente.

—Gracias por cumplir mi sueño, bella —dijo.

Estaba tan concentrada en el brillo que se apoderó de sus ojos que no me di cuenta de que su rostro se acercaba al mío hasta que su aliento recorrió mi mejilla. Me costó un gran esfuerzo evitar sus labios cuando lo único que quería era perderme en él, pero esa voz dentro de mi cabeza me hizo reaccionar justo a tiempo.

Maddox dejó escapar un gemido torturado cuando sus labios chocaron con mi mejilla después de que girara la cara hacia el otro lado.

—Eres mala —masculló aún sin despegar su boca de mi piel.

Solté una risa nerviosa al notar que una mujer tenía un teléfono en las manos y había comenzado a tomar fotos, y con gran esfuerzo, di un paso hacia atrás.

—Y tú eres impulsivo. —Ladeé la cabeza en dirección a la mujer y Maddox siguió el rumbo del movimiento. Sus hombros se tensaron y sus pies dieron dos pasos hacía atrás cuando se dio cuenta de lo que estaba causando.

Al darse cuenta de que había cometido un desliz, rápidamente me agarró la mano y me arrastró en dirección al ascensor. Luché por seguir sus largas zancadas, y él se dio cuenta, reduciendo la velocidad, pero asegurándose de que su cuerpo me cubriera de las miradas indiscretas de los demás.

—¿Ela?

Me di la vuelta en el momento en que escuché a alguien gritar mi nombre. Tan pronto como me di cuenta de que era Phillip, que me saludaba desde la distancia, sonreí de nuevo.

Maddox siguió tirando de mi brazo, todavía quería que fuéramos a los ascensores lo antes posible, pero no me moví y lo hice quedarse quieto mientras Phillip se movía entre las personas para venir hacia nosotros.

—Tiempo sin verte, Ela. ¡Te sienta increíble el embarazo! —Phillip hablaba animadamente, me dio un beso en cada mejilla y comenzó a preguntar por mis padres cuando Maddox decidió dar a conocer su presencia

—¿Quién es tu amigo, Ela? —Sonaba molesto. Su uso del sobrenombre fue sarcástico y su tono era desagradable, como si estuviera hablando de algo que le daba asco.

—Maddox, él es Phillip Conrad, nosotros nos graduamos de la misma universidad. Phillip, él es-

Mi amigo me quitó las palabras de la boca.

—Maddox Armstrong —dijo con asombro.

Reí al percatarme de que Phillip estaba tan distraído hablando conmigo que de alguna forma logró pasar por alto el hecho de que estaba parado junto a una estrella del fútbol.

—El mismísimo —Maddox le extendió una mano y la otra se asentó en mi cintura, atrayéndome a su cuerpo de manera posesiva.

—Guao, que gustazo, conocerlo, hombre. —Phillip lucía como un niño pequeño.

Los dos hombres estrecharon las manos, pero por la mueca en el rostro de Phillip, supe que Maddox lo había apretado con más fuerza de la necesaria. Usé mi dedo índice para picarle el costado y el rostro de mi colega se relajó en cuanto soltaron el agarré.

—Bueno, Aella y erhm, Maddox. No les quito más tiempo, voy tarde a... A una junta, ¡sí! Hay una junta importante y se me va haciendo tarde. Te veo al rato, Ela, que aún me debes una salida, —Phillip habló más rápido de lo que sabía que era capaz. Aparentemente leyó el humor hostil de Maddox, porque parecía que quería estar en cualquier lugar menos cerca de nosotros.

—¡Nos vemos!

Me giré para encarar a Maddox y solté su mano aunque él forcejeó para evitarlo.

—¿No te cayó bien Phillip? —Me crucé de brazos y levanté una ceja.

—No. —Su mirada era seria y su cuerpo estaba tensionado, era obvio que la presencia de mi amigo lo había puesto de mal humor.

La risa brotó de mis labios. Sus mejillas enrojecieron y su entrecejo se frunció, en realidad, todo su rostro se contrajo en una expresión amarga.

—¿Estás celoso?

Él no despegó la mirada de mi amigo que ya se había adentrado en el pasillo y estaba a punto de subirse a uno de los elevadores.

—Sí.

Puse los ojos en blanco y comencé a caminar hacía los ascensores, pero Maddox se quedó quieto y me tuve que girar para obligarlo a seguirme el paso.

—Deja de ser un patán y más bien apúrate que vas tarde para tu vuelo. —Jalé su mano y él, a regañadientes, dio un paso hacía adelante.

El camino a la salida fue silencioso, cada paso que dábamos significaba que teníamos menos tiempo juntos y no quería tener que despedirme. En el fondo sabía que no era normal que estuviera tan afectado, pero la profunda pena que me invadió en el momento en que noté los dos autos negros estacionados uno al lado del otro, desató la oleada de lágrimas.

Maddox se dio cuenta el segundo en que el primer sollozo salió de mí, y sus brazos me rodearon, guiándome hasta que mi rostro quedó enterrado en su pecho. Inhalé su familiar aroma y me aferré a su espalda.

—Son las hormonas, —balbuceé entre el llanto.

El pecho de Maddox tembló con la risa que brotó de su boca y no pude contener la sonrisa que se dibujó en la mía. Eramos un desastre.

—Lo siento, me tienen hecha toda una loca.

Sentí que depositó un beso en mi coronilla y luego sus manos cubrieron mis hombros, dando un suave empujón para separarnos.

—Claro, las hormonas —concordó, antes de dar un paso hacía atrás.

Mis brazos me rodearon cuando, a pesar de que nos encontrábamos en pleno verano, un escalofrío recorrió mi cuerpo.

—Nos vemos en tres días.

Acaricié mi vientre.

—Te esperamos.

Mientras veía cómo su auto se alejaba del mío, solo una cosa se repetía en mi cabeza: En menos de una hora, Maddox había roto dos de nuestras reglas y yo no me había molestado en mencionarlo.

Estaba jodida.

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Desconocí a mi amiga. Se estaba comportando como siempre, pero simplemente no podía verla con los mismos ojos después de saber que se había pasado toda la mañana besuqueandose con mi primo. No habían pasado ni diez minutos de que llegara y ya estábamos sentadas con un tarro de helado en medio mientras ella me confesaba que se estaba viendo con Iker.

Me estremecí ante el recuerdo de los detalles innecesarios que mi amiga me dio y deslicé mis manos sobre la camiseta roja con el apellido y número de Maddox en mi espalda.

Había pasado un día desde que Maddox había tenido que viajar, y el árbitro acababa de dar inicio al segundo tiempo del partido. Nunca había sido una fanática del fútbol, pero gracias a mi padre, que era fanático acérrimo del Real Madrid, sabía una que otra cosa del deporte.

Antes no había tenido razones para mirar un partido, ni mucho menos para que me importara quién ganara, pero de repente no podía despegar los ojos de la pantalla. Cada vez que Maddox tenía el balón yo me convertía en un manojo de nervios y ansiedad, mi pierna derecha se había mantenido en un sube y baja a raíz de los nervios y mis manos temblaban cada que un jugador se le acercaba de más al papá de mi hijo.

Los equipos iban empatados uno a uno, el tiempo pasaba asombrosamente rápido y los jugadores estaban desesperados por marcar un gol. Las jugadas se comenzaron a tornar más hostiles, el cansancio y la necesidad de desempatar el marcador parecían ser el mayor empujón que necesitaban los jugadores para seguir presionando.

Un jugador de amarillo, (estaba tan ensimismada en la jugada que ni siquiera recordaba cuál era el país al que pertenecía), tenía la pelota, pero Maddox se aproximaba a él por su derecha a una velocidad impresionante.

El jugador buscaba a quién pasarle el balón, pero Maddox lo acorraló contra un lado de la cancha. Casi se quedaban sin espacio cuando por fin, Maddox pateó con su pierna derecha y libró el balón del otro tipo, quien, ni corto ni perezoso, corrió detrás de él.

—Se lo va a quitar.

—Shh, no digas eso —amonesté a Ainhoa y volví mi atención a la pantalla justo para ver cómo otro jugador del equipo contrario se unía a la batalla por la pelota.

El aire se atascó en mi garganta y de repente se me hizo difícil seguir los movimientos de los jugadores. Los tres estaban tan cerca que solo podía ver un tumulto amarillo, y uno que otro atisbo de la camisa roja del equipo de Inglaterra que llevaba Maddox.

Solté el aire cuando por fin Maddox pareció librarse de las dos defensas, pero a último minuto, uno de ellos lo empujó.

—¡Mierda!

Me levanté del sofá y mis manos se enredaron en mi cabello mientras en el televisor repetían la escena de cerca.

Tuve que tragar grueso cuando sentí que los contenidos de mi estómago se devolvían. El otro jugador era mucho más musculoso que Maddox y estaban corriendo tan rápido que Maddox salió disparado en el aire. Su tobillo aterrizó en un ángulo extraño e inmediatamente su rostro se contrajo de dolor.

Luego, simplemente cayó al pasto, sujetándose la pierna.

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¡Hola! Me quedó más largo de lo que esperaba, y en teoría iba a ser más largo, pero ya se me hacía demasiado, así que decidí dejarlos con un pequeño cliffhanger para que me piensen mientras sale el próximo capítulo.

Porfa, si son lectores fantasma, les agradecería mucho si dejan un voto o comentario, cada vez que los leo, me dan muuuchas ganas de seguir escribiendo.

Nos leemos pronto,

-Vale 💜

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