
Capítulo 18. Límites
—Por milésima vez Maddox, no es necesario que vengas conmigo. —Terminé de abrochar el sujetador y los ojos del hombre que se había dado a la tarea de perseguirme toda la mañana se centraron en mis pechos que rebosaban por las copas del sostén.
Solté una risa y chasqueé los dedos de una mano frente a su rostro—. Mis ojos están aquí arriba. —Señalé mis ojos con dos dedos, logrando que su mirada volviera a centrarse en la mía.
Maddox mordió su labio inferior y levantó los hombros—. No es mi culpa que tus tetas hayan crecido casi que el doble en los últimos días. Se ven increíbles.
Instintivamente mis brazos se cruzaron de manera protectora sobre mis pechos y mis ojos se entrecerraron mientras mi cabeza se movió de lado a lado en un gesto de negación. Tomé la camisa de pijama que me quité antes entrar a la ducha, la lancé en dirección a su rostro y aproveché su distracción para colocarme el suéter azul que tenía listo desde la noche anterior.
Aún me costaba mover la mano que me corté, así que estaba tardando más tiempo de lo normal en abotonar la prenda. Apenas iba por la mitad cuando Maddox decidió acercarse a reemplazar mis temblorosas manos por las de él. Al bajar sus nudillos rozaron la pequeña protuberancia que ya se notaba en mi estómago y la piel se me puso de gallina ante el contacto. Justo antes de abrochar el último botón, su mano ahuecó mi vientre y su pulgar acarició mi costado de manera cariñosa.
—Te sienta bien. —Su mirada, que estaba clavada en la mía, era profunda y por medio de ella me dijo más de lo que su boca podría expresar.
—¿Qué me sienta bien? —Yo ya sabía a lo que se refería, pero quería escucharlo decirlo en voz alta.
Por la forma en que la comisura de sus labios esbozó una pequeña sonrisa, me di cuenta de que ambos sabíamos cuales eran mis intenciones—. El embarazo, bella. El embarazo te sienta bien. —Sus ojos se suavizaron con las palabras que salieron de su boca y su mano, que aún cubría la mayor parte de mi panza, presionó un poco más fuerte contra mi piel.
Por supuesto, mi cuerpo tuvo la respuesta más natural que uno esperaría tener ante el trozo de hombre que estaba parado frente a mí, diciéndome que su bebé dentro de mí me hacía lucir hermosa. Mis mejillas se enrojecieron y tímidamente aparté la mirada de la de él cuando la sensación burbujeando dentro de mi pecho se sintió demasiado abrumadora.
Aturdida, y sin encontrar palabras para salir de la situación, rápidamente reemplacé sus manos con las mías y terminé de vestirme. Murmuré un agradecimiento a su comentario, lo que pareció divertirlo muchísimo, porque se echó a reír cuando me vio luchando por terminar de prepararme como si mi vida dependiera de ello.
—No te burles, las hormonas me ponen más sensible, solo es eso —farfullé mientras escogía con la mirada el perfume que me iba a colocar.
—Ajá, échale la culpa a las hormonas.
Fastidiada por sus burlas, tomé el primer perfume que encontré y rocié un generoso chorro en su dirección, queriendo ahuyentarlo—. Si no me dejas terminar de arreglarme se me va a hacer tarde para la cita. No importa que trabaje en el hospital, si no llego me va a tocar reagendar.
Aparentemente mis palabras y acciones finalmente surtieron efecto, porque por un minuto mi habitación permaneció en un silencio tranquilo. Me rocié el perfume en el cuello apreciando el aroma sútil, pero detuve todos mis movimientos cuando, a mis espaldas, lo escuché murmurar algo que no pude entender en voz baja.
—¿Dijiste algo? —Me di la vuelta y todo el color desapareció de mi rostro cuando lo miré. Su mano derecha cubría su boca y sus ojos se cerraron por el esfuerzo, su piel tomó un color amarillento y su garganta trabajó para calmar lo que fuera que estuviera tratando de salir por su boca. Probablemente, su desayuno.
—No me siento bien. —Las palabras apenas salieron de su boca y un segundo estaba parado frente a mí, pero al siguiente había desaparecido en dirección al baño.
Dejé la botella de perfume en el tocador con más fuerza de la necesaria y me apresuré en seguirlo. Desde donde estaba pude escuchar claramente el ruido, haciéndome saber que estaba vomitando. Mi ceño se frunció cuando entré al baño y lo vi arrodillado frente al inodoro, pero pronto las piezas hicieron clic dentro de mi cabeza y, sin que pudiera evitarlo, la risa salió de mis labios.
—No me causa gracia. —Maddox tenía la cabeza gacha, su espalda subía y bajaba al compás de su respiración dificultosa y su tono de voz quejumbroso me resultó de lo más adorable.
Me obligué a acallar la risa y caminé hasta estar junto a él. Acaricié su hombro y me puse de cuclillas, esperando a que terminara de devolver los contenidos de su estómago. Mi nariz se arrugó cuando percibí el desagradable olor y quise, con todo mi ser, poder salir de ahí, pero me detuve cuando recordé las incontables veces que él se quedó junto a mí cuando la pasaba mal por el embarazo.
—No sé qué me pasó. Tan pronto olí el perfume, mi estómago se revolvió —dijo mientras lo ayudaba a descansar la espalda contra la pared adyacente al inodoro.
Bajé la cisterna, le pasé un trozo de papel higiénico y solté la verdad.
—Se llama síndrome de Couvade. —Quise reír nuevamente cuando sus ojos se ensancharon y el miedo se apoderó de su expresión—. No, no es nada grave, simplemente significa que por la saliva, las hormonas que me causan el malestar se te pasaron y por eso ahora tú también experimentas los síntomas del embarazo.
Un puchero se formó en sus labios y su mirada se tornó acusadora.
—O sea que es tu culpa —concluyó.
Puse los ojos en blanco y entré a mi habitación para encontrar la botella de agua en mi mesa de noche antes de regresar al baño.
—No, es tuya por besuquearme todo el rato desde... —No necesitaba terminar la frase, ambos sabíamos que me refería a la última vez que estuvimos juntos. Habían pasado diez días, no volvimos a tener sexo, pero algo en su forma de tratarme cambió. Cada que me saludaba me daba un beso en los labios, y sus manos parecían no querer apartarse de mí, en especial desde que notó que ya se me notaba la panza incluso bajo la ropa.
—¡No sabía que me enfermaría! No tiene sentido —Exclamó.
Una vez más me reí y me apiadé de él, quité la tapa de la botella y se la entregué—. Es el karma, yo la pasé horrible y ahora te toca a ti.
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—Hasta comenzó a hacer más preguntas sobre mí. Te juro que no lo reconozco, es como si de la noche a la mañana le hubieran hecho un trasplante de personalidad, un día me trataba de una forma y al otro de otra, es confuso, Ainhoa. —Mi amiga terminó de sacarme las suturas, limpió el pequeño rastro de sangre que salió por el movimiento y me miró a los ojos.
—En conclusión, follaron y desde ese día te trata como si fueras una santa. ¡Ahí está la respuesta a todos tus problemas, mujer! El hombre está buenísimo, estás viviendo con él y esperas su hijo, ambos están solteros y no hay nada que les impida seguir acostándose. —La mirada de Ainhoa estaba iluminada, su tono era alegre y las palabras salieron de su boca increíblemente rápido, lucía como si acabara de encontrar el método perfecto para acabar con la hambruna mundial.
La observé por un segundo sin decir nada. La verdad era que llevaba días pensando lo mismo que ella, las hormonas realmente se me habían revolucionado y vivir con un completo adonis con quien ya sabía que tenía química me tenía al borde de la desesperación.
Pero había una razón por la cual me había abstenido a ceder ante la tentación—. No quiero arriesgarlo, todo. ¿Qué pasa si nos involucramos sentimentalmente y lo jodemos todo? Nuestro hijo va a ser el que pague los platos rotos y me parece injusto que tenga que vivir con una familia disfuncional solo porque mamá no pudo aguantarse las ganas de seguir follándose a papá.
Ainhoa chasqueó la lengua y me dedicó una mirada parecida a la que portaba mi madre segundos antes de darme el sermón de mi vida. Me sentí como una niña de cinco años que sabía que había hecho mal y estaba a punto de recibir un buen escarmiento.
—No digas sandeces, Aella. Ya estás lo suficientemente grande como para saber separar el placer de tus responsabilidades maternales. Además, qué tal que Maddox sea el hombre de tu vida y le estés cerrando la puerta al amor en la cara por miedo al fracaso. Te conozco desde hace años y sé que no eres del tipo que se rinde fácil.
Una vez más, todo lo que dijo mi amiga era completamente cierto. En especial, se repitió en mi cabeza una y otra vez mientras conducía de vuelta a casa lo primero que dijo. Miles de personas que no están listas para estar en una relación son capaces de buscar solo placer y mantener los sentimientos alejados.
A medida que me acercaba a casa, más convencida estaba de que si hablaba con Maddox podíamos llegar a algún tipo de acuerdo. Yo tenía demasiado en mi plato como para buscar una relación y él no era del tipo de enamorarse y tener una pareja estable. Tener una relación sin condiciones se adaptaría perfectamente a nuestra situación.
Cuando llegué a casa ya tenía todo mi discurso preparado, me sentía un poco insegura mayormente porque Maddox no había querido iniciar nada sexual desde hacía una semana, pero su notorio cambio en cómo me trataba fue suficiente para hacerme decidir que valía la pena intentarlo.
Como todas las mañanas, él tenía que ir a entrenar con el equipo, así que tuve que esperar a que llegara. Normalmente siempre llegaba después del medio día, así que me sorprendí cuando a tan solo diez minutos de mi llegada, la puerta se abrió.
—Espero que Lucy no haya empezado con el almuerzo. Hoy nos dejaron ir temprano, así que me pasé por Giuseppe's y te traje pizza de jamón y piña. —Caminó hasta la sala, donde me encontraba sentada leyendo un artículo de un nuevo tratamiento para la demencia temprana en la que estaba trabajando uno de mis colegas.
Me quedé estupefacta cuando lo primero que hizo después de dejar la pizza sobre la mesa fue darme un beso. No era ajena a sus besos como modo de saludo y despedida, lo que me sorprendió fue su elección de sabor para la pizza. Ayer, mientras él estaba en una junta con unos patrocinadores del equipo, me comenzaron los antojos por pizza con jamón y piña, una combinación que desde pequeña aborrecía. Naturalmente, tan pronto llegué del hospital, me metí en la cama y ordené una pizza mediana que engullí como si no hubiese comido nada durante todo el día.
—¿Y a ti quién te dijo que me gusta ese sabor? —No fue mi intención sonar grosera, pero el que supiera que tenía ese particular antojo sin que se lo hubiese mencionado me dio la sensación de que algo sospechoso había ocurrido.
Mis presentimientos fueron confirmados cuando su mirada se desvió de la mía al tiempo que su labio inferior fue atrapado por sus dientes.
—Es una buena combinación —se defendió, y rápido, aún incapaz de mirarme a los ojos caminó hacía la cocina murmurando algo acerca de traer platos y algo para tomar.
—Mientes —acusé en cuanto volvió.
Él abrió la caja, tomó dos rebanadas y las puso en un plato que me ofreció, ignorando lo que dije. Por un momento me distraje, el olor me hizo agua la boca y se me olvidó todo sobre tratar de averiguar cómo mágicamente adivinó mi antojo.
Sin embargo, cuando me entregó un vaso con Ginger Ale, otro antojo que había descubierto hacía poco, me obligué a dejar la comida de lado.
—Eso tampoco te lo había dicho. —Me crucé de brazos.
Maddox, que se había sentado junto a mí para comer, soltó un suspiro pesado y dejó su plato en la mesa.
—No te molestes, pero le pedí a mis chicos de seguridad que se mantuvieran al tanto de lo que haces. —Su frente se arrugó en un gesto que denotaba preocupación.
Solté un bufido seguido de una carcajada y volví a embutirse el trozo de comida—. Predecible. Tienes dinero y la gente hace lo que digas a la hora que digas sin rechistar, me sorprende que no me hayas puesto un escolta de tiempo completo.
Cuando él no dijo nada mi mirada se volvió a deslizar en su dirección y la sonrisa que me dedicó fue suficiente para confirmar que eso era algo que también había hecho a mis espaldas.
Una risita salió de mi pecho mientras apoyé mis pies descalzos sobre su regazo. Amé la sensación que me llenó el pecho después de saber que él tomó esas medidas. Ni siquiera me lo dijo, así que eso sólo podría significar que en realidad ha estado interesado en mantenerme a salvo y feliz por sus propias razones egoístas.
Darme cuenta de que no estaba tan intranquila como sabía que estaría si hubiera estado en la misma situación con una persona diferente, me hizo recordar la conversación que quería tener con él. Todos los signos de mi risa desaparecieron y fueron reemplazados por seriedad tan pronto como comencé a hablar.
—Nuestro hijo tiene que ser lo más importante.
Por la forma en que la expresión de Maddox se tornó seria, supe que ya tenía una idea de lo que iba a decir.
Me costó hallar las palabras para seguirme expresando, había muchas cosas que quería decir, decisiones que tomé y de las cuales aún no estaba muy segura, pero que sentía que eran lo correcto.
Al notar mis dudas, fue él quien decidió intervenir—. Siempre lo va a ser, lo sabes Aella. El día que te dije que no quería que mi hijo corriera la misma suerte que yo cuando me abandonaron, les hice una promesa que no pienso romper.
Mi pobre corazón se estrujó ante el recuerdo de las memorias que compartió conmigo acerca de su infancia. Si había algo en lo que estábamos de acuerdo era en que no queríamos que nuestro hijo tuviera que pasar por algo remotamente similar a lo que él.
—Por eso creo que es importante que sepamos los límites de nuestra relación. —La palabra relación se me hacía un poco extrema para definir lo que sucedía entre nosotros, pero no pude suscitar alguna otra que se asemejara—. Lo que pasó la semana pasada sólo muestra cuánto nos atraemos el uno al otro. También voy a ser honesta contigo; Desde entonces ha sido casi insoportable apaciguar mi deseo por ti. No puedo decir con certeza si son las hormonas o si realmente estoy tan desesperada, pero mi pecho duele cada vez que me besas o me tocas y me he estado volviendo loca sin saber los límites de lo que somos.
Su mirada se oscureció, sabía que lo que había dicho había sido descriptivo, pero tenía que decirle la verdad, incluso si debía desnudar mis deseos más ocultos y suplicarle que llegara a un acuerdo conmigo.
—No sé si es posible que tus hormonas me afecten de esa manera, pero no encuentro otra explicación a lo jodidamente difícil que ha sido mantener la distancia estos últimos días. Casi puedo sentir que me duelen los huesos cada vez que te beso o incluso cuando toco tu mano por accidente. Pensé que me estaba volviendo loco.
Todo el aire dejó mis pulmones en un suspiro aliviado. No estaba consciente del alcance de mi estrés por no saber si estábamos en la misma página hasta que sus palabras confirmaron que lo estábamos. Eso fue todo lo que necesité para armarme de valor y poner las cartas sobre la mesa.
Bajé mis piernas de las suyas y enderecé la espalda, dándole a entender la importancia de lo que diría a continuación.
—Quiero hacerte una propuesta.
Su mirada cargada de curiosidad me alentó a seguir hablando.
—Tengamos sexo. —Mordí mi lengua al darme cuenta de que había sido más directa de lo que quería, pero el daño ya estaba hecho.
Maddox se atragantó con el aire. Su boca se abrió, luego se cerró y finalmente la tos se apoderó de él cuando aire le entró por el orificio equivocado. Le di un par de palmadas en la espalda y escondí la sonrisa que se quiso dibujar en mis labios como respuesta a su reacción.
—Quise decir que deberíamos tener sexo sin compromiso. Ambos sabemos que nuestro hijo es lo que importa, sabremos cuándo parar si sentimos que podría interponerse en nuestras responsabilidades.
Le di un minuto para procesar mis palabras. La incertidumbre me abordó y mi pierna comenzó a subir y bajar repetidas veces. El momento que pasamos en silencio, aunque no duró mucho, se sintió como toda una eternidad.
—No sé...
Le supliqué con la mirada.
—El minuto en que alguno sienta algo más por el otro, se acaba. No podemos joderlo todo si se involucran nuestros sentimientos.
Saber que sus dudas tenían el mismo origen que las mías la tranquilidad que buscaba.
—Tiene que haber límites —concordé.
Al darme cuenta de que él todavía tenía dudas, tomé el pedazo de papel de mi bolsillo trasero y se lo entregué con una mano temblorosa.
—No celos, no afección pública y no sobrenombres cariñosos. —Maddox leyó en voz alta la pequeña lista que escribí apresuradamente mientras esperaba a que llegara.
—Si quieres añadir algo más puedes hacerlo... —Divagué, insegura de qué hacer o decir a continuación. Su mirada parecía borrosa, como si todavía no pudiera creer lo que había sucedido, y no quería presionarlo.
—No hace falta. —Por fin sus ojos dieron contra los míos, y en ellos pude ver el reflejo de lo que sentía. Deseo, incertidumbre, miedo.
Bajé la mirada y detallé el esmalte de uñas que comenzaba a caerse en mi dedo índice—. Ahora...
Maddox tomó mi mentón y me forzó a mirarlo.
—Ahora cerramos el trato con lo que ambos morimos por hacer. —Me besó.
No volvimos a decir nada, las palabras sobraban, eran innecesarias para darle a nuestros cuerpos lo que llevaban días pidiéndonos a gritos. La pizza, que ya se había enfriado mientras hablábamos, quedó olvidada en la sala cuando entre tirones de ropa, besos y jadeos, nos adentramos en la habitación de Maddox.
———
Por segunda vez les pido perdón y les prometo que haré lo que más pueda por acabar la historia tan pronto como me sea posible.
PD. No pude editar el capítulo, este no es precisamente el resultado final que quería, pero estoy a contra tiempo, así que me pasaré a editarlo en cuanto pueda.
Nos leemos pronto,
-Vale 💜
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