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Capítulo 1. Urgencia

Editado 03/09/22

Me solté el cabello de la coleta y masajeé mi cuero cabelludo liberándome de un poco de la tensión que se me acumuló debido a la complicación que tuvimos que enfrentar en el quirófano. Luego, saqué los tenis de mis pies y me recosté sobre el endurecido colchón disfrutando del silencio.

Mis ojos se cerraron de inmediato, mis oídos zumbaron recordando el agudo pitido del monitor de signos vitales que nos acompañó durante toda la cirugía, y que seguía escuchando mientras intentaba sucumbir al sueño. Poco a poco, el cansancio comenzó a hacer de las suyas y estaba a punto de quedarme dormida cuando el estruendoso sonido de la puerta siendo abierta me despertó de golpe.

—¿Eres la residente de neurocirugía? —Cuestionó una enfermera que lucía bastante desaliñada y por las manchas carmesí que cubrían su uniforme supe que no iba a conseguir dormir por el resto de la noche.

—Sí, esa soy yo —confirmé reincorporándome en la cama, lista para acomodar mi uniforme y enfundarme la bata una vez más.

—La sala de urgencias está colapsada. Acaba de ocurrir un accidente automovilístico múltiple y todos los cirujanos de turno están en ello. El doctor Walker me dijo que usted estaba de turno y la necesitamos para que atienda una urgencia que está a punto de llegar —indicó haciendo que me pusiera de pie.

A pesar del cansancio, la adrenalina comenzó a correr por mis venas y con ello logré sacar energía para salir de la habitación rumbo a la sala de urgencias donde todo estaba hecho un caos. Mi falta de sueño pasó a segundo plano cuando vi la cantidad de heridos que no habían sido atendidos, y de inmediato me puse en ello.

Di un corto vistazo a la sala en busca de algún paciente que necesitara ser atendido urgentemente y me alivié al percatarme de que los que quedaban no estaban heridos de gravedad. Sin embargo, mi tranquilidad desapareció en cuanto mi mirada recayó sobre un pequeño cuerpecito que estaba hecho un ovillo en el suelo junto a las sillas de la sala de espera.

La niña tenía la cara enterrada entre las rodillas, por lo que no logré detallar si tenía alguna herida de gravedad, pero por la forma en que sus hombros se movían sabía que estaba llorando. Caminé en su dirección dando largos pasos y apenas estuve junto a ella me agaché fijándome en las manchas de sangre que teñían su ropa.

Con cuidado acerqué una de mis manos para tomar su antebrazo y ello hizo que su cabeza se despegara de sus rodillas. Lo primero que noté fue el ángulo extraño en que descansaba su otro brazo, y lo segundo fue el enorme trozo de cristal encajado en su abdomen bajo.

—Hola cielo. Soy Aella, necesito que me digas tu nombre y tu edad mientras te ayudo. ¿Sabes dónde están tus padres? —Mi intención era calmarla mientras buscaba forma de ayudarla, aunque se notaba a leguas que sus heridas debían dolerle un montón.

La pequeña, que no parecía ser mayor de cinco años, abrió su boca para responder, pero el llanto y una tos que me alarmó le impidieron hablar. De inmediato desenrosqué el estetoscopio de mi cuello y lo coloqué en su espalda intentando escuchar su respiración, pero antes de que pudiera hacerlo ella se arqueó hacia adelante vomitando.

Le quité un par de gasas a una enfermera que pasaba a mi lado y me aseguré de hacer presión en la herida mientras su estómago se contraía debido al vómito. Me enfoqué en evitar que perdiera mucha sangre y aproveché la cercanía para palpar su cabeza en busca de algún signo de un golpe que pudiera indicar una contusión, pero no hallé nada.

Después de un rato, la niña apoyó su cabeza sobre mí e intenté despejar su rostro para alumbrar la linterna que desenfundé del bolsillo de mi bata, pero el líquido rojo esparcido sobre el piso hizo que actuara de inmediato.

Llamé a un enfermero que estaba limpiando la frente de una mujer con antiséptico a unos pocos metros, y éste, al percatarse de la gravedad de mi paciente se excusó con la señora y vino hacia mí.

—Debió haber perforado algún órgano. Acaba de vomitar sangre —informé al hombre que me ayudó a levantar a la pequeña.

Juntos la llevamos hasta una camilla y él me indicó que me quedara junto a ella mientras llamaba al residente de pediatría de turno para que la valorara.

Aproveché la nueva posición y comencé a tocar la zona abdominal, pero no sentí nada fuera de lo normal por lo que decidí centrarme en intentar hablar con ella. La pobre ya no se retorcía del dolor, lucía demasiado agotada, aunque las lágrimas seguían con el llanto silencioso que por alguna razón me preocupaba más que su llanto desesperado de antes.

—Vamos, nena. Dime tu nombre o tu edad. Si puedes levantas tu mano y con los dedos me dices cuántos años tienes, ¿Va? —Le pedí con la voz entrecortada.

Su brazo sano comenzó a levantarse y logré ver cuatro dedos al tiempo que la pequeña soltó un diminuto susurro que por suerte alcancé a escuchar.

—Bien, Valeria. No te preocupes. Yo me aseguraré de que no te duela más, lo prometo.

Valeria asintió con su cabeza y mi corazón se partió en dos cuando una de sus manos se aferró a la mía. A pesar de que llevaba años atendiendo pacientes de todas las edades y con todo tipo de enfermedades o heridas, siempre había tenido una debilidad por los niños y verla a ella removía algo en mí, haciendo que me dieran ganas de acompañarla en su llanto.

—Esta es la niña.

Me di media vuelta al escuchar la voz del enfermero y me topé con los ojos color miel del residente que me detalló por un instante antes de fijarse en Valeria.

Me apresuré en decirle todo lo que sabía de la niña y él tomó el mando, revisándola y haciendo preguntas que la pequeña contestó con dificultad. Intenté ayudarle con lo que pudiera, pero claramente él era el experto en tratar con niños, así que no fue mucho lo que logré hacer.

—Llamaré al doctor Walker, lo vi dirigiéndose hacia la salida trasera cuando venía en camino. Si tenemos suerte aún no se ha ido y él podrá extraer el cristal —me dijo Philip en tanto su mano se paseaba suavemente sobre la cabeza de la niña que lucía mucho más cómoda desde que él llegó.

Reprimí las ganas de rodar los ojos ante la mención de Mike Walker, el cirujano que me había hecho la vida imposible desde que inicié el internado. El muy infeliz hizo que me despertaran de mi muy merecido descanso para librarse de tener que cumplir con sus obligaciones. Siempre se aprovechaba de nosotros, que al ser estudiantes debíamos acatar sus órdenes y lo usaba a su favor para salir más temprano, dejándonos a nosotros con trabajo extra.

El enfermero que nos asistió me sacó del mundo de mis pensamientos al marcharse diciendo que iría a reservar un quirófano para la niña, por lo que me quedé sola con mi compañero de universidad.

—Gracias por tu ayuda. —La sonrisa que me ofreció hizo que un hoyuelo se marcara en cada una de sus mejillas.

—No es nada. No podía dejarla tirada en el suelo desangrándose. Es mi deber, aunque no sea mi especialidad —repuse.

Philip y yo nos graduamos de la misma universidad, por lo que cuando entré en mi primer día como residente me alivié al notar un rostro conocido entre las filas de los residentes del hospital. Nunca fuimos cercanos, apenas habíamos hablado un par de veces, pero había cierto compañerismo entre nosotros al ser egresados del mismo sitio.

—Hiciste un excelente trabajo. Valeria ya estaba calmada cuando llegué. Quizás deberías considerar pasarte por el ala de pediatría un día de estos. Si te cambias sin terminar neurocirugía nada más perderías tres años y medio de tu vida —bromeó haciendo que mis labios se curvaran ligeramente hacia arriba.

—Lo pensaré.

Él hizo el amago de volver a hablar, pero la voz de alguien anunciando mi nombre por los altavoces del hospital hizo que se detuviera.

Un suspiro pesado dejó mi boca y rápidamente me despedí de mi compañero antes de dirigirme hacia donde me necesitaban. Con todo el ajetreo de atender a la pequeña casi olvidé que me habían llamado para atender otra urgencia.

Los pies me dolían debido a que había estado de pie durante casi catorce horas consecutivas, pero me obligué a ignorar el ardor con cada paso que daba y me concentré en llegar a la sala de valoración indicada.

Me adentré en el pasillo que me llevó al consultorio 303 y mis cejas se elevaron cuando divisé a cuatro hombres enfundados en esmoquin negro con corbata a juego. La presencia de los guardaespaldas me puso nerviosa, y mis manos comenzaron a sudar ante el prospecto de atender a alguien con la influencia suficiente para necesitar a cuatro de ellos.

—Señorita, no podemos permitirle la entrada a esta sala a menos que se identifique —señaló uno de los hombres haciendo que me detuviera justo antes de chocar con su inmenso cuerpo.

Elevé mi vista hacia el hombre de uno noventa y le dediqué un gesto de desdén.

—Aella León, soy residente de neurocirugía y al parecer seré yo quien atienda al que resguardas.

De inmediato el hombre se quitó de mi camino y con un leve asentimiento de cabeza me dio el visto bueno para ingresar al cubículo, pero yo me quedé estática en la entrada cuando me fijé en mi paciente.

Sentado sobre la camilla, y sosteniendo una toalla empapada de sangre sobre su frente, me encontré con Maddox Armstrong. Sus ojos color avellana se toparon con los míos, detallándome con una profundidad que hizo que mis mejillas se encendieran y me apresuré en voltearme hacia los guardaespaldas con la esperanza de que no se hubiera dado cuenta de mi reacción.

—Necesito que ustedes esperen afuera. Este consultorio no está diseñado para que tanta gente lo ocupe y me agobia tenerlos encima, así que no podré hacer mi trabajo bien —indiqué, pero ninguno de ellos hizo el más mínimo esfuerzo por salir.

—Eso no va a ser posible —habló uno de ellos.

—Está bien, chicos. Dejen que la doctora haga su trabajo —intervino el hombre a mis espaldas.

La piel se me erizó y mi corazón se aceleró ligeramente debido a los nervios. Estaba segura de que mi primo Iker moriría por estar aquí y mi amiga Ainhoa daría lo que fuera por haber estado de turno cuando le contara a quien atendí.

Los guardias salieron a regañadientes, y de repente no me pareció tan buena idea eso de estar a solas con semejante adonis. Mis mejillas seguramente estaban increíblemente rojas, mi tez blanquecina no ayudaba a la causa y tampoco lo hacía la forma en que Maddox me observaba desde la camilla.

—Bien, señor Armstrong, mi nombre es Aella León y seré quien lo atienda el día de hoy —me presenté desviando mi atención hacía los guantes de látex que parecían no querer colaborar.

—Puede llamarme por mí nombre, no son necesarias las formalidades doctora —explicó haciendo que me distrajera del guante con el que batallaba, por lo que no fui lo suficientemente cuidadosa y terminé rasgando el material.

Mis mejillas se calentaron y la vergüenza me corroyó cuando Maddox soltó una carcajada al percatarse de mis dificultades.

Un segundo más tarde, su risa cesó mientras que su rostro se contrajo en un gesto adolorido y yo me vi obligada a morderme la lengua para evitar soltar algún comentario al respecto. Afuera había personas muriéndose y él, sólo por ser él tuvo prioridad de ser atendido sin tener que esperar.

—Parece que necesita una mano con eso —comentó divertido y yo no hice más que darme la vuelta para sacar otro guante que me apresuré en colocar.

Aclaré mi garganta buscando disipar los nervios y acerqué la mesa de ruedas con todos los materiales que necesitaba para suturar y revisarlo. Me enfoqué en limpiar la sangre de su frente, pero su mirada avellana no se me quitaba de encima y eso no hacía más que aumentar mis nervios.

Sus ojos se pasearon con descaro sobre mi cuerpo, que a pesar de estar enfundado en el holgado uniforme, desvelaba una que otra curva que él pareció notar. A pesar de que por lo general me incomodaba cuando me observaban de ese modo, no pude evitar sentirme ofuscada al tratarse de él.

Me concentré en hacer la valoración respectiva, descarté los síntomas de una posible contusión, le hice varias preguntas acerca de cómo se sentía y luego comencé a limpiar la zona para suturar la herida.

—Es posible que esto duela —advertí antes de pasar la gasa con antiséptico en torno al área.

Al limpiar la sangre me percaté de que la herida era más profunda de lo que creía y no pude contener el gesto que se tomó mi rostro cuando otro chorro de sangre se escurrió por su frente.

—Debería ver cómo quedó el otro tipo. Esto no es nada en comparación —habló él de la nada.

Yo levanté una ceja y me atreví a fundir mis ojos con los suyos, sintiéndome curiosa por saber más.

—¿Así que además de jugador de fútbol también se dedica a las peleas clandestinas?

Él soltó una sonora carcajada y me quedé embobada viendo la forma en que sus labios se curvaban hacia arriba haciendo que sus ojos se achicaran. A pesar de tener media cara cubierta de sangre, seguía luciendo como todo un modelo y no sabía si envidiarlo o admirarlo por ello.

—Sólo fue una pelea, no es como si me gustara arriesgar todo esto —señaló su rostro—, aunque de haber sabido que me atendería una doctora tan linda quizás habría aprendido a ser más arriesgado.

Mi reacción fue inmediata y por la forma en que sus ojos destellaron, supe que se dio cuenta de los efectos de sus palabras.

—Yo creo que es mejor así, no querría tener alguna contusión o lesión que afecte su carrera —dije intentando desviar la atención de mí.

—Pero si me atiende usted valdría la pena —murmuró con un aire coqueto y juraría que paré de respirar.

No supe qué decirle ni cómo reaccionar, así que sin previo aviso tomé un nuevo trozo de gasa con antiséptico y lo pasé en torno a la herida haciendo que su rostro se contrajera en un gesto adolorido.

—¿Sigue pensando lo mismo?

Maddox se quedó en silencio observándome, y de la nada su cabeza se ladeó hacia atrás en tanto todo su cuerpo se sacudió con la carcajada que dejó sus labios.

—Sí, aún creo lo mismo —aseguró.

Contuve la sonrisa que quiso formarse en mi rostro y aparté la mirada de la suya para buscar tomar la jeringa con la anestesia local.

—Eso ya lo veremos —repuse levantando el objeto punzante al aire.

Lo oí tragar grueso y acerqué el instrumento a su rostro, pero su mano se envolvió en torno a mi muñeca deteniendo mis movimientos en seco. Mi mirada se topó con la de él y mi pecho cosquilleó cuando me percaté de la cercanía de nuestros rostros, pero la sensación se desvaneció cuando los altavoces del hospital resonaron con el llamado de un médico al ala de urgencias.

Rápidamente me alejé y su mano me soltó de a pocos. Por un momento nos quedamos estáticos, perdidos en el otro, pero fui yo quien rompió el contacto visual.

—Bien, ahora aplicaré la anestesia. Por lo general los efectos suelen durar entre dos a tres horas, así que también recetaré algunos analgésicos para el dolor —le informé.

Maddox aún lucía distraído, así que aproveché eso y rápidamente apliqué la anestesia en la zona que iba a suturar. Su entrecejo se frunció ligeramente, pero más allá de ello no pareció que le doliera.

—Debemos esperar unos minutos para que la anestesia comience a hacer efecto y luego le pondré los puntos. Serán alrededor de siete y es muy probable que deje cicatriz de por vida, le recomiendo usar cremas cicatrizantes y de ser posible evitar que le dé mucho el sol, aunque sé que quizás eso último será un poco difícil.

Seguía sintiéndome terriblemente nerviosa así que me aseguré de poner distancia entre los dos en cuanto terminé de ponerle la anestesia. Opté por sentarme en el borde del escritorio frente a la camilla. Maddox se me quedó mirando y cuando comenzó a hablar, maldije al arquitecto que diseñó los consultorios tan pequeños.

—Ahora que ya no siento que me va a explotar la cabeza, cuéntame Aella, ¿por qué estás tan apartada? ¿Acaso te pongo nerviosa? —Preguntó consiguiendo que mi rostro volviera a enrojecer visiblemente.

Abrí la boca para responderle, o mandarlo a la mierda por ser tan desvergonzado, pero él se me adelantó.

—Veo que sí —aseguró luciendo una sonrisa coqueta que habría querido poder borrar con una buena cachetada.

—No sé de qué está hablando —me hice la desentendida y él soltó a reír.

—Tu rostro te delata, bella. 

No pude contener las ganas de poner los ojos en blanco y rápidamente me levanté, tomando lo que necesitaba para la sutura.

—Veo que se siente mucho mejor, supongo que la anestesia actuó más rápido de lo normal. Así que si no le molesta comenzaré con la sutura y así puede ir a casa, o si tiene suerte tal vez pueda ir a coquetear con otra médica, o alguna enfermera que si esté interesada.

Él se me quedó mirando luciendo ligeramente sorprendido y no me molesté en esconder la sonrisa que se tomó mis labios al notar que había conseguido dejarlo sin palabras.

Hice una rápida revisión para asegurarme de que el área ya estuviera adormecida y tan pronto lo comprobé, me puse manos a la obra. Gracias a años de práctica y a las inmensas ganas que tenía de desaparecer de la vista de ese hombre que me tenía con los nervios de punta, logré terminar las suturas en menos de quince minutos.

—Ya ha quedado. Al final me salieron siete puntos como le había dicho. Dado a que la herida fue tan profunda, lo mejor es que lleve los puntos durante diez días, hablaré con una enfermera para agendar una cita.

Maddox asintió distraídamente, y al ver que no tenía nada más que decir, me encargué de arreglar las cosas que usé, desechando los algodones con sangre y dejando las pinzas y demás instrumentos en una bandeja para que fueran correctamente desinfectados y esterilizados.

—Bien, eso es todo señor Armstrong. Si llega a presentar algún tipo de molestia, dolor de cabeza, mareos o vómitos no dude en acudir al centro de urgencias, ya que estos pueden ser síntomas tardíos de una contusión.

—Bella, te dije que no me llames por mi apellido —amonestó.

—Y yo no me llamo bella. Si no necesita nada más, entonces me retiro.

Me di media vuelta dispuesta a salir de ese infernal consultorio, pero una de sus manos tomó mi antebrazo impidiéndomelo. Mi pecho comenzó a cosquillear de nuevo y no supe qué demonios me sucedía con ese hombre que me hacía poner tan a la defensiva, pero lo primero que hice fue girarme para encararlo.

—¿Necesita algo más?

Maddox me detalló por un instante y luego su otra mano fue hasta el bolsillo de la chaqueta que yacía junto a él en la camilla. Lo observé rebuscar los bolsillos y en cuanto divisé el teléfono que desbloqueó y me ofreció, mi ceño se frunció.

—¿Me das tu número?

El aire se quedó atascado en mi garganta y mis ojos se abrieron de manera desmesurada delatando la sorpresa que me recorrió. Toda la noche no hice más que ser esquiva con él, además llevaba casi 24 horas sin dormir, debía lucir como una momia andante, y aún así logré llamar la atención de Maddox Armstrong. El hombre al que solía ver por la televisión y con el que cientos de mujeres fantaseaban por alguna razón se fijó en mí...

<< ¿Qué clase de broma es esta? >>

—Eh, ¿disculpa?

Él volvió a tenderme su teléfono y yo lo tomé tímidamente.

—¿Tu número? —Pidió nuevamente.

Bajo su escrutinio me sentí agobiada, y aunque contemplaba la idea de negarme, simplemente no pude. Sabía que lo más probable era que no volviera a escuchar de él hasta que nos tuviéramos que volver a ver para quitar los puntos, pero la idea de que él tuviera mi teléfono y supiera quien era me hacía muchísima ilusión.

No todos los días podías decir que Maddox Armstrong te pidió el número, y por más de que me hubiera parecido de las personas más insufribles que había conocido, no pude negar el hecho de que el hombre parecía haber nacido para ser el centro de atención de todo el mundo.

Con manos temblorosas digité mi teléfono y lo guardé con mi nombre completo, más que segura de que eso no llevaría a nada más.

¡Hola!

Bienvenidos a otra aventura más. Ahora que terminé mi anterior proyecto por fin tengo el tiempo para dedicarme a UIFY, así que esperen muchas actualizaciones.

Este libro contará con 28 capítulos (si todo va de acuerdo al plan), por lo que lo más seguro es que lo termine pronto (para aquellos impacientes que no les gusta esperar actualizaciones). Esperemos que no me de bloqueo jajaja 😅

Gracias por acompañarme en esta nueva travesía, espero les encante tanto como a mí me ha encantado planearla y escribirla.

Con amor,

-Vale 🤍

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