DIECISIETE
Nöel nunca había sabido identificarse con el papel mundano de un artista popular, a quien todo el mundo conoce y, especialmente en este momento de preocupaciones personales, sentía que era una carga y una desventaja.
Cuando entró con Lara al vestíbulo del bar y se encontró en la pared, frente al guardarropa, con una gran fotografía suya en un cartel, que había quedado allí desde el último concierto, sintió una sensación de angustia. Condujo a la chica a la sala mientras adivinaba inconscientemente quiénes de los clientes lo habían reconocido. Le daban miedo los ojos, le parecía que lo seguían y lo controlaban desde todas partes, diciendole qué gesto debía hacer y cómo tenía que ser. Sintió varias miradas intrigadas. Procuró no advertirlas y se dirigió hacia una mesilla que estaba al fondo del local, junto a una gran ventana desde la que se veían las copas de los árboles del parque.
Cuando se sentaron, él le sonrió, le acarició la mano y le dijo que le quedaba bien el vestido. Lara rechazó con modestia los elogios, pero él insistió y trató de hablar durante un rato del tema de su belleza. Dijo que estaba sorprendido de su aspecto. Había estado dos meses pensando en ella hasta que los recuerdos, al intentar dibujarla, le habían dado una imagen alejada de la realidad. Y lo curioso era, al parecer, que, aunque pensaba en ella lleno de deseo, el aspecto real era, sin embargo, superior al imaginado.
Lara objetó que el trompetista había estado dos meses sin dar señales de vida y que, por lo tanto, no creía que se hubiera acordado mucho de ella.
Él se había preparado muy bien para responder a esa objeción. Hizo un gesto de cansancio y le dijo a la chica que no se imaginaba lo que habían sido aquellos dos meses para él. La chica le preguntó qué había pasado, pero el trompetista no quería entrar en detalles. Lo único que le dijo fue que había sufrido un gran desengaño y se había quedado de pronto totalmente solo en el mundo, sin amigos, sin una sola persona.
Tenía ciertos temores de que Lara empezara a hacerle más preguntas sobre sus problemas, porque podía verse atrapado en sus propias mentiras. Sus temores resultaron injustificados. A Lara, en efecto, le interesó mucho saber que el trompetista había pasado unos meses muy malos y aceptó de buen grado esta justificación de sus dos meses de silencio, pero en cambio el contenido mismo de sus tribulaciones le resultó completamente indiferente. Lo único que le importaba de sus tristes meses era la tristeza en sí.
—He pensado mucho en ti y me hubiera gustado ayudarte —dijo ella.
—Estaba tan cansado de todo el mundo que me daba miedo que alguien me viese. Una compañía triste no es una buena compañía.
—Yo también estaba triste —dijo ella.
—Ya lo sé —le acarició la mano.
—Hacía tiempo ya que pensaba que tenía un hijo tuyo. Y tú no dabas señales de vida. Pero yo me hubiera quedado con el niño, aunque no hubieras venido a verme, aunque no hubieras querido verme nunca más. Pensaba que, aunque me quedara completamente sola, tendría al menos un hijo tuyo. No me desharía de él jamás. Jamás...
En ese momento Nöel se quedó sin habla, porque su mente estaba repleta de un pánico silencioso.
Por suerte el camarero, que atendía con desgana a los clientes, se detuvo junto a su mesa y les preguntó qué deseaban.
—Un coñac —suspiró el trompetista e inmediatamente rectificó—: Dos coñacs.
Y volvió a producirse un silencio y Lara volvió a susurrar:
—Por nada en el mundo me desharía de él.
—No digas eso —por fin se recuperó él—: No es sólo tuyo. Un hijo no es sólo cosa de la mujer. Es cosa de dos. Y los dos deben estar de acuerdo. Si no es así, puede salir todo mal.
Cuando terminó de decirlo, se dio cuenta de que acababa de admitir indirectamente que era el padre de la criatura y que a partir de ese momento sólo iba a poder hablar con Lara sobre la base de ese reconocimiento. Es cierto que sabía que estaba actuando de acuerdo con sus planes, que ésta era una concesión que había previsto de antemano, pero aun así se asustó de sus palabras.
Pero en ese momento ya estaba el camarero inclinado sobre ellos con los dos coñacs:
—¡Usted es Nöel, el trompetista!
—Sí.
—Le reconocieron las chicas de la cocina. ¿Es usted el que sale en ese cartel?
—Sí.
—¡Dicen que es usted el ídolo de todas las mujeres de doce a setenta años! —dijo el camarero y añadió dirigiéndose a Lara—: ¡Todas las mujeres te van a arrancar los ojos de envidia!
Mientras se alejaba se volvió varias veces a mirar, sonriendo con impertinente familiaridad.
Lara volvió a repetir:
—Jamás podría deshacerme de él. Y tú también estarás feliz de tenerlo, algún día. Yo no quiero nada de ti. Espero que no pienses que quiero algo de ti. Puedes estar completamente tranquilo. Es sólo cosa mía y, si no quieres, no tienes que ocuparte de nada.
No hay nada que excite más a un hombre que una de estas frases tranquilizadoras. Nöel tuvo de pronto la sensación de que intentar salvar algo era una tarea superior a sus fuerzas y que era mejor rendirse. Permanecía en silencio y Lara también, de modo que las palabras que ella había pronunciado seguían creciendo en el silencio y el trompetista se sentía ante ellas cada vez más impotente y desdichado.
Pero luego apareció en su mente la imagen de su mujer. Supo que no podía rendirse. Por eso desplazó la mano por el mármol de la mesa hasta tocar los dedos de Lara. Los apretó y dijo:
—Olvida por un momento ese niño. El niño no es ni mucho menos lo principal. ¿Crees que nosotros dos no tenemos otra cosa que decirnos? ¿Crees que he venido a verte sólo por el crío?
Lara se encogió de hombros.
—Lo principal es que estaba triste sin ti. Nuestro encuentro fue tan breve. Y sin embargo no pasó un solo día sin que me acordase de ti.
Calló y Lara dijo:
—Estuviste dos meses sin llamarme y yo te escribí dos veces.
—No te enfades conmigo —dijo el trompetista—. Lo hice a propósito. No quería. Tenía miedo de lo que estaba pasando dentro de mí. No quería enamorarme. Quería escribirte una carta muy larga, incluso escribí una buena cantidad de hojas, pero al final las tiré todas. Nunca me había enamorado así y estaba aterrorizado. Y por qué no reconocerlo. También quería hacer la prueba de si mis sentimientos no eran sólo producto de un encantamiento momentáneo. Me dije: si sigo otro mes tan enloquecido, es que lo que siento por ella no es una alucinación, sino la pura verdad.
—Y ahora ¿qué piensas? ¿Es sólo una alucinación? —dijo Lara, en voz queda
Al oír esta frase el trompetista comprendió que su plan empezaba a dar resultado. Por eso no soltaba la mano de la chica y hablaba y hablaba sin parar, cada vez con mayor facilidad: en ese momento, sentado frente a ella, comprende que es inútil someter sus sentimientos a otra prueba, porque todo está claro. Y del crío no quiere hablar porque para él lo importante es Lara y no su crío. Lo importante de ese hijo que no ha nacido es únicamente el haberlo traído a él ahora junto a Lara. Sí, ese hijo que está dentro de ella lo ha llamado, lo ha hecho venir al balneario y le ha hecho saber cuánto quiere a Lara y por eso (levantó la copa de coñac) brinda por ese crío.
Naturalmente que en seguida se asustó del horrible brindis al que le había conducido su entusiasmo verbal. Pero las palabras habían sido ya pronunciadas. Lara levantó la copa y susurró:
—Sí, por nuestro hijo —y bebió el coñac.
El trompetista trató de disimular el desafortunado brindis afirmando una vez más que la había recordado todos los días y a todas horas.
Ella dijo que en la capital el trompetista estaría rodeado de mujeres mucho más interesantes que ella.
Le respondió que estaba hasta las narices de tanta falta de naturalidad y tanto engreimiento. Prefiere a Lara, lo único que lamenta es que trabaje tan lejos de él. ¿No preferiría vivir en la ciudad?
Respondió que preferiría la ciudad. Pero no es fácil encontrar trabajo allí.
Sonrió condescendiente y dijo que en los hospitales de allí tenía a muchos amigos, de modo que no sería difícil encontrar un empleo para ella.
Siguió hablando así durante largo rato, estrechando su mano y ni siquiera se dio cuenta de que se había acercado a ellos una chiquilla desconocida. Sin preocuparse por interrumpirlos, dijo con entusiasmo:
—¡Usted es Nöel! ¡En seguida le reconocí! ¡Lo único que quiero es que firme aquí!
Nöel se ruborizó. Se dio cuenta de que tenía a Lara tomada de la mano y le estaba declarando su amor ante los ojos de todos los presentes. Le dio la impresión de estar sentado en el escenario de un anfiteatro y de que todo el mundo se había convertido en un público que observaba, divertido y con una sonrisa maligna, su lucha por la vida.
La chiquilla le dio una cuartilla y Nöel tenía la intención de firmar lo más rápido posible, pero ni él ni la chiquilla llevaban pluma.
—¿Tienes una pluma? —le susurró a Lara, y en verdad fue un susurro, porque no quería que la chiquilla advirtiese que tuteaba a su acompañante.
Inmediatamente comprendió que el tuteo no era ni mucho menos tan íntimo como el tenerla tomada de la mano y por eso repitió su pregunta en voz más alta:
—¿Tienes una pluma?
Pero Lara negó con la cabeza y la chiquilla regresó a su mesa, donde estaban sentados varios chicos y chicas que inmediatamente aprovecharon su presencia y rodearon a Nöel. Le dieron una pluma y arrancaron de un cuaderno de notas unas hojas que tuvo que firmar.
Desde el punto de vista del plan que había preparado, todo iba bien. Cuanta más gente presenciase la intimidad de la escena más fácil sería que Lara creyese que era amada. Sólo que, a pesar de lo que decía la razón, la irracionalidad de la angustia arrastró al trompetista al pánico. Se le ocurrió pensar que Lara se había puesto de acuerdo con todos. Vio, en una imagen confusa, a toda aquella gente testificando en su contra en el juicio por la paternidad: Sí, los hemos visto, estaban sentados uno frente al otro como dos amantes, él le acariciaba la mano y la miraba a los ojos con amor...
La vanidad del trompetista aumentaba su angustia, no creía que Lara fuese lo bastante guapa como para poder permitirse estrecharle de la mano. No era del todo justo con ella. Era mucho más bonita de lo que a él le parecía en ese momento. Del mismo modo en que el enamoramiento hace a la mujer de la que se está enamorado más hermosa, la angustia que produce una mujer a la que se teme hace que cada uno de sus rasgos imperfectos aparezca ampliado a un tamaño desproporcionado.
Por fin se fueron todos y Nöel dijo:
—Este sitio no me gusta nada. ¿No quieres dar un paseo?
Ella tenía curiosidad por ver su coche y asintió. Nöel pagó y salieron del bar. Enfrente había un parque con un caminillo ancho, sembrado de arena. Un grupo de unos diez hombres miraba al bar desde allí. Eran en su mayoría ancianos, todos llevaban cintas rojas en las mangas arrugadas del traje y todos llevaban unas largas pértigas.
Nöel se quedó helado:
—¿Qué es eso?
Pero Lara dijo:
—No es nada. ¿Dónde tienes el coche? —y se lo llevó rápidamente de allí.
Pero Nöel era incapaz de quitarles los ojos de encima. No podía entender para qué eran aquellas largas pértigas, al final de las cuales había un cable formando un lazo. Parecían encendedores de lámparas de gas, pescadores de peces voladores, miembros de la Defensa Civil equipados con armas secretas.
Al mirarlos le pareció que uno de ellos le sonreía. Eso le dio miedo, sintió miedo de sí mismo y se dijo que ya tenía alucinaciones y le parecía que todo el mundo le seguía y le observaba. Por eso se dejó llevar rápidamente por Lara hacia el estacionamiento.
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