Capítulo uno
EMMA
Imagina tu peor pesadilla volviéndose realidad, esa que te acosa por las noches y deja sus garras afiladas marcadas en tu piel al despertar. Esa pesadilla que tienes desde niña y que a pesar de los años no ha dejado de asustarte como el primer día.
Así era mi vida en ese momento.
—¿Tienes todo listo, hermanita? —preguntó mi hermano, cargando la última caja en la cajuela de su vehículo.
Observé el baúl repleto y luego el camión de mudanzas adelante del vehículo. Ambos estaban repletos de cosas, pero tenían destinos distintos. Uno iría a la residencia Lincoln donde viviría por el próximo año y el otro, el más grande, a la vivienda de mi hermano en los Hamptons.
—Sí, no ha quedado nada —contesté con los brazos cruzados a la altura del pecho y una expresión de tristeza en el rostro—. Como si nunca hubiese existido.
Ethan se sacudió la suciedad de las manos y caminó hacia mí. Rodeó mis hombros con uno de sus pesados brazos y me atrajo hacia sí. Reposé mi cabeza sobre su pecho y él sobó mi brazo para brindarme su apoyo.
—Oye, todo saldrá bien.
Mordí mi labio inferior para no llorar. Estaba cansada de llorar.
—El panorama no es alentador en este momento —admití con la mirada fija en el suelo.
—Eso es porque no ves el mundo de oportunidades ante ti. Soy tu hermano mayor, tu único hermano, y créeme cuando te digo que todo saldrá bien. Eres brillante, hermanita. Y el mundo lo sabrá.
Elevé mi rostro para observarlo y le sonreí con poca energía.
—Desearía que mamá y papá pudieran darse cuenta de ello.
Su sonrisa mermó y para disimularlo posó un beso sobre el tope de mi cabeza.
—Se darán cuenta tarde o temprano.
Solté un largo suspiro y desarmé mi postura tensa. Ethan tenía razón, de nada servía seguir lamentándome frente al edificio donde había vivido toda mi vida a sabiendas que mis padres no bajarían de su trono para abrazarme.
—¿Me llevas a la residencia?
—Por eso he venido, ¿no? —Sonrió nuevamente—. Pero primero iremos por algo de comer, ese ceño fruncido necesita muchas calorías vacías.
Relajé mi rostro, no me había dado cuenta hasta entonces que estaba frunciendo el entrecejo, pero tenía sentido porque era algo que hacía cuando no estaba cómoda.
—Me despediré de Mirko —anuncié, zafándome de su abrazo—. Estaré en un minuto en el auto.
—Les diré a los de la mudanza que pueden irse. Mila está esperando en la casa para dar órdenes, sabes cuánto le gusta.
Reí por lo bajo y asentí. Mila era la esposa de mi hermano, quien cargaba en su vientre a mi primer sobrino –o sobrina- y probablemente el único descendiente de la familia Williams. Era una mujer exitosa, amable y una gran consejera. Apoyaba a mi hermano en todo y se había ganado mi más profundo cariño por ello.
Ethan era doce años mayor que yo. Tenía treinta años en ese entonces, una carrera como analista financiero increíble que le había permitido generar una gran fortuna y el apoyo de nuestros exigentes y estirados padres, un matrimonio hermoso y la vida de ensueño que cualquier persona desearía tener. Y también era el único que me había apoyado cuando decidí ser periodista.
Mi familia era la típica familia del Upper East Side de Nueva York: adinerada, estirada y con aires de grandeza. No eran malas personas, a menos que quisieran serlo, y por nada en el mundo aprobaban carreras universitarias que no contenían grandes cheques en el futuro. Entonces llegué yo, doce años después de que habían logrado la familia perfecta con el hijo perfecto, para arruinarlo todo. Ni muy linda, ni muy inteligente y, por supuesto, ni muy agraciada. Pero para complicar todo, había decidido estudiar algo que ellos no aprobarían ni en un millón de años.
Había creído que lograría todo su apoyo porque, vamos, era la única hija de una larga familia de varones y siempre había sido buena. Me había equivocado. Me dieron la espalda en el momento en que me negué ir a un colegio de la Ivy League a estudiar lo que ellos querían y ahí es donde empezó mi historia. Sin dinero, sin apoyo familiar y a punto de mudarme a una residencia fea para estudiar en una universidad pública.
Mi hermano había sido el único que no me había dado la espalda e incluso me había propuesto pagarme una universidad costosa, pero no acepté. Si mis padres me querían ignorar por no haber aceptado los planes que ellos tenían para mí y, sobre todo, si querían negarme el dinero de mi fondo de estudios hasta los veintiún años, pues sería una chica normal como cualquier otra. No era la primera excluida en el famosísimo Upper East Side y no sería la última. Oye, que hasta existía una serie sobre ello que protagonizaron Blake Lively y Leighton Meester.
—¿Se va, señorita Williams? —preguntó Mirko, el portero, cuando me acerqué a él.
—Así es. Oficialmente he sido desterrada.
El hombre de piel pálida y cabello entrecano esbozó una mueca que representaba muy bien cómo me sentía.
—La extrañaré, señorita.
—Y yo a ti, Mirko. —Sonreí—. Sabes que siempre serás mi favorito.
Rió ante mis palabras y se animó a darme un corto abrazo. Él había sido mi mayor compañía durante mi infancia y adolescencia. El precio que se debía pagar por provenir de una familia como la mía era que se debía pasar mucho tiempo a solas. Las cuentas bancarias no se llenaban desde casa criando hijos y asistiendo a actos escolares, se llenaban desde la oficina o en un viaje de negocios a Tailandia.
—Cuando decida volver, la estaré esperando con unos deliciosos blinis.
—Espero que cumplas tu palabra.
—Siempre, señorita.
Me alejé de él con una sonrisa de tristeza y, tal como prometí, me encaminé hacia el vehículo de mi hermano. La Range Rover negra último modelo estaba cargada de cajas y maletas que llevaría a mi nuevo hogar. Sonaba realmente triste llamar hogar a una residencia estudiantil, pero esa era mi realidad.
—¿A dónde iremos? —quise saber al subir.
—Es una sorpresa.
—No me gustan las sorpresas, Ethan.
—Siempre te han gustado las sorpresas, hermanita.
Suspiré, tenía razón. Antes me encantaban las sorpresas, incluso las malas, porque de alguna manera eso suponía que alguien estaba prestándome atención, pero dado los eventos de los últimos meses, las sorpresas habían dejado de ser de mi agrado.
—Ya no.
—Bueno, te volverán a gustar.
Separé los labios con indignación y él me dio un golpecito con el dedo índice en la nariz. Solía hacer eso cuando era una niña y estaba enojada. Se había inventado el cuento de que en la punta de la nariz residían todas nuestras emociones, que el corazón era algo para despistar, y que cuando él me tocará la nariz mi humor iba a cambiar a uno genial.
—Eso ya no sirve —me quejé, pero una sonrisa se hizo presente en mi rostro de todas maneras.
—¿Decías? —Enarcó una ceja.
Le pegué un manotazo en el brazo y chilló teatralmente mientras comenzaba a conducir.
—Eres un exagerado.
—Y tú, una pésima hermana. Mi hijo ya no te tendrá de madrina.
Abrí los ojos de par en par.
—¿Madrina?
—Mierda... Era una sorpresa.
Fue entonces mi turno de chillar.
—No le menciones a Mila que te lo dije —me pidió con una mueca—. Ha estado trabajando en un cuadro con una ecografía y no sé qué más, si se entera que te lo dije, me matará.
—Mis labios están sellados.
Acompañé mis palabras moviendo mis dedos sobre mi boca como si tuviera un cierre y él sonrió por ello.
—¿Eso significa que te quedarás callada de ahora en más? Creo que he sido bendecido.
—Idiota.
—Y ahí se acabó.
Rodé los ojos con diversión.
***
Luego de compartir un grasoso almuerzo sentados en la playa de Manhattan Beach mirando a la gente pasar y conversando animadamente sobre los planes que Mila tenía para el futuro heredero Williams-Wolfenberg, finalmente llegó el momento de completar mi mudanza. Las horas habían pasado volando y el atardecer estaba a la vuelta de la esquina, pero no dejé que nada disminuyera el buen humor que Ethan había provocado en mí.
La residencia Lincoln no era más que un amplio edificio de hormigón con múltiples ventanas y pequeños balcones que desprendía el inconfundible sonido de la juventud. La música se oía a varios metros de distancia y eso provocó una mueca en mi rostro. No me gustaba el ruido, mucho menos el rap.
—Borra esa expresión de niña malcriada —me indicó mi hermano al estacionar frente al edificio.
—Soy una niña malcriada —le recordé, pero hice lo que me había indicado—. Ambos lo somos.
—Claro que no. Simplemente hemos tenido más comodidades que el resto.
—Lo dice el que se graduó de Dartmouth —bromeé y me gané un empujón.
—Anda, Emma. Tenemos mucho para bajar.
Solté el aire de mis pulmones por la nariz cual toro enfadado, pero no discutí. Él tenía razón, como siempre. Teníamos varias cajas y maletas pesadas que bajar y, sobre todo, tenía que averiguar cuál era mi dormitorio.
—Iré primero para evitar que me hagas pasar vergüenza.
—Soy un hermano mayor sexy, no te haré pasar vergüenza.
—Lo harás.
Ethan era un hermano mayor sexy, no podía discutir eso. Era alto, delgado con buenos músculos, tenía un espeso cabello castaño oscuro con una barba perfectamente diseñada que lo hacía lucir elegante, y unos bonitos ojos azules que la genética me había negado. Mis compañeras del instituto solían babear por él y muchas veces iban a casa con la finalidad de encontrarlo allí. No me molestaba, muy pocas personas podían presumir a alguien como él porque no era solo lindo, sino también un gran hermano mayor.
Entré a la residencia esquivando una pelota de playa que pasó silbando sobre mi cabeza para luego golpear contra la puerta y caminé hacia el mostrador donde una muchacha no mucho mayor que yo y de cabello morado intentaba completar unos formularios mientras le gritaba a alguien que dejara de jugar con la pelota allí o rompería algo.
—Hola —saludé y dibujé mi mejor sonrisa de cordialidad—. Mi nombre es Emma Williams, viviré aquí por el próximo año.
—Hola, Emma. ¿Qué tal tu día? —Su sonrisa parecía genuina a diferencia de la mía—. Si me esperas un momento iré a buscar tu llave.
—Claro, muchas gracias.
—¡Por todo lo bendito en esta tierra, Robert! —gritó mientras se alejaba de mí—. Deja esa pelota o te la meteré en el culo. No será bonito ni divertido.
Ahogué una carcajada y esperé recostando mi codo sobre el mostrador a que ella volviera.
—Hola. ¿Eres nueva?
Giré mi cabeza hacia mi izquierda y divisé a un muchacho alto y bastante delgado de cabello, piel y ojos oscuros. Llevaba una amplia sonrisa en sus labios y cargaba una pelota de playa bajo el brazo. La misma pelota que casi me había golpeado en la cara al llegar. Ese debía ser Robert.
—Sí. —Estreché la mano que dirigía en mi dirección—. Soy Emma.
—Robert —Sonrió, confirmando mis sospechas—. ¿Necesitas ayuda para bajar tus pertenencias?
—Lo tengo cubierto, gracias.
—Si necesitas algo, una taza de azúcar o de café, no dudes en buscarme. Mi habitación es la 1D.
Asentí con la cabeza sin saber qué decir. ¿Era buena persona o intentaba coquetear conmigo?
—Gracias, Robert.
—Puedes llamarme Rob si gustas.
No, no deseaba llamarlo Rob, pero no se lo hice saber. Para mi fortuna, la muchacha de cabello morado volvió en ese mismo instante, ahorrándome una respuesta.
—Me costó encontrar tu ficha en el desorden que Rob dejó allá atrás, pero finalmente lo hice. —Le dedicó una mirada malhumorado al joven y este se retiró elevando las manos en forma de disculpa—. Tu habitación es la 6E, tu compañero es Taylor o algo así. Puedes usar el ascensor, aunque te recomiendo que no le pongas mucho peso o se traba. Y mi nombre es Paris por si necesitas algo.
—Entendido. 6E, Taylor y sin mucho peso. Gracias, Paris.
Ella me sonrió y volvió a posar su mirada en las fichas que tenía sobre el mostrador. Regresé hacia la calle y le hice una señal a mi hermano quien no tardó en caminar hacia mí.
—Es el sexto piso, dormitorio E —le indiqué mientras tomaba una de las maletas—. No se debe cargar mucho el ascensor.
—¿Estás segura que no quieres vivir con Mila y conmigo? Sabes que no molestas, tenemos una habitación vacía y tu universidad queda cerca de casa.
—Estaré bien. Tengo un empleo, tu ayuda económica en caso de que sea muy torpe como para trabajar en una cadena de hamburgueserías, una cama y empiezo las clases en tres días.
Soltó un suspiro y luego sonrió.
—Bien, si cambias de parecer sabes que...
—No lo haré —lo interrumpí antes de que intentara convencerme de lo contrario.
Había intentado evitar que me mudara a la residencia varias veces, pero estaba muy a gusto con mi decisión. No volvería a vivir en la zona exclusiva de Manhattan y mucho menos sería un peso para mi hermano cuando su primer hijo estaba en camino.
No tardamos mucho más de dos horas en acomodar todas mis pertenencias en la habitación. No era muy grande, lo suficientemente amplia para que dos personas pudieran vivir tranquilamente. Tenía mi propia cama así como un escritorio y un armario de buen tamaño para almacenar mi ropa. Incluso tenía baño privado lo que era como encontrar agua en un desierto.
Lo que resultó una tarea titánica fue conseguir que mi hermano se retirara. De ser por él habría dormido en el suelo para asegurarse que estuviera bien, pero ya había llamado suficiente la atención con su ropa de marca y su rostro apuesto. Mis planes para ese año eran pasar desapercibida y concentrarme en los estudios.
Luego de un rato a solas, escuché un golpe en el pasillo seguido de una maldición y no dudé en ponerme de pie. Mi radar de chismes se había encendido y quería saber a qué se debía el alboroto. La música no se escuchaba tanto en ese piso, lo que era toda una bendición, y esa fue la razón por la que había podido escuchar el ruido. Abrí la puerta y me encontré con un muchacho de cabello blanco intentando bajar varios bolsos del ascensor a la misma vez.
—¿Necesitas ayuda? —pregunté, observándolo pelear con una gran maleta negra que parecía atascada con unas cajas.
—Por favor —pidió sin voltear a verme.
No dudé en acercarme y en quitar una de las cajas que mantenía prisionera la maleta. La dejé sobre el suelo y luego quité la otra.
—Gracias.
Entonces giró hacia mí con una sonrisa en sus labios y mi corazón se saltó un latido. Era un muchacho apuesto, demasiado apuesto para ser verdad.
—No hay problema.
—¿Cómo te llamas?
—Emma —contesté, intentando no darle una mirada de cuerpo completo en ese momento.
—Un gusto, Emma. Gracias por tu ayuda.
—No hay problema —repetí.
Eso lo hizo reír y me di cuenta de lo tonta que había sonado. Antes de que mis mejillas comenzaran a sonrojarse, di unos pasos hacia atrás para volver a la habitación. Lo había ayudado a liberar su bolso, ya no necesitaba mi ayuda.
Sin embargo, antes de poder alejarme del todo, habló:
—¿Sabes cuál es la habitación E?
—Sí.
—¿Y cuál es?
—La mía.
Blanqueó los ojos con diversión.
—Necesito más detalles.
—¿Por qué quieres saberlo? ¿Conoces a mi compañera?
—Oh, claro. —Volvió a sonreír y unos hoyuelos bastante lindos se formaron en sus mejillas, como comillas que rodeaban una hermosa oración—. Pero la última vez que me fijé tenía pene y no vagina.
Fruncí el ceño sin entender.
—¿Qué?
—Yo soy tu compañero, Emma.
¡Hola, gente linda! ¡Tanto tiempo! Como unos cuantos minutos, ¿no?
Bueno, acabamos de conocer a la famosa Emma Williams. ¡Qué emoción! ¿Qué opinan de ella hasta ahora? Seguramente están confundidas, ¿es Tyler o es Taylor? ¿Por qué la expulsaron de su familia? ¿Quién demonios es esta chica? Bueno, todas estas preguntas tendrán respuestas.
Como siempre pueden imaginar a los personajes de otra manera, por ejemplo, en mi cabeza Ty no tiene un rostro bien definido, cambia constantemente.
Por ahora concentrémonos en un detalle: en media hora tendremos el segundo capítulo, ¡yay!
Me retiro por un ratito dejándoles un edits y unos gifs como es costumbre.
MUAK!
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