Capítulo treinta y tres
EMMA
Las vacaciones de Acción de Gracias no estaban siendo un completo desastre, incluso con el beso que Tyler me había pedido y el beso que le había robado frente al piano. Dios, debía dejar de robarle besos. Era el tercero y algo dentro de mí me decía en voz baja que si continuaba cerca de él habrían más porque mi compañero no parecía ser la clase que se apartaba y yo ya había aceptado que Tyler me gustaba.
Primrose había dicho una vez, y con mucha razón, que era como un imán para los momentos incómodos.
—Entonces, nada de alcohol ni de fiestas después o antes de las doce y nada, pero nada de sexo sin importar la hora —repitió Ethan por octava vez mientras terminaba de ajustar su corbata—. ¿Entendido?
—Primero, no bebo alcohol y no haré una fiesta. Segundo, volverás antes de las doce porque tú, querido hermano, has llegado a tu etapa de jubilación con treinta años. Y por último, lo que suceda con mi vagina no es tu problema.
Mila llevó su puño hasta sus labios para ahogar una carcajada e Ethan entrecerró los ojos en mi dirección. El papel de hermano sobreprotector no le quedaba bien porque no tenía nada de qué preocuparse en primer lugar, estaba actuando así solo por deporte.
—Emma, tengo una hija en camino y tú me matarás antes de que pueda conocerla.
—Si dejas de preocuparte por cosas sin sentido, eso no sucederá.
Mi hermano buscó a su esposa con la mirada, solicitando ayuda; sin embargo, ella negó con la cabeza, dejándole saber que estaba solo en eso. Él se había metido en una conversación incómoda solito y Mila pensaba como yo.
—Hay condones en el baño de mi habitación —soltó, tomando las llaves de su vehículo—. No los contaré por la mañana si eso te hace feliz.
—¡Ethan!
Se apresuró hacia la puerta al ver mi mirada asesina y me saludó con la mano al salir. Mila tuvo la decencia de acercarse y darme un corto abrazo antes de retirarse, dejándome sola en la casa.
Tyler había salido a correr porque según él necesitaba un poco de aire fresco y yo no había discutido ya que también necesitaba tenerlo lejos por unas horas.
El beso en el sótano había durado un minuto como mucho, pero el recuerdo seguía acelerándome el corazón y provocando un cosquilleo incesante en mis labios. Tyler no se había apartado y no podía dejar de pensar en eso. Al verlo reclinado hacia mí, todos los pensamientos coherentes habían quedado reducidos a cenizas y, en su lugar, mi cuerpo había decidido que era hora de probar su boca de nuevo. De la misma manera en la que había separado la distancia entre nosotros, me había asegurado de terminar el beso antes de que él pudiera arrepentirse y apartarme. Todavía me quedaba un poquito de dignidad, aunque no de cerebro, por lo que había usado una excusa trillada: «Creo que mi hermano me está llamando».
Solté un suspiro recordando la escena y caminé hacia la cocina que permanecía en silencio. Coloqué los audífonos en mis oídos y seleccioné una playlist animada en Spotify mientras rebuscaba en los cajones con la finalidad de encontrar la revista mensual que contenía los números y menús de los restaurantes que hacían delivery.
Bailé mientras buscaba e incluso cuando hallé lo que quería seguí moviéndome al ritmo de la música. La lista incluía canciones latinas que conocía y que me negué a cantar en voz alta para no hacer un mal uso de mi escaso conocimiento sobre la lengua española.
Sentí el sonido de la puerta a lo lejos y pausé la canción antes de que Tyler me encontrara danzando en la habitación vacía. Lo observé atravesar la sala de estar con sus propios audífonos puestos y un conjunto deportivo gris que le quedaba condenadamente bien. Aparté la mirada cuando puso su pie en el primer escalón y volví la atención hacia las comidas enlistadas frente a mis ojos.
—¿Emma? —preguntó mientras se alejaba—. ¿Hay alguien?
—¡En la cocina! —respondí alzando la voz.
Escuché los pasos volver y elevé mi mirada en el momento exacto en que Ty ingresaba a la cocina. Llevaba el cabello húmedo y éste le caía despreocupadamente sobre la frente, su rostro estaba un poco enrojecido a causa del ejercicio y del aire frío.
—¿Tu hermano y tu cuñada?
Caminó hacia la nevera a mis espaldas, pero no volteé a verlo. Se veía bien incluso sudado y no era bueno para mis hormonas mirarlo por mucho tiempo.
—Han ido a cenar a casa de un cliente de Ethan —expliqué con la mirada fija en la lista.
Tacos. Hamburguesas. Pizzas. Pastas. Pescado rebosado. Malteadas. Batatas y patatas fritas. Sonaba bastante bien lo que vendía ese local.
—¿Y tú que estás haciendo?
Sentí su presencia a mi lado y me arrebató la revista que estaba leyendo. Llevaba una botella con agua helada en una mano y la revista en la otra.
—Buscaba qué comer.
—Tonterías, cocinaremos nosotros.
—No sé cocinar —admití—, a menos que preparar sopas instantáneas sea considerado cocinar. También sé hacer hamburguesas y poner papas congeladas en aceite.
—No, eso no cuenta como cocinar, para tu suerte yo sí sé. Mis padres tienen un restaurante y trabajé mucho tiempo allí. —Se llevó la botella a los labios, manteniendo sus ojos en los míos—. ¿Qué quieres cenar?
—Pensaba pedir una pizza.
—Emma, comemos a diario pizza.
Bueno, ahí tenía algo de razón y no podía negarlo. Nuestro menú solía estar repleto de pizza, hamburguesas de carne y vegetarianas, patatas fritas y cuando tenía dinero compraba en Hunter algo más saludable.
—¿Qué quieres comer entonces?
Dejó la revista y la botella sobre el mármol de la mesada y volvió hacia la heladera, esa vez sí me permití observarlo, reuniendo toda mi fuerza de voluntad para no mirarle el trasero. Fallé, fallé olímpicamente y desvíe la mirada hacia la curvatura que se observaba en la parte de atrás de sus pantalones y debía admitir que su amiga Genesis había tenido razón: Tyler tenía un muy buen trasero.
—Hay brócoli, pollo, queso, crema de leche, cebolla, ajo —enumeró mientras observaba los estantes y su voz me hizo dejar de mirarle la retaguardia—. Creo que ya sé lo que cenaremos.
—¿Y eso es?
—Fideos con salsa de brócoli, queso y pollo —contestó con obviedad, cerrando la puerta del refrigerador—. ¿Suena bien?
—Suena asombroso.
Era verdad, mi estómago gruñía internamente tan solo de imaginarlo.
—Iré a ducharme y luego te enseñaré a cocinar.
—Planeo vivir en la ignorancia por unos meses más.
—Tonterías.
Me dedicó una sonrisa de lado y sentí que las piernas me flaqueaban. «Contrólate» me grité a mí misma y eso fue lo que hice.
—Tú elige una película —me indicó saliendo de la habitación—. Nada muy cursi, por favor.
De nuevo, mi mirada fue a parar a su trasero. Estaba perdida, irremediablemente perdida.
***
Poco me faltaba para quedarme dormida en sillón de la sala cuando escuché a Tyler bajar ruidosamente las escaleras a trote. Me hizo una señal para que lo siguiera hacia la cocina y, tras suspirar, lo seguí.
No me entusiasmaba la idea de cocinar porque era lo que hacía cada día en el trabajo, aunque solo fueran hamburguesas, patatas y otras cosas nada saludables. Sin embargo, no me quejé cuando entré a la habitación y Tyler arrojó hacia mí un delantal. Lo cacé en el aire y le dediqué una mirada de fingida molestia.
—Ponte eso, seguro terminas manchándote.
—¿Y tú no?
Señalé su camiseta blanca con mangas grises similar a las que utilizaban los beisbolistas o, como yo las llamaba, las camisetas Troy Bolton.
—Tengo práctica.
Chasqueé la lengua solo para molestarlo y él blanqueó los ojos.
—¿Y en qué más tienes práctica, Murphy? —pregunté con burla.
—En obligar a chicas con cara de niña buena y lindas a cocinar. Mueve tu culo, Williams.
Reí por lo bajo y lo seguí hacia la heladera tras atarme el delantal para evitar que los jeans y el sweater blanco que vestía se ensuciaran. Me entregó un recipiente con brócoli y otro con pechugas de pollo y él se hizo con las otras verduras y la crema de leche.
—¿Realmente me harás cocinar?
—Sí.
—¿Y si te miro así?
Cerró la puerta de la heladera y me observó. Había curvado mi labio inferior para formar un puchero y le dediqué mi mejor mirada de perrito asustado. Me observó por unos segundos en silencio y luego rió mientras negaba con la cabeza.
—Recuerdas que tengo una mejor amiga que sabe utilizar la manipulación, ¿verdad?
Suspiré y llevé los recipientes hacia la isla. Sabía que no tenía escapatoria por lo que rebusqué en las alacenas para sacar las tablas para picar y unos cuchillos. Mila e Ethan, a diferencia de mí, sí disfrutaban cocinar y tenían bien equipada su cocina a pesar de que pasaban pocas semanas al año en Los Hamptons.
—Corta la cebolla en brunoise, por favor.
Enarqué una ceja al escucharlo.
—En lenguaje novato, por favor.
Tyler rió por lo bajo.
—En cuadraditos, Em.
—No te hagas el intelectual conmigo, Murphy. No obtendrás puntos por decir palabras extranjeras.
—¿Obtendré besos?
Mi respiración falló y mis mejillas se colorearon. Diablos, me sonrojaba bastante desde que había conocido a ese chico y no me gustaba porque mi cuerpo adquiría un feo tono que no se iba con facilidad. Además, él podía notar que me había puesto nerviosa o incómoda y eso no me agradaba.
—Eso depende del resultado de la comida.
Elevó las cejas con fingida sorpresa y dejó el cuchillo cebollero sobre la mesada. Sabía que había dado un paso en la dirección incorrecta, al menos en la dirección que mi mente me había dicho que no debía tomar, y lo confirmé en el momento exacto en que Tyler dio un paso en mi dirección y luego otro hasta que quedó frente a mí.
Me obligué a no voltear porque eso supondría estar frente a frente con él y no me creía lo suficiente fuerte para mirarlo a los ojos sin distancia de por medio.
—¿Eso quiere decir que si te gusta la comida me besarás?
Pude sentir su mirada posada en mí, había inclinado ligeramente la cabeza para poder hacerlo y su aliento rozó contra mi mejilla izquierda.
—No, solo bromeaba.
Tomó el cuchillo de mis manos así como la cebolla a medio pelar y, tras dejar ambas cosas sobre la tabla para picar, me giró sin emplear fuerza hacia él, posando sus manos en mis hombros.
Ay, Dios mío. ¿Era impresión mía o me observaba con una intensidad impresionante?
—¿Sabes que es cruel bromear sobre besos con un chico como yo?
—¿Un chico como tú?
—Un chico con problemas para contenerse.
Lo que hice a continuación fue estúpido pero necesario. Me reí, me reí con ganas en su cara porque había sonado increíblemente idiota. Me gustaba un idiota, ¿qué decía eso de mí?
—No te rías.
—¿Te has creído parte de una mala película romántica entre un badboy y una chica buena?
—Bien, has herido mi ego. Lavarás los platos como castigo.
Reí una vez más, mis hombros se sacudieron a causa de las carcajadas.
—¿Me castigas en mi casa?
—Es la casa de tu hermano —me recordó.
—Pero aquí están mis pertenencias por lo que técnicamente esta sería mi única casa.
—¿Discutirás todo?
Llevó una de sus manos hacia mi mejilla y acarició con su pulgar mi piel de manera delicada. La risa se me acabó de golpe y las palabras también por lo que solo me quedó asentir con la cabeza.
—¿Discutirás esto?
Se inclinó hacia mí y posó un beso sobre mi mejilla, dejando sus labios sobre mi piel más de lo necesario. No se alejó, luego de romper el contacto se mantuvo inclinado hacia mí como si esperara una respuesta.
Volví a asentir porque mi capacidad para hablar se había extraviado.
—¿Y esto?
Posó un beso sobre el hueso de mi mandíbula y una sensación de electricidad me recorrió. Me obligué a no cerrar los ojos y a mantener las piernas firmes a pesar de que éstas deseaban volverse gelatina.
—Sí —susurré.
Sentí sus labios avanzar hacia mi oído y sus dientes rozaron el lóbulo de mi oreja. Si había recuperado el habla, con eso volví a perderla junto a todo pensamiento coherente. Solo sentía mi corazón trabajando aceleradamente y mis labios cosquillear reclamando un beso.
—¿Discutirás eso también?
Cuando no obtuvo respuesta, se alejó de mí lo suficiente para poder observarme a los ojos. El color miel de los suyos parecía haberse convertido en oro líquido en punto de ebullición y tuve que tragar con fuerza para no derretirme ahí mismo.
—¿Tenemos un trato?
Fruncí el entrecejo sin comprender.
—Si te gusta lo que cocino, me besas.
—¿Y si no me gusta?
—Te beso.
Mierda, ¿cómo podía decirle que no a esa propuesta?
—No parece que vaya a obtener una ganancia —mentí.
—¿No? Una comida deliciosa o una sesión intensa de besos y, oye, se me da muy bien besar.
Había comprobado eso. Sus labios podían resultar adictivos y yo estaba comenzando a experimentar la abstinencia.
—Deberás ser más convincente, Tyler.
Me di una palmadita mental por haber sonado tan segura cuando por dentro quería aprisionar su rostro y estampar mis labios contra los suyos.
—Bien —suspiró—. Me quitaré la camiseta para cocinar.
Me dedicó un guiño y volví a reír con diversión. Él era realmente bueno en eso de coquetear, entendía por qué las chicas le llovían. Una sola frase, una sola mirada o una sonrisa con hoyuelos podían sacudir el suelo de cualquiera.
—Estás bromeando.
Para demostrarme que estaba en lo cierto, dio un paso hacia atrás y se llevó las manos hacia el cuello de la camiseta para tirar de ella hacia arriba. Cinco segundos después, depositó la tela hecha un ovillo en mis manos.
—Ahora es un trato justo. —Sonrió.
Por todos los cielos, era un trato más que justo.
¡Buenas, buenas! ¿Cómo están? ¿Qué tal ha ido su semana?
Levante la manito quien quiera ser Emma en estos momentos.
¿Les ha gustado el capítulo? ¿Qué creen/esperan/quieren que suceda?
Aprovecho la oportunidad para invitarlas a sumarse a la lectura conjunta de "Tres y un cuarto" que comienza el lunes 16 así como también invitarlas a unirse al grupo de WhatsApp. ¡Tenemos stickers de los personajes!
Espero que tengan un día hermoso y muchísimas gracias por su apoyo y cariño. LOVE YOU.
Me despido, hasta mañana.
MUAK!
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