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Capítulo quince

EMMA

Até y desaté un nudo repetidas veces en esa pequeña soguita roja que la terapeuta me había dado para calmar mis nervios y animarme a hablar. Sentía sus ojos fijos en mí, estudiaba cada uno de mis movimientos: la manera en que mis dedos sostenían la cuerda para torcerla, los gestos que inconscientemente realizaba con mi cuerpo y rostro, y el movimiento de mis labios mientras hablaba. Yo me negaba a mirarla porque me sentía avergonzada, incluso sabiendo que la doctora Kingstone no me juzgaría, era un sentimiento tonto y quizás uno que provenía de la niñez porque en casa de los Williams no había tiempo para hablar de sentimientos.

—¿Y cómo te hace sentir eso al respecto?

Reí entre dientes sin poder evitarlo, su pregunta me había recordado a una reconocida película de Disney que solía mirar por las tardes con Mirko. Sin embargo, pronto recuperé la compostura.

—No lo sé —admití—. Creo que me hace sentir triste.

—¿No querer tener hijos te hace sentir triste?

Pude imaginar su expresión sin elevar la mirada. Ella probablemente tenía las cejas levantas y sus ojos marrones reflejarían su sorpresa. ¿Los psicólogos podían demostrar sorpresa en sus sesiones? ¿Estaba siquiera permitido para ellos mostrar sentimientos reales con sus pacientes?

—Sí porque sé que no es algo que haya nacido de mí, es algo que ha nacido por los eventos que he tenido que vivir.

—¿Puedes explicarte, Emma?

Tensé el nudo y lo estudié, podía desarmarlo y volver a iniciar o bien podía dejarlo allí y crear otro que se formaría a su lado. Enredé la cuerda en mis dedos y comencé a anudar otro.

—¿Conoce esa sensación de que lo tiene todo, pero a la vez no tiene nada?

Elevando la mirada alcancé a ver que ella negaba con la cabeza, aunque me pareció que lo hacía para que continuara hablando y no tanto porque no lo había experimentado.

—Imagine haber llegado a la cima del monte Everest luego de meses y meses o años de duro entrenamiento, tiene las montañas nevadas a su alrededor y una vista increíble —expliqué—. En ese momento de quietud con esa imagen asombrosa frente a sus ojos se da cuenta que finalmente ha obtenido lo que siempre quiso, pero que para ello tuvo que abandonar algo que la hacía feliz, algo que la hizo levantarse por las mañanas y trabajar duro. Llegó a la cima, aunque también se quedó sin esa sensación de entusiasmo al saber que algún día lograría subir. Eso era lo genial, saber que un día lo lograría. Mi vida ha sido un poco así. Siempre trabajé para obtener el cariño y la aprobación de mis padres y un día lo logré, en verdad lo logré y pude saborear esa victoria.

—¿Y extrañas esforzarte?

—No, cuando lo logré me di cuenta que ese amor que había intentado recolectar como migajas durante toda mi vida no era tan asombroso como creía, su amor estaba basado en el hecho de que yo me estaba esforzando para ser quien ellos deseaban. Y yo no quería ser esa persona, no quería vestir Gucci y cenar en la torre más alta. Yo deseaba un amor sin condiciones, un amor de aceptación que imaginé que merecía. —Solté un suspiro y acomodé un mechón de mi cabello tras mi oreja—. Cuando por fin llegué a la cima de mi monte Everest, me di cuenta que yo no quería escalarlo, quizás yo quería ir al Aconcagua o simplemente recostarme en una playa del Caribe.

—Tú mereces amor, Emma.

Por primera vez en toda la sesión, elevé mi cabeza y la enfrenté.

—Estoy consciente de ello.

—¿Y por qué esto se relaciona con tus deseos de maternidad? Antes que respondas quiero que sepas que estás en todo tu derecho, si no deseas traer vida a este mundo, no tienes que hacerlo. Pero me preocupa que lo que sientes sea tristeza.

—¿Sabe por qué realmente no quiero tener hijos? —Ladeé un poco la cabeza hacia mi derecha—. Porque no quiero que ellos sientan lo que yo sentí, no quiero que se miren un día al espejo y se pregunten si sus padres realmente los aman. No me siento preparada para dar ese amor y nadie debe crecer sin amor, doctora.

—¿Sientes que no puedes amar?

—Siento que no puedo amar a alguien que esté bajo mi cuidado.

—Me alegra que digas eso.

Fruncí el ceño sin entender. ¿Le alegraba que tuviera temores?

—¿Por qué?

—He estado buscando la manera de darte una nueva responsabilidad; sin embargo, no había llegado el momento indicado. Ahora creo que estamos en ese momento.

Sentí que mi entrecejo se fruncía todavía más y rápidamente me encargué de alisarlo. Mi hermano solía bromear sobre eso, decía que me saldrían profundas arrugas en la frente de tanto que lo hacía, que tendría veinte años y mi rostro sería como el de una anciana.

—¿Una nueva responsabilidad? ¿No cree que tengo suficientes ya?

Me sonrió con simpatía y se puso de pie abandonando su sillón de cuero. Rodeó el escritorio y se aproximó hacia un extremo del amplio consultorio donde un gato negro un poco viejo descansaba en una cama de su tamaño. El animalito estaba siempre ahí, casi parecía una estatua porque no se movía ni ronroneaba, sabía que estaba vivo porque su cuerpo se movía de arriba abajo al ritmo de su respiración.

—¿No te has preguntado por qué tengo un gato aquí?

—¿Por qué no consigue niñera?

Soltó una leve carcajada y se puso de cuclillas frente al felino, le pasó los dedos por el pelaje y finalmente el animal emitió un sonido.

—Lo utilizo con los pacientes, los gatos son grandes canalizadores de energía y saben cuándo consolar a una persona. Éste en especial, Rufus, ha sido entrenado.

—Ajá.

—Quiero que lo cuides por mí durante una temporada.

Elevé las cejas con asombro. ¿Cuidar a un gato? ¿Esa era su forma de demostrarme que podía encariñarme con alguien que estuviera bajo mi cuidado? Yo nunca había tenido una mascota, ni siquiera un pez dorado o un hámster, poco sabía sobre el cuidado de mascotas.

—¿Quiere ver morir a su mascota en manos de una muchacha con problemas familiares?

Volvió a reír como si mis palabras fueran un chiste. Estaba hablando muy en serio, no era sensato darme esa responsabilidad.

—Sólo tienes que alimentarlo y limpiar su caja de arena. Rufus es inteligente y sabe cuidarse por sí solo. —Sonrió y dejó de acariciar al gato que maravillosamente se puso de pie y se estiró—. Sé que en tu residencia se permiten mascotas.

—No me parece una buena idea —señalé.

—En nuestra primera sesión dijiste que estabas dispuesta a hacer todo lo que te pidiera si eso te ayudaba a ti y a la familia de tu hermano.

—Bueno, eso era antes de que supiera que usted quería entregarme un gato.

—Estarás bien, Emma.

Solté un suspiro, aunque no volví a negarme porque ella tenía razón, yo había dicho que haría lo que me pidiera y si ella creía que cuidar a un gato silencioso me ayudaría, entonces lo haría. Con eso en mente me puse de pie y caminé hacia donde la doctora se encontraba.

—Hola, Rufus —dije y estiré la mano para tocar al felino quien rápidamente se acercó a mí para recibir una caricia.

—Le agradas.

—Está entrenado —le recordé con diversión.

—¿Sabes cómo cuidar a un gato?

—Sé lo que no debo hacer.

Asintió con la cabeza y se irguió.

—Te enviaré un correo con todo lo que debes tener en cuenta. Rufus tiene una cuenta abierta en una veterinaria cerca de aquí donde puedes conseguir todo lo necesario para su cuidado y donde lo atenderán en caso de enfermedad. ¿Volverás a tu residencia en transporte público?

—En verdad, debo ir a trabajar y no creo que me permitan tenerlo conmigo. ¿Puedo llevármelo la próxima semana?

—Te pediré un taxi y lo pagaré por ti.

Vaya, estaba muy comprometida con su tarea de hacerme cargo del pobre Rufus ese mismo viernes.

—Está bien.

—Iré a traer su canil y pediré un automóvil para ti, puedes conocerlo hasta entonces.

—¿Qué debo decirle?

La doctora Kingstone rió y entendí lo estúpidas que habían sido mis palabras.

—Le gustan los teoremas matemáticos —bromeó.

—Muy graciosa, doctora.

Ella sonrió y se retiró de la habitación haciendo sonar sus tacones finos en el suelo de madera pulida. Dirigí mi mirada de nuevo hacia Rufus quien continuaba acariciándose a sí mismo con la palma de mi mano. Sus ojitos verdes me encontraron y no tuve mejor idea que sonreírle.

—Espero que te gusten las habitaciones pequeñas y los compañeros burlescos porque eso es lo que acabas de recibir, gatito.

Su respuesta fue un ronroneo.

***

Bajé del vehículo amarillo con prisa y le dediqué un agradecimiento rápido al conductor. Cerré la puerta con mi mano libre y me encaminé hacia la residencia intentando mantener recto el canil donde el pobre gato descansaba sin muchas preocupaciones. Abrí la puerta con la misma urgencia y busqué con la mirada algún rostro conocido en la sala común.

—¿Todo en orden, Emma? —preguntó Paris desde su escritorio—. ¿Tienes un animal allí?

Me aproximé a ella y dejé la caja plástica sobre la mesa. Abrí la puertita metálica y con cuidado saqué a Rufus de allí para mostrárselo a mi amiga.

—Él es Rufus —indiqué—. ¿Te gustan los gatos?

—Me encantan.

No dudó en estirar su mano hacia el felino y acariciar su cabecita mientras esbozaba una amplia sonrisa.

—¿Es tuyo?

—De una amiga.

Llamar a la doctora Kingstone «amiga» era un poco triste; sin embargo, no me sentía lista para admitir que iba a una terapeuta tres veces a la semana luego de clases.

—Dime por todo lo sagrado en este mundo que ese gato no es tuyo, Williams.

Giré hacia mi izquierda, hacia la salida que llevaba al pequeño jardín y encontré a Tyler observándome fijamente bajo el marco de la puerta. Cargaba un libro en una de sus manos y una expresión de desconcierto en el rostro.

—No es mío.

—Gracias a Dios.

—Pero debe cuidarlo —señalé con rapidez.

Sus ojos se abrieron con sorpresa y se encargó de caminar la escasa distancia que nos separaba para detenerse a unos dos pasos de mí. Observó al gato y luego desvió su mirada hacia mí, repitió la acción dos veces más y negó.

—Claro que no.

—¿Qué?

—No cuidarás a ese gato.

—Se llama Rufus —le hizo saber Paris quien seguía embobada con el animal.

—Me importa un rábano su nombre, no lo cuidarás.

—¿Y eso por qué? ¿Le temes a un gatito?

Mi voz había adquirido ese tono de superación que solía provocarme problemas, pero no pude contenerlo porque me había molestado un poco que se creyera con derecho a decidir lo que haría o no. Sorprendentemente, no pareció molestarle el tono.

—No, no le temo a ningún gatito a menos que sea un león a punto de comerme vivo y, por si no entiendes, eso no significa que te dejaré tener uno.

—Está permitido tener mascotas —anunció mi amiga—. No depende de ti.

—¿Por qué no debería tener un gato?

Solo para molestarlo y que se percatara que no me importaba su opinión, le di un beso pequeño a la cabeza de Rufus.

—Dijiste que no era tuyo.

Se cruzó de brazos a la altura del pecho.

—No lo es, solo debo cuidarlo. Lamento si no te gustan, pero no tienes poder de decisión en este asunto.

—No tendré a un gato en mi habitación.

Rodé los ojos con hastío, estaba por llegar tarde al trabajo y perdía mi tiempo hablando con él.

—Es nuestra habitación.

—Como sea.

—Mira, Ty, realmente debo cuidarlo y te agradecería que lo hicieras más fácil para los dos. ¿Puedes?

—Me llamaste Ty.

Tenía razón, lo había llamado por un diminutivo de su nombre sin siquiera notarlo. Quizás la prisa por irme me había hecho acortar su nombre para ahorrar tiempo.

—¿No es ese tu nombre?

—Lo es.

—Podemos discutir sobre eso luego, ahora mismo necesito pedirte un favor gigante, inmenso, cósmico e infinito que luego te dejaré cobrar.

La sorpresa recorrió sus atractivos rasgos y abandonó su postura rígida para dar un paso hacia atrás y menear las manos delante de sí anunciando una negativa.

—No cuidaré al gato por ti.

—Solo unas horas, por favor —supliqué—, debo ir a trabajar y llegaré tarde si no me voy ahora.

—¿Y si quiere comer?

—Le traeré comida al volver.

—¿Y si quiere defecar?

Contuve una sonrisa al escuchar su elección de palabras.

—Me encargaré de traer una caja de arena también.

Negó con su cabeza y dio otro paso atrás. Creí que saldría corriendo y le dejaría el gato a Paris porque sería bastante sensato teniendo en cuenta que él y yo no nos llevábamos bien. Le estaba pidiendo un gran favor al muchacho al que había golpeado, pero no tenía a quién más recurrir en ese momento.

—Como orine en mi cama te juro que lo tiraré por el balcón —me advirtió con seriedad—. Comprobaré entonces si los gatos siempre caen de pie, incluso desde doce metros de altura.

—Gracias, Tyler. Te debo una.

Le entregué el gato con rapidez y él lo tomó como si fuera una bomba a punto de explotar. No esperé su respuesta y me acomodé la mochila en los hombros para luego avanzar con celeridad hacia la puerta.

—¡Me debes más de una, Williams!

¡Hola, bellezas! Cuanto amor por aquí, ¿no?

¿Cómo están hoy? ¿Qué tal estuvo su fin de semana? Espero que muy bien y con menos calor que el mío.

¿Les ha gustado el capítulo de hoy? ¿Algún día Ty podrá cobrar todos los favores que Em le debe? ¿Se llevará bien con Rufus?

No puedo creer que ya estemos en el capítulo quince sobre todo teniendo en cuenta que hace menos de cuatro meses subí los primeros capítulos de tres y un cuarto. Quizás deberíamos ir más lento, pero no. Me gusta este ritmo, ¿ustedes qué opinan?

Muchas, muchas gracias por comentar, votar y leer. Saben que las quiero, ¿verdad? ¿No se los he dicho ya?

Sin más que agregar, me retiro. Un beso enorme y les deseo una linda semana.

MUAK!

(Creo que este gif ya lo usé en otro capítulo de esta historia)

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