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Capítulo cuarenta y seis

TYLER

Mis labios estaban sobre los de Emma, acariciándolos con una lentitud que resultaba tortuosa, cuando mi teléfono móvil nos interrumpió. Mi primer instinto fue silenciar la llamada y aferrarme a mi compañera de cuarto para prolongar el beso.

Acabábamos de salir de nuestra primera cita. Nunca me había imaginado tener una cita con alguien y pasarla bien, mucho menos una cita de San Valentín, pero allí estaba disfrutando cada segundo de ella. No dejaría que una llamada nos interrumpiera, la enviaría al buzón de voz antes de dejar de besarla.

Hice lo mismo con la segunda llamada.

La tercera fue la vencida.

-¿No contestarás? -preguntó Emma, separándose de mí.

-No.

-¿Y si es importante?

-Llamarán de nuevo.

Intenté alcanzar sus labios una vez más, pero se apartó por lo que terminé posando los míos sobre su mejilla congelada. El aire helado de la ciudad no había sido impedimento para que nos besáramos en la parada de autobuses luego de salir de la casa del terror. Emma no había querido tomar un taxi y por ello estábamos de pie bajo un techo de metal mientras la nieve caía a nuestro alrededor.

-Atiende -me ordenó con dulzura.

Dejé ir sus mejillas soltando un suspiro y busqué el móvil entre las capas de ropas. Alcancé a contestar antes de que se terminara la llamada, sin tener tiempo a ver el nombre del insistente.

-¿Si?

-¡Demonios, Tyler! ¿Por qué tardaste tanto?

La sangre se me volvió de hielo al escuchar esa conocida voz cargada de preocupación. No, eso no podía ser bueno. No había manera de que esa llamada pudiera traer buenas noticias.

-Lo lamento, Taylor -conseguí articular luego de unos instantes en los que mi cerebro hizo cortocircuito-. ¿Qué ha sucedido? ¿Nana está bien?

Los segundos de silencio antes de que contestara fueron la única confirmación que necesité. Poco me faltó para desplomarme en ese preciso instante; sin embargo, sabía que esa sería una larga noche y de que nada serviría que dejara que las emociones se apoderaran de mí.

-Ella está muy grave -me explicó en voz baja-. Le ha dado alguna clase de fiebre provocada por la quimioterapia y los doctores no creen que puedan solucionarlo. Theo nos avisó hace pocas horas, hemos conducido hasta Nueva York porque es el aeropuerto más cercano que no está cerrado por la tormenta de nieve.

-¿Genesis está contigo?

-No, ha ido al baño. Ella... -Suspiró-. Ella está destruida, lo está desde que volvimos y ahora no deja de culparse. Volverá pronto, sé que ha ido a llorar y que no quiere que la vea así.

-Espera, ¿estás en la ciudad?

-Sí, estoy a punto de comprar los billetes de avión. Quería saber si necesitabas que comprara el tuyo.

-Sí -solté al instante-. Iré allí de inmediato. ¿Cuál aeropuerto?

-Bien, el próximo vuelo es en hora y media -me informó-. ¿Crees que puedas llegar a tiempo? Es el Kennedy.

Observé mis alrededores intentado ubicarme. Nunca había estado en esa zona de Manhattan, pero sabía que demoraría media hora en ir hasta la residencia en un taxi si el tráfico era fluido. No alcanzaría a llegar, no si tenía que preparar una maleta antes de partir y conseguir un segundo medio de transporte.

-¿Tienes ropa contigo?

-¿Ropa? Sí, preparé una maleta -contestó con confusión.

-Bien, deberás prestarme algunas prendas hasta que pueda comprar otras. Espérame, llegaré pronto.

Lo escuché maldecir e imaginé que Genesis había vuelto con él. No necesitaba estar allí para poder tener una imagen concreta de cómo lucía mi amiga en ese momento. Conocía a G mejor de lo que me conocía a mí mismo, ella seguro había aguantado el llanto por horas y se había concentrado en estar tranquila. Esperaba que Taylor, Theo y yo pudiéramos sostenerla a tiempo cuando finalmente se desmoronara.

-Te esperaremos -contestó.

Cortó la llamada y yo guardé el aparato en mi bolsillo con el pulso acelerado. Me llevé las manos hacia la cabeza y contuve la necesidad de gritar de frustración. Mis ojos encontraron los de Emma y detecté en ellos una profunda preocupación.

-¿Qué ha sucedido?

-La abuela de Genesis está grave -expliqué sin darle vueltas al asunto-. Debo irme.

-¿A dónde?

-Al aeropuerto.

Su expresión cambió a una de total sorpresa y no pude culparla. Esperaba que pudiera entenderme, no deseaba dejarla sola allí, pero no podía no ir a San Francisco en ese mismo momento. Mi familia no sanguínea estaba en peligro, no me quedaría a esperar que pasara la tormenta refugiado en la residencia. Genesis me necesitaría y quería ver a Meredith antes de que fuera demasiado tarde.

-Encontremos un taxi -dijo con decisión.

Me tomó la mano con fuerza, su agarre firme me brindó la confianza que necesitaba para afrontar esa noche interminable, y me condujo hacia la calle. Los vehículos pasaban con rapidez, entre ellos taxis vacíos y llenos.

-¿Qué harás tú? -pregunté de pronto.

No podía dejarla allí. Estaba oscuro, nevaba y era lejos de la residencia.

-Estaré bien.

-Em...

-¡Lo que importa ahora es que llegues al aeropuerto, Ty! -exclamó sin una pizca de enojo e hizo seña a un taxi-. Yo estaré bien.

-Lo lamento, Emma.

-No, no tienes que lamentarlo.

Sus ojos buscaron los míos y su mano libre se posó sobre mi mejilla izquierda. Le dio una leve caricia a mi piel y comprendí que había comenzado a llorar en silencio. Me miraba casi con pánico, como si temiera que rompiera en llanto en ese preciso momento. Yo también lo temía.

Me separé de ella y rebusqué en mis bolsillos por mi billetera. No dudé en sacar un billete de cien y lo posé sobre su mano abierta. Su ceño se frunció con confusión absoluta e intentó soltar el dinero.

-Toma un taxi para volver a la residencia -le supliqué- y llámame cuando llegues, ¿Sí?

Un vehículo amarillo respondió a las señas que Emma realizaba y se acercó a la acera. Se detuvo frente a nosotros y ella abrió la puerta para mí, esperando que entrara.

-Lo haré, avísame cuando llegues y no dudes en llamarme.

Asentí con la cabeza y en un rápido movimiento deposité un beso corto y casto sobre sus labios. Fue un simple contacto que duró dos segundos; no obstante, podía decir que fue suficiente para una despedida precipitada como esa. Ingresé al automóvil y saludé a Emma con la mano.

-Al aeropuerto JFK.

El hombre asintió y no tardó en acelerar. Le di una última mirada a Emma antes de centrarme de nuevo en lo que significaban las palabras de mi amigo Taylor. Era muy probable que nana no lograra vencer esa batalla.

***

La cabeza de Theo estaba apoyada sobre mi regazo y la mía sobre el hombro de Taylor en una posición que era sumamente incómoda; sin embargo, era lo mejor que podíamos conseguir en esa reducida y silenciosa sala de espera con sofás de piedra. A ninguno de los tres nos habían permitido ingresar a la Unidad de Cuidados Intensivos por no ser familiares de Meredith, y Genesis había quedado a solas en la habitación con su abuela.

Sí, habíamos logrado convencer a la enfermera en jefe del área para que nos dejara dar una vuelta rápida para confirmar que todo siguiera en orden, por lo que cada media hora uno de nosotros se apresuraba hacia el cuarto y daba un rápido vistazo antes de salir corriendo, evitando así un regaño. La imagen era horrible, desgarradora y no brindaba ningún tipo de esperanza. Sabíamos que ese era el final, no por ello dolía menos.

Las puertas dobles se abrieron con fuerza y los tres saltamos de nuestros asientos de manera casi coordinada. Genesis se acercó a nosotros, sus ojos estaban rojos y su rostro, pálido. Había estado llorando, lo había hecho al estar a solas con su abuela, pero en ese momento lucía aterrada más que entristecida.

-¿MIT? -susurró Taylor acercándose a ella-. ¿Qué ha sucedido?

La rodeó con los brazos, atrayéndola a su pecho, y G posó su cabeza contra él, dejando caer los párpados por unos segundos. Sorbió por la nariz, pero ni una lágrima cayó por sus mejillas, no sabía cómo lo lograba. Nosotros tres habíamos llorado sin cesar desde nuestra llegada al hospital y ella había sido la fuerte. Éramos un desastre.

-Ha sufrido un paro cardiorrespiratorio -informó con tranquilidad fingida-. Me han echado de la habitación para poder trabajar.

Me froté los ojos con frustración y sentí la mano pesada de Theo caer sobre uno de mis hombros.

-¿Estás bien, cielo?

Ella negó con la cabeza; no obstante, permaneció firme como un roble.

-Ella se ha ido -dijo en voz baja-. Lo sé, intentar reanimarla no tiene sentido.

Se quedó con nosotros por unos minutos que parecieron eternos. Me permitió abrazarla y el corazón se me estrujó al sentir lo delgada que se encontraba. Lo había disimulado bien con las capas de ropa holgada, aunque era bastante obvio cuando la tocaba. Genesis no estaba bien y los tres éramos conscientes de eso, esperaba que pudiera soportar la muerte de su abuela o, mejor dicho, que pudiéramos ayudarla de alguna forma.

Un médico enfundado en un uniforme azul oscuro salió por la misma puerta que minutos antes lo había hecho Genesis y esa vez no nos pusimos de pie. El hombre lucía agotado, su cabello entrecano estaba alborotado y las ojeras bajo sus ojos demostraban el cansancio propio de una larga jornada en la UCI. Podría haber pasado desapercibido de no ser porque sabíamos que él era el doctor encargado del caso de Meredith.

-¿Señorita Allen?

-¿Se ha ido? -preguntó G, elevando la mirada.

-Lo lamento mucho, señorita. Hemos hecho todo lo que estaba a nuestro alcance, intentamos reanimarla por veinte minutos, pero no hemos podido salvarla. Lo lamento profundamente.

Apreté el abrazo alrededor de su cuerpo delgado, necesitando sentir que seguía respirando. Ella asintió sin decir otra palabra y el hombre se retiró con frustración.

-Lo lamento tanto, pequeñita -murmuró Theo posando una mano sobre su rodilla-. Ella fue una gran mujer.

Y esas fueron las palabras que ocasionaron que el mar de lágrimas comenzara. Genesis se sacudió en mis brazos y dejó caer su cabeza ocultando su rostro con una cortina de cabello rubio. El primer sollozo fue desgarrador, movió su cuerpo por completo y se clavó profundo en mi alma. Tapó su cara con las manos y dos pares de brazos más la rodearon.

La abrazamos con fuerza mientras descargaba todo lo que sentía, susurramos palabras consoladoras intentando liberar un poco de su dolor. Era en vano, los tres lo sabíamos. Ella había perdido a sus padres y a su abuela en menos de dos años, era la última Allen de su familia.

***

No me permití volver a llorar hasta que regresamos al hotel y quedé a solas. Dejé que las lágrimas se perdieran entre la lluvia artificial de la ducha mientras pensaba una manera de lograr que Genesis siguiera con su vida.

Llamé a Emma cuando el agua de mi habitación se volvió fría y le relaté lo sucedido mientras mordía mi puño para no sollozar. Escuchó cada una de mis palabras con paciencia y susurró frases alentadoras que consiguieron calmarme lo suficiente para emprender la horrible tarea que me quedaba.

Fue mi trabajo avisar a los conocidos de Meredith de su fallecimiento, repitiendo frases armadas sin cesar.

«No, ella no tendrá un funeral.»

«Sí, Genesis está contenida.»

«Se cremará y su nieta decidirá qué hacer con las cenizas.»

«No es necesario que viajen hasta San Francisco, lo tenemos cubierto.»

«Le haré llegar sus condolencias.»

«Sí, Meredith era una mujer querida.»

Al final del día, volvimos a ser los cuatro. Theo se encargó de preparar el traslado del cuerpo de nana desde la morgue hasta la funeraria mientras que Taylor se aseguró de que Genesis comiera y se bañara. No éramos más que unos críos adormecidos haciendo tareas de adultos.

-¿Saben cuál es el mejor recuerdo que tengo de mi abuela? -soltó G, jugando con sus dedos.

Los tres negamos con la cabeza y ella sonrió con tristeza. Estábamos sentados a su alrededor en posición de indios en la habitación de hotel que había rentado para ella y Taylor. Eran las primeras palabras que había soltado en horas, las primeras que no sonaba ensayadas.

-Cuando me entregó ese frasco con galletas y me dijo que las compartiera en el instituto, que así haría amigos.

Sonreí con nostalgia y sentí una opresión en el pecho.

-Los cuatro nos intoxicamos con esas galletas -le recordé.

-Y sabían a mierda -comentó Taylor con diversión para subir nuestros ánimos.

-Y tú tiraste la receta para que no volviera a hacerlas, pequeñita -añadió Theo.

Elevó la mirada de sus manos y nos observó a los tres, deteniéndose unos segundos en nuestros rostros. Sus ojos estaban rojos e hinchados; sus labios, agrietados y su piel, pálida.

-Sí, eran unas galletas horribles, pero ella tenía razón en algo: me ayudaron a hacer amigos.

El recuerdo pareció alegrarla y esa fue la razón por la que el próximo en contar una anécdota maravillosa de su abuela fui yo. Destinamos las siguientes horas a hablar de la vida de nana, riendo de sus ocurrencias y rememorando los momentos en que fingía no vernos beber alcohol. Las risas fueron genuinas y los sentimientos también. Podía afirmar una cosa: Meredith Allen sería recordada por cada uno de nosotros como la mujer que había impulsado y asegurado nuestra amistad.

Bueno, hola. ¿Qué tal su fin de semana?

No tengo mucho para decir respecto a este capítulo, como verán no entré mucho en detalles respecto a la muerte de nana porque iba a ser muy triste y no quería que eso pasara. Sí, en este momento me deben estar odiando un poquito y créanme que yo también, pero hay ciertas cosas, hay un ciclo en la vida que es inevitable.

Los próximos capítulos serán mucho más animados y recordaremos a nana como la mejor abuela de Wattpad.

Muchísimas gracias por leer y por todo su cariño y apoyo.

Ahora sí, me despido. Las amo.

MUAK!

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