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Capítulo cuarenta y cinco

EMMA

San Valentín, la fiesta más comercial de la historia después de Navidad. Ugh, odiaba la época, sobre todo porque el rosa no era mi color favorito y la ciudad se llenaba de esa tonalidad, por no mencionar las flores y pétalos por doquier. Me gustaban las flores, aunque cuando estaban en la tierra. ¿Cuál era el sentido de regalar una flor que moriría a los días? Sin embargo, estaba dejando de lado todo mi asco para cometer una estupidez que esperaba saliera bien.

Me acerqué a la cama de Tyler tras llegar de la casa de mi hermano y de un tirón le arrebaté el libro que estaba leyendo. Su ceño se frunció de manera instantánea y, recordando los viejos tiempos, le di un capirotazo en la frente cuando sus ojos se encontraron con los míos.

—¡Oye! —chilló con un hilo de voz—. ¿A qué viene tanta agresión?

—¿Sabes qué día es hoy?

—¿Domingo?

Le di otro capirotazo intentando no reír por su expresión de absoluta confusión. Se veía adorable cuando lo hacía, su nariz se fruncía ligeramente y se le marcaban unas arruguitas cerca de los labios.

—¡Auch!

—¿Sabes qué día es hoy? —repetí.

—Es catorce de febrero.

Intenté golpearlo de nuevo, pero sostuvo mi mano para impedir el golpe. Se sentó en la cama y, tirando de mi mano, hizo que quedara sentada sobre él.

—¿Sabes qué día es hoy?

—Es San Valentín.

—¿Y eso significa?

Enterró su nariz en mi cuello y realizó leves caricias que me provocaron escalofríos. Me obligué a no cerrar los ojos y concentrarme en mi tarea, se haría tarde para lo que había planeado si lo dejaba meterse bajo mi piel.

—Es el día de los enamorados.

Depositó un beso sobre mi piel y me aparté antes de perder la compostura.

—Exacto.

—No me digas que crees en esa mierda, Em. Me sentiría muy desilusionado.

—Yo no he dicho eso.

—¿Entonces por qué me miras como si esperaras un regalo y una felicitación cursi?

Blanqueé los ojos con hastío. Qué pesado.

—Porque hice una reservación y se nos hace tarde. Has pasado toda la tarde leyendo, es hora de dejar de hacerlo.

—¿Sabes que tengo que ponerme al día con mis clases? —Enarcó una ceja e intentó abrazarme por la cintura.

Me separé de un salto, poniéndome de pie de nuevo, y él esbozó un puchero con sus labios. Tuve que reunir fuerza de voluntad para no estampar mi boca contra la suya.

—Puedes hacerlo luego. Cámbiate el pijama, tenemos poco tiempo.

—¿Me llevarás a cenar por San Valentín? ¿Tienes un lado romántico, Em?

Le di otro golpecito y me frunció el ceño una vez más. Ya no me molestaba que me llamara por el diminutivo de mi nombre, él se había ganado el derecho a hacerlo.

—Apúrate.

Soltó un suspiro lleno de frustración y se puso de pie refunfuñando, como un niño pequeño al que lo habían obligado a ir a clases. Caminó hacia su armario y sacó lo primero que encontró; no obstante, al ver mi mirada de pocos amigos, volvió a guardarlo para buscar ropa menos deportiva.

—Eres una pesadilla.

—No, tú lo eres. Esta será nuestra primera cita y te comportas como un bebé.

—No recuerdo haber recibido una invitación para esa cita.

—Ni yo.

—Siglo XXI, Emma, las mujeres pueden invitar.

—Déjate de tonterías y apúrate.

Se quitó la sudadera y la camiseta de pijama de mala gana para reemplazarlas por una camiseta blanca y un sweater rojo oscuro que resaltaba el tono dorado de su piel. Siguió por sus pantalones eligiendo unos jeans con estilo demin y finalmente se calzó unas botas militares color negro.

—¿Satisfecha?

—Te falta perfume.

Me envió una mirada de advertencia, pero de todas maneras cazó el frasco y se echó un poco en el cuello y sobre la ropa.

—Y abrigo.

—¿Me recuerdas por qué me gustas?

—Porque soy mejor que tú en todo.

Me arrojó el pantalón de pijama a la cara; sin embargo, se quedó a medio camino causando que soltara una carcajada, tampoco le gustó eso.

—¿Ya estoy bien?

Dio una vuelta sobre su propio eje luego de ponerse un saco de paño negro que le quedaba como un guante. Asentí con la cabeza y le dediqué una sonrisa. No tardó en corresponderme el gesto.

Extendió su mano en mi dirección y la tomé sin protestar. Guardó su teléfono móvil y su cartera antes de seguirme hacia el pasillo.

Nuestra residencia no festejaba la fiesta de manera convencional sino que era una versión macabra y opuesta a la idea original. Los solteros se embriagaban y comían chocolates mientras se burlaban de las parejitas. Tyler y yo no encajábamos en ninguno de los dos grupos. No éramos una pareja oficial y tampoco estábamos solteros.

—¿A dónde vamos? —soltó en elevador.

—A Narnia.

Abrió los ojos con fingida sorpresa e introdujo goma de mascar en su boca.

—¿Por el ropero, el subterráneo o el cuadro?

—Por el excusado si sigues haciendo preguntas tontas.

—Eso es para el Ministerio de Magia en Harry Potter.

Entrecerré mis ojos en su dirección y acercó goma de mascar a mi boca. Separé los labios y la recibí mientras él depositaba un beso sobre mi frente.

Resultaba extraño compartir esos momentos con él, sobre todo si pensaba que menos de seis meses atrás no podíamos vernos sin gritarnos. Los recuerdos eran buenos, divertidos y entretenidos, pero nada se comparaba con poder bromear junto a él y besarnos sin pudor.

El ascensor llegó a la planta baja y tuve que agacharme para esquivar una flecha de hule que salió disparada hacia nosotros. El culpable, como siempre, había sido Rob y Paris no tardó en regañarlo por ello.

—¡Pero si es la parejita feliz! —exclamó Paris al vernos—. ¿Tienen una cita hoy en esta celebración de mierda?

Asentí con la cabeza mientras reía y ella soltó un ruidoso «awww» mientras entrelazaba sus manos bajo su mentón para poner una expresión de ternura falsa en su rostro.

—Llévense un condón.

Señaló la caja en forma de corazón repleto de preservativos y Tyler no dudó en agarrar un par. Le di un golpe leve en el pecho con mi mano libre y él se encogió de hombros.

—Son gratis.

—También mis puñetazos.

—Deja de comportarte como una mojigata, Em. Si ella sabe lo que hacemos cuando estamos aburridos.

Sentí mis mejillas arder y él rió con diversión. Me tomó por el mentón para que no me alejara y plantó un beso casto sobre mis labios que me hizo sonrojar. Nunca nos habíamos besado en la sala común, mucho menos en la sala común cuando estaba repleta de estudiantes.

Robert y Paris volvieron a burlarse con un «awww» y Tyler no me dejó apartar de sus labios por unos segundos. Cuando lo hizo, me sonrió y acarició mi mejilla.

—Debería haberte apostado que estos dos terminarían juntos —le dijo Paris a su hermanastro—. Debería habérselo apostado a toda la residencia y quizás ahora podría pagarme un piso.

—Nos vemos luego. Intenten no morir de tristeza —los saludó Tyler.

Ambos respondieron mostrando sus dedos medios, evidenciando cuánto se parecían, aunque no compartieran sangre.

El aire frío de la noche de invierno nos rodeó en tanto pusimos un pie en la acera y agradecí que el Uber que había solicitado ya estuviera esperándonos. Le indiqué a Tyler que subiera y él no lo dudó ni un segundo. Podría haberlo engañado para dejarlo en manos de un asesino y él no habría dudado si eso significaba protegerse del frío.

El vehículo avanzó y mi compañero de habitación giró su mirada color miel hacia mí.

—¿Qué cursilería debo esperar?

—No te lo diré.

—¿Azúcar, flores y muchos colores?

—¿Crees que crearé a las Chicas Superpoderosas?

—Necesitas la sustancia X para eso.

—Quizás pueda crearme un muchacho menos molesto para esta cita.

Soltó una carcajada y sonreí con diversión. Me gustaba hacerlo reír, sobre todo hacerlo olvidar por unas horas de lo triste que se sentía.

—Anda, dime qué debo esperar.

—Claro que no, ten un poquito de paciencia.

—Se lo estás pidiendo a la persona equivocada, Em.

—No diré nada.

Me encogí de hombros y posé mi mirada en la ventanilla a mi lado. Por el rabillo del ojo observé a Tyler suspirar y cruzarse de brazos con esa actitud de niño pequeño malcriado. Sentí la necesidad de apretujar sus mejillas y lo hice, provocando que se quejara.

—Déjame en paz, Emma.

—¿Te has enojado?

—Claro que no.

—Ahora dilo sin llorar.

Me mostró la lengua y yo hice lo mismo. El conductor rió por lo bajo, seguro creyendo que éramos unos críos estúpidos.

Porfis, dime a dónde vamos.

—¿Acabas de decir «porfis»? —pregunté con burla.

—Sí y lo admito con mucho orgullo.

—Vamos al barrio TriBeCa, ¿feliz?

—No sé dónde queda, pero fingiré felicidad.

Volvió a tomar mi mano y entrelazó nuestros dedos. La suya estaba cálida en comparación a la mía y despreocupadamente acarició con el pulgar mi piel mientras permanecíamos en silencio. Esa era otra cosa que me gustaba de él, sabía apreciar el silencio.

Tardamos un poco más de lo esperado en llegar por el tráfico de la ciudad. Todo el mundo parecía haber salido de sus casas a pesar del frío y la ciudad que nunca duerme se había vuelto más concurrida con la celebración en curso.

Agradecimos al conductor cuando nos dejó en la dirección acordada y también agradecí mentalmente a Ethan por haberme ayudado con todo el plan. Él había pagado por el transporte con su tarjeta de crédito y también me había contactado con las personas adecuadas.

—¿Qué es este edificio?

—Bienvenido a la Mansión de Sangre.

Sonreí ampliamente mientras señalaba al edificio con ambas manos, como una presentadora orgullosa, y él frunció el ceño antes de comenzar a reír.

—¿Me has traído a una casa del terror en San Valentín?

Asentí, ya no tan segura con mi decisión. Quizás debería haberlo llevado a la cima de un edificio o a uno de esos bares ocultos que estaban de moda.

—¿No te gusta? —pregunté en un susurro.

—¿Estás bromeando? —chilló—. ¡Es la mejor cita del mundo! Y yo nunca he tenido una cita.

Me atrajo hacia sí en un fuerte abrazo y sentí que mi cuerpo relajarse. Me había asustado sin razones, aunque bueno, me asustaría el resto de la noche porque teníamos una mansión de cinco mil pies cuadrados a oscuras solo para nosotros, repleta de actores dispuestos a hacernos ensuciar nuestros pantalones.

—¿Listo para entrar?

—Sí, hagámoslo.

Llamé a la puerta y ese fue el inicio de una noche terrorífica. Ambos soltamos un grito cuando una figura encapuchada nos abordó desde atrás, saliendo de la nada y espantándonos de la mejor manera posible. El corazón por poco se me escapó por la boca; no obstante, comencé a reír a los pocos segundos.

—Bienvenidos a la Mansión de Sangre —soltó el hombre—. Espero que hayan traído pañales.

Nos permitió el paso y tardé en acostumbrarme a la luz escasa de la habitación. Solo una bombilla amarillenta iluminaba el amplio espacio dejando zonas a oscuras que no lucían prometedoras.

—Avancen —nos indicó—. Sigan los caminos, adéntrense en sus miedos y ahoguen sus gritos con sangre.

Rió de manera teatral y malévola, haciéndonos sonreír.

—¿Listo?

—Listo.

Me aferré a su mano y, con pasos lentos pero decididos, nos adentramos en la mansión del terror.

Esa no era una cita convencional, mucho menos la cita adecuada que cualquiera esperaría para una fecha como San Valentín, pero la relación que Tyler y yo compartíamos no era normal tampoco. Era la manera perfecta de iniciar una relación que había comenzado como imperfecta.

¡Buenas! ¿Cómo están?

A pedido del público subo el capítulo a la madrugada (3am hora Argentina). Estoy por dormirme pero he cumplido.

¿Les gustado el capítulo? ¿No son Ty y Em una ternura?

Muchísimas gracias por leer, votar y comentar. LAS AMO.

MUAK!

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