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4

Siguen siendo cartas, pero ya no de juegos


ELLA.

Tres días después de lo sucedido en la tarima de la feria, todo Tagus estaba conmocionado.

Confundido.

Y asustado (o cagado, mejor).

Porque, spoiler: ser hijo de padres influyentes o ricos no te garantiza no ser víctima de un asesinato brutal.

Se habían cancelado los eventos, incluso esos legendarios juegos que hacían los alumnos el primer día. Lo que más se susurraba era: «hay un asesino».

Por alguna razón, las versiones de: «hay una asesina» eran pocas, aunque la maldad no tiene género.

Un error, niños ricos.

El punto era que la policía había cerrado el parque entero mientras hacían sus análisis y averiguaciones y todas esas cosas que se hacen cuando ocurre un asesinato. Estaban por —casi— todas partes, pero las clases sí transcurrían con normalidad.

Por esa razón yo estaba en la mía, en el edificio de la facultad de arte. Más específico: en el gran salón de prácticas de ballet. Debíamos demostrar a la profesora lo que sabíamos, era mi turno y todo iba muy mal.

Por alguna absurda razón el sistema de sonido no funcionaba, así que no podían reproducir una canción para mí.

Los demás estudiantes de ballet estaban de espectadores mientras que unos cuantos intentaban resolver el problema en la laptop conectada a los altavoces. Yo seguía en el centro del salón, preparada para bailar. Honestamente, no estaba tan estresada a pesar de que mis inconvenientes serían ventajas para otras...

Hasta que de pronto apareció él.

—Yo podría ayudar —le dijo Ascian a la profesora, parado en la entrada, cordial, servicial, amable.

Las miradas se fueron hacia su figura en cuanto habló, porque, ¿no dicen que un Cash se roba la atención apenas entra a un lugar? ¿No dicen que, a pesar de ser detestados, si uno de ellos pisa una sala, resalta más que los demás por el atractivo contraste de su cabello negro y sus imponentes ojos grises?

Tal vez por eso no fue sorpresa que muchos se pusieron a susurrar, unos cuantos a criticarlo, y otras chicas a comérselo con una intensa mirada. A decir algo tipo: «lo odio, pero yo sí me metería con él...».

Por supuesto, Ascian hizo caso omiso a lo que pasaba a su alrededor. Solo se aceró a la profesora y se puso a explicarle con sus ademanes elegantes y llamativos que podía ayudar con la música de una forma especial:

—Sé tocar el piano, y ahí tienen uno.

Sí, había uno de color blanco en la esquina de la sala. La profesora no parecía una mujer paciente, por lo que tras otras cosas que él le dijo con su encantadora sonrisa de dientes perfectos y que no pude escuchar, aceptó.

¿Sorprendida? No. Era bueno en lograr lo que quisiera aun teniendo al mundo en su contra.

Ascian avanzó. Pasó frente a mí sin mirarme, tranquilo y confiado. Sus botas negras trenzadas podían patearte el culo y lanzarte al otro lado del mundo, y su chaqueta gris era larga, costosa y misteriosa. Rodeó el piano y se sentó en la butaca. Puso sus dedos sobre las teclas. En una de las manos, el guante de cuero le cubría tres: el pulgar, el índice y el medio.

Me puse en posición. Lo lógico era que él me diera la oportunidad de decirle qué canción necesitaba, por eso iba a hablarle:

—Necesito...

Pero me interrumpió, sereno:

—Sé perfectamente qué necesitas.

A propósito, comenzó a tocar con... (redoble de tambores para algo que no es sorpresa): sí, con una naturalidad asombrosa.

Lo curioso de Ascian al usar el piano, era que no parecía que lo había aprendido o que se lo habían enseñado, sino que el instrumento estaba hecho para él, como si lo adivinara. Podía cerrar los ojos y lucir distante, y aun así no escuchabas ningún error.

Algo muy chocante para quienes lo detestaban, porque ni eso le podían criticar.

Pero yo me quedé en: así que eso de que las cosas se hacían a su manera no había cambiado, ¿eh?

No dejé que me afectara el hecho de que era una melodía melancólica y lenta, casi oscura, que ambos conocíamos por razones... perversas. Simplemente cambié mi coreografía de inmediato y empecé a fluir con movimientos también naturales y expertos, para demostrar mis habilidades.

La música llenó la sala, conmigo dando los giros correctos, y como al menos el ballet era algo en lo que me destacaba, las miradas pasaron a estar sobre mí.

Excepto la de él.

Por lo que en un gesto de venganza por haber decidido tocar esa melodía sin que yo se la pidiera, hice algo que sabía que iba a chocarle también.

Aunque Ascian quería mantener sus ojos sobre las teclas o en algún otro lugar, llegaría un instante en el que buscaría mirarme. Había un punto de la pieza que tocaba que requería un movimiento específico, uno que a él le gustaba. Estuve atenta, y cuando ese momento llegó, elevé una de mis piernas.

La intención maliciosa fue esa, que la pierna se alzara por completo con delicadeza y fluidez, y que se notara mucho más cómo las mallas y el leotardo negro marcaban cada línea de mi cuerpo, en especial la zona en V entre las piernas.

Sus ojos grises, que eran ese tipo de ojos que siempre parecen sensualmente entornados, lo notaron de repente, y quedaron fijos en mis muslos. Y tras un momento de enganche tan intenso que casi le daba el poder de atravesar la tela, los desvió como si necesitara volver a mirar las teclas del piano para... ¿no parecer hipnotizado?

—Muy bien, muchas gracias, Ascian —dijo la profesora apenas terminó la melodía.

No esperé un cumplido por mi presentación, estaba acostumbrada, así que me quedé quieta y asentí para dar las gracias por la evaluación a pesar de que no me había hablado a mí.

—Gracias a usted por la oportunidad —le devolvió Ascian con simpatía, levantándose de la butaca del piano—. Aunque en realidad entré para entregar esto. —Entonces se acercó a mí, y del interior de su chaqueta sacó un sobre. Me lo ofreció al detenerse cerca—. Ganaste la competencia en la tarima. Vengo oficialmente a pedirte que te unas al club de los fundadores, es lo justo.

Los estudiantes nos observaron ante tal anuncio, expectantes.

Lo que hice fue mirar a Ascian con cierta extrañeza, como perdida.

—Disculpa, ¿y tú eres...?

Él tensó un poco la mandíbula. Por un momento de seguro quiso decir: «¿estás jodiéndome?» pero mantuvo la calma.

—Ascian Cash, el líder del club —se presentó.

Tomé el sobre.

—Wow —dije, medio asombrada—. Esto es inesperado.

—No te preocupes por nada, te aceptaremos de inmediato —asintió con su amplia sonrisa de labios pegados—. Tampoco tienes que enviar tu perfil para ser evaluado. Eres la primera elegida.

—Eso es el doble de inesperado —admití.

—Es un privilegio que, en mi opinión, nadie debería desaprovechar —asintió él con un natural guiño de ojo—. Tenemos planeado que los miembros del club opten por las mejores oportunidades en sus carreras.

Aguardó por mi respuesta, animado y sonriente.

Visto así, parecía tener una buena intención.

Visto así, lucía demasiado encantador para ser peligroso.

Yo también era capaz de ser amable, claro. No era odiosa o dura todo el tiempo. Pero es que hay algo que se descubre muy tarde en la vida: que la maldad se ve hermosa porque esa es su mejor manera de ocultarse. Es por eso que antes de que Lucifer quisiera destronar a Dios, nadie sospechaba que ese ser increíblemente bello haría tal cosa.

A su vez, esa era la explicación de por qué los Cash estaban dotados de tanta belleza y magnetismo: para engañar, para tentar.

Y luego atacar.

—Sí, qué honor... —murmuré con cierto asombro mientras sacaba lo que era una invitación muy elaborada con palabras escritas a mano y en cursiva—. Y qué honor también que el propio líder venga a pedírmelo. Hasta podría decir que sí... —Alcé la mirada y le sonreí de la misma forma que él—. Pero lo pensaré.

—En realidad, la respuesta debe ser inmediata. —Ascian siguió sonriendo.

Pero la intención de que era una orden y de que las cosas debían hacerse a la brevedad que él quisiera, estaba implícita.

—¿Eso es como una regla? —Me vi algo confundida.

—Sí.

—Entonces paso de ella —dije, tal vez con una amabilidad más falsa que la suya—. Yo lo pensaré.

Unos chicos se rieron en un: «pfff». Me di vuelta para dar por finalizada la conversación y fui a buscar mis cosas en el fondo del aula, cerca de una mesa de refrigerios y bebidas muy sanas y ligeras que habían puesto para promover que los estudiantes de ballet profesional no se mataran de hambre. Los demás empezaron a dispersarse, hablando y susurrando.

Como me lo esperé, luego de agacharme para coger mi mochila y girarme, Ascian ya estaba frente a mí, mirándome desde su altura imponente.

—¿De verdad harás como que no me conoces? —Tenía el ceño fruncido.

—¿Por qué tocaste esa pieza? —rebatí con una pregunta mejor.

—Porque te sabes los movimientos y no ibas a fallar —dijo con simpleza.

—¿Sí? ¿Pensaste solo en modo jurado? —Me crucé de brazos—. Dime, ¿qué tal estuve entonces?

—También sabes que lo haces bien —Se encogió de hombros. Ah, el clásico Ascian en modo: no te congratulo, pero tampoco te critico.

Yo también podía recurrir a lo clásico.

—¿Fue porque todavía te excita? —Enarqué una ceja.

La pregunta en relación a ese tema del pasado, lo tomó por sorpresa, pero como era tan bueno en sus expresiones para no demostrar debilidades, solo contuvo una sonrisita maliciosa.

—No tiene nada que ver —quiso mentir.

—Tiene todo que ver —le corregí—. Tú rara vez buscas algo que no te beneficie.

En lugar de contradecirme, sus ojos bajaron de mi rostro para fijarse en mi cuerpo con descaro. No sé si lo hacía a propósito, pero demostró que le gustaba cómo me quedaba el leotardo.

Nada nuevo. A él lo calentaba la idea de que la ropa se pegara tanto al cuerpo que se notaran las líneas que marcaban ciertas partes. Le gustaba todo lo que le generara deseo y que no lo satisficiera directamente.

Porque Ascian Cash tenía muchos secretos, y uno de ellos era que le encantaba excitarse lento, hasta que la acumulación le doliera, hasta que fuera tortuoso para él. Era más perverso de lo que se podía esperar.

Aunque si yo hubiera sido una tonta débil, esa mirada suya, tranquila pero de «podría desnudarte» me habría puesto nerviosa.

—Ni siquiera es tan difícil detectarlo —añadí, nada asombrada—. Siempre te ha hipnotizado cuando bailo. Antes te ponía más nervioso.

—Lo hacía, sí. —No se molestó en negar, aún conteniendo la sonrisa.

—Lo sé —suspiré con un falso aire de nostalgia para chocarle—. Te recuerdo en esa sala de la mansión, en la madrugada, sentado en la butaca del piano, mirándome con una erección mientras yo bailaba hasta que acababas sin tocarte y sin tocarme...

Su sonrisa desapareció por lo específica que fui. Ascian carraspeó la garganta. Ahí sí se puso nervioso. Incluso miró hacia los lados con disimulo, pero nadie había oído nada.

—No quiero ofenderte, pero, ¿cómo lograste entrar a Tagus? —preguntó para cambiar el tema—. Tus padres no tienen tanto dinero.

—¡¿Disculpa?! —solté en un tono más alto de forma intencional—. ¡¿Estás preguntándome por qué estoy en Tagus solo porque mis padres no son ricos como los tuyos?!

Frunció mucho más el ceño, entre desconcertado y molesto, porque mi voz hizo que nos echaran vistazos curiosos de reojo. Dio un paso adelante para reducir el espacio y darle confidencialidad a lo que diría.

—¿Tú estás intentando hacerme ver mal o qué? —finalmente perdió la paciencia—. ¿Por eso me desafiaste en la tarima?

Mantuve una expresión aburrida pese a su acusación.

—Solo estabas equivocado y te corregí como siempre lo hacía cuando éramos amigos. Eso te gustaba. ¿O es que has cambiado y ya no aceptas que alguien sepa más sobre algo que tú?

No respondió nada porque dos chicas se acercaron a esa área para tomar sus cosas.

Una de ellas. Por desgracia, la conocía. Por desgracia, me conocía. Pero hice como que había olvidado por completo su existencia. También conocía a Ascian desde hace tiempo, y demostró que tal vez por eso no lo detestaba. De hecho, le sonrió a él con dulzura para hacerse notar, para ver si recordaba que, en algún momento de la vida, ambos habían pertenecido al mismo círculo social.

Que ambos habían presenciado las mismas cosas...

Claro que Ascian se acordaría. De eso no me cabía duda.

Él le devolvió la sonrisa, naturalmente coqueto. Luego, las dos chicas se movieron hacia la mesa de refrigerios para servirse bebidas de una de las jarras y hablar.

El espacio volvió a ser seguro, así que negué con la cabeza.

—Te puede odiar casi todo Tagus, pero les gustas en cierto modo —le concedí—. Siempre tienes algo a tu favor. Aunque si supieran que lo tuyo es que te deseen y no te tengan nunca...

La forma en la que la sonrisa que le había dado a la chica perdió fuerza por mi comentario, para casi pasar a la seriedad, me asombró un poco y también me hizo caer en cuenta de algo.

—¿Qué? —pregunté, entre lo divertido y lo desconcertante—. ¿Todavía haces eso? ¿Ascian, sigues siendo virgen a tus diecinueve años?

—¿Cuál es el problema si fuera así? —Alzó la barbilla, esperando que lo sorprendiera con mi respuesta—. Ya pasó la era en la que no tener sexo te hacía un perdedor.

—Cierto, no hay ningún problema —fui honesta— pero es que todo el asunto de que querías encontrar a la mujer correcta y entregarle todo de ti, siempre fue gracioso. Me parecía hasta una excusa para satisfacer tus perversiones de que todos y todas te deseaban y tú eras intocable. Era así, ¿no? Te encantaba que nadie fuera lo suficientemente bueno como para tenerte.

—Todavía soy intocable. —Hizo un gesto de indiferencia—. Y no, no cualquiera me tiene.

Sonreí, asintiendo.

—Claro, porque, ¿quién querría tener a alguien tan cruel? —Volví a mirar el sobre con la invitación en mi mano—. Dime, ¿qué hacen en este club? ¿Planean cosas en secreto que luego arruinan la vida de los demás? ¿O se disfrazan de buenas y carismáticas personas mientras que en el fondo son malvados, egoístas y traicioneros?

Ascian se salió otra vez de sus casillas.

—¿De verdad sigues odiándome? —No parecía verle sentido—. Teníamos dieciséis. Fue hace ya casi cuatro años que pasó lo que pasó.

Mi sonrisa falsa desapareció. Fui yo la que dio un paso adelante y alzó la barbilla para mirarlo sin miedo ni debilidad.

—Toda mi vida te voy a odiar, Ascian Cash —le dije, seria y dura—. Tu sonrisita, tus palabras amables y tu actitud tierna solo son una fachada porque quieres salvar a tu familia, pero en el fondo no eres nada de eso, y todos se darán cuenta.

Él enarcó una ceja. Cuidaba mucho de que todos lo vieran comportándose bien, pero en ese momento se le olvidó que estábamos en una posición retadora, cara a cara.

—¿Porque tú te ocuparás de que sea así? —preguntó—. ¿Me desprecias tanto que vas a atacarme de forma pública?

Curvé la boca hacia abajo, porque estaba en lo cierto, pero al mismo tiempo no. Luego me aseguré de decirlo con un énfasis que le dejara claras las cosas:

—Supongo que, si de casualidad yo estoy en un lugar y tú estás ahí intentando tener la razón frente a todos, voy a contradecirte. Si tú estás ahí intentando verte como el bueno, voy a estar en contra. Si estás ahí brillando, voy a apagarte. Tal y como ustedes lo hicieron conmigo.

Ascian apretó los delgados labios que muchas habían deseado besar y que pocas habían logrado. Su mandíbula se marcó por una tensión repentina. Una amargura surcó su cara.

—¿Entonces es cierto? —quiso saber, aunque casi fue un susurro—. ¿Estás aquí para vengarte?

—¿Eso es lo que Ada te dijo que debes temer? —pregunté, segura de que una suposición así ni siquiera podía provenir de él.

Ascian no dijo nada, y su silencio fue una confirmación.

Así que Ada Cash sabía que yo estaba en Tagus, y tenía miedo...

No me asombraba tampoco, pero sí me daba para pensar muchas cosas. Pero no pensaría a fondo con él ahí. Aún cuando mis palabras sonaban severas y crueles, requería una fuerza impresionante el enfrentar a un Cash. No era algo fácil. Lo único que me daba valor era que estaba segura de que ellos no eran buenos.

Me giré, lista para irme y dejarlo atrás sin añadir nada.

Pero...

—No me hagas amenazarte —lo escuché decirme cuando ya me había alejado unos pasos. Su tono fue extraño, como si alternara entre la aflicción y la necesidad de sonar intimidante—. Sabes que si intentas entrar en una guerra conmigo, no vas a ganar.

Me detuve. Una gran parte de los estudiantes ya habían salido del salón, excepto unos cuantos que hablaban entre sí, y las chicas junto a la mesa, en donde una de ellas empezaba a toser. Por eso nadie vio que, durante un instante, mis cejas perdieron cierta fuerza, y casi pero casi se arquearon.

¿Por culpa? ¿Por temor? ¿Por... sensibilidad? ¿O por la falta de eso mismo?

Solo que me recuperé y logré fruncirlas. Me giré para verlo con desprecio.

—Tal vez el que ya no puede ganarlas todas eres tú —le solté, afilada—. Y sí haré como que no te conozco, porque ya no soy la misma de hace años. Así que ahora nos conoceremos de nuevo por primera vez, y te voy a tratar como lo que eres: mi enemigo.

Ascian quedó paralizado, pero no demostró si mis palabras le habían causado dolor, rabia o diversión. Se mantuvo neutro, ilegible e inteligente.

Tras eso, lo lógico era que me fuera, pero sus ojos miraron por encima de mí con una repentina extrañeza que me intrigó. Al girarme, la chica que por desgracia conocía y que ya había estado tosiendo, estaba tosiendo mucho más de una forma... preocupante.

Y entonces, luego de que ambos lo notáramos, pasó todo muy rápido:

La chica comenzó a ahogarse con su propia tos. La otra estudiante que la acompañaba le preguntaba si estaba bien e intentaba golpearle la espalda con suavidad, pero en tan solo segundos la chica pasó a agarrarse el cuello con una de las manos, como si le faltara el aire o tal vez como si se le estuviera cerrando la garganta.

Soltó el vaso que tenía en la otra mano. Su compañera trató de ayudarla, muy asustada, pero un montón de asquerosa saliva o de algo burbujeante y amarillo mezclado con rojo le empezó a salir por la boca aun tosiendo. Hasta el rostro se le enrojeció como un desagradable tomate.

Curiosa comparación, porque yo odiaba los tomates.

Y curioso que ya no tuviera en la cara la sonrisa coqueta para Ascian.

Ya incapaz de mantenerse en pie, la chica perdió el equilibrio a pesar de que su amiga intentaba ayudarla. En su desplome y en busca de aferrarse a algo, su mano jaló el mantel de la mesa, y tanto platos como vasos y jarras cayeron al suelo alrededor de ella en un desastre. El sonido del vidrio rompiéndose y su incesable tos alertó a los demás.

Pero estaban tan preocupados por socorrer a la chica que no vieron lo que Ascian y yo vimos. O bueno, en realidad, Ascian lo vio y yo fingí no verlo.

Una de las jarras rotas había derramado todo su líquido, y entre ese líquido ahora había dos cartas laminadas quizás por la persona que las había metido ahí, para que no se empaparan.

De reojo alcancé a ver la cara de perplejidad de Ascian al observar las cartas. Su cuerpo inmóvil. Sus atractivos labios entre abiertos por el shock, sus cejas fruncidas, sus ojos incapaces de parpadear.

Una mueca digna de capturar en una fotografía para un post de: «así de cagado quedas cuando ves algo a lo que le temes».

Y como él era inteligente, actuó rápido. Aprovechó que la gente estaba demasiado ocupada con el caos de la que se ahogaba con quién sabía qué, se acercó y tomó las cartas con sus dedos enguantados. Se las guardó en el interior de la chaqueta, y después procedió a unirse como un buen samaritano a los que ahora trataban de trasladar a la chica al área de ayuda médica.

Yo solo me quedé mirando, aunque tenía ganas de irme.

Pero resulta que la forma en la que alguien se asfixia o... ¿se ahoga? es hipnotizante. Parece que se le van a salir los ojos de las cuencas, y hasta la piel se empieza a poner color púrpura. Todas las venas se marcan, y da la impresión de que el cuerpo va a explotar.

Es sufrimiento puro.

Es como un castigo.

Es como un pedido de ayuda que no llega.

En cuanto a las cartas que Ascian había tomado, no eran nada referente a juegos de mesa.

Las dos cartas pertenecían a lo que se conocía como el Tarot Rider-Waite, y eran:

El Diablo.

Y El Juicio. 

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Ohh me gustó mucho escribir este capítulo. Resulta que me estoy divirtiendo mucho! Me sorprende porque me estoy sintiendo bien con estos personajes y estoy fluyendo... Gracias por su apoyo, me hace querer llorar porque hace mucho no me sentía... libre. Es decir, hace mucho no sentía ganas de hacer lo que mi instinto de escritora me pedía. El miedo me limitaba demasiado, y ahora que estoy en el camino de superarlo, se siente muy bonito. Gracias de verdad por ayudarme con su apoyo T_T

¿Qué les pareció el cap? Muy misteriosa la chica, ¿no? Y qué miedo. Nunca había muerto gente en Tagus. Esto se va a poner intenso... KJjkjsd y Ascian con sus perversiones, ya verán ya verán. Ada no se queda atrás, esa tiene su jueguito con Reiv. Ya lo conoceremos en el prox cap... Preparen esas pantaletas. Creo que él les va a gustar :)

Síganme si quieren en insta: @alexsmrz o en Twitter: @MirezAlex 

Besos de tarot, 

Alex.


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