Y ahí estábamos.

El cadáver en el suelo.

La sangre.

El error.

La mentira.

¿Qué haríamos ahora?

No había tiempo para pensarlo, porque las personas empezaban a aparecer. Salían de todas partes, impactados, y eran la multitud más peligrosa: la de Tagus.

Bocas abriéndose del shock. Ojos abriéndose de horror. Teléfonos sacados de los bolsillos para tomar fotos, para enviar mensajes, para correr el chisme. Palabras ahogadas:

—Oh, Dios, pero ¿qué pasó?

—¿Qué le hicieron?

—¿Cuándo sucedió?

—¿Por qué?

—Espera, ¿son los Cash? ¿Otra vez?

—¿Ella?

—¿Él?

—¿Eran ellos?

—¡Es horrible, llamen a la policía!

Sí, tal vez era lo mejor.

Después de todo, uno de nosotros estaba muerto.

Pero también parecía que uno de nosotros lo había hecho.

Que alguno era el asesino.

Incluso... ¿yo?

(Este capítulo 0 puede estar sujeto a cambios o a añadidos).