El Sol ama a la Luna,
así como la Luna ama al Sol;
pero no quiso la fortuna
que disfrutaran su amor.

¡Oh, destino
traicionero,
cruel y desatento,
que por ningún motivo
ni en ningún momento
iba a tolerar
que el Sol y la Luna juntos pudieran estar!

Desde el mismo instante de la Creación
quedaron los enamorados
condenados a permanecer
por siempre separados,
pero ya llegó la hora de romper
esa maldición.

Un atardecer,
cuando el Sol se ocultaba
y la Luna iba a aparecer,
se encontraron
los enamorados
y, tras unas palabras de amor,
acordaron lo que debían hacer
para cambiar esa situación.

Esto fue lo que se dijeron
durante esos instantes
en que coincidieron
ambos amantes
en el cielo:

-¡Oh, hermosa Luna,
de otra forma no te podías llamar,
pues como tú solo hay una
y tu belleza no se puede comparar!

-Amado mío,
luz que me ilumina
y sin la cual yo no brillaría,
ya no soporto más esto,
este horrible tormento.
Sin ti a mi lado no río;
solo lloro y lloro
y me consume la pena
por no tener junto a mí
a la única estrella
que puede hacerme sonreír,
y es que, a pesar de tener la compañía
cada noche de cientos de estrellas,
tú eres el único astro
al que deseo a mi lado.

-Tienes razón,
mi amor.
Yo tampoco puedo continuar
con esta situación,
pues no hay nada que anhele más
que junto a ti poder estar.
¿Qué podríamos hacer
para conseguir
estar así?

-Se me ocurre un plan
que, tal vez, podría funcionar:
escapemos
de este encierro,
abandonemos
el cielo,
alejémonos
del firmamento
y huyamos
 de este Universo.
Vayamos
a otro lugar
en el que juntos se nos permita estar.

Los demás astros,
que esto oyeron,
acudieron alarmados
al Dios Tiempo,
el cual de inmediato
se personó
para hacer entrar en razón
a la Luna y al Sol.

-Hijos míos,
yo más que nadie comprendo
vuestro gran amor;
pero desaparecer de aquí
no es la solución
para a vuestro tormento
poner fin.
No podéis
dejar 
este mundo en la oscuridad,
plagado
por tinieblas.
No podéis
dejar que mueran
todos los seres
que de vuestra luz dependen.
Simplemente, no podéis.

-Entonces, ¿qué haremos?-
dijo el Sol en un lamento,
ya que en el fondo comprendía
que, si se marchaban,
acabarían
con todo rastro de vida-
Pues, si alejados
permanecemos,
igualmente nuestra luz se irá apagando
por no estar junto a aquel a quien queremos.

Unos segundos
el Dios Tiempo lo meditó,
y finalmente creyó encontrar
una solución
que a todo el mundo
pudiera agradar.

Los enamorados
lo miraron,
expectantes, ilusionados,
esperando la respuesta
con la que la desconocida felicidad les sería devuelta.

-Esto es lo que os propongo-
continuó diciendo
el Dios Tiempo-:
cada amanecer
y cada anochecer,
al final de cada noche 
y al final de cada día,
se os permitirá observaros desde la lejanía.
Pero, además,
os concedo la oportunidad 
de estar juntos un rato
para poder amaros;
os concedo
un breve encuentro
entre ambos;
os concedo
unos momentos
para poder demostraros
vuestro amor sin límites.
A esto se le llamará eclipse
y tan intenso será
el brillo de esta unión
que cegará 
a todo aquel que se atreva a mirar.
El eclipse
os servirá para olvidar 
la distancia que os separa
y para recordar 
el gran amor que os une.

Y fue así
como la Luna y el Sol
pudieron al fin
disfrutar su amor.