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XX

En la mañana desperté escuchando una discusión en francés a mi lado. Me quejé por el ruido y tapé mi cabeza con la almohada, muy dispuesta a seguir durmiendo, pero la discusión subió de tono por alguna razón que no me importaba y me irrité.

—¡Chandler, Didier, silence! —Les grité en francés y les tiré la almohada. Por fin hubo silencio, pero me pareció extraño porque normalmente Chandler se abalanzaría para sacarme de la cama. Era imposible que me dejara dormir.

Abrí los ojos sospechosamente y miré a mi alrededor. De lo primero que fui consciente fue de los dos pares de ojos azules que me observaban atentamente, y a pesar de ser idénticos, unos estaban enojados y otros risueños.

—León, Nóel. —Murmuré sentándome en la cama, repentinamente despierta.

—Buenos días. —Me saludó León— ¿Dormiste bien?

—Sí, lo hice. —Susurré una respuesta, un poco cohibida por tenerlos a ambos tan temprano en mi habitación. León se me quedó viendo, como esperando algo, y entendí la indirecta— ¿Tú dormiste bien?

—Sí, pude descansar un poco. Hubiese dormido más, pero tus brazos y piernas no se quedaron quietos hasta la mañana. —Dijo y no supe si fue verdad o un intento por ponerme incomoda.

—¿Terminaron? —Nóel cortó las bromas y me escaneó con su mirada. Inconscientemente también me di una ojeada y casi muero de la vergüenza al ver mis fachas.

El bestido blanco que lleva puesto tenía los tirantes caídos, lo que hacía que el frente de la prenda quedara muy escotado y gran parte de la curva de mis pechos quedó al descubierto. Por si eso fuera poco, el largo se había enrollado lo suficiente como para mostrar mis muslos y ropa interior. Evitando sus miradas, arreglé el estado precario de mi ropa lo más rápido que pude, pero en realidad quería envolverme en la mantas para evitar sus ojos.

—Yo saldré primero —Dijo Nóel, mirando a León—. Estaré esperando tu reporte en mi oficina. No tardes. —Y sin nada más que agregar, se marchó.

—¿Qué hora es? —Pregunté a León, que tomó asiento en la cama. Más relajada tras la partida de Nóel.

—¿Las siete? —Dudó— No estoy seguro.

—¿Por qué se levantan tan temprano? —Me quejé, tirándome hacia atrás.

—¿Seguirás durmiendo?

—Sí. Chandler y Didier no vienen con mi desayuno hasta las nueve.

—¿Se han vuelto cercanos? —No podía verlo porque tenía los ojos cerrados, pero lo sentí moverse más cerca de mí.

—Si respondo que sí, ¿te los llevarás? —Determiné que ese sería el final más viable.

—¿No lo sé? —Abrí un ojo para verlo a la cara y estaba sonriendo con todo y dientes.

—Entonces no —Volví a cerrar los ojos—. No nos hemos vuelto cercanos. —Lo escuché reírse y ponerse de pie, alejándose.

—Dejémoslo así entonces.

—¿Te vas? —Me apoyé en mis codos para verlo acercándose a la puerta.

—¿Por qué? —Volteó a verme.

—Deberías cerrar las cortinas, la luz me molesta para dormir. —Él soltó una sonora carcajada al escucharme, llevándose una mano a la frente y otra a la cintura.

—Eres increíble. —No respondí y él fue hasta las ventanas para cerrar las cortinas. La habitación se sumió en la oscuridad, pero algo de luz logró colarse, dejándome ver los contornos de las cosas— ¿Al parecer me haz perdido el miedo? —Vi su silueta moverse hacia mí en cuanto se giró, como un felino acechando a su presa.

—¿Debería volver a temerte? —Cuestioné, sentándome correctamente, pero no estaba asustada.

—No —Su voz baja y áspera hizo cosqilla en mis oídos y la cama se hundió por su peso. Sentí la necesidad de romper la extraña atmósfera que vino con la penumbra, pero la caricia suave que dejó su mano en mi mejilla hizo que me quedara en silencio—. No tienes porqué temerme. —Sabía que debía apartarlo, pero no me moví y dejé que sus dedos se enredaran en mi pelo hasta ponerlo detrás de mi oreja.

Nos observamos directo a los ojos por unos segundos y mi mirada se desvió a sus labios cuando la de él miró los míos. Sonrió al darse cuenta de mis gestos y mis mejillas se enrojecieron de vergüenza.

—Creo que deberías irte. —Murmuré, nerviosa de tenerlo tan cerca. Literalmente estaba respirando su aliento.

—Sí, creo que debería hacerlo —Susurró y deslizó su mano envuelta en mi pelo por mi hombro. La burbuja se reventó con él poniéndose de pie nuevamente y yendo a la puerta, donde hizo una pausa—. No sigas durmiendo —Dijo—. Ordenaré que traigan tu desayuno y volveré por ti más tarde para llevarte al campo de tiro. —Sorprendida por la noticia, no tuve oportunidad de decir gracias antes de que saliera.

Di un largo suspiro de derrota al tirarme sobre la cama. Mi cuerpo se libró poco a poco de la tensión de minutos antes y, al cerrar los ojos, recordé los suyos a una distancia demasiado imprudente.

¿Qué había sido eso?

Sin poder responder mi propia pregunta, me puse de pie y entré al baño a lavarme. La mujer que vi en el espejo tenía mucho mejor aspecto que la de la última vez. Al comer correctamente, tener más interacción social, ver algo más que las paredes de mi habitación y estar de mejor humor, ayudó mucho a mejorar mi cutis. Mis labios ya no estaban secos y agrietados, mis ojeras casi habían desaparecido y mi pelo y piel tomaron algo de brillo perdido.

Mojando mi cepillo con pasta, rápidamente me lavé y peiné para salir a desayunar. Chandler ya me gritaba desde que cruzaron la puerta de la recámara, diciendo que me robaría uno de mis churros. Me reí al salir y ver las esquinas de su boca llenas de chocolate. Era agradable encontrarlo mejor que el día anterior. Didier estaba estoico sobre un mueble, solo miraba a Chandler comer, y le ofrecí algunas tostadas con chorizo y ensalada para que comiera. Él me agradeció y, entre los tres, terminamos la enorme bandeja de comida.

Luego de, aproximadamente, dos hora de charlas y clases particulares, León entró a mi habitación con un mejor aspecto.

—Boss. —Chandler y Didier lo saludaron de inmediato, poniéndose de pie. Él respondió a su saludo y luego me miró, con una ceja en alto.

—¿Segura de que no se llevan bien?

—Muy segura. —Asentí. Chandler y Didier me miraron raro y solo les sonreí.

—Vamos. —Negó con una sonrisa.

El campo de tiro al que me llevó era un lugar cerrado. Antes de llegar, pasamos por un gimnasio donde muchos de sus hombres estaban entrenando. Algunos me miraron y otros optaron por ignorarme completamente. Yo solo seguí a León como una cola. Entrando en el enorme espacio, vi las cabinas de tiro bien equipadas y divididas. León se acercó a una y tomó un arma, revisó el cargador y apuntó al blanco, pero no apretó el gatillo.

—Ven aquí —Entré en la misma cabina que él y me tendió un arma. No lo podía negar, muchas cosas pasaron por mi cabeza en ese momento, pero todas ellas eran imposibles, así que solo tomé la Glock y me familiarisé con el peso—. Eres tan inteligente. —Susurró, haciéndome entender que ninguno de mis pensamientos escaparon de sus ojos.

—Lo sé. —Respondí molesta.

—Bien, no te enojes. —Su risa baja sopló un lado de mi cara cuando su cuerpo se cirnió sobre mi espalda y me colocó las orejeras. Sus manos bajaron hasta mi cintura y se cerraron, moviéndome más al centro del cuadro. Me sorprendí por sus gestos, pero perdí mi oportunidad de decir algo cuando retrocedió.

Yo me tomé un respiro antes de apuntar al blanco porque, la verdad, las cosas con León se estaban poniendo cada vez más raras. Sabía que se me estaba insinuando, no era estúpida, pero no tenía ningún interés en entrar en sus juegos, por muy atractivo que fuera o por muy bien que fingiera tratarme.

Alejé los pensamientos intrusivos y me concentré en lo que estaba haciendo. Era bueno tener la oportunidad de disparar de nuevo. El ejercicio de cargar, apuntar y disparar era muy terapéutico para mí, por lo que me venía muy bien. Así que, sin importarme lo certeros que fueran mis disparos, simplemente jalé del gatillo y descargué el primer cargador. Diez proyectiles impactaron de forma sonora en la imagen en la distancia. Rápidamente recargué, haciendo que el segundo cargador se quedara vacío en pocos minutos. Cada disparo llevaba consigo una enorme cantidad de mis sentimientos y frustraciones, así como de mi impotencia y de mi ira. Recargué una vez más y, sintiéndome un poco mejor, respiré hondo y apunté correctamente. Corregí mis hombros, mi agarre, la posición de mis piernas y la inclinación de mi cintura. Con certeza di en el objetivo unas seis veces y luego me detuve, antes de volver a vaciar el cargador.

No había ni soltado el suspiro contenido cuando sentí a León detrás de mí. Me quité las orejeras un poco demasiado consciente de él y lo vi presionar con su puño el botón a la derecha para acercar el blanco.

—Eso fue más de lo que pensaba. —Susurró acariciando mis brazos.

—Sí, también fue más de lo que yo pensaba. —Murmuré y miré fijamente el blanco destrozado, pero prestando atención a la temperatura en sus manos.

—¿Lo hacemos otra vez? —Sus palabras consideradas iban acompañadas de un nivel de entendimiento que no sabía que teníamos, y asentí a su propuesta.

—Sí, por favor. —Él cambio el blanco y tocó el botón para llevarlo de nuevo a su posición. Volvió a acariciar mis hombros y luego retrocedió.

—Con calma esta vez. —Asentí una vez más a sus palabras y me sacudí el extraño sentimiento de comodidad por segunda vez.

Así se fueron algunas horas. León también ocupó una cabina a mi lado y, como las separaciones eran de cristal, podía verlo disparar de vez en cuando. La vista de él serio y con un arma me hizo recordar el porqué fui tan tonta de confiar en él desde el minuto cero. No hablamos tanto como esa vez, pero el motivo fue la extraña tensión que surgía al mirarnos a los ojos por mucho tiempo.

Al regresar a mi habitación, me despedí brevemente de León y corrí al baño para evitar que se quedara más tiempo. Él se fue luego de eso y pasé la tarde hablando con Chandler y Didier, mayormente en francés, para yo poder practicar. En la noche y después de comer y bañarme, me tiré sobre la cama, sin mucho sueño. Gran parte del día había tenido los comportamientos de León dando vueltas en mi cabeza, por lo que estaba aturdida y no escuché la puerta abrirse.

Cando el cuerpo alto y músculos se interpuso en el camino de mi mirada al techo, salté sobresaltada y murmuré un sin fin de maldiciones antes de sentarme y mirarlo correctamente.

—¿Qué es ahora? —Bufé.

—¿En qué estás pensando como para perderte tanto y no escucharme entrar? —Su sonrisa felina me hizo sentir más irritada y decidí ignorar su pregunta.

—¿Tienes algo para decir?

—¿Crees que vine porque tengo algo para decir?

—Entonces, ¿por qué estás aquí?

—¿Por qué crees que estoy aquí?

—¿No me lo diás? —Me crucé de brazos.

—¿Acaso esa mente inteligente tuya no puede adivinar?

—¿Acaso esa boca tuya no puede contestar?

—Wow, ¿ahora eres lo suficientemente valiente como para responderme así?

—¿No fuiste tú el que dijo esta mañana que no tenía nada que temer?

—¿Yo dije eso?

—¿A tu edad se tiene perdida de memoria? —Él entrecerró sus ojos en mi dirección y se sentó en la cama. No me moví a pesar de que estábamos innecesariamente cerca porque no estaba dispuesta a seder. Responder preguntas con otra pregunta era una guerra básica de poder y, aunque yo no tenía poder, estaba dispuesta a tentar mi suerte.

—¿Quieres que te conteste o te dejo creer que ganaste esta? —Su sonrisa maliciosa retrasó mi respuesta pero me pude recomponer y contestar.

—¿Me dejarás ganar? —Sus ojos se entrecerraron, enturbiados, pero él parecía muy divertido.

—Hecho. —Asintió y se acostó en la cama.

—¿Puedes considerar mis sentimientos cuando te impones y simplemente duermes en mi cama? —Sus ojos estaban cerrados cuando lo miré, pero aún sonreía.

—Creo que te has acostumbrado bastante a mí.

—No me has dado otra opción. —Reviré los ojos.

—Estoy siendo considerado. —Me miró.

—¿Ah, sí? —Ironicé.

—Normalmente duermo desnudo. —Se burló y me sentí avergonzada sin razón.

—¿Gracias? —Me hice la estoica.

—De nada —Acomodó mejor su almohada y apagó la lamparita de noche de su lado—. Apaga tu luz y vamos a dormir. Mañana debo salir temprano a cobrar algunas deudas.

—¿Vas a matar a alguien? —Le pregunté sin hacer lo que me dijo.

—Solo si la situación lo requiere. —Asintió.

Sin saber qué decir a eso, apagué la luz de mi lamparita y me tumbé boca arriba a su lado. Estuvimos en silencio y escuchando el sonido de la ventilación hasta que mis ojos se acostumbraron a la oscuridad. Sorprendentemente, no juzgué a León o saqué conclusiones sobre lo que dijo. Mi primer pensamiento en realidad fue: Vivimos en mundos diferentes por lo que actuamos y pensamos de forma diferente. Eso era todo.

—No mueras. —Murmuré.

—No voy a morir. —Me respondió.

—Debes devolverme al lugar de donde me secuestraste —Me giré hacia él—. Así que no puedes morir. —Él no respondió inmediatamente, y pensé que en realidad no diría absolutamente nada, pero lo escuché.

—De acuerdo.

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