XVII
El miércoles llegó con un inusual clima nublado. Los representantes y sucesores de las otras seis familias restantes de la Unione comenzaron a llegar uno por uno. Todos esperaban en la sala de reuniones a que León y yo llegáramos. No los hicimos esperar mucho, después de todo, queríamos mandarlos de regreso cuanto antes.
Ambos irrumpimos en la sala al mismo tiempo. El ambiente en el lugar era un poco tenso. La decoración antigua y el hecho de que estuviese lloviendo tampoco hacían nada para mejorar el estado lúgubre. Miré a todos los que esperaban y se levantaron cuando me acerqué a la cabeza de la mesa para sentarme. Todos se sentaron de nuevo después de mí, excepto León, que se quedó recostado a la pared cerca de la puerta.
—Buenas tardes a todos —Saludé—. Agradezco su asistencia y su paciencia durante estos largos meses de puros... inconvenientes —Las caras de muchos no podían disimular el enojo o la inconformidad al escucharme—. Las cosas aún no están del todo resueltas, pero puedo asegurarles que ya no hay peligro alguno.
—Disculpe, Boss —Levanté mi vista a quién alzó la voz—. Recientemente supimos que algunas organizaciones policiales, tanto de Estados Unidos como de Francia, se han estado poniendo en contacto de forma frecuente con el objetivo de atraparnos. Creo que esto es algo de lo que deberíamos hablar seriamente. —Los demás comensaron a susurrar entre ellos en cuanto lo escucharon. Miré al chico joven que habló por todos y... le sonreí. La sala volvió a su original estado de calma y sentí que podía retomar la palabra.
—Al parecer, en estos meses sin vernos, algunas personas han olvidado la etiqueta básica en nuestras reuniones —Cuando los encaré, algunos evitaron mi mirada, y otros miraban a Jeremie, el chico que habló—. Jeremie —Lo nombré, y lo noté lo suficientemente nervioso—, gracias por sacar a colocación un asunto importante del cual quería hablarles a todos. Te has vuelto más... amable, desde la última vez que te vi. Pero no sé si eso llegará a ser saludable para ti —León se movió y se recostó esta vez en la pared de las ventanas, justo detrás del asiento de Jeremie; eso era una amenaza—. Muy bien, ya que vuelvo a tener la atención de todos, continuemos con lo importante.
La reunión se llevó a cabo sin ningún otro inconveniente. Jeremie no volvió a mostrar su amabilidad durante toda la charla, y los demás recordaron la etiqueta básica, por lo que los puntos a tratar fueron correctamente debatidos. Cuando todos entendieron que lo que debían de hacer era obedecer y actuar en base a lo que decía, la reunión se dió por terminada.
—Nóel. —Se acercó mi tío materno, Alphonse.
—¿Qué es? —Pregunté cuando todos salieron, a excepción de León, que se sentó a mi derecha.
Alphonse hizo silencio por unos segundos mientras nos miraba fijamente a los dos, posiblemente perdido en cosas del pasado. Ya era un hombre mayor, con canas y arrugas. Un contemporáneo con nuestro progenitor, el Señor François Chevalier. Recuerdo que siempre intentaba protegernos de algunos que otros entrenamientos que nos imponía el Sr. François. Aunque hubiera estado mucho más agradecido si hubiera protegido a mi madre y no a nosotros.
—¿Cómo han estado ustedes dos? —Finalmente dijo.
—Como puedes ver, hemos estado bastante bien. —Respondió León.
—Nóel...
—He estado bien. —Reafirmé.
—Sí, es bueno saberlo —Se quedó en silencio por unos segundos más y luego se puso de pie—. Entonces yo me retiro.
—Está bien, ya nos veremos. —Se despidió León, y Alphonse se retiró.
—Con esto, es algo menos de lo que debemos preocuparnos. —Saqué un puro y lo corté para fumarlo.
—Mañana me marcho a Grecia —Dijo León, poniéndose de pie—. Voy a solucionar unos asuntos hoy y mañana me voy por la tarde.
—Está bien, lo dejo a tu criterio. —Cuando León se marchó, me quedé a solas en la enorme estancia y escuché con calma el repiqueteo de la lluvia en las ventanas de vidrio.
Era uno de esos extraños momentos en los que me sentía verdaderamente en paz y en los que, el silencio, no le daba voz a mis demonios. Disfruté de la extraña serenidad dentro de mí y aspiré el humo unas cuantas veces más para finalmente ponerme de pie y continuar con los asuntos del resto del día.
León
Eran un poco entrada la noche cuando decidí terminar con el trabajo. Estiré el cuello al sentirlo rígido luego de tantas horas sentado y salí de la oficina con ganas de darme un baño. Entré a la ducha con el agua bien caliente y suspiré cuando mis músculos se relajaron completamente. Al terminar, tomé mi celular y contesté algunos correos antes de tirarme en la cama.
Estaba a punto de cerrar los ojos y dormir cuando recordé que viajaría a Grecia y no sabía con exactitud cuándo volvería, por lo que no vería a la inglesa durante mucho tiempo. Entonces me levanté y me envolví casualmente en una bata de casa para tapar mi completa desnudez y salí a encontrarla.
Abrí la puerta de su recámara y las luces ya estaban apagadas, a excepción de sus lamparitas de noche. Miré a la cama y estaba vacía, solo estaban las sábanas revueltas. Cerré detrás de mí cuando la vi en los muebles junto a la ventana, donde la lluvia, que no se había detenido en todo el día, empañaba los cristales. Ella me miró, y escondió algo a sus espaldas.
Me acerqué despacio, y ella se puso de pie de inmediato. No leía mentes, pero sabía exactamente lo que estaba pensando. Sus ojos eran tan expresivos que no necesitaba de mi experiencia para adivinar sus preocupaciones. No la culpaba, sus conclusiones precipitadas eran justificadas. Quiero decir, ¿qué más podría pensar una mujer secuestrada que es visitada en medio de la noche por su secuestrador semidesnudo? Nada bueno. Y sentí que debí haberme esforzado más en vestirme.
—No te haré nada de lo que estás pensando. —Me senté lo más lejos posible de ella, pero no se sentó.
—León —Me nombró y conectamos miradas, ella extrañamente más calmada—. La última vez dijiste lo mismo y terminaste drogándome y secuestrándome. —Sonrió, derrotada, y se sentó manteniendo la distancia.
—Pero no mentí —Rebatí—. No te hice nada de lo que estabas pensando.
—Supongo que sí. —Suspiró, abrazando un cojín.
—¿Qué escondiste cuando entré? —Vi como se encogió y su expresión cambió a una de impotencia.
—No fue nada.
—No creo que no sea nada si eres tan renuente a mostrarme.
—No es algo que me ayudará a escapar, si eso es lo que te preocupa.
—Lo sé, porque aunque tengas un arma, te será imposible salir de los límites de la mansión. —Sus manos se empuñaron y sentí su resentimiento. Era tierna, pero al mismo tiempo, su imagen me hizo sentir incómodo.
—¿Nunca me dejarás volver a casa? —Preguntó y vi sus ojos cristalizarse.
Por alguna razón, recordé las palabras de Nóel, sobre ser el monstruo de su historia.
—Si te dejo ir... te matarán. —Ella secó la lágrima en su mejilla y evitó mi mirada.
—Entonces, ¿insinúas que mantenerme en confinamiento lo haces por mi bien?
—Y por mi bien también.
—¿Y qué hay de mi familia? ¿No están ellos en peligro tanto como yo?
—No debería ser así por el momento.
—¿Por el momento? —Se asustó.
—No hay beneficios en ir por tu familia cuando tú misma eres alguien en el corredor de la muerte. —Le expliqué para que no se preocupara.
—¿Por qué viniste a verme? —Dijo luego de un corto silencio.
—Te diré si me muestras eso que escondiste.
—¿Y si no quiero?
—Entonces te pierdes la oportunidad de obtener algo de generosidad de mi parte. —Ella me miró desconfiada, con sus labios y entrecejo arrugados. Renuentemente, sacó un papel de su espalda y lo tendió en mi dirección, para que lo tomara.
Cundo lo tuve cerca, me di cuenta de que no ere un papel, sino una fotografía. La primera persona que pude identificar fue a la señora Slorah, a pesar de que lucía mucho más joven que en persona. A su lado, un hombre sonriente y de cabellos castaños miraba al frente con ojos amables. Ambos tenían a dos niñas idénticas en brazos, vestidas con vestidos iguales pero de colores diferentes. Se veía que era una foto familiar, y todos parecían muy felices.
—Tu familia. —Dije, pero ella no contestó.
Sabía quienes eran todos en esa fotografía. De hecho, sabía todo lo que debía de saberse sobre Isabella. La niña pequeña en brazos del señor Vincent Slorah, era Isabella cuando tenía 5 años de edad, y la otra, vestida de morado y en brazos de Paulette, era Anabella, la hermana gemela de Isabella.
Le devolví la fotografía cuando miré lo suficiente y ella la guardó entre las páginas del libro de inmediato.
—Mañana me voy a Grecia —Ella dejó de mirar a la nada y me prestó atención—. No sé cuánto tiempo estaré fuera, así que vine para preguntarte si hay algo que necesites. —Isabella pareció confundida por un momento, tal vez sospechosa por mi repentina amabilidad.
—¿Es posible que pueda hacer tres llamadas telefónicas? —Cuestionó dudosa.
—Es posible, pero voy a estar escuchando cada palabra. —Avisé.
—Estoy bien con eso. —Aceptó al momento, inclinándose en mi dirección.
—Entonces está bien. Mañana en la mañana te daré mi teléfono para que hagas esas tres llamadas.
—¿No puede ser ahora?
—¿Ahora? —Era casi media noche.
—Sí. Por favor. —Me miró directamente con sus ojos suplicantes y saqué el teléfono del bolsillo de la bata.
—Está bien, aunque creo que se preocuparán si los llamas a esta hora.
—No importa. —Afirmó y casi arrebató el celular de mis manos.
Marcó un número apresuradamente y escuchamos el tono cuando lo puso en altavoz. Luego de unos minutos, la llamada se conectó.
—¿Hola? —La voz cantarina de una mujer se escuchó por el micrófono.
—Mariam. —Murmuró Isabella, conteniendo las lágrimas.
—¿¡Isa!? —Gritó, sorprendida— ¡Hasta que por fin me llamas!
—Perdón, no había podido llamarte. —Sonrió y se disculpó. Su semblante se iluminó como si hubiera obtenido energía.
—Si no fuera por tu madre, ¡pensaría que te había pasado algo malo! ¿Cómo se te ocurre irte así sin más? ¡Me preocupaste!
—Lo sé, lo siento. Pasaron tantas cosas. También perdí mi teléfono. He estado super ocupada, por lo que no había logrado comunicarme contigo. —Se excusó, y se le daba fatal mentir.
—Sí, lo que sea —Resumió su amiga—. Hazme la historia larga, tengo tiempo.
—No fue nada muy importante —Se detuvo a pensar qué decir—. Me encontré con un conocido con el que había trabajado anteriormente y me hizo una buena propuesta de trabajo, por lo que regresé a Inglaterra con él esa misma tarde.
—¡Ni siquiera pasaste por tu ropa! —Recordó.
—Lo sé. Tenía pensado regresar unos día después, por eso no me llevé nada, pero las cosas no salieron bien y me tuve que quedar.
—Entiendo —Aceptó—. Tu madre me dijo que ahora estabas en Francia con ese compañero de trabajo.
—Sí. —Admitió.
—¿Algo que quieras decirme? —Su voz se cargó de intriga.
—No, nada. —Evitó el tema.
—¿¡Cómo que no!? —Se enojó— Tu madre me dijo que tú y ese tal León estaban saliendo, pero aún no lo hacían oficial. ¿Quién es León y por qué no sabía de él?
—Mi madre se lo tomó muy en serio —Dijo, un poco nerviosa—. León y yo solo somos compañeros de trabajo.
—¡No mientas! Tu madre ya me lo dijo todo, no tienes nada que ocultar. ¿Ya conociste a sus padres? ¿Son buenas personas? ¡Si resulta ser tan imbécil como tu ex, voy a golpearte y luego voy a matarlo!
—¡Estoy bien! —La interrumpió— Son buenas personas, me han tratado muy bien. León... León y yo nos llevamos bien también, es muy amable. —Sus ojos verdes me miraron un poco asustados y solo asentí para que se relajara.
—¿En serio? —Desconfió— Eres pésima eligiendo pareja, así que estoy preocupada.
—Esta vez es diferente.
—Eso ya lo veremos —No se dejó convencer—. Entonces, ¿ya no eres virgen? —Preguntó y me costó suprimir las expresiones en mi rostro. Isabella se sonrojó hasta las orejas.
—¡Mariam! —Regañó.
—¿Qué? Solo era una pregunta. —Le restó importancia.
—¿Por qué te preocupas por eso?
—¿Bromeas? ¡Tienes 25 años! Se supone que es para que te contara más de dos novios.
—Yo no-
—Dale una oportunidad y ten sexo de una vez. Tu madre me dijo que se veía buen hombre y que era muy apuesto. ¡Sedúcelo!
—¡Mariam! —La regañó, muy avergonzada, evitando mi mirada. Yo la miré sonriendo, me pareció divertida la forma en que intentaba esconderse de mí.
—León o lo que sea, ¡si te lo propones, es imposible que no sea tuyo!
—¡Está bien! ¡Solo cállate! —Insistió— Voy a colgar, quiero hablar con mi madre también.
—No ignores lo que digo. Y recuerda usar lencería de encaje. ¡Aunque no te guste!
—¡Adiós! —Gritó y colgó.
La habitación se quedó en total silencio, hasta que hablé para romperlo.
—Estoy de acuerdo con Mariam —Isabella me miró con ojos bien abiertos—. León o lo que sea, es imposible que te diga que no. —Le sonreí con dobles intenciones y me reí cuando evitó mirarme y marcó el siguiente número telefónico.
La llamada fue contestada por su madre y su padre. Ambos le hicieron muchas preguntas y se escuchaban felices por todas las mentiras que le estaba contando Isabella. Ella se veía cada vez más deprimida a medida que soltaba mentira tras mentira. Al final, tuvo que secar algunas lágrimas de sus mejillas.
—Y recuerda que quiero dos nietos. —Dijo su madre cuando se estaban despidiendo y eso la hizo reír un poco.
—Lo más importante es tu bienestar, puedes tener hijos cuando te sientas preparada. —Se escuchó a su padre.
—No te lo dije, pero León dijo que no quería tener hijo, ¿cómo puedo permitir eso? —Isabella me dió otro vistazo para comprobar mi estado de ánimo y sonrió un poco incómoda— Hija, debes hacer todo lo posible, ¡esta madre tuya quiere cargar a sus nietos!
—Lo sé, mamá. Ahora voy a colgar. Descansen tú y papá.
—Sí, que descanses tú también, hija. —Se despidió el señor y colgaron.
La habitación volvió a hundirse en un incómodo silencio y tuve que volver a actuar. Los únicos silencios incómodos que disfrutaba eran los que hacía para amenazar a alguien más.
—No quiero tener hijos. —Reafirmé.
—¿En serio? —Preguntó ella, aturdida, tal vez pensando en algo más— ¡No! Quiero decir... —Intentó explicarse cuando se dió cuenta, avergonzada.
—En serio. —Respondí, burlándome un poco de ella.
—No me refería a eso. —Suspiró.
—Lo sé. —Me reí.
Ella también se rió un poco y volvió a mirar a la nada.
—¿Qué hago intercambiando bromas y riéndome con la persona que me secuestró? —Murmuró.
—Digamos que es porque eres muy valiente. —Ella me miró tristemente y me dió una sonrisa derrotada.
—No soy para nada valiente —Pensó—. Desde que era niña le he tenido miedo hasta a las cosas más absurdas: a los truenos, la oscuridad, los toboganes y a que se me cayeran los dientes. —Se rió.
—Bueno, si te sirve de consuelo, estoy seguro de que hubieron más de un niño o dos que eran tan miedosos como tú.
—¿Tú fuiste miedoso? —Me preguntó con ironía. Hice silencio por unos segundos y luego respondí.
—Viví con miedo hasta los quince años —Recuerdos que mejor deseaba borrar aparecieron como destellos en mi mente—. Miedo a mi padre, miedo a perder a mi hermano, miedo a ser secuestrado, miedo a recibir un tiro... miedo a morir. —Es cierto, existió una etapa en mi vida en la que solo vivía con miedo.
—Esos no parecen miedos que más de un niño o dos tendrían.
—Existen más niños con esos miedos de los que piensas. —Nuestros ojos se conectaron por unos instantes y ella miró hacia otro lado. Supongo que uno de mis arrepentimientos era que ya no me sostuviera la mirada.
—Gracias por mandar mensajes a mis padres de vez en cuando para que no se preocupen —Dijo, cambiando de tema—. Sé que debes estar muy ocupado.
—De hecho sí, estoy muy ocupado.
—No sé si ya dije esto antes, pero en verdad no fue mi intención publicar nada sobre ustedes —Suspiró—. Sé que nada va a cambiar en este punto, pero me siento molesta y culpable por todo esto.
—¿Culpable?
—Sí, culpable por todas las personas que he puesto en peligro y por ocasionar tantos problemas —No lograba entenderla. De tantas emociones que habían para sentir en su situación, eligió la culpa—. ¿Sabes? Cuando esa agenda cayó en mis manos, estaba a punto de darme por vencida con mi carrera de escritora. Pero al leer toda esa información, todos esos datos, me hundí en la investigación y sentí que desbordaba de inspiración. Las letras prácticamente se escribían solas y los personajes tenían vida propia. Fue maravilloso —Su emoción fue de una feliz nostalgia que no comprendí—. Sé que no lo entiendes —Sonrió—. El hombre de mi cita sólo sabía de armas y combate, tal vez alguna que otra cosa un poco más aterradora, pero si le aburrían los museos, es improbable que un libro llegue a gustarle. —Se burló de mí.
—Gran poder de deducción. —Volví a bromear.
—Si fuese tan bueno te habría evitado desde el primer momento. —Lamentó.
—Bueno, no es tu culpa, es que yo soy mejor que tú en lo que hago. —Me reí y ella me siguió.
—Eres más agradable de lo que recordaba.
—Debo decir que cuando nos conocimos estaba en peligro y bajo amenaza. No creo que alguien tenga buen humor en esas condiciones.
—Debe ser difícil vivir tu vida.
—Ya estoy acostumbrado. Hasta puedo admitir que, en este punto, me sería más difícil tener una vida "normal".
—Bueno, dicen que de esta vida solo se sale muerto. —Suspiró— ¿Voy a morir? —Sus ojos verdes me miraron en silencio y por alguna razón mi pecho se sintió incómodo cuando percibí su ansiedad.
—¿No harás tu tercera llamada? —Cambié de tema, no podía darle respuesta a una pregunta de la que no estaba seguro.
Ella guardó silencio un momento y luego negó con la cabeza, soltando el décimo suspiro de la noche.
—Ya es muy tarde. ¿Puedes dejarme hacerla mañana, antes de que te vayas?
—Está bien —Respondí y me puse de pie para irme—. Mañana en la mañana te dejo hacer tu tercera llamada. Ahora ve a dormir.
—Gracias. —Respondió amable y se arrastró hasta la cama para acostarse.
Aún era amable, que inaudito.
Yo caminé hasta la puerta y, antes de cerrar, la vi hacerse una bolita entre las mantas y cerrar los ojos. Cerré la puerta, saludé a mis hombres y me fui a mi habitación.
Cuando me tumbé sobre la cama, di un suspiro largo y cansado. Era peligroso. Lo que me estaba pasando con ella... era peligroso. No era estúpido, el hecho de que no me la hubiera imaginado desnuda y en mi cama ni siquiera una vez y, aún así, me sintiera ansioso por ella... era peligroso.
Huí de esas brumosas percepciones mirando la hora en mi teléfono pero la notificación de un mensaje no leído llamó mi atención. Abrí la aplicación de mensajes y leí las dos oraciones en el globo de texto.
"Espero de todo corazón que cuide bien de mi hija hasta que podamos conocernos. Manténganse saludables. Atte: El padre de Isabella."
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🔺️Recuerda dejar un triángulo invertido si te gustó el capítulo🔻
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