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XVI

.Nóel.

Mi reloj biológico me despertó tan puntual como todos los días. Eran las siete de la mañana cuando abrí los ojos. Un cuerpo suave y aterciopelado descansaba a mi lado, cubierto superficialmente con las sábanas de la cama, y en muchos lugares se veían rastros morados y rojizos como evidencia de la intensa noche anterior.

Me senté en la cama y visualicé a León del otro lado de Scarlett, completamente dormido y completamente desnudo, sin nada cubriéndolo. La habitación solo estaba tenuemente iluminada por el Sol que se colaba entre las cortinas, pero se podía ver claramente que era un desastre de condones, ropa y juguetes sexuales.

Dejé de mirar a mi alrededor y me puse de pie para bañarme. Tomé mi habitual ducha de agua fría para sentirme renovado y salí luego de envolverme con una bata de baño. En la habitación, León estaba recién despertando, sentado al borde de la cama.

—Tapa tu porquería. —Regañé cuando se puso de pie.

—Buenos días para ti también. —Se burló y pasó por mi lado completamente en bolas para dirigirse al baño.

La pelirroja seguía dormida en la cama, sin dar señales de despertar. Debía admitir que nos pasamos un poco con ella. Antes de que se fuera debía asegurarme de que estuviese bien. No podía decir que Scarlett era alguien importante para mí, pero se había ganado un lugar en mi círculo. Era la única mujer que dejaba dormir conmigo después del sexo, ninguna otra se había ganado eso. Demoró para lograr tal asaña, pero había arriesgado su propio pellejo por mí más de una vez, y me había atendido de forma desinteresada por años. Era una buena mujer.

Tomé mi celular del lado de la cama y respondí algunos mensajes de texto. Luego salí de la habitación para llegar a la mía y ponerme desente antes de comenzar a trabajar. La mansión estaba en completo silencio. Caminé despacio y apreciando la decoración hasta llegar a mi alcoba. En cortos minutos me cambié de ropa y salí a mi oficina.

En el pasillo escuché una conversación de mis hombres, aún estaban lejos, pero luego de tantos entrenamientos, podía oírlos muy claramente.

—Hoy les toca a ustedes custodiar la puerta de esa mujer. —Dijo Dean, uno de mis hombres de confianza. Encargado de la seguridad de la mansión. Hombre alto, fuerte y de cuarenta años. Pelo negro, ojos oscuros y lucía barba.

—¿Puedo buscar a alguien para cambiar? —Se quejó Chandler, el nuevo. Yo diría que no es tan alto, castaño, piel morena y cara de niño. Es uno de los más rápidos cuerpo a cuerpo y tiene mucho talento con los cuchillos.

—No. —Aseveró Dean.

—Ella ni siquiera intenta escapar. Cada vez que entro a darle su comida está mirando embelesada el jardín u hojeando ese libro viejo que tiene. —Dijo Chandler.

—También creo que sería mucho más divertido si intentara escapar. —Se rió Didier. Él era uno de los mejores francotiradores que tenía. Hacíamos apuestas de vez en cuando entre los dos. Mi misma edad, un poco más bajo que yo, rubio, ojos miel, con tatuajes que solo se ven si se quita la ropa.

—No se quejen y hagan su trabajo —Regañó Dean—. El Boss León dio órdenes de que alguien que hable inglés debe estar de guardia en esa puerta.

—Entendido. —Se rindió Chandler, y siguió a Didier por el pasillo.

—Boss. —Se giró y me saludó cuando Didier y Chandler ya no estaban a la vista.

Yo salí de detrás de la pared y lo observé. Dean era perspicaz y sus sentidos eran muy buenos. Siempre se percataba de cosas que eran difíciles de darse cuenta para otros y su nivel de responsabilidad estaba acorde con mis gustos. Su puesto se lo ganó merecidamente.

—Hola, Dean. —Le devolví el saludo.

—¿Se le ofrece algo, Boss?

—No. Sigue con el buen trabajo, me dirijo a la oficina.

—Sí. —Asintió y yo pasé de largo.

A unos pasos de entrar en mi oficina, me detuve en seco. Lo pensé por un momento y cambie de rumbo. Mis pasos se dirigieron a la recámara donde estaba encerrada Isabella. Sentí curiosidad por cómo se estaba tomando las vacaciones. León le había dado tantas libertades que su situación se podía llamar arresto domiciliario y no secuestro.

Al doblar el pasillo, Chandler y Didier me saludaron con respeto de inmediato. Les devolví el corto saludo y abrí la puerta sin aviso, encontrándome con una imagen que no esperaba para nada.

Era evidente que había acabado de darse un baño. Su pelo mojado pegado a sus hombros y espalda la delataban; también el hecho de estar desnuda y poniéndose sus bragas.

Los dos nos quedamos mirando, ella mucho más sorprendida que yo, y de inmediato soltó la prenda a medio poner para envolverse en la toalla. Se quedó dándome la espalda por unos segundos en los que la escuché respirar hondo y luego se volteó a mirarme.

Sus ojos eran tan expresivos como la última vez que los vi. Su incomodidad era evidente, lo cual era entendible al estar casi desnuda frente a su secuestrador. Aún así, no me detuve. Caminé para estar más cerca frente a ella y casi retrocede todos los pasos que di. Movía su mirada de mis ojos al piso y del piso a mis ojos, insegura.

De un solo vistazo entendí lo que León vio en ella. Esa fragilidad e inocencia que te hace pensarlo dos veces antes de hacerle daño. No es como si no me hubiese percatado de ese hecho la primera vez que la vi, pero eso no era suficiente. Yo no era León, poco me importa si era buena o mala, linda o fea; si me iba a dar problemas, era una amenaza que había que eliminar.

Me agaché frente a ella y tomé sus bragas del suelo; eran simples y de algodón, nada sexy o digno de admirar. Estiré mi mano y se las devolví, ella dudó, pero las tomó al final.

—Buenos días. —Rompí el silencio. Ella dejó de mirar al suelo y me miró directamente, con el ceño junto.

—Buenos días. —Respondió en un susurro.

—Puedes vestirte. —Le señalé el baño y caminé a los muebles frente a la venta para sentarme.

Ella recogió rápido su ropa sobre la cama y corrió al baño sin darme una segunda mirada. Aflojé el nudo de mi corbata que por alguna razón me estaba apretando más que otros días y me relajé mientras esperaba a que saliera.

Pensé en León y en su forma de ser y hacer las cosas. Intenté entender porqué su renuencia a acabar con el problema de raíz. Busqué la lógica en su decisión de mantener a la inglesa en casa, cerca y con vida. Medité lo que lo hacía pensar más de lo necesario en ella y lo que la involucraba. Pero mi mente no me daba respuestas convincentes.

Con un suspiro me rendí de seguir con esa línea de pensamiento y en el mueble de en frente divisé un libro viejo y amarillo. Me incliné y lo tomé para verlo. Ponía "La Bella y la Bestia" con letras doradas que habían perdido un poco el brillo. Me pareció curioso que tuviera un cuento para niños con ella y lo abrí para darle una ojeada. De la primera página cayó un marcador de papel. Era pequeño y rectangular, con la figura de una rosa de adorno. Cuando le di la vuelta, llevaba una dedicatoria con letra cursiva muy bien escrita:

"Siempre mira más allá de la Bestia que lucen algunas personas. Con amor, de papá."

Antes de que pudiera seguir con la apreciación, ella salió del baño. Se quedó de pie a un lado y miró el libro en mis manos fijamente. Era evidente que quería que lo soltara de inmediato, pero no lo hice.

—Puedes sentarte. —Dije y ella se sentó frente a mí, aún mirando el libro. Yo pasé superficialmente las páginas, mirando algunos dibujos infantiles pintados con crayones en sus bordes— ¿Por qué "La Bella y la Bestia"?

—¿Perdón? —Yo levanté la vista y ella la evitó— Es mi cuento infantil favorito. Me gustaba mucho cuando era niña. El libro me trae recuerdos.

—¿Cuál es tu personaje favorito? —Pregunté y me miró extraño. Lo más probable era que estuviera pensando si verdaderamente estaba ahí para hablar de un cuento infantil, pero no, no estaba ahí por eso, y en realidad, no estaba ahí por alguna razón en primer lugar.

—La hechicera. —Respondió.

—¿En serio? —Eso no me lo esperaba—¿Por qué?

—Porque sin ella no hubiese historia para contar, ni nada que aprender.

—¿Qué aprendiste?

—Aprendí que, en ocasiones, se necesita más que voluntad para poder cambiar.

—¿No crees que la hechicera fue injusta con los empleados a los que también castigó?

—No, ellos también tenían algo que aprender —Meditó—. Pero, lo más importante, es que ellos también fueron una forma de recordarle al príncipe Adán que sus acciones no eran sólo suyas, y que muchos podían salir heridos por un error. La calamidad no conoce de justicias y la vida de muchos está ligada a alguien con poder. Y el poder conlleva responsabilidad.

—¿La historia no trata de amor? —Seguí con la conversación, sintiéndome extrañamente cómodo.

—Sí, eso también —Sonrió—. Pero el amor no es algo que se pueda forzar, por eso ellos solo pudieron sentir amor cuando se dejaron ir.

—¿Crees que Bella no se hubiese enamorado de Adán si él no la hubiera dejado ir?

—Creo que eso hubiese sido un muro entre los dos, y a la larga, los hubiese destruido.—Analizó.

Me detuve a interpretar sus conclusiones mientras la miraba, ella también me observó pero se retiró rápidamente. Se veía cansada y con ojeras, seguramente no estaba durmiendo bien.

—No eres León, ¿verdad? —Preguntó de la nada y debía admitir que me sorprendió un poco.

—¿Qué te hace pensar eso? —Cuestioné en lugar de responder y ella me miró fijo.

—Sus miradas, expresiones y temas de conversación son muy diferentes —Dijo—. También huelen diferente y... de ti siento una extraña sensación de lejanía y frialdad. El que casi me tortura también debes haber sido tú.

La inglesa era perspicaz.

—Soy Nóel Chevalier Gauthier —Ella se tensó en su puesto y se veía más pequeña luego de encogerse—, el hermano gemelo de León, y sí, fui el que casi te electrocutó —Debía de verme muy aterrador porque sus manos temblorosas y esos gestos sutiles de pánico que intentaba suprimir pero a los que yo estaba demasiado acostumbrado como para no darme cuenta, me avisaban de su estado en pánico—. Vine a ver cómo estabas pasando tus vacaciones —Sus labios se fruncieron, tal vez con ganas de insultarme, pero sin el valor suficiente como para hacerlo—. Deberías agradecer a León por tu cómoda estadía, yo no hubiese sido tan amable.

Dejé el libro a un lado y me puse de pie para abandonar la habitación. Arreglé mi ropa y caminé hacia la puerta. Afuera mis hombres me saludaron nuevamente y esta vez sí fui directo a mi oficina.

Unas horas después, unos toques en la puerta interrumpieron mi trabajo. Di el permiso de entrar, continuando con el papeleo, y levanté la vista cuando escuché el repiqueteo de los tacones contra el suelo.

—Bueno días. —Scarlett se detuvo frente a mi escritorio bien vestida y más renovada.

—¿Comiste? —Miré la hora y ya eran las 11:45 am.

—Comí. —Respondió y se sentó con cuidado en el mueble frente a mí.

—¿Cómo está tu cuerpo?

—Hecho una mierda, ¿qué esperabas? —Hábilmente sacó y encendió un cigarrillo de su cartera, dándole una calada larga— Sabía que tanto tú como León eran unas bestias, pero anoche superaron mi capacidad para manejarlos a ambos.

—Echa un vistazo a esto. —Le pasé un folleto.

—¿Qué es? —Preguntó al tomarlo y luego lo ojeó— ¿Destinos turísticos? ¿Quieres que me vaya de vacaciones?

—Si no quieres está bien. Puedes pedir algo más. —Eso de compensarla luego de casi matarla con tanto sexo no se me daba bien.

—Bueno, unas vacaciones están bien, me lo merezco —Miró entre las páginas un poco más y pareció decidirse—. Isla Caribeña de St. Barts se ve bien.

—Está bien. Serán tres días y dos noches. Ya hablé con algunos de mis hombres, te acompañarán.

—Una semana. —Negoció, aspirando el humo de su cigarrillo.

—Tres días y dos noches.

—Tres días y tres noches. —Apagó su cigarrillo en el cenicero, expulsando humo de sus labios.

—Bien, tres días y tres noches. —Cedí, para variar.

—Siempre es un placer hacer negocios contigo —Se burló—. Me voy inmediatamente, no me extrañes mucho. —Se levantó, me lanzó un beso y se marchó.

Casi inmediatamente después de que Scarlett saliera, entró León, y el lápiz labial en la comisura de su labio me indicaba que había visto a Scarlett.

—¿Quién acompaña a Scarlett? —Preguntó, acercándose a su botella de whisky.

—Marlon y Lino. —Sin prisas se sirvió un vaso de whisky solo y se sentó frente a mí.

—¿Estás mejor?

—Hablé con los Griegos. —Evité su pregunta.

—¿Qué sucede con ellos? —Él continuó con el cambio de tema, sabiendo que ya estaba mejor.

—Dijeron que el transporte de mercancías fue interceptado y muchos de sus hombres murieron. No lo dijeron explícitamente, pero sospechan de nosotros.

—Ni siquiera es gracioso —Suspiró—. Supongo que ahora hay que apasiguarlos. —Ironizó.

—Solo hay que ir y dar la cara. Luego de este miércoles, prepárate para ir a Grecia.

—Entendido. Me encargaré de descubrir quién fue el soplón.

—También me estaré moviendo desde aquí, y te informaré cualquier cosa.

—¿Fuiste a ver a Isabella en la mañana? —Cambió abruptamente de tema.

—Sí, lo hice.

—¿Por qué? —Instó cuando vió que no iba a decir nada más.

—Quería ver cómo le estaba yendo en las vacaciones que le regalaste.

—¿Y?

—Y sigo pensando que tus decisiones no tienen sentido.

—Estoy de acuerdo, pero no dejaré que la maten por...

—León —Lo corté—, ¿crees que ella te estará agradecida por todo lo que haz hecho? Eres el monstruo de su historia, no el héroe. Sé lo que estás pensando pero, ¿crees que porque la tengas aquí todo va a estar bien? Ella trae una carga de la que cualquiera puede aprovecharse. ¿También protegerás a su familia? ¿Desde cuándo hacemos caridad?

—Ser el monstruo es lo que se me da mejor, así que lo seré hasta el final. —Diciendo eso, salió de mi oficina.

Derrotado, me tiré en mi asiento y suspiré. Era la primera vez en tantos años que no entendía del todo a León.

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Cuando los lectores de Eu son puros fantasmas y ella ya no sabe que hacer:

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