XIV
Llegué frente a la puerta y abrí sin tocar. La estancia estaba imperturbable, como si no hubiese nadie dentro. Miré a mi alrededor y me dirigí al baño suponiendo que estaría dentro. Estaba a punto de volver a abrir sin más, pero me abstuve al pensar que ese era el baño.
—Isabella. —La nombré y toqué la puerta. No obtuve respuesta por unos segundos, pero luego abrió una rendija, por la que salió su cabeza.
—Eres tú. —Parecía un poco demacrada y no se veía bien.
—¿Qué sucede? —Evité detallarla mucho y fui directo al punto.
—Verás... —Dudó—. Estoy en mis días complicados y necesito-
—¿Días complicados? —No sabía a qué se refería, pero definitivamente el que estaba en días complicados era yo.
—Sí, mis días rojos. —Ella parecía un poco incómoda.
—¿Puedes hablar de una forma en la que pueda entenderte? —Resoplé y ella me miró un momento antes de hablar.
—Estoy con la menstruación y necesito toallas sanitarias. —Dijo, al fin, y pude entender de una vez.
—¿Era eso? —Yo y mi hermano estábamos volviéndonos locos por todos los problemas que teníamos arriba y ella, ¿me llama porque necesita toallas sanitarias?
—Intenté hablar con tus hombres, pero no me entendían ni una palabra. Solo pude pedir por ti, mi francés no es muy bueno. —Intentó explicarse.
—Está bien. Haré que te traigan lo que necesites —Evité discutir—. Voy a estar muy ocupado estos días, intenta no dar problemas. Pondré a dos hombres que puedan entenderte en la puerta, pero no te tomes libertades.
—Está bien, gracias. —Dijo y su voz parecía molesta, con un deje de intención irónica. La miré fijo pero ella no retiró su postura a pesar de sostener fuerte la puerta como un salvavidas.
No dije nada, solo giré y salí de la habitación. Instruí a mis hombres para que se encargaran de las cosas y fui con Nóel a esperar a los mexicanos.
En la tarde, una camioneta gris entró en la mansión, seguida por dos autos negros. Se detuvieron en la rotonda y un hombre bajó corriendo de la camioneta y abrió la puerta por la que se bajó una dama enfundada en un bestido de satén verde alga. Su cabello negro y corto hasta los hombros estaba suelto y se veía más alta en sus tacones plateados.
Rebecca Sánchez Hernández, morena de tierras calientes. No hay que ser un experto para saber qué tan peligrosa era una mujer que se abrió camino en un mundo de hombres.
—Bienvenida. —Nóel se acercó primero a saludarla, y yo lo seguí desde atrás.
Tenía buenos recuerdos con ella y hubo un momento en el que nos llevamos muy bien, pero nuestra relación se volvió áspera el día que me dió un tiro después de desarmarnos en la cama. Aún conservaba la cicatriz en mi hombro.
—Es bueno verlos bien... a ambos. —Alargó la frase con dobles intenciones que iban dirigidas a mí y las cuales ignoré.
—Entremos y hablemos de negocios. —Guió Nóel.
—Me parece bien. —Dijo ella y nos siguió.
Conocimos a Rebecca en Estados Unidos hace ocho años. Estábamos en un viaje de negocios y coincidimos con un cliente. Fue un momento muy tenso, pero de eso surgieron nuevos socios de comercios. Fue cuando Nóel y yo decidimos indagar por México, algo que nunca habíamos pensado.
—No andemos por las ramas —Dijo ella cuando tomó asiento—. Sé que los turcos están inquietos. Puedo pensar en cubrir algunos de mis tratos con Estados Unidos usando su mercancía. Obviamente el 50% de eso irá a mis bolsillos. Sigamos adelante con el lavado de dinero. Necesito sus bancos en Suiza para eso.
—Lo sabemos. Nuestra nueva flota de barcos estará lista para partir en un mes. Te encargas de la producción en tus laboratorios. —Dijo Nóel, y los ojos de ella se entrecerraron.
—No muchos harían esto en una situación como esta —Dijo—. Las autoridades de Francia y Estados Unidos se han puesto en contacto de nuevo. Me estoy jugando el pellejo. Necesito que esto sea un buen negocio.
—Lo será. —Aseguré. Ella guardó silencio y me miró, pero no dijo nada.
—Los semisumergibles y las lanchas rápidas ya están esperando en Colombia a que nos movamos. Tengo gente respaldando la operación.
—Bien. —Asintió Nóel.
—Te haré llegar el dinero a tus cuentas de a poco. Cuando esté listo, encárgate de que llegue sin problemas a esta cuenta. —Sus dedos extendieron una tarjeta hacia mi hermano.
—Entendido. —Dijo Nóel.
—Perfecto, ¿dónde está el tequila? Los tratos se cierran con un buen trago. —Sus labios rojos sonrieron en mi dirección y conocía esas intenciones.
A la mañana siguiente me levanté como de costumbre. Me puse ropa de deporte y salí de mi habitación rumbo al gimnasio. Caminando por los pasillos, recordé a Isabella e inexplicablemente cambié la dirección de mis pasos.
Los dos hombres de guardia estaban frente a la puerta y me saludaron con respecto en cuanto me vieron. Respondí al saludo y abrí la estancia e inspeccioné mis alrededores. Estaba por dar otro paso dentro al no verla, pero la puerta del baño se abrió antes. Ella salió y su cara era de alguien que no había dormido nada. Se detuvo en su lugar en cuanto me vio y la molestia en su cara era evidente.
Era la primera vez que la veía tan enfadada; al menos, era la primera vez que exteriorizaba su enojo sin disimulo. Al parecer no le importaba que fuese yo el que estuviese delante de ella.
—¿Qué te pasa? —Pregunté, inexplicablemente molesto.
Sus labios se fruncieron mostrando su renuencia a responder, pero aún así habló.
—Sólo son cólicos menstruales.
Mi parte racional me decía que ya era suficiente, que me fuera, que escuchara a Nóel. Pero la otra mitad desconocida me susurraba que hiciera algo para que ella se sintiera mejor.
—Bien. —Hice caso a mi racionalidad y salí de la habitación.
Me había levantado a hacer ejercicio, no a verla. No debía preocuparme por ella. Ya había sido muy amable al darle una habitación y atenciones. Incluso me abstuve de matarla.
Me detuve cuando la imagen de ella diciendo que no le gustaba el dolor me vino a la cabeza.
Retrocedí los pocos pasos que me alejé y, sorprendiéndome a mí mismo, escuché a la mitad desconocida que se preocupaba por ella.
—Donnez-lui des analgésiques.//Denle analgésicos. —Ordené a los hombres en la puerta.
—Oui, Boss. —Entonces pude irme.
Luego de unas horas de ejercicio y un buen baño, me fui al campo de tiro. Estuve un tiempo entrenando cuando una morena apareció en mi campo de visión. Llevaba un pantalón de mezclilla ajustado y una camiza con botas café. Su cabello estaba suelto y se protegía del Sol con un sombrero. Todo en ella era una tentación. No pude evitar recordar nuestros mejores momentos.
—Un pajarito me dijo que tenías juguete nuevo —Abrió la conversación en cuanto estuvo a mi lado—. Dicen que tiene cara de cordero en matadero. ¿Desde cuándo te gustan así?
—¿Tú que sabes de cómo me gustan? —La encaré.
—¿Tengo cara de cordero? —Preguntó después de reírse— Vamos, León, no bromees conmigo.
Su postura al hablarme, como si todo estuviese bajo su control, me exaltó de mala manera. Me acerqué a ella de forma lenta. Mi cuerpo alto y robusto se cirnió sobre su figura. Ella no titubeó, me mantuvo la mirada en todo momento. Sus labios, pintados de café, sonreían como los de un gato.
—Sería saludable para ti que dejaras de meterte en mis asuntos —Advertí con voz baja—. Y será mejor que sigas mi consejo.
Ella me miró por unos segundos y cuando su garganta soltó una risita baja, me sobresalté al sentir su mano sosteniendo con fuerza mi polla.
—En el único lugar donde acepto seguir órdenes, es en la cama —Susurró sobre mis labios—. No te confundas, León. ¿O debo recordarte lo que pasa cuando se pasan de listos conmigo?
La herida en mi hombro punzó con el recuerdo. Tomé la mano que sostenía mi virilidad y la aparté de un tirón, apretando más de lo necesario.
—Abstente de amenazarme cuando tengo un arma en la mano —El cañón de la Glock descansó bajo su barbilla y ella detuvo a sus hombres de apuntarme con un movimiento de su otra mano—. O seré yo quién te deje un recuerdo imborrable.
La solté y me alejé de ella en el mismo movimiento. Ella seguía sonriendo, pero yo me fui sin prestarle más atención.
Una media hora después de estar trabajando en mi oficina, entró Nóel con cara de culo, y sabía que ya se había enterado de lo que sucedió en el campo de tiro.
—¿Qué pasó con Rebecca?
—Nada importante. —Suspiró.
—León... —Iba a empezar, y no lo iba a dejar.
—Lo sé. La conozco bien y todo está en orden. Solo le gusta probar fuerza. —Me recliné y me pregunté si todas las mexicanas eran así.
—No hagas nada estúpido. —Recordó.
—No lo haré, pero si ella carga con buenos ovarios, le mostraré que yo también tengo cojones.
—Todavía falta una semana para la llegada de los turcos y la partida de Rebecca. Hagamos que salga bien.
—Lo sé. —Entendía las preocupaciones de Nóel, yo también las tenía, pero ni por asomo dejaría que alguien me mangoneara a su antojo.
Entonces los días pasaron. Yo estaba muy ocupado con los negocios legales que teníamos, así que casi no estaba en la mansión; mucho menos podía prestar atención a algo más. Visitar los hoteles, los casinos, los clubs de fútbol, las fincas y contabilizar mercancías no era tarea fácil.
Imaginaba que Nóel lo tenía peor. Él era el que se estaba encargando de nuestros negocios ilícitos. Además de apretar la correa de las otras seis familias de la Unione. Nuestras reuniones mensuales se habían ido al carajos y adoptaron una postura irreflexiva. Pero estaba seguro de que mi hermano podía manejarlos.
Con solo dos días para la llegada de los turcos, comenzamos a movernos en consecuencia. Desde el chef hasta la seguridad, todo fue actualizado y modificado. Eran socios importantes, y actuávamos en consecuencia.
Era de noche y estaba a punto de terminar con el papeleo aburrido cuando la puerta se abrió sin seremonias.
—¿No te enseñaron a tocar? —Me sentí más cansado de lo que estaba cuando la morena entró por la puerta.
—¿Estresado? —Se burló.
—¿Qué haces aquí? —No respondí a su pulla.
—Si estos fueran otros tiempos, ya estaría sobre tu escritorio con este sexy vestido subido hasta mi cintura. —Se acercó a mi lado y empujó la silla giratoria para quedar frente a frente.
—Te dije que te mantuvieras lejos de mis asuntos, eso obviamente me incluye a mí también. —Advertí, pero en realidad no hice nada para apartarla.
La conocía. Sabía lo terriblemente bien que se sentía tenerla en la cama. Y ella también me conocía muy bien. Eran muchos recuerdos de sus gemidos, de su piel desnuda, de nuestro sexo duro.
—Y yo te dije que solo obedecía ordenes en la cama, ¿no lo recuerdas?
Mi cuerpo comenzó a reaccionar en cuanto la vi subir despacio su vestido. Mis manos apretaron los reposabrasos de la silla, actuando como anclas para mantenerme en mi lugar. La vista de su ropa interior de encaje rojo era muy sexy, tanto que mi determinación se estaba tambaleando.
—¿Qué estás haciendo? —Pregunté cuando se abrió de piernas sobre mí.
—Te estoy seduciendo —Su sonrisa provocativa nunca abandonó sus labios, y yo me sentí tenso por todos lados—. Y al perecer... funciona. —Sus caderas se movieron sobre mí, apretando su vagina contra mi erección, provocándome.
—¿Olvidaste quién me dió un tiro la última vez cuando quise romper con ella?
—¿Cómo olvidarlo? —Sus delicadas manos comenzaron a subir en una caricia desde mis puños hasta mis hombros— Pero deberías superarlo, han pasado años. —Su cara estaba peligrosamente cerca de la mía, y sentí el impulso de comerle la boca.
—Estás... —No me dejó continuar.
—¿Jugando con fuego? —Esa mirada que me daba me estaba irritando— León, ¿qué esperas? —Susurró sobre mis labios, sin dejar de verme a los ojos. Entonces solo actué.
Mi mano derecha fue a su nuca y con fuerza probé sus labios. La izquierda fue a su cintura y la estreché más contra mi cuerpo. Ella suspiró y abrazó mi cuello, haciendo surcos en mi pelo con sus uñas. Toqué sus curvas sobre la tela y palmeé sus nalgas desnudas.
Ella gimió en mi boca y sus manos pasaron a desabrochar mi camisa. Abracé su cintura con todo mi antebrazo y la sostuve por debajo de las nalgas antes de ponerme de pie. Ella jadeó, dejando ir mis labios, y la acosté sobre el escritorio, haciendo un desastre de todas las cosas sobre él.
—Este es el León que me gusta. —Sus ojos me miraban con su perpetua picardía, pero con la lujuria suficiente como para arder.
—Cierra la boca y sácate el vestido. —Ordené, desabrochando mi cinturón.
—A la orden, señor. —Se burló antes de cumplir con lo que dije.
Su cuerpo desnudo quedó ante mí, sentado sobre el escritorio. Sus pechos coronados con pezones café oscuro eran alucinantes. Su cintura estrecha y su vagina con un vello oscuro y ligero en la parte superior; era todo como lo recordaba. Su cuerpo también tenía cicatrices, pero eso la hacía ver poderosa.
—¿Te gusta lo que vez?
Tomé sus muslos entre manos y tiré de ella contra mí, sin responder. Volví a comerle la boca y dirigí mi mano a la humedad entre sus piernas. Gimió cuando toqué justo donde le gustaba y sus caderas se movieron inconscientemente. Bajé con besos por su cuello hasta llegar a sus duros pezones. Chupé, mordí y lamí a mi antojo sin dejar de tocarla en todos esos lugares que la harían llegar. Mis dedos se hundían en su vagina haciendo sonidos acuosos. Ella murmuraba incoherencias y los movimientos de sus caderas se volvieron más intensos. Tiró de mi cabello hacia arriba para que la besara y mordí sus labios como ella mordió los míos.
—León. —Gimió mi nombre y supe que estaba por acabar, entonces ralenticé los movimientos de la mano que le daba placer—¡No! —Se quejó y me pareció divertida la urgencia en su voz. Hacía mucho que no la escuchaba.
—Suplica. —Ordené, mirándola a los ojos.
—¿Jugarás así? —Sus palabras más bien eran jadeos desesperados, y me animó a continuar con el juego.
—Hazlo. —Ella me analizó por un momento, pero se comprometió.
—León, por favor. —Mi mano retomó los movimientos que le gustaban y gimió sobre mi hombro.
—¿Por favor qué? —No la iba a dejar ir fácilmente.
—Por favor, por favor, déjame correrme. —Sus caderas se agitaron con locura y sus uñas se clavaron en mi carne.
—Eso es, buena chica —La provoqué—. Ahora hazlo, correte. —Entonces se corrió como si estuviera esperando mi permiso, con fuertes gemidos.
Su cuerpo lánguido estaba tirado sobre la mesa, su piel ardía y su respiración era irregular. Sus ojos estaban semicerrados y su frente perlada de sudor. Sin perderme ningún detalle de su estado, liberé la erección de mis boxers. Ya sentía incómodas las palpitaciones.
Sostuve y abrí sus piernas desde la curva de las rodillas. Ella se percató de mis intenciones, así que me miró.
—Acabo de correrme. —Reclamó.
—Eso es perfecto. —Rocé la cabeza de mi pene contra la humedad de su vagina y eso cortó todos los reclamos que tenía y los sustituyó por gemidos.
—Fórrate antes de entrar. —Exigió y recordé la variable que faltaba en la ecuación.
Abrí la gaveta a mi lado y saqué una cadena de condones, rasgué uno con los dientes y me lo puse con movimientos exactos. Sin perder tiempo, retomé mi posición anterior y con fuerza me hundí de una estocada. Ella se dobló con un gemido sobre la mesa y yo no pude evitar suspirar cuando estuve completamente dentro de ella.
La sensación era explosiva.
Desde que empezaron los problemas no había tenido suficiente tiempo para tener sexo. Llevaba semanas sin sentir ese tipo de placer. Encontrar un cuerpo familiar que daba sensaciones familiares era alucinante.
Casi de inmediato comencé a moverme. Me incliné sobre ella para lamer sus pechos y estaba seguro de que sus gemidos podrían traspasar las paredes insonorizadas de mi oficina. Su mano se aguantaba del borde del escritorio por sobre su cabeza y la otra se clavaba en mi brazo sujeto a su cintura.
Me erguí de nuevo y profundicé mis embestidas, poniendo uno de sus pies en mi hombro; no sabía cómo se sentía la gloria, pero debería ser algo así. Alargué mi mano hasta su pecho, el cual apreté y manoceé con ganas. Mis testículos chocaban contra sus nalgas y nuestras pelvis hacían sonidos con cada impacto.
—¡León! —Gimió mi nombre y sus paredes se apretaron alrededor de mi polla, agradecí las sensaciones y mis caderas embistieron con demencia.
Se sentía tan bien que ya iba a correrme, y sabía que ella también. Bajé mi mano de sus pechos al nudo entre sus piernas. Se arqueó y gritó en cuanto lo acaricié y en pocos minutos se hizo un charco en mi mano. Su corrida fue ruidosa y sus caderas se movieron por reflejo. Metí mis dedos mojados en su boca y ella me miró pasando su lengua por ellos. Entonces me moví locamente una vez más y terminé por correrme.
Teníamos la respiración entrecortada y el cuerpo bañado de sudor y fluidos. Necesitamos de un momento para calmar nuestro corazones acelerados y cuando volví de mi nuve de extasis, salí de su interior, retirando el condón y guardando mi polla en mis boxers para tirarme en el sillón. Ella se sentó con las piernas cruzadas sobre el escritorio, sin intensiones de ponerse su ropa, sintiéndose completamente a gusto con su cuerpo. No sabía si eso era confianza o soberbia. Aunque su cuerpo no tenía nada que ocultar, todo estaba perfecto.
—Tienes cara de estar bien follado. —Volvía su habitual picardía, diferente de las súplicas anteriores.
—¿Quién folló a quién? —Rebatí recogiendo sus bragas del suelo y lanzándoselas.
—El orden de los factores no altera el producto. —Ella se puso sus bragas y bajó del escritorio de un salto, recogiendo su bestido.
—Esta será la última vez. —Declaré.
—Cierto, ahora tienes juguete nuevo —Me recordó a Isabella—. Pero me dijeron que no estabas muy interesado, ¿es cierto o solo no es muy buena en eso?
—Ta advertí que sacaras tu nariz del plato ajeno. —Esta situación estaba comenzando a molestarme. Una cosa era que tuviéramos sexo, y otra que se metiera en mis asuntos.
—Está bien, está bien, me detengo —Ella pareció percatarse de que no estaba para sus bromas, por lo que se detuvo—. Lo de ahora lo puedes tomar como una disculpa por lo de la última vez, ya supéralo —La miré buscando la trampa—. O puedes llegar a la verdad y darte cuenta de que esto fue para demostrarte que es inútil que te resistas a mí cuando me deseas tanto.
¿Cómo llegué a enredarme con una mujer así?
—Esta, definitivamente, será la última vez. —Sentencié y era algo que no cambiaría ni aunque me volviese a abrir las piernas en ese mismo instante.
—Lo que digas, yo me voy a dormir —Caminó hacia la puerta, meneando sus caderas—. Tú también deberías hacerlo, vienen días tortuosos. —Dijo antes de salir.
Yo solo conocía días tortuosos, así que no haría la diferencia.
♡📖♡📖♡📖♡
✨️Preguntas por las que Eu siente curiosidad:
1-¿Están leyendo la novela con guiones largos? En mi perfil ya expliqué que estaba teniendo problemas con eso, así que necesito saber.
2-¿Por qué no me han dejado comentarios? (QnQ)
3-¿Cómo sé si un camaleón bebé es hembra o macho? Google no me da respuestas. :^
🔺️Recuerda dejar un triángulo invertido si te gustó el capítulo🔻
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro