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7. La última primera vez

/KEITHAN LOWER/

Y había sido tal como ella lo había dicho. La última vez que la había visto, fue aquel día. Ahora ya llevaba seis meses de haber conocido a aquella irritante mujer. Al principio todo había sido seducción y falsas promesas y una vez que lo atrapó, se marchó tan rápido como había llegado.

Era casi lamentable el hecho que no podía olvidarla, justo como ella parecía haberlo hecho.

El millón había sido depositado en la cuenta al día siguiente; fue lo único que recibió de ella. No se había contactado con él desde que la vio partir, aquel día en París.

Ni una llamada.

Ni una carta.

Ni un e-mail.

Nada, absolutamente nada. Intentaba convencerse de que nada había cambiado. Por supuesto que no llevaba ningún anillo en el dedo, ni había dejado a un lado las citas.

No necesitaba decir que en las noticias, esporádicamente, aún andaban tras la pista de la joven inglesa.

Y era precisamente por todas estas razones, que cuándo sonó el timbre del departamento, corrió a la mujer que tenía sobre los muslos y fue a abrir la puerta, se llevó la sorpresa de su vida.

/AILANI KEIN/

Mojada, con ropa deportiva que no la abrigaba nada en una noche tan lluviosa, estaba parada ahí, frente a su "esposo".

No hacía falta decir, que verdaderamente estaba en aprietos. De lo contrario, nunca, we repetía mentalmente una y otra vez, nunca hubiera recurrido a él.

A aquel morboso, pervertido y engreído hombre, que aún creía que el tamaño de su fortuna compensaba su falta de sesos.

Sin ninguna clase de delicadeza ya que no estaba con ánimos para fingir, lo apartó de la puerta, y le cerró la boca. ¡Cielos, no era para tanto!

Estudio el cuchitril en el que se vería obligada a vivir por los siguientes días, por lo menos hasta que pensará en un plan de escapatoria.

Qué asco. Si antes, Keithan no se había ganado un buen puesto entre sus mejores conceptos sobre las personas, definitivamente este chiquero le restaba puntos a favor. Cuando se volteó para poder encararlo y decirle la razón de su inesperada sorpresa, escuchó una voz femenina y pasos que se acercaban a ellos.

Entrecerró los ojos, y esta vez reparó en la semi-desnudez de su marido.

-Debía haberlo supuesto- Dijo asqueada. Cuando la mujer de apariencia vulgar, alcanzó su campo de visión, le lanzó una mirada de repulsión a Keithan.

-Con un millón de dólares ¿no puedes conseguirte una mejor, Keithan? Me desilusionas- Replicó con desdén. No estaba en el mejor de los ánimos, eso era todo.

La tonta mujer ni siquiera entendió el comentario, puesto que no pareció ofenderse. El que sí se había puesto pálido había sido Keithan.

-Ailani. ¿Qué diablos estás haciendo aquí?- Preguntó con rabia contenida, mientras aún sostenía una toalla que cubría desde su cintura para abajo.

Lo ignoró, y siguió estudiando el lugar.

Por su parte, la mujer de turno, lucía confundida.
-¿Keithan? ¿Quién es ella?-

Keithan pasó sus manos por sus cabellos. ¡Ah! -Es mi esposa- Ambas se miraron, pero fue la única que consiguió murmurar algo. -Regresa en seis meses, querida. Para entonces el cupo estará libre- Dijo con voz acaramelada, seguida por una risita burlona.

Aunque se había mofado de la situación, la mujer lucía horrorizada.

-¿Qué?¿Keithan ¡Di que estás mintiendo!- Simplemente suspiró.

-Niña, por desgracia este poco hombre no miente. Soy su esposa. Pero tranquila, puedes conservarlo, si quieres- Dijo sin la menor preocupación y comenzó a recorrer la sala, observando cada detalle. Claro que también su oído se agudizó para poder seguir la conversación del par. Esto iba a ser divertido.

/KEITHAN LOWER/

Por su parte, iba guardando cada comentario en su contra pronunciado por Ailani. Acumulando también más y más rabia.

-¡Eres un cerdo!- Gritó de improviso Samantha.

Tuvo la decencia de lucir culpable. -Lo siento-

Cuándo la bofetada llegó a su cara, una risa también llegó a sus oídos. Genial, esto era lo único que faltaba.

Agarró a Samantha, si es que ése era su nombre y la sacó del departamento, cerrándole la puerta en las narices.

Por su parte, a Ailani toda esta situación le parecía entretenida. Demasiado entretenida.

-¡Vaya final, eh!- Escuchó otra carcajada, y ya no lo pudo soportar más. Agarró a la mujer, que no había cambiado nada desde la última vez, por su muñeca y la aferró con fuerza. Ella no se molestó en forcejear. Simplemente clavó una mirada acusadora con aquellos mismos ojos azules que una vez lo habían obligado a firmar.

Su risa se había evaporado y aquel detalle lo hacía sentir satisfecho. Pero la satisfacción no le duró mucho.

Vio que la mirada de Ailani se perdió hacia abajo, y esta vez no hubo agarre que detuviera una renovada carcajada.

Con la rabia que había sentido, había olvidado el pequeño detalle de la toalla, dejándolo expuesto a la vista de Ailani. Por primera vez, se sintió avergonzado de su erección. Como acto reflejo, la soltó y se agachó para recoger la toalla que yacía en el piso.

Ailani seguía destornillándose de la risa.

-No te preocupes. Es tan pequeño que es como ver a un gusano en una manzana. Bueno, manzanas. Aunque pensándolo mejor, las manzanas son grandes. Pero tú eres minúsculo así que diré que es como ver un gusanito jugar con dos cerezas- Y siguió riéndose.

Quiso estrangularla.
Avanzó hasta la habitación, ciego por la furia.

Nunca, pero nunca por más enojada que estuviera, ninguna mujer le habían dicho que tenía... un equipo pequeño.

Pero después de todo, Ailani había sido para él muchas primeras veces y ésta no sería la última primera vez con ella.

/AILANI KEIN/

De verdad había conseguido engañarlo, pensó con alivio. Aún sentía el calor en las mejillas.

¡Oh, Dios! Se sentó en un mueble, con la intención de tomar algo de ventilación.

No podía creer que se le hubiera caído la toalla...Y en frente de ella.

Y aún mucho más cerca.

Algo que él no había notado, es que al estarla agarrando por la muñeca, también había tirado de ella, y fue precisamente este movimiento lo que la hizo estar consciente de la potente erección del hombre, en su abdomen.

¡Oh, Dios!

Aquellas clases de actuación habían valido cada centavo gastado.

Cuando él llegó, dos minutos después, ya vestido, no le extrañó ver el nubarrón de rabia cargar el ambiente.

/KEITHAN LOWER/

Clavó su enfurecida mirada sobre la mujer. Condenada. No debía verse tan pequeña ni tan frágil como para no poder golpearla.

Se sorprendió a sí mismo con aquellos pensamientos. ¿Tanto la odiaba?

«No. No la odias, imbécil.» Repuso una voz  interior, que retumbó en su cabeza. «Simplemente no soportas el rechazo»

Con más furia cargada sobre sus venas, recordó lo vergonzoso de su "despedida" con ella, en París. Bueno, si a eso se le podía llamar despedida.

Flash Back

Seis meses antes...

Ella había batido sus pestañas, y con un puchero en su rostro, lo había convencido de buscarle un capuccino.

La furia lo embargaba ahora. ¿Dónde diablos estaba esa mujer?

Entre el gentío del aeropuerto no podía distinguir la cabellera negra de Ailani. Había jurado que hace cinco minutos estaba ahí....

Y fue en ese instante cuando sintió una corazonada. Sabía que pasaría mucho tiempo o quizás años antes de volver a verla.

Desde el principio, Ailani le había visto la cara de tonto.

Ahora, desaparecía en pleno aeropuerto de París.

Ella era una farsa.

Al igual que su matrimonio.

Y no iba a gastar más tiempo intentando buscarla. Ni tenerla. Lo prometió.

Fin del flash back.

Meses más tarde, aquella promesa parecía imposible. Había tratado de no mirarla por debajo de la cara, al saber que aquella ropa que cargaba puesta bien podría llamársele segunda piel...

Y otra vez tuvo el impulso de excitación que experimentaba cada vez que la veía.

Maldita fuera.

Suspiró m. -¿Por qué estás aquí?- Preguntó sin ánimo.

Ailani fingió inocencia. -Te extrañaba- Y acto seguido le guiñó el ojo.

Frunció el ceño. -Eso no lo crees ni tú. Dame una excusa que pueda aceptar, Ailani-

Ella se molestó. -¿No puedes creerlo? Bueno, ese no es mi problema. Es tuyo- Dijo sentándose en el sofá, ya poniéndose cómoda.

Como siempre, era experta en sacarlo de sus casillas.

-¿Y bien?¿En dónde voy a dormir?- Escuchó su voz, interrumpiendo así sus pensamientos.

-En la calle. Porque te vas a largar de aquí ahora mismo- Agarró las maletas de Ailani, y se dispuso a sacarlas.

/AILANI KEIN/

Se sentía horrorizada. ¡Necesitaba de su ayuda!

Agarró el brazo de Keithan. -Por favor...No tengo otro lugar a dónde ir-

Él soltó las maletas, pero no dejó ir su furia -¡No te entiendo, mujer ¿Podrías explicarte?- Gruñó.

Negó. -No. No puedo contártelo- Dijo terca.

Pero Keithan estaba decidido. Iba a sacarla de su vida de una buena vez, por todas.

-Entonces, sólo me queda decirte "Good Bye, Inglesita"- Arrojó las maletas fuera de su departamento.

-¡Oh, no¡. No puedes hacerme esto, Keithan- Gritó con pánico, cuando el hombre, demasiado fuerte, para su gusto, la agarró de la muñeca y la tumbó sobre su hombro. Por más patadas y puñetazos que le lanzara era inútil. El hombre parecía estar hecho de acero.

Llegando a la puerta, Keithan se dispuso a expulsarla por fin de su vida.

-Espera, espera....diablos...Si tanto quieres saberlo, perfecto- Keithan sintió que había ganado una gran batalla.

La soltó sin mucha delicadeza, provocando que cayera sentada. Sonrió con gran satisfacción al ver el gesto dolorido que pintaba su rostro.

-¿Y bien?- Preguntó impaciente.
-¿Dónde has estado todos estos meses?-

Lo miró hostil. -Eso no te incumbe-

Keithan sonrió malévolo.
-Respuesta incorrecta, señorita-

Frunció el ceño. -Te odio-

Él volvió a sonreír. -El sentimiento es mutuo, querida- Fingió mirar su reloj que descansaba sobre su muñeca. -El tiempo se agota, Ailani-

Haciendo una mueca, contestó. -¡Está bien! Estoy huyendo. Sí. Todavía...- Al ver la cara de sorpresa de Keithan, masculló con fastidio. -Cierra la boca, las moscas se te están entrando-.

Él rió con humor negro. -¿Es en serio?¿Todavía te buscan?-

Lo volvió a mirar con fastidio. -¿Eso no fue lo que acabé de decir, genio?-

Él continuó riendo. -Disculpa- Tosió para aclararse la voz.
-Aunque todavía no me queda claro el por qué estás aquí. No es el mejor lugar del mundo para esconderse ¿sabías?. Quizás en una alcantarilla no te encontrarían. Ahí tal vez tus amigas, las ratas, te acojan mejor-

Rodó los ojos. -Oh, cállate. Sólo necesito estar aquí por un par de meses. Nada permanente ¿sabes?- Ante esto, Keithan frunció su ceño.

-¿Nada permanente? ¿Llamas a dos o más meses, "nada permanente"?- Prácticamente estaba vociferando. -Querida, ninguna mujer se ha quedado en este departamento más de dos horas ¿y tú aspiras quedarte meses? Debes estar bromeando-

-Ya sé que eres un mujeriego asqueroso. Pero de verdad necesito tu ayuda- Se dirigió hacia un bolso pequeño que había pasado desapercibido por Keithan. De éste, extrajo una billetera.

-Menciona un precio-

-No. Esta vez no, Ailani- La agarró nuevamente de la muñeca. Y comenzó a sacarla del departamento.

De verdad estaba desesperada. Esto no formaba parte de su plan original.

-¿Cuánto quieres, Keithan? ¿Otro millón? ¿Quizás dos?- Al sentir que aquella frase no le había afectado para nada al hombre, de repente se fijó, verdaderamente en su alrededor.

Había estado demasiado concentrada en él, que no se había percatado verdaderamente del contenido del departamento. Debajo de aquel ligero desorden general, se notaba un lujo que no habría asociado con Keithan ni en un millón de años, debido a aquel problemita financiero del que padecía cuándo nos habíamos casado.

¡Este hombre era millonario!

Y seguramente, en aquella época debía haber perdido alguna apuesta o algo por el estilo, y necesitaba dinero. Y ella había tenido la suerte de poder comprarlo.

Pero ya no necesitaba dinero.

Y fue ahí cuando sintió la verdadera desesperación angustiar su corazón. La sangre del rostro parecía habérsele drenado, poniéndose fantasmalmente pálida. Keithan no iba a ayudarla. No tenía por qué.

-Tú...- Susurró, por lo que Keithan tuvo que esforzarse por escucharla.

-¿Qué dices?- Aquello no impidió que la siguiera expulsando de su vida.

-Tú no necesitas dinero ¿verdad?- Keithan sonrió sarcástico.

-No, cariño. En realidad no lo necesito. Así que ya no estoy en stock-

/KEITHAN LOWER/

Miró una última vez el rostro de Ailani Kein y le cerró la puerta en este.

Al fin se había deshecho de aquella fastidiosa aunque sensual mujer.

O eso había creído.

Cuando escuchó los golpes, firmes pero no paranoicos en la puerta, volvió a abrirla.

-¿Qué?- Una mirada extraña en ella lo había tomado por completo, de sorpresa. Una mirada que nunca antes había visto en ella. Una mirada, cargada de deseo pero mezclada con desesperación. ¿Cómo era posible que aquellos ojos azules fueran capaces de decir lo que miles de palabras no podían?

-¿Qué quieres de mí, Keithan? Estoy dispuesta a dártelo. ¿Me quieres en tu cama? Sólo tómame-

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