4. La solución a mis problemas
/TYLER KEIN/
Todos en la mansión habían enloquecido en cuestión de minutos.
Cuándo una mucama había gritado horrorizada al no encontrar a Ailani en su dormitorio, todo el personal la había buscado por toda la propiedad.
Las noticias no tardaron en llegarle a Lucius y Tyler.
Sinceramente no podía creer la irresponsabilidad de su hermana. ¿Fugarse? ¡Y justo antes de su boda!.
Aquella conducta era irracional en la pequeña rubia hueca que tenía por hermana. Entendía que se diera a la fuga, si su padre la hubiera comprometido con uno de sus viejos amigos empresarios, pero era Rydhian el novio en cuestión.
Sí, obviamente sabía del enamoramiento de su hermana y creyó que ésta era la oportunidad para que Ailani pudiera ser feliz con el hombre al que amaba.
Por este motivo, cuándo recibió la noticia, fugarse había estado fuera de cuestión. ¿Fugarse de un matrimonio con Rydhian? Aquella frase no le sonaba a la Ailani que conocía.
Estrelló las manos contra el escritorio de su padre.
-¡Papá! ¡Te digo que no puede haberse escapado!- Insistió con más ímpetu. Su hermana menor estaba perdida y estaba dispuesto a remover cielo y tierra hasta encontrarla.
Lucius seguía sin articular palabra.
-Seguramente la han secuestrado y aquellos malditos piensan pedir un rescate...- Sugirió.
Lucius pareció calmar sus nervios sobre protectores. -Tyler, cálmate- Le dijo
Los estribos frágiles que aún le quedaban explotaron ante la calma de su padre. -¡Padre! ¿Cómo puedes estar así de calmado? ¡Es Ailani de quien estamos hablando!-
El mayor de los Kein sólo asintió.
Él también estaba preocupado. Por todas las horas que habían pasado durante la noche, Ailani podría hallarse del otro lado del mundo y ellos no lo sabrían.
/AILANI KEIN/
Cuándo al fin se registró en el pequeño hotel que se hallaba en el camino, y cayó rendida en la cama, instantáneamente el sueño la venció.
Ocho horas después, ya era sabado por la mañana. Parte del cansancio se había evaporado, pero al verse ataviada con la misma ropa durante un día, decidió que era tiempo de partir para continuar el camino a la ciudad. Y de la ciudad a un banco. Y del banco al centro comercial para comprar algo de ropa.
Tras sacarse la ropa, y probar la temperatura del agua, se metió a la ducha. El agua trabajó en sus adoloridos músculos, limpiándose la escaldada piel y refrescando un poco la consciencia.
Usó el kit de aseo que encontró en la gaveta de la cómoda y se enrolló el torso con la toalla.
Todavía húmeda por el baño, encendió el pequeño televisor con el que contaba el cuarto. Tras escanear los canales, determinó que lo más productivo sería ver las noticias mientras se alistaba para salir.
-En la madrugada del día de ayer, cinco casas se derrumbaron en...- Escuchó decir mientras terminaba de secarse.
Se colocó algo de ropa interior limpia que había traído consigo.
-Entre otras noticias, en Inglaterra ha causado revuelo la súbita desaparición de la hija de uno de los magnates más importantes, Lucius Kein...-
Inmediatamente su atención se centró únicamente en la pantalla que mostraba una fotografía suya.
Oh, genial. Esto era simplemente genial. Ya no sólo era prófuga de su familia, ¡Ahora también lo era del resto del mundo!
-La última vez que se vio a la joven fue en su propia casa, por lo cuál se presume que fue secuestrada...-
¡No! Sintió ganas de llorar. ¡No, no, no!
La frustración la embargó. Ella no había sido secuestrada.
Creyó que todo había ido bien, pensando que su familia sabría que había huido de aquel matrimonio. Ahora, todo estaba jodido. ¿Eran idiotas o qué?
Se mordió el labio, nerviosa. Qué estúpida había sido.
En su huida, se había olvidado lo más importante. Dejar una nota, diciendo por qué había huido. Y principalmente que en estado, había huido.
Al borde de un ataque de rabia contenida, gritó con todas sus fuerzas sobre la almohada.
Pensándolo bien, quizás tuvieran razón. No tenía ninguna razón para escaparse de aquel matrimonio arreglado. Su corazón dolió, Rydhian Woods tenía todo lo necesario para que fuera su alma gemela.
Tanto Tyler como su padre pensarían que estaba ansiosa por casarse, no por escapar del acuerdo matrimonial.
En otras circunstancias, sin que estuviera Lucybell de por medio, habría aceptado gustosa y con alegría el acuerdo entre su familia y los Woods.
Pero éstas, no eran aquellas circunstancias.
No podía imaginarse viviendo con su mejor amigo, como esposos. Seguramente él y Lucybell mantendrían alguna relación a sus espaldas y aquello acabaría pulverizando el poco corazón que todavía le quedaba.
Su vida sería una amargura al verse, atada a un hombre que no la amaba.
Pero aquello en vez de desmotivarla, la impulsó a vestirse con más velocidad. Sabía que la carrera contra el reloj estaba iniciada. Si iba a actuar, tenía que hacerlo ya.
Esta noche, buscaría un hombre que le atrajera aunque sea físicamente, le rogaría que se casara con ella, y rogaría a Dios que con el paso del tiempo pudiera enamorarse de él.
/KEITHAN LOWER/
Disponía de mil dólares para hacerse con un millón. Qué buena burla del destino. Se consideraba un jugador decente, pero cuándo se vio desprovisto de la mitad del dinero en tan sólo diez minutos, declaró que el blackjack no sería el juego apropiado para ganar aquella cantidad.
Al fondo del casino, vió las máquinas tragamonedas y decidió inclinarse a probar suerte con la máquina de en medio.
Dentro de cinco minutos, se vio con sólo un cuarto del dinero con el que había empezado. Aquella maldita máquina había salido del infierno sólo para tragarse el poco dinero que aún le quedaba.
Cuándo una desareglada anciana, optó por intentar en la misma máquina que él antes había usado, sintió algo de pena por la vieja. Ella no iba vestida de acuerdo a la elegancia del lugar y seguramente apostaría todo o nada contra la máquina.
Era imposible ganarle, por lo que todo lo que le quedaría sería nada.
Pero sus ojos no dieron crédito cuándo las cuatro mismas figurillas encajaron perfectamente en una línea horizontal.
La anciana gritó de alegría y cuando los miles de miles de dólares empezaron a bajar infinitamente, algo en su interior tenía ganas de matar a aquella estúpida anciana.
El llanto se arremolinó en sus ojos cuándo no pudo creer su mala suerte.
Si hubiera invertido una moneda más. Todos los aprietos financieros hubieran pasado de reales a inexistentes.
Con ganas de arrancarse cada cabello de la cabeza, debido a toda la frustración, se convenció de que era hora de tomar un trago, si deseaba llegar a conseguir aunque sea el dinero con el que había comenzado en la velada.
...
El bar estaba lleno, como de costumbre. Parejas intercambiaban conversaciones, coqueteos e incluso caricias leves ante el ojo público. Se sentó en la barra y sólo ordenó un whisky para hundirse en la amargura.
Mujeres lo miraban con interés, pero por el momento estaba desconectado del mundo.
Casi bebiendo la copa de un solo trago, se encontró con compañía más pronto de lo que hubiera imaginado.
Con un pésimo humor, ordenó otro trago. No estaba disponible, no por el momento.
Pero cuándo un reflejo de color negro captó la poca atención que quiso prestarle, se volteo para encontrar a una hermosura, sentándose a su lado.
-¿Deprimido, eh? Quizás te pueda ayudar, muchacho- Sus profundos ojos azules lo hicieron salir, aunque no del todo, del estado de encierro mental.
Se burló de la frase. -Sólo podrías ayudarme si tuvieras un millón para regalarme- Posó la mirada por el corto y revelador traje que ella cargaba. -y dudo mucho que tengas un millón en el escote, ¿o me equivoco?-
Ella sonrió maliciosamente.
-Talvez no en el escote, pero en el banco sí-
Solo atinó a abrir los ojos desmesuradamente.
¿De dónde había salido esta mujer?
/AILANI KEIN/
Después de haberse instalado en una habitación confortable, decidió que era hora de un cambio de ropa. Necesitaba un armario nuevo, y salió a encontrar uno.
Calcetines, ropa interior, pantalones, faldas, zapatos, blusas y dos de los más provocadores vestidos que en su vida había visto formaron parte de sus compras. No tenía intención alguna en volver a casa hasta dentro de un buen tiempo, no al menos sin marido. Necesitaba alistarse lo mejor que sus atributos le permitían. Si no tenía nada qué ofrecerle a un hombre, que al menos atrajera a un matrimonio consigo, por lo menos lo dejaría llevarse por la lujuria.
Se miró en el espejo de la nueva habitación. El vestido negro le favorecía, pero no tanto como el vestido rojo escarlata que exhibía parte de su belleza sin cruzar la línea de lo vulgar.
Siempre le habían dicho que era hermosa, pero nunca en realidad se lo había tomado en serio. El vestido ajustaba sus curvas más pronunciadas, especialmente el busto y trasero, mientras que el cabello suelto caía como cataratas negras sobre su espalda. Nunca le había hecho falta aplicarse maquillaje, pero ahora su piel se veía más blanca que de costumbre, resaltando la necesidad de ponerse algo de polvo sobre sus pómulos pronunciados.
El reloj ya marcaba las once de la noche, cuando estuvo lista para salir a la cacería de un marido. Agarró la carpeta de la cómoda, tomó la cartera y salió rumbo al bar.
Bien sabía que necesitaría algo fuerte para llevar a cabo el plan.
...
Examinó el lugar, a cada uno de los hombres que estaban ahí, cuándo voltearon sus miradas al atrevido vestido que traía puesto. Aquello la avergonzó un poco, pero se sentó en una mesa y no tardaron en atenderla.
-¿Desea algo?- Preguntó con más amabilidad de la acostumbrada, un joven camarero.
Le sonrió probando sus recién adquiridas "habilidades de seducción". -Sí. Tequila- ¿De dónde diablos había salido aquel súbito deseo de probar tequila?
El joven asintió, algo abrumado por su sonrisa.
Mientras traían la bebida, seguía registrando con cuidado el lugar. Repasó la barra, cuándo algo le llamó la atención. Mejor dicho, alguien.
No... no estaba nada mal.
Por primera vez en su vida, tuvo un súbito deseo de conocer a aquel hombre. Se percibía por su forma de sentarse, que estaba en problemas, y quizás, con algo de suerte, podría ser la solución a aquellos problemas. Y definitivamente, él sería la solución a los suyos.
Algo se movió en su interior. Descubrió que estaba excitada. Sí, excitada tan sólo de ver a aquel hombre, sentado en la barra.
¿Qué diablos sucedía con ella?
Como si fuera atraída por una explosión magnética, caminó con paso lento hacia la barra. Se sentó a su lado, pero él no le prestó ni la más mínima atención.
-¿Deprimido, eh? Quizás te pueda ayudar, muchacho- Susurró casi en el oído del hombre.
¿De dónde salía aquel comportamiento tan poco... pudoroso?
Registró cada una de las facciones del hombre, que seguramente serían sensuales, si él de verdad no estuviera tan abatido.
Lo escucho reír con sorna -Sólo podrías ayudarme si tuvieras un millón para regalarme...- Dijo, y juro estremecerse ante la mirada intensa de él sobre su cuerpo -Y dudo mucho que tengas un millón en el escote ¿o me equivoco?-
Concluyó que le agradaba este hombre. Ambos tenían necesidades que se podían satisfacer en el otro. Miró sus manos. No tenía anillo, y, aunque eso no daba garantía de nada, sonrió.
-Tal vez no en el escote, pero en el banco sí-
Él pareció sorprendido.
Así que tomó una decisión.
Éste hombre iba a ser su marido.
Le extendió la mano. -Ailani- Susurró, repentinamente cerca, muy cerca de aquel extraño.
Él sólo la miró intensamente, hasta después de varios segundos también murmuró su nombre.
-Keithan-
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