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32. Descubierta

/JEREMY GLEEN/

¿Quién lo hubiera creído tan fácil? Había sido demasiado sencillo el raptar a esta pequeña zorra, pero lo era aún más el torturarla.

La sangre que salía de sus heridas le daba una satisfacción retorcida, que no sabía que tenía oculta. Los lentos gemidos de dolor y las súplicas eran música para sus oídos. Incluso el pestilente olor de la habitación comenzaba a pasarle desapercibido.

Y es que no había nada mejor que borrar viejos rencores, haciéndola sufrir.

Nunca se había divertido tanto, ni siquiera en compañía de Rydhian.

—¿Ya te rindes, princesita?— Una carcajada se le escapó, al ver el débil intento de ella por mantenerse firme en su castigo.

Aunque sea eso debía concederle a aquella pesada. No se había doblegado, no al menos cuándo le había cortado aquella suave piel, más veces de las que podía contar.

Bien. Basta de diversiones. Hace rato ya debía haber acabado con ella, pero se había ido por las ramas.

Se concentró, pensando cuál sería la mejor manera para encubrir todo.

El mensaje que había dejado en el escritorio de Ailani, sumado a la futura llamada que haría, adjudicaría la culpabilidad de la muerte de Lucybell, a la negligencia del supuesto secuestrador.

Oh, la pobre había enloquecido. Días habían pasado desde su último sorbo de agua, mientras que el olor penetrante de la habitación y su oscuridad, había sido el factor decisivo que causara la demencia de la joven. Había encontrado un arma y su paranoia la había llevado a usar el cuchillo en su propio cuerpo... pensando que atacaba a su raptor. Para finalmente rendirse por el dolor, y entregar su vida a las dos enormes cortaduras en sus muñecas.

El plan perfecto.

—Adiós— Dijo Jeremy en el mismo momento en que la libraba de las ataduras de sus muñecas. Por desgracia, ahora estaba demasiado débil como para hacer nada.

Inmediatamente después, sintió los dos más dolorosos cortes que el maldito le hubiera propinado...

En sus muñecas.

A sabiendas que si se dormía, no volvería a despertar, luchó contra la inconsciencia.

Ailani gritó, pero su grito no se podía distinguir si era de angustia, sorpresa o furia.

—¡Nooooo!—

Pero ya era demasiado tarde.

El cuerpo yacía en el piso, completamente inerte y sin siquiera hacer ni un solo sonido, que la advirtiera de que aún le quedaba esperanzas de supervivencia.

Miró con todo el odio del planeta tierra al asesino. Porque eso era, ¡un asesino!

Cuándo acribillarlo con la mirada no parecía suficiente, corrió con rapidez hasta estar lo suficientemente cerca de él y poder golpearlo.

—¿Cuál es tu maldito problema?— Gritó con toda la histeria que sentía, cargada en su voz. Pero a él no podía importarle menos.

De hecho, sintió que una burbujeante risa de satisfacción quería escapársele de los labios. ¡Se sentía tan bien el haberse deshecho de aquel aparatejo tan molesto!

A pesar de que intentaba protegerse de la curiosa reacción de Ailani, no utilizó todas sus ganas para ello, porque toda la situación le parecía divertida. Al menos ahora, que ya aquel celular no estaba en el plano.

¿Si tenía algún problema, había preguntado? De hecho, su único problema, ¡lo había acabado de borrar del mapa!

Un golpe violento contra la pared había sido la acción necesaria para deshacerse del aparatejo, que ya le venía causando algunos disgustos durante el transcurso del día. Era curioso cómo no se le había ocurrido antes, pero no lamentaba para nada la pérdida. Pensándolo bien, la extinción de aquel invento, en lo personal, le habría hecho más bien que mal.

Sin poder contener más la risa, estalló en carcajadas. No sólo se había librado de un celular, ¡se había librado de un enemigo!

Pero cuando vio el gesto adusto que adquirió la cara de ella, que ya no implicaba para nada en sí la destrucción del aparatejo en cuestión, sino que iba más allá.

Su risa se evaporó al instante, mientras la observaba sentarse, con gesto moribundo.

¿Ahora qué? No se iba a poner a llorar, ¿no?

Examinando la especie femenina, la miró reducirse a alguien que guardaba duelo. Frunciendo el ceño, maldijo por lo bajo. ¿Era tan importante para ella?

Maldita sea. Si para ella era tan importante, estaba seguro de tener un par de acciones en una compañía de telefonía. Bien podía cederle eso, si tan mal se sentía por aquel estúpido artefacto.

—¿Ailani?— Tanteó el terreno. Ya había comprobado en carne propia lo peligrosa que podía llegar a ser, especialmente si estaba molesta.

Pero ella sólo se limitó a ignorarlo. Y aquello en verdad era raro.

Aún no sabía si se podía considerar un alivio que ella le hablara.

-¿Sabes?— Preguntó, tomándolo por sorpresa, —Aquel aparato era mi única forma de saber si mi hermano encontro a Lucybell—

El alma se le cayó a los pies. En ese mismo momento, ella podía pedirle las estrellas, y él le hubiera preguntado, ¿de cuál constelación?...

Se sintió como el desgraciado más grande del planeta Tierra. ¿Del planeta Tierra, dije? ¿Qué tal del universo?
Pero si se trataba de desgraciados, nadie le quitaba la copa a ser el más grande de todos, a Jeremy.

/LUCYBELL FULLER/

Lucybell yacía ahí, no dejándose llevar por las terribles ganas de llorar, pero especialmente no dejándose llevar por la inconsciencia; que con sus tretas sucias y sus artimañas, la seducía cada vez más, dejándola más allá que en la realidad.

Podían pasar segundos. Incluso minutos. ¿Cuánto le quedaría de vida?

El moverse estaba fuera de cuestión. Sólo se provocaría aún más dolor del que ya sentía, pero, ¿para qué? Si iba a morir, quería hacerlo de la manera menos dolorosa posible.

Hubiera agradecido bastante a su captor, el que le introdujera una bala en la frente Pero demonios, si nunca en su vida se daban las cosas como ella quería que fueran, ¿cómo podía esperar aquella pequeña justicia, en su muerte?

Por un momento, en el que la locura la venció, quiso tomar su propia sangre para escribir un minúsculo mensaje en el piso.

"Tyler, te amo."

Pero había parecido muy cruel el hacerlo. Si bien sabía que Tyler se echaría la culpa de su muerte, aquella frase podría hasta enloquecerlo.

No era que se tuviera en tan alta estima. Pero sí sabía que Tyler al menos, la consideraba parte de su familia. Y aquello le complicaría la existencia... una en la que ella no tendría voz ni voto, porque estaría tres metros bajo tierra.

Así que, ¿para qué?

Cuándo debía decírselo, no se lo había dicho. ¿Para qué ahora, cuándo ya no servía de nada y todo lo que causaría era más culpabilidad pensado sobre los hombros de él?

Debía estar acercándose el fin. El charco de viscosidad roja a su alrededor, que aumentaba de tamaño, de tanto en tanto, lo comprobaba.

Era extraño cómo cuándo se acerca más el fin, te parece tener visiones. Esperanza. Comenzaba a oír voces. A lo lejos, pero igual las oía. ¿Habría tenido suerte, y comenzaba a irse al paraíso? ¿Serían acaso ésas voces, las voces de los mismísimos ángeles?

Tyler. Aquella débil impresión la hubiera hecho reír, si hubiera podido hacerlo.

Una puerta se abría... o al menos eso parecía.

Ya no estaba segura de nada. Todo era como si una película de pésima calidad estuviera siendo proyectada, y la oscuridad sumiera entre sombras el panorama.

Demonios. Estaba tan jodida, que incluso al borde de la muerte continuaba pensando en él.

—T...Ty...tyler— Sólo eso. Quería decir su nombre una última vez.

Ya no podía soportarlo más.

Y en ese mismo momento, Lucybell perdió la batalla en contra de la oscuridad.

/TYLER KEIN/

Tyler ahogó un grito de horror, pero como en todas las situaciones de riesgo, intentó mantener la cabeza fría. El que saliera bien parado de ésta, equivalía que pensara.

Sin embargo...

...había demasiada sangre.

Mucha, mucha más de la que podía medir. No dudó un instante en correr hacia Lucybell, aquella criatura que yacía manchada de sangre, que para su horror, comprobó que salía de las múltiples cortadas que ella tenía.

Oh, Dios.

Gimió sin poder contenerlo.

No podría cargarla solo. No se atrevía. Un movimiento brusco podía sólo empeorar su crítica situación. Si todavía podía empeorar.

—¡Estoy aquí!— Gritó estrepitosamente, aún sin advertir cuán lastimera había sido su voz. —¡Necesito ayuda!—

Más el segundo grito fue completamente innecesario, porque el conjunto de agentes que lo acompañaba, rápidamente lo había encontrado.

Tyler tomó la cara de la mujer, sintiendo que algo en su pecho se desgarraba. Estaba mortalmente pálida, y por un segundo no se atrevió a tomarle el pulso.

Ella estaba viva.

Tenía que estarlo.

Con lentitud, y sintiéndose rodeado, presionó firmemente sus dedos en el cuello de ella.

/RYDHIAN WOODS/

Rydhian suspiró de alivio cuándo observó a Jeremy entrar muy campante al departamento.

Jeremy sólo levantó una ceja, al ver aquel gesto proveniente de él.

—¿Dudabas de mi habilidad, eh?—

El rubio decidió descartar aquella pregunta. –¿Qué tal te fue?—

Jeremy se encogió de hombros.
—En este momento ya debería estar muerta—

Woods no pasó por alto aquella frase. —¿Cómo dices? ¿Debería? ¿No te quedaste para confirmar su muerte?— Aunque guardaba su apariencia calmada de siempre, Jeremy lo conocía lo suficiente para saber cuánta rabia sus preguntas ocultaban.

—No, no hizo falta. Provoqué suficientes heridas sangrantes. Te repito. Debería estar muerta.—

Rydhian apretó tanto sus puños, que sus nudillos empalidecieron. —¿Hablas en serio? ¡Dijiste que le ibas a dar un balazo!—

El pelirrojo sólo atinó a esconder una macabra sonrisa. —¿Quién diría que me gustara tanto la tortura? He descubierto algo nuevo en mi personalidad.—

El rubio estalló en cólera. —¡Pero eso no nos asegura que aquella entrometida estire la pata!—

Jeremy volvió a encogerse de hombros. —Te digo que sería un milagro. De todos modos, creo que quedará demasiado trastornada, si es que de verdad sobrevive, como para poder ser una molestia en nuestros planes—

Rydhian se resignó. En verdad era demasiado tarde para hacer algo.

No perdonaría a Jeremy por esta grave falta. Por el momento, se limitaría a continuar con el plan y pasaría su ineptitud por alto.

/AILANI KEIN/

Ailani gimió.

¿Cómo podría comunicarse con Tyler? Cómo sabría si Lucybell había sido...

—Ya para— Escuchó la voz de la última persona en el planeta que tenía derecho a espetarle órdenes.

Ella entornó los ojos. De verdad no se sentía con las fuerzas necesarias para poder contestarle. Tenía suficiente con todo lo que había pasado.

Aún así, se encontró respondiéndole.

—¿Parar qué?— Murmuró, pensativa.

Con pesadez, dirigió su mirada hacia su gran nombrado, "esposo".

—¡Para de atormentarte!—

Obviamente, Keithan lucía frustrado. Se habían pasado mirándose, después del pequeño 'incidente' con el teléfono celular. Seguramente no debía sentirse completamente satisfecho, si el romper el bendito celular sólo había conseguido empeorar las cosas.

Ella sólo consiguió devolverle la mirada frustrada.

—¿Atormentar, dices? ¡Tú me atormentas!— Explotó como no lo había hecho desde las dos últimas... horas.

Sólo lo vio levantarse y perderse en la profundidad del pasillo, que conducía hacia su habitación.

Bah. Keithan se enojaba de tanto en tanto. Además, ella tenía todo el derecho de estar furiosa. A ella le habían roto el único contacto con su hermano, no a él.

No pasó mucho tiempo, hasta que él regresó con algo en su mano derecha, dejándola lo suficiente mente intrigada como para seguir su trayectoria con la mirada.

El verlo recoger las piezas del destruido aparato, sólo la encolerizó más.

No pudo evitar el sarcasmo —¿No crees que ya has hecho suficiente? ¿No te bastaba con destruirlo? ¿Ahora también quieres deshacerte de sus restos?—

Keithan sólo le envió una mirada irritada. Y fue ahí que entendió todo. Él no iba a botar los restos. Iba a intentar arreglarlo.

Pero estaba demasiado resentida por su insensibilidad como para poder apreciar el verdadero valor de aquellos esfuerzos.

—¡Ja! ¿Estás intentando arreglarlo? ¿En serio te crees capaz de hacerlo?— Él la ignoró por completo, mientras continuaba haciendo Dios-sabrá-qué-cosa. —Pues déjame decirte que creo que es una causa perdida. Es inútil que intentes arreglar algo, especialmente, cuándo sólo he comprobado que sirves para todo, excepto eso, y además— Y antes de que pudiera continuar con aquella verborrea de oraciones despechadas y cargadas de fastidio, un celular completamente sano fue plantado ante sus narices.

Bueno. No era precisamente como lo recordaba, pero...

... había hecho un maldito buen trabajo.

Si podía arreglarlo en menos de un minuto, ¿por qué no se había puesto manos a la obra?

Al fijarse más en el celular que sostenía ahora en sus manos, se percató que éste era negro, mientras que el suyo había sido rosa y...

¡Éste no era su celular!

Ella frunció el ceño —¿Qué rayos es esto?— Keithan la miró con algo parecido a una burla.

Pero ella no entendió.

—Esto— Dijo señalando el aparato de sus manos, y con un tinte bien cargado de sarcasmo, —es un celular— Continuando con su mofa, le habló al mencionado aparato. —Dile hola a Ailani. Sí, yo sé que es mala. Pero sino, no sería tan interesante en la cama, ¿no te parece, eh, amigo?—

Ailani decidió olvidar todas sus pendejadas. —No, en serio. Dime qué hiciste—

Keithan rodó los ojos, mientras se lanzaba a acostarse en un sofá.

—Cambié tu chip por el chip de mi celular. Y voilá. Ahora, deja de lloriquear—

¿Lloriquear? ¡Ella no lloriqueaba!

¿O sí?

/KEITHAN LOWER/

Vaya. La había dejado muda. Eso era un avance.

Durante todo el tiempo de relación con Ailani, o al menos desde que la había conocido, su inflado ego había ido perdiendo aire, poco a poco, hasta quedar muy, muy aplastado.

Lo cuál en verdad era humillante.

¿Cómo no se le había ocurrido antes? Había pasado una hora, hasta que, cansado de oír las silenciosas quejas, las insufribles miradas y el entrecejo fruncido, aquella brillante idea se le había cruzado por la cabeza, sacándolo de su pozo de culpabilidad.

Al menos, a ver si así podía estar más tranquilo...

Pero era demasiado pedir.

Ni cinco minutos habían pasado desde la reparación de su metedura de pata, cuándo volvía a oír el molesto repiqueteo de aquel maldito móvil.

Dios. Juraba que demandaría a esa compañía de telefonía de no ser porque él mismo fuera un dueño...

—¿Hola?— La voz de Ailani no tardó en hacerse oír.

—¡La encontraron! ¿Y cómo está?—

—Ah.— Pausó por un momento y luego continuó, con la misma voz cargada de preocupación
—Entiendo. ¿En qué hospital dices?—

—Está bien. Ahí estaré—

Keithan no se tomó la molestia en preguntar quién era. De cualquier forma, la respuesta sería algo irritante.

Ella se pasó una mano por el cabello, mientras se relamía los labios. Estaba nerviosa. Eso se veía a leguas. No hacía falta un experto —y él estaba a punto de graduarse en esta materia— para saber que Ailani estaba consumiéndose de la preocupación.

Suspiró.

—¿Tu hermano?— Preguntó, esperando que no fuera alguien más —como por ejemplo el ex novio o su padre—.

Ella asintió, pero por las mismas, salió corriendo en dirección de la habitación que ahora ambos compartían.

Keithan no se molestó en seguirla.

—¿Irás a verla?— Preguntó, intentando mantener el mismo tono de voz, aunque había algo en su interior que no le permitía guardar tanta calma como su exterior demostraba.

La respuesta nunca llegó. Tampoco no hacía falta que lo hiciera, porque una Ailani arreglada a lo apresurado había salido con tanta rapidez como había entrado.

Sin más que verla recoger su bolso, meter el nuevo celular en el mismo, y sus llaves; Keithan la observó desaparecer por la puerta principal del complejo, sin siquiera echarle una mirada ni un saludo de despedida.

Keithan se mordió la pared interna de su mejilla derecha, hasta que se lastimó.

Maldición.

Ailani se vería con su familia.

¿Con cuánta facilidad podrían convencerla de regresar con ellos a Inglaterra, dejándolo a él en un pasajero recuerdo?

¿Con cuánta facilidad aquel sujeto podría volver a resucitar sentimientos antiguos en su corazón?

Pero lo más importante, ¿desde cuándo aquella chiquilla —que él mismo había transformado en mujer— le había importado lo suficiente, como para sentirse tan mal como lo hacía ahora; después de verla partir?

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