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23. Perdida

/AILANI KEIN/

Estaba dolorida, sí. Furiosa, también. Quizás aquellos dos terribles sentimientos —el despecho y la rabia— la habían catapultado a una situación insostenible. Era lamentable, más que lamentable, era triste verse envuelta en una venganza, la cuál ni siquiera afectaría al hombre que la había involucrado.

Ailani se separó, con lágrimas en los ojos, que amenazaban con salir. Pero eso no podía importarle menos.

Porque se sentía mal. Se sentía enferma, se sentía pesada. Llevaba un peso en su pecho, que nunca antes había sentido.

¿Por qué le tenía que pasar a ella? ¿Por qué? Precisamente cuándo se creía más consciente de su belleza como mujer, tal como Keithan la había hecho sentir; ahora se lo quitaba todo, con un certero y veloz golpe.

No necesitaba más explicación que el silencio de él. Sus ojos lo habían dicho todo, estaban pintados con arrepentimiento y el arrepentimiento sólo era la consecuencia de la culpa.

El único consuelo que tenía era no haberse humillado. Gracias a Dios había huido de ahí, más impulsada por la rabia que otra cosa, pero no había mostrado en realidad cómo se sentía.

Cuándo más lágrimas se escaparon de sus ojos, sintió que la mano de hasta ahora, un silencioso Derek, las secaba. En ese momento, se aferró más al consuelo que él le ofrecía, cualquier contacto le servía. Necesitaba un bálsamo para sus heridas, y él se lo brindaba.

El silencio se hizó durante largos minutos, hasta que las lágrimas dejaron de salír. Ailani se alejó de él, no dispuesta a enfrentarlo, mucho menos a sus preguntas.

-Ailani- Lo escuchó llamarla, pero ella estaba inconsciente de su alrededor.

-Te llevaré a casa-

¿Casa? Ella no tenía casa. Sólo tenía el departamento de él, y en este estado, sencillamente se condenaría primero antes de enseñarle cuánto en realidad la había afectado.

Era irónico, de hecho. Esta mañana, Keithan casi no se podía mover, pero aún así, no llegaba la tarde, y ya lo encontraba en los brazos de otra. No quería imaginarse cuándo estuviera completamente recuperado.

Sintió que el piso a sus pies se desmoronaba, tan insegura de cada paso que daba. Derek no había tardado demasiado en subirla a su vehículo, y pronto Ailani sintió el movimiento del auto puesto en marcha.

Agradecía mentalmente que Derek no se atreviera a cuestionarla, porque se sentiría mal contestarle con descortesía y rudeza. No estába dispuesta a hablar con nadie, no al menos por el momento, aunque tampoco creía que lo hiciera en un futuro. Se respetaba lo suficiente como para públicar en los diarios el tamaño de la cornamenta que cargaba en la cabeza.

Sin que pasara demasiado, Ailani se encontró frente al edificio de su esposo. El auto de su jefe se había detenido y ambos continuaban en silencio.

La rubia reaccionó, pero sólo agradeció la amabilidad del de ojos celestes. –Gracias y discúlpame, Derek. Me he comportado como una verdadera idiota-

Derek sonrió un poco para consolarla, pero no dijo nada.

Ailani se despidió de él con un beso en la mejilla y abrió la puerta. Cuándo se disponía a salir, Derek la tomó del brazo, impidiéndole marcharse. Ella se mostró sorprendida, incluso más cuándo él le propinó un fugaz beso en los labios y luego le sonrió.

Sintiéndose ligeramente más relajada, salió del auto.

Totalmente inconsciente de que un par de ojos negros observaban con ira toda la escena.

/KEITHAN LOWER/

Keithan miró incrédulo la pequeña escenita desde el balcón del departamento. Era inaudito.

¿Cómo era posible aquello que sus ojos le habían enseñado? ¿Acaso ésa era su esposa?

No queriendo especular, se concentró en la mujer, cuándo descendió del auto, y todas sus dudas se evaporaron. Definitivamente era ella. Ailani.

Cuándo la perplejidad pasó, la irritación tomó poder sobre su maltratado cuerpo, para dar marcha a una rabia y furia completas. ¡¿Cómo se atrevía?!

Saliendo del balcón, no tuvó que esperar mucho en el recibidor hasta que la puerta principal se abrió, dejando entrar a una muy fresca Ailani, que se encontraba ignorante de su presencia. Con un gruñido, se hizo notar, obteniendo la mirada sorprenda de la mujer; luego, cuándo lo reconoció una mirada escéptica la reemplazó.

-Creí que seguías con la mujerzuela-

Si no hubiera estado tan furioso, Keithan hubiera reído.

-¡Por favor! ¡Mira quién habla sobre mujerzuelas!- Ella lo miró horrorizada, especialmente cuándo él se acercaba a paso lento, como si de un león acechando a su presa se trataba.

La rubia se preparó inmediatamente a refutar aquel insulto. –¿Ah sí? ¿No fui yo quien vio a su esposo mientras se besuqueaba con esa imbécil?-

Keithan apretó los puños. –¡Pues fui yo quien vio a mi esposa besuquearse con un tipejo, en frente de su maldito edificio!- Bramó en un estallido de rabia, que seguramente fue escuchado por todo el edificio.

Ailani confirmó sus sospechas, definitivamente Keithan la había visto con Derek. Pues bien, eso estaba perfecto.

Keithan se acercó más a ella, no haciéndola del todo consciente de su cercanía, necesitaba atraparla.

-¿Me viste?- Preguntó ella en una pequeña voz.

-Sí, y es curioso que un conejo le diga a otro 'orejón', ¿no?-

Ailani enseguida lo miró herida y mordaz.

Pero aquello no llegó a satisfacerlo para nada. Debía hacerla sufrir, sufrir tal y como él mismo lo hacía. Porque aquello trascendía de simples celos que le exigían reclamarle por su inescrupulosa conducta; aquello se trataba de orgullo, y el saber que ella podía herirlo en lo más profundo, era una puñalada a su orgullo.

Ailani, por su parte, estaba deshaciéndose del dolor. Pero había descubierto la forma ideal para ocultar sus sentimientos. ¿No decían que la mejor defensa era un buen ataque? Se contuvo de acercarse a él, suplicarle que la perdonara. ¿En qué clase de masoquista se había convertido? ¿Se había olvidado por completo que había sido él en lanzar la primera ofensa?

Se veía tan pequeña, a lado de la furia en la que estaba convertido él; pero no le tomó importancia a aquello. Si Keithan quería guerra, pues guerra iba a tener. Si creía que ella era otra de sus muñecas a las que podía manipular a su antojo, estaba muy equivocado. Ella también tenía un cerebro y sentimientos, y si él quería sólo un cuerpo, bien podía conseguirse a una mujer tan o más fácil que la resbalosa de Naiara.

Por mucho que le pesara, la situación con él era insostenible. Vivían para pelear, y sólo había armonía cuándo ambos estaban desnudos y en la cama. Ailani levantó la barbilla, enfrentando la dura mirada de él. Podría podrirse en el mismísimo infierno. El sexo no iba a resolverlo todo, está vez.

/LUCYBELL FULLER/

Lucybell bebió de su tercera taza de café. Siempre le había gustado el aroma de la bebida, pero sólo se volvía en realidad dependiente a ella, cuándo se encontraba en una situación a la que no le podía encontrar la solución.

Tyler observó con preocupación cómo las manos de la joven temblaban.

Sentándose junto a ella, simplemente la estudió. Ella no pareció inmutarse ante su presencia, y ambos se sumieron en un silencio, que no era para nada desagradable.

Tyler no se atrevió a hacer preguntas, se limitó a mirarla. Dios, era tan hermosa. Suspiró, tratando de calmarse. Si ella no se atrevía a decirle lo que le sucedía, él no sería indiscreto ni le preguntaría; no era porque no le interesara, de hecho, la curiosidad lo estaba matando. Guardaría silencio, sólo si ella necesitaba de su compañía.

Pero la curiosidad de él, fue rápidamente saciada, porque ella comenzó a hablar, casi susurrante y con la mirada gacha.

-Escuché decir a tú padre algo terrible- Comenzó ella y luego lo miró, con ojos llorosos por la inseguridad, determinando si podía confiar en él o no.

Tyler apretó los dientes. Quizás él no era la persona más indicada para hablar con ella sobre esto. Bien podía imaginarse de qué se trataba, especialmente cuándo estába al tanto de todos los planes y proyectos de su padre. Lo maldijo mentalmente, por ser tan descuidado y permitir que Lucybell se enterará. Suficiente era el cargo de conciencia que él mismo ya llevaba, no necesitaba que ella tampoco pudiera dormir por las noches.

-¿Qué lo escuchaste decir?- Preguntó con suavidad, de verdad arrepentido porque aquella información talvez era demasiado para ella.

Ella suspiró y susurró la respuesta, como si las paredes tuvieran oídos. –Mandó a matar a alguien, Tyler. Oh por Dios, alguien va a morir por su culpa-

Tyler se sorprendió. Bien sabía que su padre enviaría a su comisión de hombres tras el marido de su hermana, quizás a que lo golpearan un poco, a que lo asustaran. Pero eso era todo lo que había esperado. Incluso imaginándose que Ailani sufría por aquel hombre golpeado, le retorcía el corazón. Pero, ¿matarlo? ¡No podía ser! Si antes, sólo sabiendo que su padre intentaría darle unos cuántos golpes a ese hombre, no podía dormir por la intranquilidad, soñando con que su hermana lloraba, no podía imaginarse qué como se sentiría al enterarse que aquel hombre estaba muerto, por la culpa de su padre especialmente.

No podía creer que llegara a tales extremos.

Tyler la miró a los ojos, buscando la verdad. Pero estaba ahí. Lucybell no mentía, todo lo que decía no era más que la pura verdad.

Maldición.

-¿Estás segura?-

Ella asintió. –Muy segura. Lo escuché hablando con alguien por teléfono. Le indicaba que quería que...- Se interrumpió para dejar escapar un sollozo de angustia.
–... que el trabajo... fuera hecho en tres semanas...-

Oh, no. Su padre iba en serio, demasiado en serio. Inmediatamente sus preocupaciones pasaron de los planes de su padre al bienestar de ella.

-Dime, Lucy, ¿mi padre notó tu presencia?-

Ella lo miró con expresión aterrorizada. –¡No! Dios me proteja, él no me vió. No sé qué haría de mí si supiera que yo conozco sus planes...-

Tyler sintió el temor de ella, y no pudo evitar abrazarla, estrecharla entre sus brazos.

-No. No dejaré que nada te suceda- Prometió, y para sellar su promesa le dio un beso inofensivo, en la cabeza.

Pronto, Tyler la sintió relajarse entre sus brazos, y ambos permanecieron así, ignorando que las paredes, en realidad, sí tienen oídos.

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