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Capítulo 20

Los siguientes días fueron claves para la recuperación de Guido, con la ayuda de los tres adultos de la casa él recibió la contención que necesitaba. Ya no se sentía tan triste y cada vez que lo hacía buscaba a Omar para hablar con él ya que el mayor estuvo en su misma situación. Es su terapeuta, con Leandro tiene una relación de hermano mayor y menos, mientras que considera a Obregón como su padre. Nunca se lo dijo pero siempre estará agradecido de estar en esa casa y bajo su cuidado.

—Ángel puedo acompañarte al mercado si quieres —dice al ver que el morocho se prepara para hacer las compras.

—Gracias pero no. Es parte de mi entrenamiento —contesta al colocarse la gran mochila militar sobre su espalda. Esta es más grande que las normales y tiene una pesada estructura de hierro que la mantiene rígida.

―Oh, bueno. Me traes unas oreos entonces —habla para luego despedirlo. El entrenamiento de Ángelo consiste en ir al gran mercado que se encuentra a unos 10 kilómetros de distancia. La casa Septimus está ubicada en medio de una zona rural, por lo que alrededor sólo hay grandes campos donde los ganados pastan. El joven soldado recorre esa distancia caminando a través de los campos, esquivando a las furiosas vacas y toros que defienden su territorio. Cuando ya tiene las compras la mochila pesa mucho más y regresa por la calle de tierra, la cual están repleta de arena, haciendo que sus pasos sean mucho más pesados. Él repite esto todo los días ya que todos quieren comer pan del día recién hecho, un capricho realmente teniendo en cuenta que luego devoran carroña.

Él no es el único que entrena, sus compañeros también se esfuerzan mucho. Catalina se enfrenta a un reto cuando Edgar tuvo la idea de que ella eleve con su poder todo el contenido de una piscina olímpica.

—¿Cómo carajo hago que...?

—No sé, yo hago que las cosas pesen más -comenta el mayor al estar cruzado de brazos.

Ella roda los ojos, entonces se acerca y toma aire. Luego de concentrarse en lo que quiere hacer, toca el agua con sus manos, sintiendo el líquido entre sus dedos. Hacer flotar objetos sólidos es fácil pero el agua es completamente diferente.

—¡No pasa nada! —exclama al ver que todo sigue en su lugar—. Soy la más inútil de la infantería, todavía no entiendo porqué me eligieron, no debería estar aquí -dice mientras camina hacia Edgar. Él extiende sus brazos y la rodea.

—No quería presionarte tanto, lo intentaremos otro día, ¿si? —murmura al palmear su espalda.

—Si —musita mientras se separa lentamente.

—Ya hiciste mucho estos días, puedes descansar hoy y mañana —comenta, haciendo que la pelirroja sonría—. Visita a tu abuelita y a tus amigas.

—Gracias.

Edgar la acompaña de regreso a la base y luego se despiden, Catalina corre hacia su habitación para buscar su celular y llamar a su abuela. Pero algo llama su atención. Simón está tirado en su cama y parece molesto, eso debido a que está rodeado por hielo.

—¿Todo bien? —le pregunta a Isabella. La rubia está sentada junto a la cama y le da una tímida sonrisa.

—Alguien no quiere entrenar con su instructor.

—¿Por qué? No puedes desperdiciar así estos cursos especiales —lo regaña Catalina, aunque no se acerca a la pareja debido al frío. Mantener la distancia es la mejor opción.

—No me interesa —responde el castaño.

―Ha estado así la última semana —comenta Isabella. La pelirroja suspira para luego despedirse de ambos, pues quiere visitar a su abuelita inmediatamente.

Cuando están solos nuevamente Simón siente la mano de la rubia peinar su cabello, ella sonríe ya que no puede evitarlo.

—Es tan caliente ―comenta para un segundo después notar que sonó muy mal.

—Puedo estar mucho más caliente —le dice al sentarse en la cama. Isabella entra en pánico y comienza a evaporar, cosa que la hace ver adorable a los ojos de Simón―. ¿Qué haces aquí? ¿Y tu entrenamiento?

―Mis padres pagaron por el instructor, me enseña patinaje sobre hielo —contesta para luego cruzarse de brazos—. Es una mierda. Entiendo que quieran cuidarme pero... El día de nuestro bautismo de fuego fue muy frenético, me sentí que podía hacer cualquier cosa. Tuve miedo, me lastimé, usé mis poderes para algo útil y se sintió muy bien. Fue igual cuando detuvimos esa bola de fuego. Lo hicimos... yo hice eso.

―Si, eres increíble ―él le da una sonrisa para luego acunar su rostro con sus manos. Isabella siente la calidez de su piel y lo ve acercarse lentamente, sin embargo mira a un lado a pesar que le duela rechazarlo.

Simón se disculpa por haberse precipitado, pero ella niega con la cabeza rápidamente.

—¿Sabes por qué me gustas?

—Ja, ¿por dónde empiezo? Mis anteojos me quedan muy bien, tal vez sea por el lunar sexy de mi cara o mis ojos azules —presume, aunque frunce el ceño cuando ella niega todo.

―Porque no me tratas como alguien frágil. Tú, yo y Francisco detuvimos esa bola gigante de fuego con nuestros poderes unidos. Confiaste en mí y quiero que lo hagas otra vez ―él sólo se mantiene en silencio mientras la escucha hablar, temiendo la dirección que la charla está tomando―. Si confías puedes decirme a qué le tienes miedo, ¿es a tus poderes? —dice con cuidado y espera alguna reacción por parte del castaño.

Simón baja la mirada y se sacude un poco, un nudo se formó en su garganta y no puede contener los temblores de su cuerpo.

―Yo... Q-Quería empezar d-de cero... Borrar lo que e-estaba mal ―su voz se quiebra, entonces Isabella levanta su mirada. Las lágrimas cálidas no se congelan, sino que derrite la escarcha de sus manos. De repente él la abraza y lo escucha soltar sollozos contra su hombro.

—Puedes soltar todo —murmura al rodearlo con sus brazos―. Está bien, está bien.

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