Capítulo 5: El amor del girasol
En aquellos días en los que no sabía nada, probablemente a causa de mi propia ignorancia, yo era feliz.
Además de saciar las necesidades de su carne, mi príncipe tenía la costumbre de dar largos paseos por su bosque conmigo.
Yo doraba esos paseos, porque amaba el bosque y cada punto en él al que se dirigían mis ojos era exponencialmente embellecido por la silueta del príncipe en él.
Durante esos paseos vivía una fantasía.
Entonces no era el príncipe y yo no era su esclava, solo éramos dos personas oliendo las flores.
Aquel día en particular, mientras almorzábamos sentados en un manto extendido junto al arroyo, me quito el pañuelo que yo usaba en la cabeza como solía hacer a nuestro encuentro, luego me preguntó:
—¿Te gustaron los vestidos que te mande? —solía enviarme vestidos modestos a mis aposentos como el que vestía esa tarde.
Aquellas eran las primeras prendas que podía llamar mías. Incluso me envió con el zapatero para que me hiciera 3 pares de botas y dos de zapatos de campo.
Eran hermosos, pero yo no me consideraba digna de ellos. Solo los usaba porque él ordenó que tiraran la ropa con la que llegué.
—Me gustan—respondí en timidez—, pero son demasiado para mí.
—¿Por qué dices eso?
Mostré el largo de mi manga para que lo contemplara.
—Usar telas tan finas para hacer un vestido tan austero es un desperdicio.
—¿Quieres vestidos finos? —preguntó extrañado.
—No—sonreí medio burlona, Cuando la tormenta de sus ojos se dirigió a mí, suprimí la risa —. Me refiero a que debería usar mantas y trapos gastados para vestirme, no estas telas.
—¿Cómo puedes decir eso? En lo personal, creo que la seda es lo mejor que hay.
—Por eso mismo. Su majestad, la seda, es demasiado cara para desperdiciarla en hacer vestidos para una esclava.
—Qué tontería—se quejó—. Deberías acostumbrarte a la seda.
—Como ordene.
—No es que lo ordene, María—su pesadez aumentó—. Es que debería gustarte. Intento mimarte.
—¿Mimarme? ¿Con qué fin? —me miró y suspiró.
—Mientras más hablamos, menos puedo entenderte.
—Lo lamento mucho—me cohibí.
—¿Por qué?
—Por ser tan difícil de entender.
—No tienes que disculparte por todo.
A decir verdad, yo tampoco entendía del todo a mi príncipe.
Había muchos momentos en los que solo se quedaba en silencio viendo al sol. No me atrevía a preguntarle en qué pensaba en ese entonces, pero su mirada siempre era melancólica.
—María—me llamó de repente mientras el sol amenazaba con ocultarse—, ¿Cuál es tu flor favorita?
Lo reflexioné un segundo como si aquella pregunta tuviese una respuesta correcta y por ende muchas incorrectas.
—Girasoles—respondí al observar como estos se iban cerrando.
—¿Girasol? ¿No es una flor muy simple?
—Lo es. Es simple, pero, a su vez, el girasol es la flor que más recibe la luz del sol, ¿sabía eso?
—No. No lo sabía. ¿Cómo es que sabes algo que yo no?
—Lo siento—agaché la cabeza como un reflejo de mi infancia. Luego recordé que mi príncipe no solía azotar a sus esclavos—. Mi madre lo decía cuando era niña.
—¿Qué decía?
—Ella decía que el girasol era la flor favorita del sol y que por eso a ella le daba toda su luz y al resto apenas la que sobraba. Por eso el girasol crece tan rápido a comparación del resto. Por el apoyo del sol.
—Ya veo. ¿Y por qué será? ¿Por qué el poderoso sol pone toda su atención en una flor tan sencilla?
—De niña yo pensaba...—expliqué en voz baja— que estaban enamorados.
—¿Enamorados?
—Sí. Yo suponía que, era porque el girasol es la flor que más se parece a él. A pesar de su sencillez, es grande, amarilla y brillante, justo como el sol.
"Entonces el poderoso sol un día vio a aquella solitaria e insignificante flor y de algún modo, vio su propio reflejo en ella. Pero el sol tiene la obligación de darle su luz a todas las flores, así que les da lo que debe guardando siempre la mayor parte para su amada.
"A su vez, el girasol debió enamorarse de toda esa luz. Por eso sigue siempre al sol y al perderlo de vista decae con su ausencia. Y gracias a toda esa luz es que el girasol crece y crece y crece, esperando algún día alcanzar al sol.
"Como la vida no le alcanza para llegar a él, se seca y perece en el viento que probablemente, en complicidad de estos dos enamorados, eleva los restos de la flor hasta su amado, mientras las semillas que va dejando en el mundo germinan comenzando de nuevo el ciclo eterno de su amor.
—Vaya. Es la mejor explicación de porque le gusta una flor a una mujer que jamás he escuchado.
—¿Tiene alguna flor favorita?, mi lord.
Giro su rostro y se agachó a la derecha, entonces arrancó una pequeña dalia roja del suelo y la puso en mi oreja.
—Me gustará cualquier flor que lleves tú—dijo acariciando mi mejilla.
A penas tenía decir cualquier cosa que demostrase afecto hacia mí para provocar un huracán dentro de mi pecho que envolvía y revolvía mi corazón.
—Y —agregó soltando mi mejilla—, ¿Qué paso con tu madre?
Aquel recuerdo nublo el brillo que había nacido en mi mirada.
—La apedrearon por darme a luz fuera del matrimonio. Una de las rocas impacto en su cabeza y murió en el acto.
—Lo siento—que mi príncipe se disculpara conmigo, solo me convencía más de que no había diferencias entre nosotros para su corazón—, no debí preguntar.
—Está bien —tomé su mano en la mía—, puede preguntar lo que deseé.
—A pesar de todo lo que has pasado, aun eres de ese tipo de personas que ve el mundo mucho más hermoso de lo que realmente es.
—Perdone, es porque soy ignorante, su majestad—Sé que no es como piensa. Pero en ese entonces, me sentía tan pequeña cuando suponía que mi príncipe podría estarme comparando con las mujeres de mundo que conocía.
—Está bien. Es una visión inocente, me gustaría encontrarme con eso más a menudo. Dime, esas cosas que sueles decir, ¿las escribes?
—No. Yo no sé escribir, señor.
—¿Qué? —preguntó impactado.
—El varón decía que las mujeres no debían saber más que los hombres que iban a desposarlas, que el conocimiento les restaba atractivo, así que, nunca permitió que la institutriz enseñase a leer a la señorita Isabella. Espiarlas era mi única forma de aprender, por lo que no tuve oportunidad.
"Además, me castigaron con ellos la vez que intenté tomar los libros.
—¿Cómo te castigaron con libros?
—Me hicieron extender mis dedos en el suelo y los apilaron todos sobre mis manos. Dejaron que me presionaran las yemas durante toda la noche para que entendiera que yo nunca iba a ser capaz de cargar con el peso de los libros.
—¿Cuántos años tenías cuando te hicieron eso? —preguntó en cólera.
—Ocho.
—Maldita sea—chistó.
—Lamentó haberlo molestado.
—No tienes que disculparte por cosas que no son culpa tuya—su cólera no disminuyó—. Tu padre es un mal hombre. Me bastó una cena con él para saberlo. Pero no te preocupes, a todo tirano le llega su castigo.
No sabía que quería decir con eso.
—¿Cómo supo... que el varón es mi padre, majestad?
—Envié a Noom a preguntar en el pueblo por ti. Me dio suficiente información para saber que tenía que sacarte de esa casa cuanto antes.
—Se lo agradezco mucho—sonreí ocultando mi rostro.
—¿En serio? —mi príncipe se posó entonces delante de mí, apoyándose sobre sus manos en el manto que habíamos tendido en el piso —¿Qué tanto?
Gateo al grado en que yo me recostaba en el manto hasta que su cabeza quedo frente a la mía.
—Mi vida es suya, señor.
—¿Solo tu vida? —tomó mi mano aun con el temblor de mi cuerpo y beso mis dedos—¿Tu alma acaso no es mía?
—Primero suya y luego de dios.
—¿No es pecado eso, María?
—Vivo en el pecado desde el día que lo conocí.
—¿Por qué dices eso? ¿Por lo que hacemos de noche?
—No, señor. Yo peco no solo con el cuerpo, sino también con el pensamiento.
—Cuéntame— propuso con su voz suave y me acaricio los labios—, ¿Cuáles son tus pensamientos? Si son pecaminosos, entonces dámelos. Danzaremos juntos en el infierno.
—He pensado, mi príncipe, que, si pudiera desear tener algo en vida, lo querría a usted.
—¿A mí?
—Sí. Le confieso que soy una esclava que desea a su amo, una que nunca ha tenido nada y ahora anhela adueñarse de un príncipe.
—¿Quieres a un príncipe porque es un príncipe? O es que...
—Es porque es usted, mi príncipe. Al único a quien quiero es a usted—mi príncipe sonrió complacido.
En el roció de la noche escuché el eco del retumbar de mi corazón, sus ojos de tormenta provocaban en mis los estruendos que anunciaban los truenos en mi pecho. Pero al contemplar su brillante piel bajo la luna, un recuerdo me llenó de frío el estómago cuando recibí el sutil roce de sus labios en mi cuello.
—¿Aquí? —le pregunté con voz temblorosa mientras metía su rodilla entre mis piernas.
—¿No quieres? —murmulló tan cerca de mi oído que su aliento se adentró en mis tímpanos —¿te negaras a tu príncipe?
—Podrían vernos.
—Mis guardias custodian el bosque. Nadie va a entrar en el —beso mi mejilla con la confianza que solía hacerlo. Pero debió notar la rigidez de mi piel—. ¿Aun así te incomoda?
—Discúlpeme. No es que me niegue, pero...
—Está bien. Puedes negarte— se echó a un lado y después se puso de pie.
Apenas iba a decir algo cuando me ofreció su mano para levantarme. Es tan impropio que un príncipe haga eso con una esclava.
—Pero si el problema es ese—volvió a murmullar en mi oído—, vamos a tus aposentos.
Como a todos sus deseos, obedecí sin dudarlo.
En la luz y calidez de las velas, valiéndose de besos en la piel que iba descubriendo, comenzando por mi cuello y descendiendo por mi hombro sin detenerse a lo largo de la línea de mi espalda, mi príncipe me despojó del vestido que me dio.
Entre las sabanas blancas y las pieles de oso que ordenó para mi habitación, me recostó desnuda.
Mi cuerpo, magullado y marcado por la crueldad de los años, le seguía pareciendo un deleite a sus ojos.
Y el suyo, mostrando el vientre marcado y los músculos anchos al despojarse de la camisa, era un banquete para mi vista.
El besaba mis labios con la pasión con la que se arraiga a la tierra una flor y me recorría dibujándome la silueta con el filo de su lengua.
Provocaba el hervor de mi estómago cuando se detenía en mis senos y los lamía y chupaba como el más delicioso fruto.
Sus manos no se quedaban quietas, acariciaban todo el contorno a su alcance y usaba primero los dedos para adentrarse entre mis piernas.
Mi príncipe me había convertido en una adicta ansiosa por degustar también el sabor de su piel cuando me dejaba besar su cuello, su pecho, sus brazos.
Motivados por la ilusión de la noche, nos volvíamos uno y el placer que sentía yo cuando empujaba sus caderas para atravesar mi entrada me arrastraba sin piedad alguna hasta los remotos confines de nuestro pecado, porque bien dicho es que el camino al infierno se parece bastante al paraíso.
Una vida de pena era casi compensada por aquellas noches de infinita dicha.
Aquellas en las que me engañaba mi cuerpo y me juraba que él era mío.
Aquellas efímeras veladas que terminaban siempre con su esencia, llenando mi ser y posteriormente, sus brazos rodeando mi cuerpo, atrapando en ellos también mi alma y terminaban al amanecer, cuando el despiadado sol me golpeaba con sus rayos y me traía de vuelta a la realidad.
La realidad en la que él se marchaba y no volvía a verlo hasta el atardecer.
En aquellas horas, mi cordura luchaba constantemente con un pensamiento que terminaba por volverse una tortura.
Como las horas de la noche las pasaba conmigo, me preguntaba si acaso pasaría alguna durante el día con la entonces princesa Isabella.
Sabía que mi sol tenía una obligación con la corona y esa era la de darle hijos de su esposa. Mientras yo bebía un té especial para que la semilla de su pasión no germinara dentro de mi vientre, pues el hijo de una esclava estaba condenado a ser también esclavo.
A su causa, en ese entonces no pensaba en tener hijos. Solo me perturbaba saberlo más de ella que mío.
Mi devoción a mi príncipe llegaba al egoísmo y la codicia, pues yo no quería compartir su luz con ella ni con nadie.
Quería que el príncipe Alister fuese solo para mí. Así que, la idea de que quizás estaba con ella y replicaba sobre su cuerpo el tacto que le había dedicado al mío me era insoportable.
Por eso siempre trataba de hacer labores que no me eran asignadas, como fregar pisos y hacer la merienda.
Para mantener mi mente ocupada, para que el demonio de la envidia no me atormentase al recordarme que su esposa era ella y que, en dado caso, la que no tenía derecho sobre él era yo.
Eso hasta aquella noche que reposaba desnuda entre sus brazos y ambos estábamos cubiertos con la piel de oso. Él me acariciaba la espalda y yo mantenía mi mejilla contra su pecho cuando me lo dijo:
—María, en unos días partiré a una campaña para defender nuestro reino en tierras lejanas.
—Majestad, su ausencia torturará mi alma—respondí sin apartarme dé su calor—. Sé que ir es su deber, pero le suplico que regrese con bien, pues sepa usted que en su espíritu se lleva mi corazón.
—Haré lo posible. Noom va a quedarse, es más un hombre de letras que de la espada. Así que, durante ese lapso, quiero que uses tu tiempo libre con él y que aprendas a leer.
—¿A leer?
—¿A caso no quieres?
—Sería un sueño para mí saber leer. Pero, ¿Cómo ese conocimiento en mí será útil para usted?
—Si dios lo quiere volveré pronto a ti. Para entonces, espero que te conviertas en una mujer culta, educada y sabía. Y todo eso lo aprenderás en los libros.
—Haré todo lo que esté en mí para lograrlo, mi señor.
—También espero que para entonces hayas aprendido a mantener la cabeza alta.
—¿A qué se refiere?
—Necesito que seas una mujer más determinada de lo que eres ahora y mucho más fuerte lo que has sido, pese a que sé que lo has hecho muy bien manteniéndote viva hasta este punto, ahora necesito que te conviertas en una mujer diferente.
—¿Qué mujer es esa? Mi lord.
—La mujer que yo veo en ti que constantemente se oculta al agachar tu cabeza al piso y que los demás no pueden ver, pues la cubres con ese acto y con ese trapo en tu cabeza.
—Lo siento, aún no puedo entenderlo. ¿Qué tipo de mujer es la que usted busca en mí?
Me levanto del mentón y me miro a los ojos.
—Es una mujer que tú tienes que buscar en ti. La mujer que sé que eres—sonrió y agregó—. Una mujer digna de un príncipe.
Aunque asentí para complacerlo, no lo entendí.
Para entenderlo me faltaba vivir tantas cosas.
Tantos acontecimientos tan amargos.
El primero de ellos se maquinó en la cabeza de mi hermana cuando la sirvienta Josefa, que se había vuelto leal a ella, le confesó el nombre de la mujer que se rumoraba en la mansión era la amante de su esposo.
Al escuchar aquel nombre tan conocido para ella, Isabella barrio con sus cosméticos y los arrojó al suelo.
Probablemente, su plan comenzó ahí. Su plan de venganza.
Para ejecutarlo, solo esperó la partida de mi príncipe.
El infierno no lo conocería a mi muerte. El infierno comenzaría cuando me lo mostrase Isabella.
Notas del autor:
Hola, soy la autora pidiendo una disculpa por entregar tan tarde el capitulo.
La verdad es que esta historia me cuesta un poco porque necesito mucha inspiración para ponerme en los zapatos de María y expresarme como lo haría ella.
Sin embargo, he logrado sacarlo al fin :L
Les agradezco mucho la espera y ojala hayan disfrutado este capitulo, como siempre, espero que al menos lo suficiente para tenerlos aquí la próxima semana, esperemos que mas temprano XD.
Soy shixxen y me despido, no sin antes desearte una linda semana. CiaoBye.
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