Capítulo 14: La pena de un príncipe
Mientras me subían al carruaje, mi príncipe me puso la mano en la pierna sobre los harapos y yo encontré en sus ojos de cielo tormentoso, el punzante dolor de la pena.
Mi príncipe sentía lastima por mí. Eso me dio un impulso casi insoportable por volver a llorar.
—María—susurró con una voz que no había cambiado en lo absoluto desde la última vez que lo vi que, sin embargo, sonaba ahora mucho mas varonil—, ¿hay algo en ese lugar que quieras llevarte?
—Desearía dejar hasta mis recuerdos—respondí con las pocas fuerzas de mi pecho.
Él asintió desviando de mí su mirada. Ese acto me rompió el corazón, yo la necesitaba, la tormenta de sus ojos posada sobre mí, la necesitaba para vivir.
—Príncipe—lo llamé en una súplica—, por favor, no aparte sus ojos de mí—, cogí el valor para tocar su mejilla a lo que me vio pasmado—, el saber que está observándome es lo único que pone en mi la presión que necesito para no desmoronarme con el viento. Entiendo que mi aspecto actual sea lamentable para usted...
—¿Lamentable? —preguntó incrédulo—¿Quién se atreve a decir tal cosa sobre ti?, ¿No lo entiendes acaso? Yo jamás me atrevería a verte con lastima. No aparto de ti mis ojos hundidos en la pena, en cambio, lo hago en la vergüenza.
—¿Vergüenza? ¿De qué?
—¿Lo preguntas? ¿No es obvio para tus ojos, mi dulce doncella, que todo esto es mi culpa?
—¿Su culpa?
—Claro. ¿Quién si no le dio a la princesa Isabella el poder para atentar en tu contra solo porque la subestimo y pensó que no se atrevería a dañar a su propia hermana? Pero ¿Por qué no? Si todos saben que es la mujer que comparte el lecho con su marido. ¿Quién si no te ha puesto en su mira al convertirte en el objeto de su lujuria? Por mi egoísmo, por ceder a mis instintos primarios, te convirtieron en su venganza contra mi propia crueldad.
"Si hubiera sido más osado y me hubiese entregado desde el principio a amarte, ni siquiera me habría casado con ella, te habría llevado conmigo a mi mansión como quería hacerlo y nadie se habría atrevido siquiera a acusarme.
"Pero, he sido un cobarde. Tomé como siempre la decisión que me acercaba más a la corona en lugar de cumplir el deseo de mi corazón y este es el resultado. Como siempre, siendo los inocentes los que pagan el precio del pecado.
—¿Inocente me llama, mi lord? —repuse ofendida—. No lo acepto, no lo acepte contra Isabella y me rehusó a aceptarlo contra usted. Ser quien comparte su lecho y vive de su amor, no ha sido si no decisión mía.
"No permitiré que me quite lo único que me libera de mi título de esclava, que no es otra cosa que mi voluntad. Y mi voluntad es y siempre ha sido, servir a su majestad en nombre de mi amor, no en nombre de su título o el mío.
"Se que es injusto, como otros no han tenido que pagar nada por su libertad y ha sido tan caro el precio de la mía, sin embargo, después de pagarlo todo, me niego a renunciar a ella.
"Así que no me quite, señor, la responsabilidad que carga esa libertad. Si va a llamarlo pecado, llámelo un pecado conjunto, porque yo elegí, mi príncipe, compartir el lecho con el marido de mi hermana.
El desgarrador grito de la tortura emitida sobre Gilbert cruzo el bosque hasta nosotros interrumpiendo nuestra charla.
Hasta ese día, no tenía idea de los limites de la furia del príncipe Alister, ni lo despiadado que podía ser al ejecutar sus venganzas. Sin embargo, para él era tan común escuchar gritos como esos que no pareció importunado en lo absoluto.
Él solo se giró con el rostro endurecido, llamo a uno de los guardias y le dijo:
—Que lo lleven más profundo en el bosque. Si pasa un transeúnte, que no pueda oírlo.
—Como ordene, príncipe—el guardia hizo una reverencia y se fue.
Mi príncipe volvió su vista a mí y recupero en un par de pestañeos, la amabilidad de su mirada.
Él subió entonces al carruaje.
—Sera mejor irnos—me dijo sentándose a mi lado —va a caer la fría noche—. Noom se acerco a la puerta—. Viajaras con la señora Francisca esta vez, Noom—le advirtió mi príncipe sin mirarlo.
—Su majestad—lo reverenció—, solo quería recordarle que la señorita María podría encontrarse muy cansada esta noche. Necesitara reposo para sanar su cuerpo y su espíritu.
Su insinuación provoco el bochorno en mis mejillas.
—Ya lo sé—le respondió en fastidio—. Tranquilo, no le hare nada, solo quiero viajar con ella. No soy un animal.
—Buen viaje, entonces—dijo antes de irse al otro carruaje.
Pasamos un rato en silencio mientras los caballos iniciaban su galope.
Estar de nuevo tan cerca de mi príncipe, en el tibio aire de nuestra soledad compartida, sabiendo que la amenaza llamada "Gilbert" ya no existía más.
Aunque mi cuerpo estaba tranquilo, mi corazón no lograba encontrar la calma. Era como si el desdichado enloqueciera a causa de la desesperación de su inconcedido anhelo por salirse de mi cuerpo para vivir junto al corazón del príncipe Alister.
—María—dijo mi nombre en el silencio de la noche y su voz me pareció claramente, la voz de la penumbra que a compaña la luna—, por favor perdóname—susurró al vacío de nuestra distancia, lo busqué con la mirada y lo encontré en el tacto de sus dedos al meter su mano tras mi espalda para abrazarme por la cintura pegándome hasta su cuerpo—, por mi descuido has sufrido.
Después me dio un ligero beso en el hombro con el que yo le hubiese perdonado no un pecado, si no la biblia entera.
—No tengo resentimiento alguno contra usted, mi príncipe—le respondí mientras el calor de su aliento inundaba todo el espacio dentro del carruaje—, por el contrario, cuando lo pienso, solo encuentro cosas por las cuales agradecer.
—¿Cómo cuáles? —esa traviesa sonrisa de demonio saboreando el alma de su victima inicio en mí la flama del deseo que se convertiría en el infierno al que planeaba llevarme.
—Su sonrisa—mi confesión golpeo su frente como un martillo y convirtió su sonrisa en un gesto boquiabierto—, su mirada, su aroma, su voz. Todo lo que es mi príncipe en el mundo, todo lo agradezco con infinito regocijo por su existencia.
El tono de sus mejillas comenzó a parecerse tanto a su cabello. Estaba, sinceramente, impresionada de que ese rostro que pareció ser, hace solo unos momentos, el rostro del mismo lucifer, en ese entonces se parecía más al de un querubín.
—¿Y mis besos? —me propuso mientras acercaba sin inhibiciones sus labios a mi boca—, ¿agradeces esos?
—Agradezco cada beso que recibo de su usted y a cada termino ansió el siguiente.
—No digas eso, que me pasaría la vida entera besándote, María.
—Y nada en mí se negaría.
Y así, nuestros labios se encontraron y nuestros corazones iniciaron una danza que nos inundó de un dicha compartida, tan abrazadora que, llevo a las cenizas el dolor de nuestra separación.
Me beso una y otra vez durante todo el camino hasta que llegamos a una posada en el pueblo.
Sabiendo que al fin estaba dejando tras mi paso mis penurias, camine de la mano de mi príncipe a la entrada del recinto sin saber la sorpresa que el hombre de mis anhelos había preparado para mí en aquel sitio.
Misma que se mostró aun más impaciente que yo, pues solo había dado un par de pasos en el camino rocoso cuando la puerta se abrió en toda su extensión dejando salir a mi verdadera hermana de su interior.
Vino hacia mí corriendo, mientras sus cabellos rojizos saltaban al viento y me abrazo con tanta fuerza que rompió la barrera que había puesto sobre mis ojos para no romper el llanto, haciendo que este se desbordara de mis ojos justo como cuando se rompe una presa.
—María—exclamó en el encuentro de sus manos tras mi espalda—, al fin llegaste.
—Eugenia—dije su nombre y este en mis labios los levanto como por cuerdas formando así una sonrisa mientras correspondía a su abrazo.
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