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Eran las cinco y media de una fría mañana de diciembre, una chica de largos cabellos castaños se levantó de su cama de dosel rojo escarlata; con esos detalles en dorados que tanto amaba. Estar en esa habitación le daba vida. El sol todavía no aparecía por el horizonte. Se encamino hacia el baño, su pijama arrugado era un claro ejemplo de las terribles pesadillas que había sufrido durante la pasada noche. Ya se habían hecho frecuentes en ese último tiempo, específicamente desde que había abordado en el hermoso tren color carmesí en camino a su hogar, el pasado primero de septiembre.
Tan solo el pisar la estación de King's Cross la llenaba de felicidad. Pasear por el callejón Diaggón le transmitía una paz y satisfacción indescriptibles.
Su melena, ya de por si inflada, estaba revuelta y desordenada.
En menos de diez minutos logro bañarse, cambiarse y ordenar su cabello todo lo que podía; ya que el frío y la humedad no le ayudaban en nada a mantener esos rizos, ligeramente pronunciados, en su lugar.
Sin embargo, y a pesar de sus recurrentes pesadillas, no podía centrarse en nada ese día. Su mente no dejaba de desvariar en su propio mundo; ese que ella había creado para protegerse. Para sentirse segura de todo, para tener un lugar al cual huir si las cosas en la realidad en la que su cuerpo se encontraba se complicaban. Pero ese día no se encontraba allí para huir, ni para resguardarse de un peligro mayor. No, se encontraba allí porque se sentía abatida, dolida, decepcionada. Todo lo que El simbolizaba no valía nada en estos momentos.
Su mente choco con la realidad en el segundo en el que su reloj marco las seis am. Ya era hora de comenzar con las rondas y ella seguía enfrascada en su mundo. Tomo su varita y la guardo en su túnica. Mientras bajaba las escaleras en camino a su sala común, tuvo un extraño presentimiento, como si de un peligro se tratase. Sacudió su cabeza y continuó como si ese episodio no hubiese ocurrido. Ya tenía suficientes problemas por un día, y no quería terminar enfermándose por pensar demasiado en cosas que le hacían daño.
Su mañana comenzaba como todas las otras. Se encamino hacia la salida que daba a la cabaña de Hagrid y camino por el pequeño empedrado. El viento del sur y el ligero olor a sal en el ambiente le decía que una tormenta se aproximaba. En esos días las lluvias seguían siendo de agua y no de nieve, pero ella sabía que eso no duraría mucho. A lo lejos logro divisar una imagen nítida del semigigante. Sonrió, ese espécimen la hacía sentir feliz, la hacía sentir menos sola. Todo en esa pequeña cabaña a las orillas del bosque la transportaba a una época feliz en su vida. Antes de que todo empezara.
No hacía falta que ella pronunciara una sola palabra; el amable semigigante predecía como se sentía en esos momentos tan solo con verla. Su forma de andar siempre era diferente a la de los demás. Jade nunca se mostraba cabizbaja; su andar era elegante, llena de alegría y esperanza. Nada podía hacerla infeliz; o al menos eso quería demostrar.
A decir verdad Hagrid conocía a esa muchacha tan bien como conocía a Fluffy. Mejor que a el mismo. Ella siempre demostraba felicidad y seguridad, además de un completo control en las situaciones complejas y peligrosas que se le solían presentar. Pero la realidad era otra. Jade no era más que una niña. Insegura y frágil; pero con la confianza de un león. Era alegre y delicada, además de gentil y respetuosa; como toda niña debía de ser. Su pasado vivía atormentándola y en vez de lamentarse o victimarse, se armaba de valor y enfrentaba todo lo que se le cruzara.
El semigigante la había visto crecer y madurar y le había tomado un cariño especial a la pequeña. Y así como la quería, la conocía. También cabía destacar que Jade no era como las chicas normales del mundo mágico. No solo era una de las mejores magas que Hagrid alguna vez vio. Sino que, también tenía varios talentos especiales entre los magos comunes. En resumen, el pequeño retoño que él había visto madurar era una rareza entre las rarezas.
Jade era la extraña y peculiar heredera de una serie de poderes provenientes de su linaje. Era la hija de dos magos descendientes de familias muy poderosas en el mundo mágico. Su padre, fue un mago irlandés con sangre nórdica y londinense; de él Jade había heredado el poder de la Legeremancia y la Oclumancia. Su madre, por otro lado, era una francesa de padres islámicos e italianos; por parte de su madre Jade tenía el gen de los Metamorfomagos.
Al reunir todas las características mágicas provenientes de sus padres, Erini (como solía llamarla la pequeña Luna Lovegood), era la maga más poderosa que Hagrid había visto en mucho tiempo. No solo tenía la capacidad de engañar a las personas físicamente sino que también mentalmente. Y, a pesar de su corta edad, había aprendido a manejar perfectamente sus habilidades mágicas. Tanto fue así, que podía realizar hechizos complejos sin pronunciarlos desde su segundo año en Hogwarts.
Se acercó a la niña y le regalo una de sus tantas sonrisas.- Hermoso día ¿no Jade?- dijo el sonriente.
-Debo de admitir Hagrid, que el día es terrible. El clima es de lo peor para realizar las rondas en el bosque- ella le devuelve la sonrisa- Pero es el día perfecto para despejar ideas, y de ese modo, realizar mejor mi trabajo. Al fin y al cabo ese es mi deber ¿no?- Dice con su vista clavada en un punto fijo atrás de él. En algún lugar del tenebroso bosque.
El semigigante sonríe más ampliamente al recordar cómo era la niña en su primer año en ese castillo y como había madurado desde entonces. Casi todos los alumnos del colegio Hogwarts de magia y hechicería le temían al retorcido y misterioso terreno que protegía el castillo de lo muggles. Incluso muchos de los profesores que vivían en el mismo, evitaban internarse en este por miedo a sufrir heridas innecesarias. Pero ellos no, tanto Hagrid como Jade veían la belleza en el oscuro y aterrador bosque que intimidaba hasta al más valiente de los magos.
-¿Que me han enviado a buscar hoy Hagrid?- dice ella sin apartar la mirada de donde la había fijado hace tan solo unos instantes, pero ladeando la cabeza hacia el para darle a entender que lo estaba oyendo.
Él se voltea para intentar divisar que la tenía tan alerta-Nada muy difícil de encontrar...- se vuelve a voltear, ahora mirándola- ...solo un poco de acónito, y...- vuelve a voltearse- y... también...asfódelo y... ¿jade?- pregunta un poco preocupado
-¿sí?- responde mirándolo fijamente
- ¿te sientes bien?- pregunta ya un poco nervioso
-si perfecta- ojala fuera cierto-bien. Nos vemos en un par de horas- responde toma la lista de las manos extendidas de Hagrid y se transforma en una lechuza tan blanca como la nieve. Solo concéntrate ya no pienses en Él.
Y de esa manera comienza su mañana internándose en los peligrosos terrenos del inmenso bosque que tenía delante. Sin embargo, Jade estaba tan inmersa en sus pensamientos que no advirtió la presencia de un ser que la observaba con admiración y deseo.
-Juro que te tendré Jade- lo juro. Se repitió para sí. Y tan rápido e inadvertido como llego, se fue.
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Primer capitulo. Comenten mis errores. Sus concejos son bien recibidos. Acepto sugerencias para mejores títulos.
Hermione Black.
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