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30: Nuevo inicio







El ambiente festivo inundaba la sala, con las luces del árbol parpadeando y el aroma de las galletas recién horneadas entremezclándose con la suave fragancia de la vela de pino. A pesar de la aparente alegría, Mikasa permanecía en el sofá, sosteniendo una taza de chocolate caliente, observando con nostalgia a través de la ventana. A su lado, su madre compartía anécdotas con Hange, señalando lo travieso que solía ser Levi de pequeño y expresando la esperanza de que su nieto fuera más tranquilo. A pesar de la atmósfera festiva, un nudo en el estómago de Mikasa delataba sus pensamientos: la ausencia de alguien a quien extrañaba. Desearía estar junto a él.

Cuando Levi anunció que la cena estaba lista, todos se dirigieron a la enorme mesa. Mikasa jugueteaba con los cubiertos, sumida en sus propios pensamientos. Levi notó la tristeza en los ojos de su hermana menor y extendió la mano para tomar la de la chica, dándole un suave apretón.

– ¿Está todo bien, Mikasa? –preguntó con preocupación.

–Sí, solo estoy un poco nostálgica... extraño a papá –confesó Mikasa, desviando la mirada hacia el árbol de Navidad.

–Y a Eren –añadió Hange con una sonrisa traviesa en los labios.

El rostro de Mikasa se tiñó de carmesí.

– ¿Qué? ¡No! Por supuesto que no.

No debería estar pensando en él. Cuando Eren decidió irse de gira, acordaron darse un tiempo. Mikasa supuestamente debía resolver sus sentimientos hacia él, pero parecía que ya lo estaba haciendo: lo extrañaba, lo amaba y lo necesitaba a su lado. Casi se arrepintió de haberlo animado a ir en esa estúpida gira.

Hange parecía querer contradecir las palabras de su cuñada, pero Levi le dio un suave golpe en el brazo y negó, indicándole que su hermanita menor estaba sensible y que no debía presionarla. La castaña rodó los ojos y se encogió de hombros.

–Mika, sé que lo extrañas –aseguró Levi acariciando los dedos de su hermana, y por su mirada, Mikasa notó que no se refería exactamente a su padre–. Pero es Navidad y estamos para ti, siempre, ¿entendido? Pronto volverá y estará a tu lado.

Mikasa mordió su labio inferior.

¿Cómo explicarle a su hermano la decisión que ella y Eren habían tomado? Se suponía que debían estar separados, que no era saludable permanecer juntos, sin embargo, lo extrañaba tanto que la tormenta de no poder hablar con él –porque se había jurado resistir la tentación de llamarlo–, la estaba martirizando.

–Sí, tienes razón –dijo al final la pelinegra y el resto de la cena transcurrió con un silencio bastante cómodo.

Al finalizar, Levi recogió todos los trastes, y Mikasa le ayudó a enjuagarlos mientras Hange y la madre de los chicos volvían a charlar emocionadas sobre la próxima llegada del bebé. A Hange le quedaban menos de dos meses de embarazo, y el ambiente familiar estaba lleno de emoción. Una vez que la pelinegra terminó de organizar la cocina, se reunió en la sala con los demás. Levi palmeó el sofá donde estaba sentado con su esposa, y Mikasa no dudó en sentarse al lado de su hermano mayor, apoyando su cabeza en su hombro. Hange, tratando de añadir un toque de tranquilidad a la evidente tristeza de Mikasa, le dedicó una suave sonrisa.

–Mikki, ¿qué te parece si nos distraemos con algunos juegos de Navidad? ¡Seguro será divertido!

La pelinegra intentó devolverle la sonrisa, pero su desánimo persistía. No importaba cuánto intentara distraerse, su mente divagaba hacia él. ¿Qué estaría haciendo? ¿Estaba disfrutando? ¿Pensaría en ella tanto como ella en él? La idea de que Eren estuviera compartiendo el escenario con su padre le provocaba una mezcla de orgullo y nostalgia.

La pelinegra intentó concentrarse en la noche que su familia compartía entre risas y juegos, pero cuando se sintió demasiado agotada, se estiró como un gato.

–Creo que es mejor que mamá y yo nos vayamos ya –anunció Mikasa poniéndose en pie, y Levi la tomó de la mano.

–Sí, pero primero deberías abrir tu regalo.

– ¿Mi regalo? –preguntó Mikasa–. ¿No se supone que eso debería ser hasta mañana? ¿No van a ir a casa?

–Cierto –dijo el pelinegro–. Pero creo que te gustaría abrirlo hoy mismo.

Mikasa arqueó una ceja, confundida, pero se encogió de hombros mientras tomaba el pequeño sobre que su hermano le tendía. Estaba envuelto con elegancia.

–Espero que sea dinero –deseó Mikasa emocionada.

–Cariño, si necesitas algo, solo tienes que pedirlo –la reprendió Bianca con cariño.

Al destapar el paquete, Mikasa vio un sobre y arqueó una ceja; Levi rodó los ojos antes de observar el sobre con seriedad.

–Ábrelo, me amarás –ordenó. Mikasa resopló y rompió el sobrecito para sacar una pequeña hoja.

– ¿Una? –la pelinegra casi pareció decepcionada, pero Levi parecía impaciente porque ella leyera el contenido.

Mikasa rodó los ojos antes de que su boca se abriera de golpe.




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Por la presente hago constar que el señor Eren Jaeger, residente en la ciudad de Shinganshina y tras un estudio profundo respaldado con las pruebas suficientes, ha demostrado su completa competencia para obtener la custodia de su hermano mayor, Zeke Jaeger, quien se encuentra en situación de discapacidad física, mental y motora.

Asimismo, no está de más recordar que la casa perteneciente al matrimonio Jaeger permanecerá bajo la custodia y administración de la esposa del difunto.

Sin más que añadir, le deseamos la mejor de las suertes con la nueva responsabilidad.

Firma de abogados "Rose & Sina".





Mikasa dejó caer el papel antes de fijarse en su hermano. Los ojos grises de la chica se llenaron de lágrimas, negó antes de arrojarse en los brazos de Levi.

– ¿Eso quiere decir que...?

–Tu novio ya no tendrá hogar, es verdad. Vivirá como un vagabundo por las calles. Pero al menos tendrá a su hermano.

– ¡Idiota! –rezongó Mikasa, escondiendo su rostro en el cuello de su hermano, quien soltó una suave risita. Poniéndose de puntillas, besó la frente de su hermana menor.

–Armin y yo iremos mañana por el hermano de Eren. Se quedarán con él –explicó Levi.

– ¿Eren ya lo sabe?

–No, me pareció que tú serías la persona perfecta para indicárselo. Aunque seguramente será una bonita sorpresa después de la gira. No abras la boca antes, ¿entendido, mocosa?

Mikasa asintió sonriendo brillantemente y nuevamente abrazó a su hermano, que empezó a quejarse, intentando apartarla de su lado.









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La casa de Armin bullía con la anticipación del Año Nuevo. La sala deslumbraba con guirnaldas y destellos de luces que iluminaban la atmósfera festiva. La música resonaba suavemente, mientras las conversaciones llenaban el ambiente. Armin, Mikasa, Historia, Ymir, Jean, Pieck, Gabi, Sasha y Nicolo se reunieron con entusiasmo en la casa de Armin, cargados de esperanza y emoción.

Dentro de la sala, el anfitrión de la fiesta, Armin, se encontraba ocupado ajustando la configuración del televisor, asegurándose de que la transmisión del concierto final de Rose&Sina y Shingeki no Kyojin se viera perfecta. Mientras tanto, Historia e Ymir charlaban afectuosamente en el sofá. Sasha y Nicolo se encargaban de preparar las viandas y bebidas, mientras Jean y Pieck perseguían a Gabi, quien reía a carcajadas, escapando de sus padres.

Mikasa se movía de un lado a otro, organizando los últimos detalles. Sin embargo, su atención estaba dividida. Aunque quería unirse a sus amigos, Zeke, se mostraba demasiado inquieto y se negaba a dormirse, a pesar de los esfuerzos de Mikasa. Después de cuidarlo, intentando que se durmiera, Mikasa se encontraba abrazándolo, pero Zeke se resistía a conciliar el sueño.

—Vamos, Zeke, por favor, cariño. Quiero ver a tu hermano —suplicó Mikasa.

Zeke masticaba el brazo de su peluche con los ojos abiertos de par en par. Desesperada, Mikasa puso la música de Shingeki no Kyojin en su teléfono. Tras media hora, Zeke finalmente se durmió con una suave sonrisa en el rostro. Mikasa, al asegurarse de que no despertaría, salió apresuradamente de la habitación. Sin embargo, se dio cuenta de que se había perdido el espectáculo, y su padre ya estaba concluyendo el concierto.

Frustrada, Mikasa apretó los puños, y Armin, al notar su desilusión, le acarició el cabello.

—Lo siento, Mika...

—No hay problema —dijo Mikasa, aunque su expresión contradecía sus palabras.

—Bueno, es solo un concierto. Vendrán más. Además, debes estar harta de la música de tu padre —bromeó el rubio, pero Mikasa le miró con tristeza.

—Sí, pero quería ver a Eren antes del fin de año —musitó entristecida.

—De hecho, Mikasa, hay algo que debería decirte.

—No importa —repitió la pelinegra—. ¿Sabes? Solo... cuida de Zeke.

—¿A dónde vas? —preguntó Armin al notar que Mikasa tomaba su abrigo y la bufanda negra que le había dado Eren, encogiéndose de hombros.

—Voy a salir un rato.

—Pero, Mika, ya casi es medianoche y está helando.

—Lo sé... pero quiero estar sola.

—Mikasa, por favor.

—Armin... —Mikasa le tendió la mano a su mejor amigo, quien suspiró agotado y, tomando las llaves de su auto, se las enseñó.

—Deberías pedir un auto para fin de año —rezongó el rubio, depositando las llaves en la mano de su mejor amiga—. ¿Estás segura?

—Quiero salir. Llámame si Zeke necesita algo —pidió la pelinegra, y tras darle una suave sonrisa, salió de la casa de Armin.

Frustrada, Mikasa llevaba mucho tiempo sin hablar con Eren, y lo mínimo que deseaba era escuchar su preciosa voz, aunque fuera en el concierto. Ni siquiera había podido hacerlo. Totalmente deprimida, la chica tomó el auto de Armin y se dirigió por las calles nevadas hacia el bosque, alejándose de todo y de todos.

Mikasa se sentía envuelta en una melancolía que le oprimía el pecho mientras observaba los últimos minutos del año desvanecerse en el reloj del auto. La idea de enfrentar el inicio de un nuevo año sin la presencia reconfortante de Eren le resultaba abrumadora. Las luces de la ciudad quedaron atrás mientras la pelinegra conducía por las carreteras oscuras, acompañada solo por el susurro del viento y el tintinear lejano de los juegos artificiales.

Una vez llegó a su destino, Mikasa apagó el motor y salió del coche, permitiendo que el aire helado del bosque acariciara su rostro. Bajo el manto de las estrellas, Mikasa caminó entre los árboles, dejando que sus pensamientos se perdieran en la quietud del lugar. La brisa helada acariciaba su cabello mientras el resonar de sus botas pisando la nieve ya endurecida se percibía en el silencio del lugar.

Al llegar al claro, Mikasa se dejó caer al suelo sin importar que la nieve helada penetrara sus huesos. Finalmente, dejó que las lágrimas que había estado conteniendo se deslizaran por sus mejillas. Había sido su culpa. Ella había instado a Eren para que se fuera en aquella gira, y aunque sabía que era la mejor decisión, en aquel momento dolía demasiado tenerlo lejos. Le había confirmado algo que ella ya tenía claro: amaba a Eren con todo su ser, y sus sentimientos enredados eran más claros que nunca. Quizá no habían actuado de la forma más madura, quizás se habían hecho demasiado daño el uno al otro, y quizá no eran una buena pareja; de hecho, tal vez eran la peor pareja de todas. Pero lo amaba y quería estar a su lado.

El resplandor de la luna se filtraba a través de las ramas de los árboles, pintando de plata el paisaje helado en el que Mikasa se encontraba.

–Soy una estúpida –musitó entre sollozos, abrazando su cuerpo.

–Sí, de hecho, lo eres. Definitivamente no aprendes.

Mikasa dio un brinquito al escuchar aquella voz masculina acercarse y sus ojos empañados se abrieron de golpe al encontrarse con los de Eren.

– ¿Qué carajos...?

–Eres la más estúpida que conozco, tonta e impulsiva. ¿Qué demonios haces aquí, Mikasa? Está helando; te vas a resfriar.

–Eren, ¿qué demonios?

–Y como si fuera poco, estás empapando tu ropa con la nieve, Mikasa. Por favor, ¿cuándo vas a crecer? –Rezongó el chico y, una vez frente a ella, la tomó de las manos, tirando de ellas para que se pusiera en pie, le rodeó la cintura con sus brazos y le besó la frente.

–Eren, ¿qué haces aquí?

Eren sonreía con ternura mientras secaba las lágrimas de Mikasa en sus mejillas con los pulgares. La luz de la luna iluminaba su rostro, revelando el brillo decidido de sus ojos esmeralda.

– ¿Pensaste que me perdería la oportunidad de empezar un nuevo año contigo? –susurró Eren, con una chispa traviesa en sus ojos.

Mikasa no podía creer lo que estaba sucediendo. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que vio a Eren, y ahora él estaba allí, de pie frente a ella en medio del bosque nevado, abrazándola protectoramente. Le brindaba la calidez que había extrañado desde que Eren se había ido. El corazón de Mikasa latía con fuerza, una mezcla de sorpresa, confusión y alegría la invadía.

–Pero Eren, ¿no deberías estar en Marley? ¿Cómo llegaste aquí después del concierto? –preguntó Mikasa, incapaz de apartar la mirada de los ojos de Eren.

–Sí, bueno... no me presenté –admitió Eren–. No me sorprendería que me demandaran o que nuestro contrato quedara cancelado. Los chicos tampoco parecieron muy felices, pero Annie es una buena cantante... no como yo, pero se esfuerza –soltó Eren, y Mikasa negó con fervor.

–No entiendo.

–No podía estar allí cuando mi corazón estaba contigo –explicó Eren–. Esta mañana, al despertar, todos estaban emocionados, pero yo solo podía pensar en que no quería empezar un año sin ti... ¿demasiado cursi? –preguntó Eren con una sonrisa.

Mikasa no pudo contener una risa, mezcla de incredulidad y alivio. Sus dedos acariciaron el suave y helado cabello castaño de Eren, quien la abrazó con más fuerza, como si temiera que ella pudiera desaparecer en cualquier momento.

–Me rindo –anunció Eren, y Mikasa lo miró confundida.

– ¿A qué te refieres?

–Me fui porque dijimos que necesitábamos un tiempo, pero me rindo –el chico suspiró con cansancio–. Mikasa, he estado pensando mucho en nosotros, en lo que dijimos y en lo que hicimos –la voz del chico se rompió–. Fue una estupidez decir que podíamos ser amigos y nada más. No quiero perderte, Mikasa. Quiero estar contigo en todas las formas posibles.

La pelinegra lo miró a los ojos, notando la sinceridad en su mirada. Un cálido sentimiento de esperanza comenzó a crecer en su pecho.

–Yo también lo he pensado. Nos equivocamos, pero eso no significa que no podamos intentarlo de nuevo, ¿verdad? Aunque yo sea una idiota impulsiva y haya cometido esos errores...

Eren la interrumpió con un beso tierno y delicado, antes de separarse un poco. Sus narices se rozaron, y Mikasa pudo sentir el cálido y fresco aliento del chico.

–Deja de culparte. Los dos cometimos errores. Prometo no ocultarte nada jamás.

Mikasa suspiró abrazando al chico con fuerza.

–Y yo prometo ser menos impulsiva y más racional.

Eren rió y la abrazó con más fuerza, como si quisiera asegurarse de que ella no iba a desaparecer. Mikasa se dejó envolver por el calor reconfortante de sus brazos, sintiendo que, a pesar de todas las complicaciones, estaban donde debían estar.

–Mikasa Ackerman, te amo. Te amo más de lo que habría podido imaginar que llegaría a amar a alguien –el chico suspiró acariciando las mejillas de ella–. Por favor, Mikasa, ¿quieres ser mi novia de nuevo? Esta vez sin fingimientos, sin secretos, cero fingimientos, transparencia total. Y no volveré a permitir que te sientas insegura ni por un solo instante. Sé mi novia –casi suplicó.

–Eren... –Mikasa sintió sus ojos llenarse de lágrimas mientras se ponía de puntitas para besarlo con necesidad–. Sí, por supuesto que sí.



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