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26: Amigos



– ¿¡Qué!? –Preguntó Mikasa, abriendo apenas una rendija de su puerta para observar al recién llegado. Hange le ofreció una mirada alegre.

–Vengo a ser la hermana mayor que es mala influencia y le da cerveza a su hermanita menor para aliviar su corazón roto –ofreció con ternura. Mikasa sonrió de lado y abrió la puerta para que pasara, pero la castaña negó–. Ponte algo decente y salgamos.

–No quiero –Mikasa iba a cerrar la puerta, pero su cuñada se lo impidió.

–Vamos al bosque; un pajarito nos contó que hay un lugar que te gusta mucho.

–No es un pajarito, es una rata –espetó molesta la pelinegra.

–Mikki, no está bien que te refieras así hacia tu mejor amigo –reprendió Hange con cariño.

–No está bien que tu mejor amigo te oculte cosas –rezongó la pelinegra y Hange arqueó una ceja.

–No está bien que tengas sexo por venganza.

Mikasa frunció el ceño antes de suspirar rendida.

–Está bien, tú ganas. Dame cinco minutos.

La chica se despojó de su pijama y, tras ponerse la camisa de la banda de su ex novio junto con unos vaqueros y unas zapatillas, salió de la habitación. Hange la observó con preocupación.

– ¿No es un poco ligera tu ropa? El frío cada vez es más fuerte. Tu hermano me asesinaría si te resfriaras por mi culpa –señaló la castaña.

–Llevas a su hijo en tu interior; no te va a asesinar.

–No lo creas... Mikki, él esperará a que nazca y luego me asesinará.

La pelinegra resopló, pero ignoró a su cuñada, la cual prefirió no seguir insistiendo. Ya de por sí era un milagro haber sacado a Mikasa de su habitación. La chica apenas salía para ir a sus clases, pero tan pronto como estas se acababan, volvía corriendo hacia su cuarto y no salía ni siquiera para comer. Sasha era su puente con los demás, puesto que Mikasa había roto el contacto con todos, y aquella chica apenas había conseguido que Mikasa se alimentara lo suficiente para no enfermarse, aunque ahora lucía bastante mal. Sus rasgos estaban un poco más pronunciados y los kilos que había bajado por su falta de alimentación comenzaban a notarse. Se veía débil.

–Así que ya saben –rezongó Mikasa una vez estuvieron en el auto de la mujer, que empezó a conducir en dirección a la salida de Shinganshina, para dirigirse hacia los espesos bosques.

–Sasha estaba algo preocupada y nos fue a ver al apartamento... parecía algo alterada y nos pidió hablar contigo –explicó Hange, y Mikasa cerró los ojos apoyando su frente en el frío vidrio de la ventana.

–Por favor, Hange, no dejes que Levi le haga algo malo a Eren.

– ¿A Eren? –Preguntó la mujer sorprendida–. Mikki, tienes suerte de que tu hermano me ame lo suficiente como para convencerlo de que no te patee el rostro a ti.

– ¿Qué?

–Levi está furioso, Mikki... y...

– ¿Y?

–Bastante decepcionado de ti, si te soy sincera.

El corazón de Mikasa se contrajo. Hasta ese momento, y a pesar de la interrogante de sus padres sobre el motivo de su malestar, Mikasa no había compartido sus sentimientos con su familia. No se enorgullecía de sus acciones y temía decepcionarlos. Sus padres desconocían los acontecimientos, pero su hermano estaba al tanto, lo que la llenaba de vergüenza. El automóvil se adentró en los densos bosques, y la luz del día se filtró entre las ramas de los árboles. Hange, demostrando destreza al volante, observó a Mikasa de reojo, percibiendo la tormenta emocional reflejada en su rostro.

—Dijo que hablaría con Eren, que le pediría perdón en tu nombre.

—No ha querido hablar conmigo, no ha contestado mis llamadas —explicó Mikasa—. Dudo que quiera recibirlo.

—Bueno, tú y yo sabemos que tu hermano es bastante perseverante, así que no se rendirá hasta que logre hablar con él —Hange suspiró con pesadez—. Mikasa, ¿qué te llevó a cometer ese acto tan atroz?

—¿Acaso no lo sabes? ¿Sasha no te lo explicó?

—Quiero escuchar tu versión —insistió la mujer.

Al llegar a la entrada del bosque que Armin le había señalado a la castaña, Hange detuvo el auto. Tras tomar su mochila y una cava llena de alcohol, se dirigió hacia el bosque. Para evitar que Hange hiciera fuerza en su estado de embarazo, Mikasa le quitó la cava y la condujo hacia un pequeño claro. Al llegar, Hange extrajo de su mochila una sábana y la extendió en el suelo. Con la ayuda de Mikasa, se sentó, y la pelinegra destapó una lata de cerveza antes de darle un sorbo; hizo una mueca, y Hange soltó una pequeña carcajada.

—Nunca has sido muy buena bebedora, pero supongo que en este momento lo necesitas —señaló, rebuscando entre la cava una botella de agua helada para comenzar a beber—. Entonces, ¿me contarás?

Mikasa inhaló profundamente antes de relatar cómo se había sentido todo ese tiempo, lo que había descubierto, lo que se suponía que era verdad para ella y lo que en realidad había sucedido. Al final, Hange suspiró pensativa y se encogió de hombros.

–El amor juvenil no es fácil... somos tontos e impulsivos –reflexionó la mujer–. Eren no debió ocultarte la verdad... pero tú pudiste haber actuado mejor. Siempre has sido muy centrada... ni siquiera escuchando tu versión, puedo entender por qué actuaste de esa forma.

–Lo sé, soy una idiota.

–Los dos lo son –señaló Hange–. Pero quizá todos estos errores les sirvan en la vida.

– ¿Para ser una buena pareja?

–Quizá –admitió la castaña–. Pero tal vez no entre ustedes.

– ¡Pero yo lo amo!

–Y estoy segura de que él te ama a ti –afirmó Hange–. Pero si te soy justa, Mikasa, tú metiste la pata un poquito más que él... es decir, acostarte con su primo... eso no está bien.

– ¡Yo no sabía que era su primo!

–Bueno, entonces eliminemos el factor primo; te acostaste con otro chico que no era tu novio, y no importa lo que hayas pensado, Mikasa, eso no está bien.

– ¿Mi hermano no estaba con otra chica cuando te embarazó? – Preguntó Mikasa en tono crítico, y Hange le lanzó una mirada de reproche.

–Y lo que hizo estuvo mal... lo que yo misma hice fue horrible. Me metí en una relación.

–Pero a ti te funcionó –obvió Mikasa–. Te casaste con Levi y van a tener un hijo.

– ¿Planeas casarte con Jean? –Preguntó Hange sin paciencia; Mikasa sacó la lengua y negó.

– ¡No, qué horror! ¡Por supuesto que no!

–Entonces creo que estamos de acuerdo cuando decimos que la situación es completamente diferente, ¿verdad? –Hange suspiró pesadamente–. Está bien, no estoy moralmente apta para darte algún consejo sobre lo que es correcto o no, pero ahora somos prácticamente hermanas, y si necesitas llorar, voy a estar para ti, ¿está bien? Y voy a estar para escucharte... no te voy a dar la razón –añadió rápidamente–. Porque metiste la pata hasta el fondo, pero estoy para ti, Mikki.

La pelinegra no se sintió muy aliviada, pues esperaba que ella le diera un consejo que le sirviera para recuperar a Eren... pero quizás Hange tenía razón. Quizás su relación se había terminado para siempre... al menos sabía que contaba con ella para ser completamente sincera. Destapando otra lata de cerveza, Mikasa dejó escapar un sollozo fuerte. Hange, acariciando su cabello, dejó que la joven llorara casi ruidosamente. Su llanto se desvanecía entre la inmensidad del bosque.

Una a una, las latas se iban acumulando mientras Mikasa bebía casi con desesperación. La noche caía sobre los espesos bosques, mientras que Hange observaba a su cuñada con intranquilidad. Sin embargo, cuando las ramas de los arbustos comenzaron a sonar, la castaña suspiró aliviada. Allí apareció el severo rostro de Levi, que miró a su esposa con exasperación.

–No deberías estar tirada en el suelo con este frío, ¿es que acaso te quieres enfermar?

–Lo siento cariño, solo estaba haciéndole compañía a Mikki.

El hombre se fijó en su hermana menor, la cual, para esas alturas, ya estaba ebria y temblando de frío, aunque lo último no parecía realmente importarle. Levi la contempló con incredulidad antes de lanzarle una mala mirada a su esposa.

– ¡Te dije que hablaras con ella, no que la embriagaras! –Reprendió furioso.

– ¿Sabes lo difícil que es sacar a una adolescente deprimida de su habitación?

– ¿Y no se te ocurrió otra idea? –Gruñó Levi con irritación.

– ¿Tienes una mejor?

Levi chasqueó la lengua mientras ayudaba a poner en pie a su esposa. Mikasa simplemente se limitaba a ignorar a la pareja feliz; casi le asqueaba ver sus miradas llenas de amor.

¿Por qué ella no podía tener algo así?

La respuesta era fácil: porque cuando lo había tenido, lo había arruinado completamente.

–Ve al auto, cuatro ojos, y ya sabes qué hacer... además, prende la calefacción, estás helada – señaló con amargura y angustia antes de besarle los labios a Hange y acariciarle el abultado vientre.

La mujer asintió y, tras darle una última mirada de cariño a su esposo, dejó a los dos hermanos Ackerman para pudieran conversar. Levi se tiró al lado de su hermana, que seguía bebiendo como si no hubiera mañana, y suspiró con pesadez.

–Mikki, ¿cómo pudiste ser tan egoísta? –La voz de Levi era dura, pero Mikasa podía distinguir la preocupación y la frustración en sus palabras.

Como si se tratara de una niña pequeña, y probablemente debido a la cantidad de alcohol que corría por su sangre, Mikasa se encogió de hombros. Levi resopló con irritación mientras se ponía en pie, buscó algunas ramas secas –algo bastante complicado para aquella época del año– y creó una pequeña fogata para intentar calentar un poco a su hermana, que ya lucía pálida por el frío. Cuando le preguntó si quería su abrigo, Mikasa simplemente negó. Levi volvió a sentarse al lado de la pelinegra y la abrazó contra su pecho. Mikasa volvió a llorar con fuerza mientras observaba atentamente las llamas crepitando en la fogata.

–Lo siento –dijo al fin con voz rota mientras Levi le acariciaba suavemente el cabello.

–Yo sé que lo lamentas, Mikki, pero no tienes que decírmelo a mí, ¿entendido? No estoy feliz por lo que hiciste, pero yo no soy quien necesita escuchar esas disculpas –afirmó el hombre.

–No me quiere hablar –rezongó Mikasa escondiendo su rostro en el cuello de su hermano.

–Bueno, tendrá que hacerlo si no quiere que le patee el trasero, ¿verdad Eren?

–Considerando que no me diste otra opción... supongo que sí –gruñó el castaño asustando a Mikasa, quien brincó y se giró hacia él.

¿A qué horas había llegado allí?

–Por favor, Mikki, deja de tomar tanto. Si pudiera matar a esa maldita cuatro ojos por embriagarte, créeme que lo haría –rezongó y, tras besarle la coronilla de la cabeza a su hermana, se puso en pie–. Sé amable con ella, cometió un gran error, pero sigue siendo mi hermanita –le pidió a Eren antes de alejarse y desaparecer por el bosque para acompañar a su esposa en el auto.

Los ojos de Eren y Mikasa se cruzaron en un tenso silencio, y el chico suspiró, recostándose a su lado.

– ¿Cómo estás? –preguntó Eren con amargura, y Mikasa se encogió de hombros, tomando un nuevo trago de cerveza.

–Tengo frío –admitió la chica.

Eren resopló con irritación, quitándose la bufanda negra que llevaba, se la ofreció a Mikasa, colocándola con rabia alrededor de su cuello. Luego, se quitó su cazadora y la abrigó con ella.

–Por supuesto que sí, estúpida. Vas demasiado descubierta, y casi estamos en invierno. ¿A quién demonios se le ocurre salir así al bosque? –soltó con exasperación.

– ¿Viniste a regañarme? –aclaró Mikasa arqueando una ceja, y Eren fingió pensarlo.

–No era mi principal objetivo... pero lo haces tan sencillo –dijo con sarcasmo. Mikasa rodó los ojos mientras se encogía de hombros.

–Está bien, me lo merezco.

–Tienes toda la razón –señaló Eren, pero hizo una mueca al recordar las últimas palabras que le había dicho a Annie...

Aquella vez en la casa de Armin había sido la última vez que habían hablado. La rubia ni siquiera le dirigiría la palabra en los ensayos de la banda. Armin tenía algo más de suerte por ser su novio, aunque Annie había sido bastante dura con él.

–Lo siento –musitó el chico.

Mikasa se giró bruscamente para ver a Eren con asombro.

– ¿Tú lo sientes? –inquirió confundida–. ¿Por qué? Fui yo quien metió la pata, yo fui la que...

Ni siquiera se atrevía a decirlo en voz alta.

"La que te engañó con Jean".

Aquellas palabras quedaron suspendidas en el aire, y a pesar de que Mikasa no las había pronunciado, Eren las escuchó con amargura.

–Quizás si yo hubiera aclarado las cosas sobre Pieck y Gabi, esto no hubiera sucedido –admitió Eren a regañadientes–. No quería lastimarte, pero terminé haciéndolo más por no serte sincero –musitó en un hilito de voz–. Así que perdóname por hacerte pensar que Pieck era mi mujer y Gabi mi hija.

Mikasa parpadeó varias veces, asimilando las disculpas de Eren. La brisa del bosque susurraba entre los árboles y las sombras se alargaban a medida que avanzaba la noche. La fogata crepitaba mientras que la suave tela de la bufanda que Eren le había puesto le brindaba un delicioso calor, aquello combinado con el aroma del chico, la deleitó. Una mezcla de emociones se reflejaba en el rostro de Mikasa, desde la sorpresa hasta la comprensión. La bruma del alcohol empezaba a dispersarse en su mente, dejando espacio para la claridad de la situación. Mikasa se mordió el labio inferior antes de responder.

– ¿Por qué no me lo dijiste antes? ¿Por qué permitiste que esto llegara tan lejos?

Su tono era una mezcla de decepción y frustración. Eren miró el suelo, sintiendo el peso de sus propias decisiones. La noche parecía más densa a su alrededor, como si la oscuridad estuviera devorando cualquier rastro de esperanza sobre una reconciliación.

– No quería herirte, Mikasa, pero ahora sé que solo logré empeorarlo todo. Debí haber sido honesto desde el principio.

Mikasa se pasó una mano por el cabello oscuro, apartando un mechón rebelde de su rostro antes de observar fijamente a Eren. La chica frunció el ceño al notar su labio roto y su ojo morado. Sin poder evitarlo, se inclinó hacia él y sus dedos acariciaron la mejilla con delicadeza.

– ¿Levi te golpeó para que vinieras? –preguntó con angustia.

Eren suspiró pesadamente mientras recostaba su mejilla contra la mano abierta de la chica. Sus ojos se cerraron, y una suave sonrisa se instaló en sus labios.

– Sí, lo hizo... pero si te refieres al labio roto y el ojo morado, no fue tu hermano.

Mikasa suspiró con pesadez. Cuando no habló, Eren abrió sus ojos de golpe para observar los grises de Mikasa, que parecían llevar una tormenta de emociones y un montón de preguntas no pronunciadas. Por un segundo pensó en darle cualquier excusa, pero nuevamente recordó las palabras de Annie y tragó grueso.

– Es la madre de Zeke –explicó el castaño.

– ¿Qué? –preguntó Mikasa completamente confundida.

–No busco peleas... no soy un problemático... la madre de Zeke es quien me golpea.

– ¿¡Tu madrastra!? –preguntó completamente asombrada–. ¿Pero por qué?

Eren había llegado a esa encrucijada que había evitado durante tanto tiempo. Los problemas que tenía ahora con la chica que amaba habían nacido por la falta de honestidad que él había tenido. Por lo tanto, tras tomar una bocanada de aire, suspiró pesadamente.

–Desde que papá murió, Dina comenzó a beber. En un principio creí que era normal; estaba deprimida, acababa de perder al hombre que amaba... pero fue mucho más allá de eso –señaló Eren, y Mikasa recordó cómo lucía la casa del chico el día que ella entró allí por primera vez–. Estaba furiosa; su esposo no simplemente había muerto, descubrió que tenía un hijo bastardo y ella tendría que hacerse cargo de él. Como yo era menor de edad cuando papá falleció y estaba solo...

–Pero si se sentía así, ¿por qué...?

–Me negué a separarme de Zeke... no quise irme con tía Jenny –explicó Eren.

–Eso fue hace cinco años, ¿no? –preguntó Mikasa, y Eren asintió–. Tú deberías tener, ¿qué? ¿dieciséis?

–Quince –señaló el joven–. La próxima semana cumpliré veinte, ¿lo olvidaste, cierto?

Diablos... claro, ella había estado tan deprimida que aquel detalle se le había pasado por alto. Mikasa lo observó avergonzada, y Eren se encogió de hombros.

–No importa... en fin, yo me negaba a separarme de Zeke era terco y no quise dejarlo, y ella no se podía hacer cargo de él... así que aceptó que viviera a su lado. Ella reclamaba el dinero que nos correspondía a los dos... por supuesto, cuando fui mayor de edad, pude hacerme cargo de mi propia pensión. Aunque después de cuatro años gastándosela en alcohol, no quedó mucho. Lo último se fue en las medicinas para mi hermano. Aún cobra lo de Zeke porque yo vendí mis propiedades para pagar las cirugías de él y Gabi... mientras que las de Zeke aún siguen en arriendo...

–Aun no entiendo por qué te golpea –admitió Mikasa.

– ¿No es evidente? –preguntó Eren con amargura, y la pelinegra le dirigió una nueva mirada de disculpa antes de negar–. Ella me odia porque soy la viva imagen del engaño de papá. Siempre está tan borracha y dolida.

– ¿Por qué lo permites?

–Porque si yo no lo hago, entonces Zeke será quien reciba los golpes –explicó Eren.

– ¿Cómo? ¿Pero no es su madre?

–Ella lo odia... no me importa si tengo que ser el escudo humano de mi hermano, lo haré siempre.

– ¿Por qué lo odia? Es su hijo... no tiene sentido –rezongó la chica completamente confundida.

–No, no lo tiene –aceptó Eren y tomó una bocanada de aire antes de señalar una de las cervezas aún sin destapar–. ¿Puedo?

Mikasa asintió y se la tendió. Eren la tomó, deteniéndose un instante sobre la mano de la chica para acariciarla suavemente.

–Nunca te hablé sobre el accidente donde papá falleció, ¿verdad? –Mikasa negó lentamente, observando cómo el chico humedecía sus labios con la cerveza. Su manzana de Adán se movió cuando tomó un pequeño sorbo–. Yo tenía quince años cuando me enteré de que papá tenía otra familia... casi todo el tiempo permanecía conmigo, apoyándome tras la muerte de mamá, así que nunca sospeché nada... pero una vez que decidí escaparme de la escuela con Armin para venir aquí, me crucé con él en la plaza... papá abrazaba a Dina, se veían tan... familiares. Estaban celebrando el grado de Zeke.

– ¿Zeke estudió?

–Mikasa, antes del accidente, él era un hombre común y corriente, de hecho, bastante listo. Se graduó en medicina, igual que papá y mi abuelo... e igual que tú lo harás –aseguró Eren con orgullo–. Como sea... yo no lo podía creer. Estaba furioso... inmediatamente fui a enfrentarlos y a gritarle a papá, exigirle saber qué estaba sucediendo. ¿Por qué engañó a mamá? Solo hasta ese entonces, Dina se dio cuenta de que papá tenía otra familia... y yo no sabía que mamá había muerto sabiendo sobre la vida de papá. Discutimos y todos estaban alterados... bueno, casi.

– ¿Zeke? –preguntó Mikasa curiosa y Eren asintió.

–Nunca lo supe con certeza... pero sospecho que él ya sabía el secreto de papá. No parecía especialmente feliz de que su madre se enterara... pero recuerdo que me dedicó una brillante sonrisa y me acarició el cabello... me dijo que estaba feliz por conocer a su hermanito menor.

Eren cerró los ojos con fuerza mientras su pie se movía ansioso, golpeando la tierra con impaciencia... y parecía realmente arrepentido.

–Yo estaba furioso... no quería que me tocara, no quería un hermano mayor. Yo lo odiaba.

–Pero Zeke no hizo nada.

–Mikasa... yo tenía quince años, no digo que fuera racional... simplemente odiaba a Zeke –Eren tragó grueso antes de tomar un gran sorbo de cerveza, casi acabándola de un trago–. Salí corriendo, quería venir aquí, necesitaba hacerlo. Papá estaba alterado al igual que Zeke, no sabían qué me iba a suceder si me iba solo. Papá no deseaba dejar sola a Dina, pero Zeke lo convenció para que fueran por mí... mi hermano mayor no quería que nada malo pasara. Tomaron el auto, Dina intentó impedirlo, pero no pudo. Zeke se negó. Ellos salieron corriendo en mi búsqueda.

Mikasa escuchaba atentamente la historia de Eren, queriendo retirar aquellas lágrimas que se escapaban de los ojos verdes esmeralda que ella tanto amaba.

–Me encontraron no muy lejos de aquí, yo era rápido, y como te habrás dado cuenta, Shinganshina no es un pueblo excepcionalmente grande. Papá quería que subiera al auto y que habláramos como familia –Eren rió con amargura y negó, pasando su mano bruscamente por su rostro–. Como familia... ¿¡cuál familia!? Estaba con un sujeto que se decía ser mi hermano mayor, alguien que ni siquiera yo conocía, y que estaba aparentemente muy feliz de conocerme. Zeke me tomó en brazos y me empujó hacia la parte trasera del auto... pero yo estaba molesto y quería quitarle esa estúpida sonrisa de la cara.

La forma tan hostil en la que habló Eren de su hermano mayor le heló la sangre a Mikasa. Después de todo, Eren siempre había sido muy amoroso con aquel hombre. A la chica le pareció increíble notar aquel resentimiento. Lo desconoció por completo.

—Estábamos cerca de la cañada, y Zeke sonreía sin cesar, parloteando sobre que me calmara, que no fuera un niño mal comportado, y que ahora, que sabía que tenía un hermanito menor, podríamos hacer cosas juntos. Podríamos jugar a la pelota y pasar tiempo de calidad —Eren chasqueó la lengua y la nostalgia brilló en sus ojos—. Odié la alegría con la cual me hablaba... y me le arrojé encima. Papá quiso impedirlo, pero perdió el control del auto —La voz de Eren se quebró—. Rodamos por todo el abismo... todos se preguntaban cómo es que yo había sobrevivido, como Zeke lo había hecho... aunque claro, él salió mucho más herido que yo. Después de encontrarme con vida, entendieron por qué viví.

Eren tomó otra lata y la abrió, bebiéndose el contenido de un solo trago.

—Cuando el auto cayó, Zeke fue lo suficientemente rápido para tomarme en brazos y protegerme con su cuerpo... él recibió todos los golpes para que yo saliera ileso.

Mikasa dejó caer la lata de cerveza vacía que sostenía en la mano.

— ¿Zeke te salvó?

—Sí —Eren apretó tan fuerte los dientes que estos rechinaron—. Él me salvó... él, que acababa de conocer a su hermanito menor, grosero, malcriado e impertinente. Y dio su vida para salvarme.

—Zeke no está muerto —señaló Mikasa con pesar.

—No puedes llamarle a eso vida, ¿verdad? —Preguntó Eren con amargura. Mikasa apretó los labios, no sabiendo qué responder—. Dina gritaba que, si Zeke no hubiera insistido en ir por mí, papá estaría con vida. La escuchaba gritándoselo cada noche —señaló Eren completamente atormentado—. Y mi hermano explotaba en llanto... tenía crisis nerviosas, se golpeaba a sí mismo... los médicos dicen que tiene la edad de un niño... pero yo pienso que él tiene la perfecta comprensión de un hombre.

— ¿Se siente culpable? —Preguntó Mikasa y Eren se encogió de hombros.

—Tal vez... no lo sé.

—Él te ama mucho —aseguró la pelinegra.

—Incluso en su estado me sigue amando —concedió Eren—. Y Dina odia eso. Cuando se embriaga demasiado, simplemente se desquita conmigo... pero prefiero que me golpee a mí y no que grite a mi hermano. Él me salvó la vida... lo mínimo que puedo hacer es agradecérselo eternamente.

—Eren... —Mikasa suspiró. Se arrodilló frente al castaño y estiró sus manos acunando el rostro del chico entre ellas—. ¿Por qué no te vas? —Quiso saber mientras sus pulgares le acariciaban la humedecida piel de las mejillas.

—Zeke es discapacitado mental... yo soy menor que él y Dina tiene la patria potestad. He intentado dos veces conseguirla... pero los abogados de oficio no son muy buenos que digamos, uno mejor cuesta dinero y...

—Tenías los gastos de Gabi —señaló Mikasa y Eren asintió.

—Quizá en un futuro si reúno el dinero suficiente...

—Nosotros podríamos...

—No, Mikasa —Eren habló con brusquedad—. Te cuento esto porque debí hacerlo desde un inicio, pero no quiero nada de ti.

Aquello se sintió como un puñal en el corazón de la pelinegra, que se alejó inmediatamente de él, como si le hubiera dado una bofetada; hubiera sido mejor eso.

—Eren...

—No quiero nada de ti ni de tu familia.

–Eren, sí... es por lo que pasó con Jean...

–No –Eren la interrumpió–. Por eso no te lo había dicho. No tiene nada que ver con Jean o con lo que sucedió. Lo de Zeke es problema mío y yo puedo resolverlo.

–Eren... esa noche en la cena que tuvimos con mis padres, noté los moretones, ¿esa vez también...?

–Sí... no estaba feliz porque limpiaras la casa, pero tenías razón. No es saludable para mi hermano vivir en ese basurero.

–Amor, va a terminar matándote.

–Sería lo mejor que pudiera hacer –espetó Eren. Mikasa sintió náuseas y negó con fervor.

–Eren Jaeger, no vuelvas a repetir eso. ¿Qué pasaría con Zeke si tú no estás? Por favor, no vuelvas a decir algo así.

–Lo siento –musitó Eren acariciándole la mejilla a Mikasa. La chica suspiró y giró su rostro para besarle la palma.

–Te sientes culpable –no era una pregunta; sin embargo, Eren asintió–. Eras un niño.

–Un niño estúpido. Si no hubiera actuado de esa forma, mi padre y Zeke...

–Ya no importa, Eren. El "hubiera" no existe y no podemos devolver el tiempo. No podemos cambiar el pasado. Créeme, si se pudiera hacer... –Mikasa se interrumpió mientras negaba–. Lo único que podemos hacer es seguir adelante. Por favor, permíteme ayudarte.

–Mikasa, no.

–Por favor.

– ¡No quiero volver contigo! –Espetó Eren con fastidio, y Mikasa apretó los puños.

–No lo hacía para comprar tu perdón, Eren. Amo a Zeke y te amo a ti.

– ¿Me ayudarías aún si no estamos juntos?

–Incluso entonces... así como aceptarás el contrato que prepara papá para Shingeki no Kyojin, no es nepotismo, Eren. Te lo has ganado –sentenció la chica.

–No quiero ser malo, Mikasa. Solo que cuando cierro los ojos, te veo a ti con él y...

–Esto no tiene nada que ver con nosotros. Aceptarás el contrato porque demostraron su talento en la gira. Y aceptarás el abogado, porque papá cuida a los músicos de su disquera. No tiene nada que ver con lo que pasó entre nosotros y Jean... y, sin embargo, lo siento. No debí hacerlo. Siento mucho lo que pasó con Jean –habló Mikasa, sus ojos evitando los de Eren por un momento–. No fue justo para ti ni para él. Quise herirte y me aproveché de su dolor. Me equivoqué, saqué conclusiones erróneas y bueno... no tengo excusas.

Eren la miró fijamente, sus ojos buscando la verdad en las palabras de Mikasa. El silencio entre ellos era abrumador, solo roto por el viento y el crujido de los leños secos consumiéndose por el fuego. Después de un prolongado mutismo, Eren suspiró y finalmente habló.

–Mikasa, todos cometemos errores. Yo también los he cometido y, como tú dijiste, no podemos cambiar el pasado. Solo podemos avanzar.

–No quiero que me odies.

–Mikasa –Eren rió con amargura mientras negaba–. Yo no podría odiarte jamás. ¡Demonios! Eres mi angelito y yo te amo. Jamás voy a dejarte de amar, y el hecho de que no estemos juntos no significa que eso cambie.

–Pero nunca podremos volver a ser lo que fuimos, ¿verdad?

–Lo siento Mikasa, no puedo... no soy tan maduro.

–Entiendo –la pelinegra se encogió de hombros–. Aun así, te ayudaré con Zeke... lo hará la disquera.

—Lo sé, y lo agradezco. Ahora, vámonos antes de que te congeles el trasero por no cubrirte bien, idiota —rezongó Eren, poniéndose en pie.

Tras recoger las latas vacías, las depositó en la cava, cerró esta, se la echó al hombro y le tendió la mano a Mikasa. La chica la aceptó con gratitud. Eren suspiró pesadamente sintiendo nuevamente la calidez de la mano suave de Mikasa contra la suya, y dejando caer la cava, tomó la cintura de Mikasa para traerla hacia él y sellar sus labios en un beso completamente desesperado. La pelinegra le rodeó el cuello y sus delgados dedos se introdujeron en el cabello castaño de Eren, tirando levemente de éste. Los gruñidos y gemidos provenientes de los dos resonaban por encima del ulular de los búhos, mientras que Eren pegaba la espalda de Mikasa contra el tronco de un árbol. Las manos del chico se metieron bajo la camisa de ella, al tiempo que sus labios ansiosos le besaban el cuello. Le dio unos mordiscos antes de volver a encontrar sus labios. Una vez se quedaron sin aliento, los jóvenes se separaron. Los ojos de ambos chicos estaban dilatados y Mikasa suspiró con pesadez.

–Creí que no querías nada conmigo –señaló, acariciándole el pecho al chico con sus manos.

–No lo quiero –aseguró Eren, alejándose antes de tomar la cava–. Pero creo que podríamos llegar a ser buenos amigos –determinó antes de comenzar a caminar de regreso al auto de Hange, a través del bosque.

Mikasa resopló, aunque una enorme sonrisa se instaló en sus labios, y no dudó en seguir a Eren. No importaba todo lo que dijera el chico; una llama de esperanza se prendió en ella, y no había nada que la apagara.


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