24: Familia
– ¡Armin, por los cielos, date prisa que ya quiero verla! –Gritó el castaño, presionando desesperadamente la bocina del auto mientras se estiraba como un gato para alcanzar el volante desde la parte trasera. Annie le dio un manotazo, observándolo irritada.
–Dale un segundo, está terminando de empacar los regalos para Gabi.
– ¡Es que ya quiero verla! Les dije que tuvieran todo listo –rezongó con irritación, y Annie rodó los ojos.
–No te preocupes, no hay prisa.
–Sí la hay, son cuatro horas de viaje. Quiero pasar tiempo con ella, pero también visitaré a Mikasa... la extraño tanto.
–Ustedes dos son tan cursis.
– ¿Nosotros dos? ¿No te quedaste con Armin toda la noche después de la boda?
Las mejillas de Annie se sonrojaron violentamente, pero antes de que pudiera reprocharle algo, el rubio llegó a su auto y se subió al asiento del conductor mientras miraba con burla a Eren a través del retrovisor.
–A veces eres tan impaciente.
–Sí, sí, claro, date prisa. Hace más de dos meses que no la veo y quiero pasar tiempo con ella –apremió Eren, y Armin miró con ternura a su mejor amigo antes de poner en marcha el auto.
El viaje fue tan ameno y tranquilo como siempre. Eren y Annie cantaban a todo volumen las canciones que sonaban por la radio, mientras Armin intentaba seguirles el ritmo. Miraban el paisaje y comían algunos snacks mientras esperaban que el camino llegara a su fin. Cuando finalmente lo hizo, Eren prácticamente salió corriendo del auto mientras se dirigían hacia la puerta. Annie se quejó por tener que llevar los regalos para la niña mientras tomaban las bolsas y seguían al castaño hacia la entrada. La puerta no tardó en abrirse tras el insistente llamado de Eren. La pelinegra, con su pequeña hija cargada en brazos, observó con irritación a Eren mientras éste les daba un fuerte abrazo.
– ¡Papi! –Gritó Gaby emocionada, arrojándose a los brazos de Eren, que no dudó en recibirla y darle un par de vueltas en el aire antes de abrazarla contra su pecho.
– ¡Felicitaciones, cariño, lo lograste! –Celebró Eren, besándole la mejilla a la niña.
– ¿Qué logré? –Preguntó Gabi confundida, y Pieck le lanzó una mirada de reproche a Eren. Por supuesto, la pequeña no lo sabía.
–Lograste ser la ganadora en el juego de ir al doctor. Por fin se ha acabado. Supongo que no querrás volverlo a jugar –señaló Eren, y la niña frunció tiernamente el ceño mientras sacaba la lengua.
–No, no me gusta jugar al doctor.
–Está bien, cariño. No vas a tener que volverlo a hacer si le haces caso a mami y te tomas las vitaminas que te recetaron –aseguró Eren–. Pero como te has portado tan bien y ganaste, te trajimos algunos regalos.
– ¡Regalos! –Gritó Gabi casi saltando de los brazos de Eren para arrebatarle las bolsas a Armin.
– ¿Cómo se dice? –Preguntó Pieck a su niña, mirándola con molestia.
–Gracias, papi.
–Tío –recordó Eren alzando su dedo hacia la pequeña, que negó.
–Papi.
– Tío –repitió Eren–. Recuerda, tu papá es un caballo.
Pieck le lanzó un fuerte golpe a Eren en la cabeza, mirándolo con molestia.
–Deja de decirle eso –reprendió molesta–. La maestra de Gabi me llamó para preguntarme por qué ella nos dibuja a ti y a mí encima de un caballo.
– Oh no... –Eren fingió preocupación–. La que se subió al cabello fuiste tú, no yo –exclamó burlón, ganándose otro fuerte golpe por parte de la pelinegra. Armin y Annie le lanzaron una mala mirada a Eren; claramente, no les hacía gracia que hiciera esas bromas frente a la niña, que preguntaba a qué se refería.
–En fin... –rezongó Pieck–. Tú no eres su tío.
–Tampoco soy su padre. Prefiero que me diga tío –obvió Eren.
Pieck hizo una mueca y rodó los ojos mientras cabeceaba hacia la cocina. Eren la siguió observando a Gabi sobre su hombro, que ya había atrapado las manos de Armin y Annie y los llevaba a rastras hacia su mesa de juegos.
–Eren... –comenzó Pieck una vez estuvieron en la cocina–. Ya sabes que Gabi te considera su padre.
–Pieck, tú ya sabes que no lo soy y no quiero que se acostumbre a decirme así –reprendió el ojiverde–. Además, tu tiempo ya acabó. Ella ya está bien, y prometiste que cuando se recuperara le ibas a decir la verdad a Jean.
–Tengo miedo –admitió la joven mientras se dirigía al refrigerador y comenzaba a sacar las verduras para lavarlas–. ¿Y si no me perdona? Ya han pasado casi cuatro años.
–Pieck, sigo en la misma posición que desde el inicio –Eren la ayudó con aquella tarea antes de que, juntos hombro con hombro, comenzaran a picar las verduras–. Sé que lo amas, pero jamás debiste ocultarle tu embarazo. Se enojará, y puede que no te perdone, pero necesita saber la verdad.
Pieck suspiró con pesadez.
– ¿Cómo está? –Preguntó Pieck en un hilito de voz.
–Ya sabes que no hablamos desde hace años, no de forma cordial al menos.
–Pero sé que tienes tus informantes –acusó ella.
–Ya sabes que Marco y Hannah no son informantes, solo hablamos de vez en cuando.
– ¿Entonces...?
– Está bien, él siempre está bien. Es el número uno en su clase, y los profesores lo adoran –soltó Eren con amargura. Pieck lo observó con exasperación.
– ¿Cuándo vas a dejar de detestarlo?
–Cuando él deje de detestarme –admitió Eren con necedad.
–Eren, cariño, ¿todo ese odio es por esa chica?
– ¡No! –gruñó Eren antes de sonrojarse y encogerse de hombros–. Tal vez.
–Eren Jaeger, ya madura. ¿Acaso ustedes dos no son novios?
–Lo somos, pero pensar que ese idiota esté mínimamente interesado en ella...
Pieck señaló a Eren con el cuchillo.
–Ey, recuerda que amo a ese idiota, así que no le digas así.
–Pero tú acabas de decirle eso.
–Sí, pero es mío, así que yo tengo un pase VIP para hacerlo. Es el padre de mi hija, después de todo.
Eren resopló, rodando los ojos.
–Lo será cuando le digas la verdad – recordó con amargura, y Pieck le dio un fuerte empujón con la cadera–. Ya, ya, es solo que estoy...
– ¿Enamorado? –Preguntó Pieck alzando una ceja y observando a Eren con diversión.
–Jamás me había sentido así. Soy... demonios, soy muy feliz. Ya sé que siempre estaba molestando a Armin con Annie, o a ti con cara de caballo –Pieck chasqueó la lengua, pero Eren fingió no escucharlo–. Es que ella ilumina mi día con su sonrisa... y su voz es como música para mis oídos.
–Y me criticabas a mí por decir que jamás iba a encontrar a otro hombre como Jean – se burló la pelinegra.
–Por supuesto que no, encontrar a alguien con una cara de caballo tan fea no es un suceso que ocurra a diario.
–Dios, Eren, eres un idiota –espetó Pieck en medio de una carcajada mientras lo miraba con exasperación. Comenzaron a reír mientras se lanzaban pequeños trocitos de zanahoria el uno al otro. Reían y continuaban lanzándose pullas, empujándose el uno al otro–. Vas a terminar componiendo poemas cursis –la pelinegra dejó el cuchillo a un lado y tomó una zanahoria como si fuera un micrófono–. Mikasa, Mikasa, tu sonrisa me despierta como el sol al alba. Eres mi titán de amor, mi corazón late con fuerza –coreó con dramatismo.
Eren resopló de forma grotesca mientras rodaba los ojos.
– ¿Y qué hay de ti? ¿No le vas a componer un poema a Jean? Querido Jean, tu actitud dura es como una muralla, pero debajo de esa fachada, mi corazón se embriaga. Eres mi valiente caballo... digo, caballero.
Pieck nuevamente señaló a Eren, esta vez con la zanahoria, pero él le arrojó un pequeño trozo de aquella verdura al rostro. La chica hizo una mueca al notar cómo le había rozado la punta del ojo, y Eren lanzó una suave maldición.
–Lo siento, lo siento, no fue intencional.
– ¡Claro que lo fue, idiota! Un día de estos me vas a dejar ciega –gruñó molesta.
–Eso sería terrible, no podrías ver mi bello rostro.
–Imbécil –renegó Pieck con una sonrisa en el rostro, y el castaño soltó una suave risita mientras se acercaba a ella.
Una de las manos de Eren se posó en la mejilla de la chica para elevar su rostro mientras se inclinaba hacia ella, mirando el daño que había hecho. Por fortuna, solo le había rozado el ojo, pero aparentemente era lo suficientemente molesto como para irritárselo, por lo cual se inclinó para soplarle el ojo con suavidad. Pieck dio un brinco y comenzó a parpadear rápidamente. Eren la tomó de la cintura y la hizo sentarse en una butaca de la cocina.
–Ya, lo siento, como penitencia yo haré la comida –se ofreció.
–Es lo mínimo que puedes hacer, Jaeger, casi me dejas ciega.
Eren resopló nuevamente, señalándole lo exagerada que estaba siendo. Sin embargo, para él fue un placer poder cocinar para todos.
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–Okay, lo admito, Eren cocina bien –concedió Annie tras meterse un bocado de comida en la boca.
El ojiverde sonrió con aires de superioridad.
–Lo sé, soy perfecto: canto, toco la guitarra, cocino, mi novia es preciosa. ¿Hay algo que yo no pueda hacer?
–Aparentemente, decir la verdad –señaló Armin, y Eren le dio una mala mirada.
–Eso es culpa de ella –señaló a Pieck, y Armin miró a la aludida con preocupación.
–Creo que es hora de que le cuentes la verdad a Jean, ¿o no?
Pieck desvió la mirada, jugueteando con su tenedor nerviosamente.
–No lo sé –rezongó–. Chicos, ha pasado tanto tiempo y tengo miedo de cómo reaccionará.
Gabi jugueteaba con sus macarrones con queso, pero alzó su mirada cargada de curiosidad, dirigiéndola hacia su madre.
– ¿De qué están hablando? –preguntó con voz infantil.
Annie intercambió una mirada significativa con Armin antes de dirigirse a la pelinegra.
–Pieck, Jean merece saber que tiene una hija, especialmente ahora que... –se interrumpió un momento, revolviendo los cabellos castaños de la niña–. Especialmente que el juego del doctor ya acabó.
Eren asintió, expresando su acuerdo.
–Ha pasado demasiado tiempo, eso es verdadero, pero teníamos un trato –acusó, y Pieck suspiró pesadamente mientras mordía su labio inferior.
Ya sabía que tenían un trato. Cuando ella había quedado embarazada, apenas iba a cumplir sus 16 años; era una niña tonta que había sido descuidada. Se había excusado diciendo que estaba profundamente enamorada de su novio, pero la verdad es que había cometido una imprudencia al tener relaciones sin protección. Aunque amaba a su pequeña niña con toda su alma, pero si era sincera consigo misma, había llegado en el momento más inoportuno de todos. El padre de Jean acababa de fallecer, el chico estaba sumamente deprimido, ya que siempre había tenido una relación más estrecha con su padre que con su madre. Para ese tiempo, estaba de malas pulgas; sin embargo, su única motivación real era haberse ganado una beca para estudiar artes políticas. Pieck tenía perfectamente claro que, si le decía la verdad sobre su embarazo, Jean no dudaría en dejar sus sueños para permanecer al lado de su novia y de su hija. La pelinegra no quería cargar con la culpa de haberle arruinado el futuro al hombre que más amaba, por lo cual simplemente se había alejado de Jean.
Que Eren supiera la verdad no había sido intencional. Ella estaba en un chequeo médico para revisar cómo iba su embarazo cuando se lo encontró, ya que Eren estaba acompañando a su hermano mayor a una revisión rutinaria. Pieck estuvo a punto de decirle cualquier excusa para que él no se enterara, pero el médico de la joven, en la mayor imprudencia del mundo, había gritado a todo el pasillo que debía recordar tomar su ácido fólico para que su embarazo transcurriera bien. Eren había quedado completamente impactado con la noticia, y Pieck le había suplicado que por favor no le dijera nada a su primo. El castaño jamás había estado de acuerdo con su decisión, aun así, la había apoyado como el buen amigo que era. La pelinegra le había prometido a Eren que le contaría la verdad a Jean, pero al menos esperaba que el chico comenzara su carrera; quizás así no desistiría de estudiar para cuidarla a ella y a su bebé. A regañadientes, Eren había aceptado que quizá ese sería un buen plan... pero las cosas se habían salido de control cuando, un año después del nacimiento de su hija, se habían enterado de que ésta estaba enferma. Eren le había casi exigido a Pieck que le dijera la verdad a Jean, pero la pelinegra nuevamente se había negado, diciendo que aquello era demasiado para el joven y que, si antes tenía que dejar a la carrera, ahora estaba completamente segura de que lo haría para trabajar y ayudarle con los gastos médicos. Eren y Pieck habían tenido una discusión muy fuerte sobre la honestidad. Y, sin embargo, el castaño nuevamente había aceptado callar.
En los próximos años, Eren había trabajado casi hasta la fatiga para ayudar a Pieck con los gastos médicos de Gabi, el dinero que necesitaba para el jardín donde cuidaban a la pequeña y algunos gastos extras. Eren siempre había estado pendiente de la pequeña hija de su primo, esperando que se recuperara. Él y Pieck habían llegado a un acuerdo: cuando Gabi estuviera a salvo –Eren jamás había perdido la esperanza de que en algún momento parecería un donante–, la pelinegra tendría que decirle la verdad a Jean. Ahora Gabi se encontraba bien, y el chico merecía saber la verdad.
Pieck suspiró profundamente, sintiendo la presión de la verdad pesando sobre ella.
–Eren, ya te lo dije... temo perderlo, ¿y si no puede perdonarme por ocultárselo tanto tiempo? –inquirió con desesperanza. Armin puso una mano reconfortante sobre el hombro de Pieck.
–Quizá no lo haga nunca –admitió el rubio, y aquello no le dio parte de tranquilidad a la chica. Después de todo, era la segunda persona que se lo decía aquel día–. Pero ocultárselo más solo hará que sea peor.
–Ni te lo imaginas, Jean está supremamente amargado... y por favor, Pieck, te quiero y sabes que amo a Gabi... pero esto está siendo un problema para mí.
– ¿Por qué para ti? –preguntó la pelinegra completamente ofendida.
– ¿Aparte de que mi primo y ex mejor amigo me odia porque cree que le quité a su novia? –obvió Eren–. Pieck, los rumores de que tú y yo somos pareja cada vez crecen más. No le he dicho la verdad a Mikasa porque te prometí guardar el secreto... pero creo que empieza a estar inquieta y no quiero que las cosas se enreden... además, este idiota le saltó encima para quitarle la carta que me enviaste –señaló a Armin–. Estoy seguro de que Mikasa piensa que le estoy ocultando algo realmente grave. Si no le he dicho la verdad es porque la conozco y sé que ella está en contra de todas las mentiras; correrá inmediatamente a decirle a Jean. Pieck, te adoro, pero mi relación se está viendo afectada por tus secretos. Lo he guardado por mucho tiempo, pero odio ver a Jean tan amargado, y odio tener que ocultarle la verdad a mi novia.
–Además... –añadió Annie–. Ya muchas personas lo saben, ¿cuánto más crees que se lo puedes ocultar a Jean?
–Eso es verdad –señaló Armin–. Lo sabe Eren, lo sé yo, Annie, Connie, Reiner...
–Y la novia de Historia –rezongó Pieck en tono acusatorio, frunciendo el ceño–. Así que tu prima también debe saberlo.
– ¿Ymir lo sabe? –preguntó Eren asombrado. Pieck arqueó una ceja.
–Por supuesto, ¿si no por qué enviarías dinero con ella?
– ¿De qué demonios estás hablando? –preguntó el ojiverde–. Yo no le envié dinero.
–Claro que sí, vino hace cuatro días con su prima –obvió la pelinegra.
–Creo que Ymir no tiene familia –señaló Armin confundido–. Aunque realmente no la conozco lo suficiente.
Pieck palideció.
– ¿Entonces quiénes fueron las dos chicas que vinieron hace cuatro días?
Eren y Armin se lanzaron una mirada cargada de angustia, y el castaño palideció.
– ¿Cómo lucían esas chicas?
–Bueno... Ymir tenía el pelo oscuro y corto... ojos grises... alta, delgada, piel pálida... es muy bonita. Su prima era castaña... cabello no sé, ¿largo? ¿Mediano? –Señaló sus hombros–. Tiene unos lindos ojos marrones, un poco más bajita que Ymir.
Eren sintió las náuseas apoderarse de él, mientras Armin estrellaba bruscamente la palma de su mano contra su frente.
– ¿¡CÓMO QUE VINIERON AQUÍ!? –preguntó Eren con furia, haciendo sobresaltar a Pieck y Gabi.
–Sí... me dijeron que tú las habías enviado con dinero –explicó la pelinegra y dio un nuevo brinco cuando Eren golpeó la mesa.
–Pieck, tú ya sabes que cuando envío dinero, lo hago con Armin... o en todo caso vengo yo personalmente.
–Espera un momento... –Annie interrumpió–. ¿Eso significa que fue...?
Eren lanzó un torrente de improperios, y Gabi le dio una mala mirada.
–Papi, me has dicho que las groserías están mal –reprendió, y Eren palideció aún más, mirando a Pieck con intensidad.
–Pieck, por favor, te lo suplico, dime por favor que Gabi no me llamó "papá" delante de Mikasa.
–Espera un momento, ¿Mikasa? –preguntó la pelinegra–. ¿Pero cómo es que...?
– ¡No lo sé! –gritó Eren con desespero–. Pero por favor, dime que no me llamó "papá" enfrente de ella –Pieck mordió su labio inferior y no dijo nada. Eren frunció el ceño–. ¿Eso significa que no lo hizo?
–Eso significa que no voy a decir nada.
Un nuevo torrente de maldiciones fue lanzado por él, y Armin le dio un fuerte golpe en el brazo observando a Gabi, que miraba con reproche a Eren.
–Por eso estaba tan extraña ayer... por eso fue que no me escribió en toda la semana.
– ¿O sea que cuando me dijo que no podía cuidar a Zeke, estaba aquí? –preguntó el rubio, y Eren lo vio con desespero.
Armin y Annie se dirigieron miradas cómplices antes de encogerse de hombros.
–Es lo más probable –admitió Annie. Eren le dirigió una mala mirada a la pelinegra.
–Esto es todo, le dirás la verdad a Jean.
–Pero, ¿por qué...?
– ¡No pienso perder a mi novia porque crea cosas que no son! ¿¡Te imaginas lo que debes estar pensando!? ¡Oh mierda, mierda, mierda, necesito hablar con ella ya mismo! Necesito aclarar las cosas. Armin, Annie, debemos irnos.
El rubio asintió, tomando a su novia por la mano.
– ¿Papi ya te vas? –preguntó Gabi triste.
–Lo siento nena, vendré después a visitarte, pero ahora tío Eren tiene que hacer algo muy urgente –prometió el chico besando la cabeza de la chica.
–Eren, lo siento yo no sabía...
– ¡Te lo dije! –gruñó el castaño–. Te dije que tenías que decirle la verdad, si por tu culpa pierdo a Mikasa...
– ¡Un momento! –Annie observó con fastidio a Eren–. Está bien, no justifico a Pieck por ocultarle la verdad a Jean, pero la responsabilidad de decirle a Mikasa lo que estaba sucediendo era tuya, no de Pieck –reprendió la rubia.
–Pero Pieck me hizo prometer...
– ¡No te justifiques, Eren Jaeger! ¿Sabes lo mucho que ha estado sufriendo Mikasa sin saber qué demonios pasa con Pieck? ¡Y eso es TU culpa! ¡Eres lo suficientemente grandecito para decidir por ti mismo si tu relación valía lo suficiente como para ser sincero, incluso sobre la promesa que le habías hecho a Pieck! –Furiosa, Annie le dio un fuerte golpe en la cabeza a Eren–. Si pasa algo con Mikasa, ten claro que es por tu culpa y no por la culpa de Pieck... ahora vamos, no quiero ni imaginar lo que está pasando por la mente de Mika en este momento.
Los tres jóvenes salieron atropelladamente de la casa de Pieck mientras corrían hacia el auto de Armin. Eren condujo a toda velocidad sin importarle nada. Debía llegar rápido a donde Mikasa para aclararle todo. Necesitaba decir la verdad de una vez por todas.
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– ¡Ya voy, ya voy! – Gritó una voz masculina desde el interior del domicilio mientras Eren llamaba insistentemente a la puerta. Al abrirse, el rubio cocinero de los Ackerman tragó grueso y apretó los labios mientras negaba–. Lo siento, pero tienes que irte –señaló, intentando cerrar la puerta. Eren la detuvo con su mano.
–Vine a ver a Mikasa, ¿puedo pasar?
– ¿Quién es, bebé? – Preguntó Sasha, llegando al lado de su novio. Al ver a Eren, frunció profundamente el ceño, observándolo con resentimiento mientras se cruzaba de brazos–. Lárgate –espetó, y Eren se mostró desconcertado.
–Sasha, ¿puedo pasar? –Insistió el ojiverde, y la chica lo miró con firmeza.
–No, no puedes.
Eren dio un fuerte golpe a la puerta, pero la castaña ni se inmutó; Nicolo dio un brinco asustado.
– ¡Sasha, déjame pasar ahora mismo! ¡Necesito hablar con Mikasa! –Exigió Eren con desesperación, y Sasha negó con la cabeza.
–Lo siento, pero ella no está. Y tú no puedes entrar.
– ¡Mikasa! ¡Mika, mi amor! –Comenzó a gritar el joven, pero la mejor amiga de la pelinegra resopló y le dio un fuerte empujón a Eren.
– ¡Que te largues! ¡Ya te dije, ella no está aquí!
– ¡La estás escondiendo! –Acusó Eren.
–No la estoy escondiendo –habló Sasha con tranquilidad–. No está, se suponía que iba a ir a casa de Pieck a enfrentarte... aunque viéndote aquí, supongo que no pudo hacerlo después de lo que hiciste.
– ¿Iba a ir a casa de Pieck? Pero allá no está...
Sasha se encogió de hombros.
–No sé qué decirte, pero aquí no está. Y si en algún momento la quisiste, vas a dejarla en paz.
Eren volvió a golpear la puerta en gesto de frustración.
– ¡No sé qué piensan ustedes! Y sé que cometí un error terrible –dijo Eren, mirando con angustia a Sasha–. Pero está muy lejos de ser lo que ustedes piensan; necesito explicarle todo. Creo que la he lastimado y estoy dispuesto a arreglar las cosas.
Sasha y Nicolo intercambiaron una mirada cómplice. La castaña suspiró mordisqueándose una uña.
–Ya te dije que Mikasa no está aquí, pero no creo que quiera verte ahora mismo. Tuviste todo el tiempo para decirle la verdad y no lo hiciste... vete Eren, déjala en paz.
– ¿¡Pero por qué!? ¡Necesito hablar con ella! ¡Es importante!
–Tú sabes por qué –Sasha comenzaba a perder la paciencia–. Respeta su espacio.
–Eren, ella no está aquí –interrumpió Nicolo–. Pero confía en mí cuando te aseguro que le diré a Mikasa que estuviste aquí... ella no se encuentra, así que vete. Si ella quiere hablar contigo, te llamará, pero no tienes nada que hacer en este lugar –aseguró el rubio, cerrando la puerta con suavidad.
Eren se quedó allí parado, confundido y preocupado. Probablemente se habría quedado a esperar a la pelinegra todo el día, si no fuera porque su teléfono sonó. Desesperado, Eren lo sacó y respondió la llamada sin mirar de quién se trataba.
– ¿¡Qué!?
–Eren –habló Armin con voz de malas noticias, al otro lado de la línea–. Debo contarte algo, pero no te desesperes.
– Armin, no podría estar más desesperado ni, aunque lo intentara. ¿¡Qué demonios pasa!?
–Yo... guardé la carta que te escribió Pieck en uno de mis libros... y no está.
– ¿¡Cómo que no está!?
–Mika... al igual que tú, tiene una llave de aquí –señaló el rubio refiriéndose a su hogar–. Creo que probablemente entró y estuvo revolviendo entre mis cosas... hasta que la encontró.
– ¿¡Mikasa leyó la carta!? –Exigió saber Eren con un fuerte grito.
Vaya, estaba muy equivocado. Por supuesto que se podía desesperar aún más. Si Mikasa creía que él y Pieck tenían una relación, seguramente la carta no había hecho más que confirmárselo. Un torrente de improperios salió de los labios de Eren.
–Tienes que calmarte –advirtió Armin.
–Sasha no me permite entrar en la casa y asegura que no está... no le creo nada; Nicolo también lo dijo, y él pareció más sincero. Si no está contigo, entonces ¿dónde rayos está metida? –preguntó Eren, estrellando su frente contra el marco de la puerta–. ¿Con su hermano?
–Eren... sigues vivo, así que no, no creo que le haya dicho nada a Levi. Puede que esté herida, pero no es estúpida –sentenció Armin.
– ¿Entonces...?
– ¿Y si le dijo algo a Jean? Si está lastimada, probablemente quiera compartir su dolor con la persona directamente afectada por lo que se cree que pasó.
– ¿Crees que está con él?
–No se me ocurre otro lugar... quizá el bosque –admitió Armin–. Yo iré con Annie al claro donde hicimos el picnic. Tú búscala con Jean, ¿bien? Y por favor, mantente tranquilo.
Eren no podía mantenerse tranquilo, sin embargo, necesitaba al menos intentarlo.
–Llámame si la encuentras –fue lo único que dijo antes de terminar la llamada y correr hacia el auto de Armin para dirigirse hacia la casa de los Kirstein.
Necesitaba encontrarla, necesitaba arreglar las cosas. No quería que Mikasa pensara cosas que no eran. El joven apretaba el volante con fuerza mientras conducía a toda velocidad. Todo había sido un malentendido, una serie de eventos desafortunados por la red de mentiras que habían tejido con Pieck... Bueno, está bien, podría ser que no hubieran sido mentiras. ¿Verdades a medias? No, ni siquiera. Eran verdades ocultas... lo cual aparentemente resultaba peor. El nudo en su estómago se apretaba con cada pensamiento sobre cómo Mikasa debía sentirse pensando que él le había ocultado una familia que en realidad no tenía. Quería explicarle todo, hacerle entender que la conexión que tenía con Pieck era meramente amistosa, que en verdad había cuidado de Gabi porque Jean había sido uno de sus mejores amigos y era su familia. No quería que la hija de Jean la pasara mal, solo quería cuidarla, protegerla, porque la familia se cuidaba entre sí. Ya no importaba la mala relación que tuviera con Jean; él seguía siendo su familia y sabía que mientras aquel joven se enteraba de la verdad, él debía protegerla.
Cuando finalmente llegó a casa de Jean, Eren aparcó el auto con impaciencia y respiró profundamente antes de descender del vehículo para correr a la entrada de la casa y tocar el timbre con desespero, sintiendo cómo la ansiedad se apoderaba de él. Jean abrió la puerta, y Eren entró corriendo, buscando a su novia con desesperación.
Se detuvo al observar aquel panorama aterrador y repugnante.
Mikasa se encontraba medio desnuda, con sus pechos al aire y su cabello revuelto. Tenía algunas marcas en el cuello, y mientras el ojiverde intentaba convencerse de que aquello no era cierto, sus ojos recorrieron la sala de estar. La ropa faltante de su novia se encontraba tirada en el suelo, las náuseas se apoderaron de él al notar un paquetito plateado junto al sostén de Mikasa. Era obvio que había sido abierto y que el contenido ya había sido utilizado.
Eren observó a Mikasa con incredulidad mientras sentía su corazón romperse.
–Eren, yo puedo explicarlo –habló Mikasa con voz temblorosa mientras se acercaba a él, pero el castaño dio un paso atrás, elevando las manos para indicarle que no debía acercarse.
– ¡No quiero! –Gruñó Eren con dolor mientras Mikasa le tendía una foto con desesperación. En ella se veía a su madre sosteniéndolo cuando apenas era un bebé.
– ¿De quién es hija Gabi? –Había exigido saber Mikasa.
Jean parecía completamente confundido, y Eren cerró los puños con rabia.
¿¡De eso se había tratado!? ¿¡Mikasa se había revolcado con Jean solo para hacerle daño!? Si le hacía esa pregunta es porque evidentemente ya no tenía que explicarle nada. No sabía de qué forma, pero Mikasa se había enterado de la verdad.
–Creo que tú ya sabes la respuesta, ¿verdad? –Contestó Eren en tono mordaz y con ira mal contenida.
– ¡Mierda! –soltó Mikasa, y Eren logró percibir su arrepentimiento brillando en esos preciosos ojos grises que él amaba tanto.
–Sí –el castaño rió con amargura. No podía creer que Mikasa hubiera hecho aquello–. Es una mierda.
–Eren, por favor.
– No, te pedí que confiaras –soltó él con molestia.
Estaba bien, lo admitía. Había cometido el error más estúpido de su vida al no decirle la verdad a Mikasa, y Annie tenía razón; no se podía excusar tras Pieck por no haber sido sincero con su novia. Aun así, nunca creyó que Mikasa llegaría tan lejos como para acostarse con Jean.
¿Por qué?
¿Por qué había llegado a ese punto?
–Alto –interrumpió Jean–. Mikasa, dijiste que estabas segura de que Eren era el padre de Gabi. ¿Qué demonios está sucediendo?
¿Entonces por eso lo había hecho? ¿Por venganza? ¿Porque creyó que Gabi era su hija? ¿Qué esperaba acaso? ¿Quería destrozarle el corazón como lo estaba haciendo justo en este momento?
–Así que estabas segura –concluyó Eren sintiéndose traicionado–. Te dije que confiaras en mí.
–Eren, por favor...
Jean creía que él le había arrebatado a su novia y Mikasa pensaba que él la estaba engañando... pero, aun así, ¿cómo habían podido llegar tan lejos? Mikasa se había entregado a Jean. El castaño tenía algo perfectamente claro: jamás podría eliminar la imagen de Mikasa a medio vestir en aquel lugar, porque incluso lo había esperado de Jean, pero no de ella.
–Eren, por favor –insistió Mikasa, y el ojiverde la observó con resentimiento.
–Mikasa... Jean... sinceramente, pueden irse al diablo –espetó Eren antes de salir de aquel lugar, cerrando la puerta con enorme fuerza.
Paraél, definitivamente, las cosas se habían acabado allí.
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