23: Impulsos
– ¿Me voy a arrepentir de prestarte mi auto? –preguntó Sasha, frunciendo el ceño mientras se aferraba celosamente a las llaves y miraba con desconfianza a su mejor amiga.
–Si me amas... sí, probablemente, y aun así me lo prestarás.
–Mierda... sí, tienes razón –la castaña suspiró con pesadez y asintió antes de tenderle las llaves a Mikasa–. Pero prométeme que vas a actuar como una persona madura y responsable.
– ¿Cuándo he actuado diferente?
–En general, nunca... pero cuando se trata de Eren, pareces una niña tonta e impulsiva.
Mikasa le arrancó bruscamente las llaves de las manos.
–Soy lo suficientemente madura como para actuar de forma responsable y centrada.
–Por tu bien, eso espero... solo... llámame si se presenta cualquier cosa –suplicó Sasha–. Y dile al señor A que te compre un auto, no puedo creer que aún recuerde el pequeño incidente con el auto de Levi.
–No te preocupes, voy a estar bien, nena. Te pagaré el favor –aseguró la pelinegra antes de correr hacia el garaje exterior de la mansión Ackerman para tomar el auto de su mejor amiga y salir de allí.
Su corazón latía violentamente contra su caja torácica, como si quisiera escaparse de ella. Sus manos sudaban frío y sus ojos parecían nublarse por el pánico. Sin embargo, ella necesitaba respuestas, por lo cual no dudó en pisar el acelerador y dirigirse directamente hacia Quinta.
Aquel día, la verdad por fin saldría a la luz.
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La música resonaba fuertemente en el auto mientras la pelinegra intentaba ahogar aquellos pensamientos que la atormentaban. Mikasa ajustó el volante con firmeza, sintiendo la tensión acumulada en sus hombros mientras se dirigía a Quinta. El viaje, que normalmente tomaba cuatro horas, se convirtió en un trayecto donde el tiempo parecía estirarse, prolongando la incertidumbre que la agobiaba. En un fallido intento de distraerse, Mikasa desvió su mirada hacia el paisaje que deslizaba a su alrededor, pero su mente estaba en otro lugar: la casa de Pieck, donde encontraría respuestas a preguntas que ni siquiera se atrevía a formular en voz alta a otra persona que no fuera Sasha.
Tenía pánico por saber la verdad, pero era hora de hacerlo.
La relación entre Pieck y Eren parecía un misterio plagado de secretos y preguntas esquivas. Eren le había dicho que confiara en él, pero, ¿cómo hacerlo después de todo lo que se había enterado? Ya no se trataba de confianza; las dudas eran más grandes. Los recientes acontecimientos la habían forzado a confrontar la posibilidad de aquella traición. Gabi añadía una capa adicional de confusión a la ecuación. Mikasa sentía un nudo en el estómago cada vez que recordaba cómo la pequeña había llamado "papi" a Eren.
Las millas se desvanecían bajo las ruedas del auto y Mikasa luchaba contra la tormenta de emociones que amenazaba con desbordarse. Después de la fiesta de Levi y Hange, Mikasa apenas se despidió amargamente de Eren, para luego huir a su hogar acompañada por Sasha. Ni siquiera pudo conciliar el sueño y, decidida, esa mañana al despertar, tomó la determinación de enfrentar lo que fuera que viniera. Necesitaba respuestas y solo siguiendo a Eren las conseguiría.
Finalmente, Mikasa estacionó el auto de Sasha a una calle abajo, cerca de la casa de Pieck. Se quedó un rato allí, observando hacia la nada, antes de tomar una bocanada de aire y descender del vehículo para dirigirse hacia la casa de la joven. Su estómago se revolvió al notar el auto de Armin allí. Sus puños se apretaron. Por supuesto, el rubio era el mejor amigo de Eren; claro que sabía que estaba en ese lugar. En un silencio sigiloso, Mikasa se acercó a una de las ventanas de la vivienda para observar por allí. Una a una, las revisó hasta que encontró la que necesitaba: la ventana que dirigía directamente hacia la sala de estar.
El dolor en su corazón incrementó más cuando vio a Armin y Annie jugueteando con Gabi en la sala. La niña reía alegremente peinando los rubios cabellos de los jóvenes. La traición que Mikasa sintió fue aún mayor. Armin sabía, por supuesto que sí, al igual que Annie. La pelinegra entendía perfectamente que Armin y Eren eran amigos de toda la vida... pero existía algo llamado solidaridad de género, ¿por qué Annie no le había dicho nada? Muchas veces Mikasa le había contado sus dudas con respecto a Pieck... ¿por qué no le mencionó aquello?
Tragándose la rabia que sintió, Mikasa continuó merodeando aquella vivienda, intentando hallar a Eren. Su corazón se hundió cuando por fin lo encontró. La pelinegra, en silencio y con el corazón palpitante, se acercó aún más hacia aquella ventana. La escena que se desarrollaba en el interior era como un cruel teatro, y Mikasa se veía a sí misma como una espectadora no deseada. La luz tenue de la cocina proyectaba sombras intermitentes en las paredes. Intentando ser lo más precavida posible para que no la notaran, Mikasa observaba a Eren y Pieck moviéndose armoniosamente por aquella habitación, lanzándose bromas uno al otro, mientras se daban suaves empujones y sus risas resonaban en el aire. Para Mikasa, cada carcajada era un eco de traición. Se veían como una feliz pareja disfrutando un día común en su hogar, entendiéndose en la cocina mientras disfrutaban su tiempo juntos. Pieck, con su cabello largo y oscuro, compartía miradas cómplices con Eren, mientras éste le lanzaba pedazos de zanahoria que la chica atrapaba ágilmente entre sus labios.
Mikasa apretó los puños sintiendo el frío metal de las esposas que llevaban sus manos, como una metáfora de su propia prisión emocional. Los recuerdos de los momentos felices que compartió con él se mezclaban con la realidad amarga que estaba presenciando. Quería dejar de ver aquella escena que le destrozaba el corazón, pero cada risa, cada roce de sus manos, era un puñal que se clavaba en lo más profundo de su confianza.
Cuando creyó que aquello no le podía doler más, notó cómo Eren se acercaba con paso decidido a Pieck mientras posaba una de sus manos sobre la mejilla de aquella joven, acunándola tiernamente antes de inclinarse hacia ella.
Mikasa apartó la mirada, evitando presenciar el beso, idéntico al que él le había dado la noche anterior. Apretó los dientes con fuerza, luchando contra las lágrimas que amenazaban con escapar de sus ojos. Ansiaba gritar, enfrentarlos, pero algo se lo impedía: Gabi. La niña, acababa de atravesar la etapa más difícil de su vida, aunque ni siquiera se enterara de ello. No sería justo; Mikasa no se atrevía a lastimar a esa pequeña criatura inocente que no entendía que su padre era un desgraciado.
Finalmente, con un nudo en la garganta, Mikasa se alejó de la ventana, distanciándose de la casa de Pieck y llevando consigo la tormenta que rugía en su interior.
Se sentía herida, traicionada y engañada. Sin pensar, decidió que lastimaría a Eren de la misma forma en que él lo había hecho con ella. Ya no había tiempo para arrepentimientos. Si a él no le había dolido engañarla, ella ni siquiera pensaría dos veces antes de hacerle pagar por lo que sentía en aquel momento.
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– ¿Mikasa? ¿Qué haces aquí?
– ¿Está la señora Kirstein?
–No –respondió el chico lentamente–. Mamá está con Dina en una revisión médica del hermano de Eren. ¿Acaso necesitas...?
El joven se interrumpió cuando la pelinegra se arrojó a sus brazos y unió sus labios en un profundo beso. Jean dio un paso hacia atrás, atrapándola con sorpresa, y por inercia correspondió a aquel intenso gesto que la joven le daba casi con desesperación. Sin embargo, algo lo hizo detenerse mientras la tomaba de la cadera y la alejaba un poco de él.
–Espera, Mikasa... ¿qué está...? –Dejó de hablar. Los grisáceos ojos de Mikasa, llenos de lágrimas, sumado a su repentino ataque, le dieron la respuesta a su pregunta inconclusa. Jean hizo una mueca–. Los viste juntos.
–Tenías razón –señaló Mikasa con voz rota–. Todo este tiempo tenías razón y no presté atención. Soy una estúpida.
Jean suspiró, cerrando la puerta de su hogar y abrazando a Mikasa contra su pecho. Los delgados dedos del chico acariciaron el cabello de Mikasa, mientras la arrullaba tiernamente.
–Lo siento tanto... me hubiera encantado no tener razón... pero... ¿por qué estás aquí?
–No lo sé –admitió la chica enterrando su rostro en el pecho de Jean, el cual suspiró apoyando su mejilla en la cabeza de la chica.
– ¿Crees que esto te haga sentir mejor? –Preguntó el joven y Mikasa resopló mientras negaba.
–No, pero creo que no me podría hacer sentir peor.
–Mikasa... no te vas a recuperar por estar conmigo, ¿lo entiendes?
–No... pero creo que equilibraría la balanza.
–Mikasa...
–Me dijiste que te gustaba, ¿acaso mentiste?
–No... Mika, eres preciosa... pero no quiero que te sientas peor después.
–Bien... eso es decisión mía –la pelinegra posó una de sus manos tras la nuca del chico y negó–. No me podría sentir peor acostarme contigo... Eren lo hace, y luego se va con Pieck... supongo que la culpa es algo soportable.
El joven apretó los labios, cerrando los ojos con fuerza. No podía negar que, evidentemente, Mikasa era una de las mujeres más hermosas que había conocido jamás. Era preciosa, y él mismo, cuando eran novios, había querido estar con ella. Sin embargo, entendió inmediatamente por qué ella estaba allí. Mikasa pensaba que Eren solo la había utilizado por sexo, en lo que probablemente estaba acertando, y quería quitarle el poder al ojiverde, como casi una demostración hacia él para que entendiera que ella tenía el control de su vida.
Jean no quería ser parte de eso.
–Mikasa...
–Tienen una hija, Jean, ¿lo sabías? –Preguntó ella con amargura.
– ¿Qué?
–Ellos... Eren y Pieck... tienen una hija. Se llama Gabi, tiene tres años.
El muchacho apretó los puños con fuerza mientras rascaba su cabeza.
– ¿Segura?
—Jean, no estaría aquí si no tuviera la certeza. La niña le dijo "papá", y yo los vi. Eren y Pieck se estaban besando. Armin lo sabe todo.
—Pero yo creí que...
—¿Todavía te quería? —Mikasa rió con amargura—. Créeme, yo también pensaba que Eren me amaba, a pesar de que tú me lo habías advertido.
Jean lanzó un torrente de improperios mientras recostaba su frente contra la puerta de la entrada. Mikasa casi se arrepintió de haberle dicho la verdad; sin embargo, él merecía saberla. Los rumores ya no eran solo eso, ahora estaban completamente confirmados. Eren había sido un desgraciado que le había arrebatado la novia a su amigo y, no contento con eso, la había embarazado. Estaban juntos y todavía se atrevían a negarlo.
—Lo siento... no debí venir...
Cuando la muchacha estuvo a punto de salir de aquel lugar, Jean la tomó del brazo y la atrajo hacia él para abrazarla casi celosamente. La seguridad que había tenido al llegar al hogar de los Kirstein se había desvanecido por completo. No obstante, el recordar a Eren inclinándose para besar a Pieck la llenó de la valentía que necesitaba para corresponderle el beso que en aquel momento Jean le daba con devoción, arrinconándola contra la puerta y recorriéndole el cuerpo con las manos en una búsqueda desesperada por la venganza.
El joven cargó a Mikasa mientras ésta le rodeaba de cintura con sus piernas, la llevó al sofá en la sala de estar antes de desnudarla rápidamente.
Eren siempre había sido dulce, considerado, romántico y amoroso . Claro, porque se suponía que se querían y que aquella era una entrega total. Con Jean fue completamente diferente. Ambos estaban dolidos, llenos de ira y de resentimiento, queriendo buscar en el otro, los recuerdos de su ser amado. Las lágrimas calientes que se deslizaban por el rostro de Mikasa, amargaban aquellos besos desesperados que se daban, y una vez Jean tuvo la protección correspondiente, se introdujo en Mikasa casi con brusquedad. La pelinegra echó su cabeza hacia atrás mientras pensaba en Eren. Quería olvidarlo, quería borrar las huellas que había dejado el hombre que amaba sobre su piel. Mientras Jean se empujaba bruscamente contra ella, Mikasa no había dejado de pensar si a Eren le sucedía exactamente lo mismo que a ella, que, mientras hacían el amor, él pensaba en la madre de su hija, si la extrañaba, si sus pensamientos la invocaban con la misma desesperación que Mikasa lo invocaba a él.
Jean se movía bruscamente contra la pelinegra, depositando bruscos besos sobre la piel de la chica, marcando su pálida piel albina. Mikasa ya ni siquiera podía ahogar los sollozos desesperados de la traición al recordar la cercanía y familiaridad con la que Eren y Pieck se comportaban el uno con el otro. Recordaba Gabi, emocionada por ver a su padre, recordaba a Armin y Annie juguetear con aquella niña.
¿Por qué?
¿Por qué nadie le había dicho la verdad?
¿Por qué le habían permitido enamorarse de aquel joven que solo estaba jugueteando con ella?
Cuando Jean terminó cayendo completamente agotado sobre el pecho de la pelinegra, Mikasa cubrió su rostro con sus manos sintiéndose sucia y utilizada por Eren... al menos estando con Jean, ella había tenido el control. El joven al notar la tristeza de Mikasa, lanzó una maldición abrazándola contra su pecho.
-Lo siento... ¿te lastimé? No quise.
-No... estuvo bien... solo... no importa -musitó con voz amarga-. Lo volvería a hacer una y mil veces si con eso Eren siente al menos la mitad del dolor que yo estoy sintiendo.
Jean suspiró mientras abrazaba a Mikasa, atrayéndola hacia su pecho y depositando un beso en la coronilla de su cabeza. Los ojos fatigados de la pelinegra comenzaban a cerrarse debido al agotamiento y al estrés acumulado en los últimos días. La noche anterior, incapaz de conciliar el sueño, había enfrentado casi ocho horas de viaje de ida y vuelta. El peso emocional de las impactantes imágenes presenciadas en la casa de Pieck la perseguía, amenazando con consumirla por completo.
A lo lejos, divisó una fotografía que la hizo detenerse en seco. Sus ojos se abrieron de par en par antes de volver la mirada hacia Jean con resentimiento.
—Dijiste que no lo sabías —acusó, poniéndose de pie. Jean frunció el ceño.
—¿De qué hablas?
—Sobre la hija de Eren y Pieck. Dijiste que no lo sabías.
—No lo sabía.
—¿Entonces por qué demonios hay una maldita foto de ella en tu casa? —gruñó, señalando un pequeño recuadro en una repisa donde varias fotografías yacían sin orden aparente.
—No es la hija de Eren y Pieck, es mi mamá cuando apenas era una niña —aclaró Jean. Mikasa sintió cómo el alma le abandonaba y palideció por completo. Jean arqueó una ceja—. ¿Qué pasa?
Mikasa cubrió su boca con la mano, observando a Jean con creciente pánico.
—Solo para aclarar... ¿Por qué tu mamá se preocupa tanto por Eren? ¿Por qué está tan segura de que él es inocente? —exigió saber, mientras Jean empezaba a vestirse.
—Siempre fue su sobrino favorito, ¿qué más da?
La pelinegra tragó saliva, sintiendo un nudo en el estómago.
—¿Estás tratando de decirme que Eren y tú son...?
—Primos, aunque no me enorgullece decirlo. Acostarse con la novia de tu primo da asco... no lo digo por ti —añadió rápidamente—. Esto es diferente.
El rompecabezas comenzó a tomar forma en la mente de Mikasa, las piezas encajaban de manera diferente, creando un panorama distinto al que se había imaginado.
La madre de Jean era tía de Eren. Eren y Jean eran primos, y esa mujer era idéntica a la pequeña Gabi. Mikasa observó detenidamente las fotos en la habitación. Se detuvo en una imagen de una hermosa pelinegra con ojos del mismo tono que Gabi, sosteniendo a un precioso bebé de cabello castaño y ojos esmeralda, los mismos ojos que amaba en Eren.
—¿Es él?
—Sí, con su madre —respondió Jean, entregándole la ropa a Mikasa, quien comenzó a vestirse rápidamente sin dejar de mirar la foto—. Ella es Carla.
La realidad golpeó a Mikasa con fuerza. Eren era la perfecta combinación de su madre, su padre... y su tía. Náuseas la invadieron y el asco hacia sí misma se intensificó.
—¿Qué pasa? —preguntó nuevamente Jean con irritación.
Las piezas encajaron y Mikasa empezó a llorar con fuerza mientras sostenía la fotografía en sus manos. En ese momento, llamaron desesperadamente a la puerta, y Jean corrió a abrirla. Mikasa apenas se sorprendió cuando Eren entró, buscándola con desesperación.
El panorama no podía ser peor.
Mikasa apenas se había puesto los pantalones, con los pechos al aire y el sostén y la camisa de la joven en el suelo. El paquete plateado estaba tirado junto al sofá, con los cojines desorganizados. Su cabello negro estaba revuelto, los labios hinchados y algunas marcas en el cuello. Jean ni siquiera se había terminado de abrochar la camisa.
Eren observó a Mikasa con incredulidad mientras las mejillas de la pelinegra se coloreaban. La chica negó con fervor e intentó acercarse a su novio, si aún podía llamarlo así, pero el castaño dio un paso hacia atrás mientras elevaba las manos.
—Eren, yo puedo explicarlo.
—¡No quiero escucharlo! —Gruñó el castaño, y Mikasa le tendió la foto con desesperación.
—¿De quién es hija Gabi? —Presionó, mientras Jean los observaba como si fuera un partido de tenis; claramente intentaba entender qué sucedía.
—Creo que tú ya sabes la respuesta, ¿verdad?
—Mierda.
—Sí —Eren rió con amargura—. Es una mierda.
—Eren, por favor...
—No, te pedí que confiaras —espetó el castaño con furia.
—Alto —Jean los observaba con los ojos entrecerrados—. Mikasa, dijiste que estabas segura de que Eren era el padre de Gabi, ¿qué demonios está sucediendo?
—Así que estabas segura... te dije que confiaras en mí.
—Eren, por favor...
—Mikasa, Jean... sinceramente, pueden irse al diablo —espetó el castaño antes de salir de la casa de los Kirstein, azotando la puerta con furia. Mikasa se sentía como la mayor idiota del mundo.
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