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12: Zeke






–Mikasa –Armin le dio un suave empujón y la chica volvió a la realidad antes de parpadear rápidamente, intentando enfocar su atención.

– ¿Qué?

El chico cabeceó hacía el frente del salón de clases y Mikasa notó que su maestro de microbiología la observaba con fastidio.

–Va a responder a la pregunta, ¿sí o no?

–Lo siento, no la sé –admitió Mikasa y el hombre pareció realmente furioso, antes de hacerle la misma pregunta a otro alumno, que la respondió inmediatamente, pero la muchacha ya se había distraído de nuevo.

– ¿Qué pasa contigo? –Preguntó su mejor amigo–. Nunca antes te habías distraído en clases, ¿todo está bien con Jean?

Jean.

Él era el menor de sus problemas, aunque no, las cosas no iban nada bien. Después de aquella noche, Mikasa lo había reñido.

¿Cómo es que podía hablarle así a su madre? Ella era una mujer tan dulce, tierna y evidentemente amaba a su hijo.

¿Por qué la gritaba de esa manera? Aquello había sido un tema de discusión que definitivamente lo había sacado de sus casillas y le había dicho que ella no entendía, así que por favor no se metiera en sus asuntos. Pero la rabia de Mikasa no solo se remitía a la forma en la que Jean había tratado a aquella dulce mujer, sino que también había interrumpido su charla.

"¿¡Es que te interesa mucho saber sobre él!?" le había preguntado furioso.

Le habría encantado decirle que sí, pero por supuesto no podía hacerlo, no importaba cuan enojada estuviera, no quería lastimarlo, por lo que simplemente había negado y le había dicho que no, pero aquella no era forma de interrumpir una conversación.

El joven se había marchado de su casa tras dejarla allí, y hasta el momento no habían hablado.

La pelinegra se sentía aliviada por eso, pues en aquel momento no se sentía de humor para lidiar con él.

– ¿Está todo bien con Jean? –Preguntó Armin de nuevo–. ¿Terminaron? –Su voz sonó casi esperanzada.

–No –respondió Mikasa y el chico pareció decepcionado–. Solo fue una pequeña discusión.

– ¿Entonces pasó algo malo con alguien más? –Armin se inclinó hacia la muchacha–. Mika... estoy para ti, ¿qué tienes?

¿Qué tenía?

La chica no había dejado de atormentarse con preguntas.

¿Qué es lo que estaba pasando con Eren?

¿Era su madrastra la razón por la cual no le había permitido entrar a su casa?

Lo entendía perfectamente si ese fuera el caso. La mujer era simplemente desagradable. Tampoco sabía que tenía un hermanito menor.

¿Acaso se metía en problemas para llamar la atención? ¿Por eso estaba peleando todo el tiempo con todos? ¿Aquel niño era la razón por la cual Eren continuaba en un lugar en el que evidentemente era miserable?

–Me rindo contigo –rezongó Armin–. Pero si no estudias vas a reprobar, tenemos examen la próxima semana, y es evidente que no prestaste atención a la clase –acusó el rubio al terminar la clase–. Quizás deberíamos hablar después para reunirnos. Necesito que entiendas este tema.

–Sí... tienes razón –respondió la pelinegra aún en un estado grogui mientras tomaba sus cosas y las guardaba en su mochila.

–Mika, ya basta, ¿pasó algo? En serio me preocupas.

–Sí, es solo que tengo muchas cosas en mente.

– ¿Puedo saber? –Inquirió Armin acariciándole el brazo.

–No, pero tengo que irme... no puedo continuar aquí.

–Mikasa, pero... tenemos clase.

–No puedo concentrarme, solo toma nota y luego me ayudarás con eso, ¿verdad?

–Sí claro, pero si sucede algo malo podría ayudarte.

–No, esto tengo que hacerlo por mí misma.

Armin apretó los labios tratando de descifrar qué sucedía, sin embargo, se encogió de hombros al no entenderla y asintió a regañadientes.

–Bien... entonces buena suerte con tu asunto.

–Sí, claro, por cierto, ¿me prestas tu auto?

– ¿Para qué? Creí que odiabas conducir.

–Armin... por favor.

–Dios, espero no arrepentirme de esto –gruñó el chico sacando sus llaves y tirándoselas a su mejor amiga, que las atrapó en el aire y salió corriendo.

Necesitaba disipar sus dudas y no descansaría hasta conseguir las respuestas que le urgían.








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–Disculpe, ¿le puedo ayudar en algo? –Preguntó una mujer de rostro serio, aunque no se veía tan aterradora como la señora Jaeger.

–Lo siento, quedé de verme con Eren aquí y creo que he llegado algo temprano... ¿aún no está en casa?

–No, de hecho, el joven se encuentra en el trabajo, así que lo siento... –la mujer comenzó a cerrar la puerta y Mikasa puso el pie al tiempo que le dedicaba su mejor sonrisa.

–No importa, puedo esperarlo –aseguró a pelinegra.

–No lo sé, normalmente no le gustan las visitas... y ni siquiera la conozco.

–Oh, lo siento no me presenté, soy Mikasa Ackerman, la novia de Eren.

Los ojos azules de la mujer que le atendió la puerta, se abrieron de golpe y recorrió a la muchacha con su mirada.

–No sabía que el joven Eren tenía novia –admitió sobrecogida.

–Bueno, Eren es algo reservado en sus cosas, ya sabe, por toda la situación.

–Claro... sin embargo, no creo que deba...

–Por favor, además, hace mucho que no veo al pequeño Zeke y me encantaría saludarlo –insistió la pelinegra, temerosa que su plan fallara.

–Bueno, él está comiendo... no creo que le gusten las visitas. Ahora anda un poco rebelde, ya sabe cómo se pone.

No, no sabía, pero quería averiguarlo.

–Tienes toda la razón –mintió la muchacha–. ¿Crees que pueda ayudar? Zeke y yo somos muy buenos amigos.

La mujer pareció dudarlo un segundo, antes de suspirar pesadamente y asentir mientras abría la puerta.

Mikasa por fin pudo entrar en aquel lugar, pero lo que vio allí, la sorprendió en demasía. Latas y botellas de cerveza estaban esparcidas por toda la estancia, algunas colillas de cigarrillo se encontraban sobre el sofá, la alfombra y en la mesa, regadas de forma desorganizada. El lugar apestaba y sus tripas se revolvieron.

La chica se tuvo que esforzar para fingir que aquello era totalmente normal, pues si la mujer descubría que le había dicho mentiras, la echaría de aquel lugar y no podría averiguar todo lo que quería.

–Lo siento, Eren me ha hablado mucho de ti, pero siempre se me olvida tu nombre, ¿me lo puedes recordar? –Preguntó Mikasa ladeando levemente la cabeza.

–Nanaba –respondió ella de forma seca–. Si gusta sentarse el sofá –estaba horriblemente sucio, por lo cual hizo una mueca–. Oh no...

–No hay problema –aseguró Mikasa intentando ignorar aquel apestoso aroma–. ¿Me dijo que Zeke estaba comiendo?

–Sí, por supuesto, sígame –señaló la mujer caminando hasta la cocina.

Lo que vio allí, la sorprendió absolutamente, tanto, que el observar la sala pareció una nimiedad. Mikasa había pensado que Eren tenía un hermano menor, un bebé que necesitaba una cuidadora, como seguramente lo era Nanaba, pero no estaba ni cerca de la verdad.

Junto a una pequeña mesa redonda, se encontraba un hombre de aspecto tosco, cabello rubio enmarañado y una barba desordenada, estaba sentado en lo que parecía un caminador de bebé, evidentemente especial para su situación. Sus ojos celestes brillaban con curiosidad y su brazo izquierdo tenía una enorme cicatriz de lo que parecía una quemadura. En sus manos sostenía trozos de comida y su rostro lucía bastante embarrado.

– ¿Todo está bien, señorita Ackerman? –Preguntó la mujer frunciendo el ceño.

‹‹Recuerda. Ya lo conoces, ya lo conoces, ya lo conoces››

Intentaba disimular su sorpresa, pero aquello era demasiado. Ni siquiera se le pasó por la cabeza el que Eren tuviera un hermano evidentemente mucho mayor que él, pero en algunas condiciones... especiales.

Tuvo que reprimirse para no preguntarle a Nanaba lo que le sucedía al hombre. Después de todo, se suponía que si ella era la novia de Eren, para esas alturas ya lo debería saber.

–Sí, lo siento, es que me agrada tanto ver Zeke, que me quedé impactada. Lo extrañaba –mintió Mikasa.

Para su sorpresa, el hombre parecía feliz de ver a aquella pelinegra en su hogar..

–Qué extraño que se lleve bien con usted... usualmente cuando alguien nuevo llega a la casa, el joven Zeke es muy agresivo... me imagino que el joven Eren la ha traído mucho por aquí. Por cierto... –la mujer señaló el cabello de Mikasa–. Recuerde recogérselo, no querrá tener un accidente.

Mikasa deseó preguntarle a qué se refería, pero también para esas alturas ella debería saberlo, por lo cual haciendo caso a Nanaba, ató su cabello con una liga que tenía en la muñeca, asegurándose que ningún mechón quedara libre.

–Hola Zeke –saludó Mikasa nerviosa mientras tomaba asiento frente al hombre; éste estiró su mano y le embarró algo del pastel de espinaca, en la cara a la chica.

Mikasa dio un brinquito y la mujer pareció aterrada.

– ¡Zeke Jaeger, eso no se hace! –Gritó Nanaba furiosa.

–No te preocupes –se apresuró a decir Mikasa notando que el labio del hombre temblaba y estaba a punto de hacer una fuerte pataleta–. Todo está bien, no hay problema –señaló recibiendo la servilleta que le daba la mujer y limpiándose el rostro–. Zeke, no deberías hacer eso, fue grosero, cariño –reprendió Mikasa con dulzura.

Tras limpiar su rostro, comenzó a quitar los restos de comida que Zeke tenía pegados en la barba. Nanaba se sorprendió cuando el hombre se quedó muy quietito, dejándose acicalar por aquella chica. Tras quitarle el resto de comida que tenía apretados en las manos, Mikasa tomó una cuchara y comenzó a darle la comida al hombre, que observaba atentamente a la joven que tenía enfrente mientras recibía gustoso el alimento.

–Es muy extraño –susurró la rubia–. Usualmente el joven Zeke solo es dócil con Eren... quizá es porque cuando la ve a usted le recuerda a su hermano menor.

–No creo que Eren y yo seamos muy parecidos –soltó Mikasa en tono jocoso y Nanaba también dejó escapar una risita.

–Me refería a, como usted ha estado con él frente al joven Zeke.

‹‹Mierda, lo olvidé››.

Claro, debía recordar sus mentiras.

–Sí, por supuesto, solo bromeaba –soltó Mikasa un tanto nerviosa antes de continuar alimentando en silencio al hombre.

Una vez se acabó todo el pastel de espinacas, la pelinegra volvió a limpiarle los restos de comida del rostro antes de observar a Nanaba con curiosidad, mientras ésta elevaba el caminador un poco para que el hombre pudiera moverse libremente.

–Ya se lo he comentado un par de veces a Eren, pero... ¿no sería correcto arreglar un poco a Zeke? Se ve algo... descuidado.

–Si usted supiera las veces que el joven lo ha intentado, pero Zeke simplemente no colabora, ni siquiera he podido bañarlo en tres días –se quejó Nanaba lavando los trastes.

–Si gusta, yo la puedo ayudar –se ofreció Mikasa observando como el hombre se paseaba por la cocina.

–No señorita, ¿se imagina si el joven Eren se entera que la he puesto a bañar a su hermano?

–No tiene por qué enterarse. Quizá se tarde un poco más en el trabajo –eso esperaba; la mujer miró el reloj.

–Bueno, debería estar llegando en una hora –admitió–. No lo sé –dudó Nanaba, pero ella también parecía pensar que el rubio necesitaba acicalarse.

Mikasa sonrió observando a Zeke.

– ¿Qué dices amigo? ¿Quieres un baño? –Preguntó dulcemente. El hombre le dirigió una enorme sonrisa antes de asentir y golpear sus manos contra el caminador, en gesto emocionado.

Mikasa lo miró tiernamente y le revolvió el cabello, antes de observar a Nanaba con superioridad.

– ¿Lo ves? Creo que él manda –canturreó feliz.

La mujer nuevamente pareció sorprendida antes de dejar escapar una suave sonrisa.

–Está bien, usted gana, pero si el joven Eren se entera...

–Yo le diré que fue mi idea –interrumpió Mikasa–. No se preocupe, yo me encargo de Eren.

La mujer asintió y tomó la silla del rubio, pero este lanzó un fuerte grito y la observó molesto, agitando sus manos para golpearla. Mikasa corrió a su lado y tomó el lugar de Nanaba; Zeke inmediatamente pareció aplacarse.

–Excelente –soltó Nanaba con falsa molestia–. Creo que usted me va a quitar el trabajo –se burló, aunque parecía encantada de que el rubio respondiera tan positivamente a alguien; Mikasa le guiñó un ojo.

–No me tientes o lo haré. Creo que ya amo a Zeke.

–Hermano equivocado –se burló Nanaba y Mikasa soltó una suave risita mientras juntas salían de la cocina, dirigiéndose hacia el cuarto de baño para asear al rubio, que por primera vez en mucho tiempo parecía realmente entusiasmado por la idea de asearse.









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Mikasa había aprendido, a las malas, por qué debía llevar el cabello recogido cuando estaba cerca de Zeke. Justo cuando se encontraba jugueteando con el hombre, distrayéndolo mientras Nanaba le daba su baño en la tina, la liga con la cual se había recogido el cabello había estallado, provocando que las largas hebras oscuras cayeran sobre su rostro. Zeke, emocionado, había estirado sus manos con gran rapidez y tomado puñados de cabello azabache antes de tirar fuertemente de él mientras reía encantado. A la rubia le costó un gran trabajo que la soltara, y ahora el cuero cabelludo de Mikasa ardía. Fue una fortuna que no le arrancara mechones, pues por un segundo Mikasa juraba que podía quedar calva.

–Lo siento, lo siento tanto, no debí aceptar su idea, fue mi culpa, perdóneme por favor –suplicaba Nanaba muy preocupada por la jovencita; Mikasa estaba masajeando su cuero cabelludo, al tiempo que le dedicaba una suave sonrisa a la rubia.

–No hay problema... creo que la liga estaba algo vieja, pero ya todo está bien.

– ¿Está segura? Él tiene mucha fuerza, después de todo sigue siendo un hombre.

–No te preocupes Nanaba, en serio, pero creo que tendré que recortar mi cabello, ¿no es por eso que tú y la señora Jaeger lo llevan corto? –Preguntó Mikasa y la mujer asintió.

–Sí, es mejor evitar cualquier accidente.

–Exactamente, yo haré lo mismo.

–Pero su cabello es tan bello –se lamentó la mujer.

–Gracias, pero prefiero llevarlo corto y poder estar cerca de Zeke –aseguró mientras le sonreía al hombre, que dormitaba tranquilamente en su cama después de aquel largo baño–. Además, valió completamente la pena.

Después del arranque del rubio, y tras asegurar de nuevo su cabello para que no ocurriera otro accidente, habían logrado acicalarlo por completo, cortándole el cabello y rasurándole la barba para arreglársela. No supo si fue la culpa por haber lastimado a la pelinegra, o la atención que ésta le daba jugueteando con él, pero se había quedado increíblemente quieto, mirándola embelesado. Tras ponerle una cómoda pijama, lo habían acostado en la cama y él no había tardado en dormirse.

–Usted en verdad lo quiere mucho –señaló Nanaba de pronto; Mikasa se encogió de hombros.

–Bueno, sí, es adorable.

–No me refiero al joven Zeke, me refiero al joven Eren... –aclaró la mujer–. No es fácil pasar por toda esta situación, pero usted lo hace es por él, ¿verdad? Zeke es la persona más importante para el joven Eren... tiene gran fortuna de haber conseguido una señorita que pueda calmar a Zeke de esa forma.

Mikasa se sonrojó completamente.

–Bueno él es adorable –repitió cubriendo al rubio con una manta antes de besarle la frente–. Y si es la persona más importante para Eren, no puedo hacer más que quererlo.

Nanaba sonrió con dulzura, pero antes de que pudiera decir algo al respecto, la puerta principal sonó. Alguien había llegado. Mikasa se aterró en pensar que fuera la señora Jaeger, por fortuna, unos segundos después se escuchó la voz del chico.

– ¡Ya estoy en casa! –Gritó desde la planta baja–. ¿Dónde está Zeke?

–Es mejor que bajemos –apresuró la mujer–. O va a despertar al joven Zeke... y eso no es bueno –señaló la mujer y tras poner unas rejas de seguridad alrededor de la cama del rubio que asemejaban a un corral de bebé, juntas bajaron las escaleras rápidamente–. El joven Zeke está durmiendo, ¿desea que le prepare algo para la cena? –Inquirió Nanaba entrando a la sala junto con Mikasa.

–No te preocupes –se escuchó a Eren hablar desde la cocina–. Ya puedes irte a casa y descansar –señaló y parecía estarse acercando. El corazón de Mikasa latió violentamente–. Por cierto, ¿sabes por qué el auto de Armin está en...? –Se detuvo cuando, al entrar en la estancia, observó a Mikasa. Su ropa estaba bastante mojada, su rostro rojo y parecía un cervatillo asustado–. ¿Qué haces aquí? –Preguntó Eren con voz temblorosa; Mikasa rascó su brazo mientras le sonreía nerviosamente al chico.

–Quedamos de vernos aquí amor, ¿lo olvidaste?

– ¿Amor? –Preguntó Eren confundido; Nanaba también lucía extrañada y se giró para ver a Mikasa. Antes de que descubriera que le había dicho mentiras, la pelinegra le sonrió abiertamente a la mujer.

–Creo que Eren tiene razón, ya has trabajado mucho por hoy, deberías ir a descansar. Nosotros nos encargamos a partir de ahora... fue un gusto conocerte.

La rubia parecía querer preguntar qué sucedía, pero al recordar que aquello no era asunto suyo, simplemente asintió, se despidió de la pareja y tras tomar su bolso, salió de la casa sin más. La pelinegra se giró hacia Eren.

–Hola, ¿tuviste un buen día en el trabajo? –Preguntó y Eren le lanzó una mala mirada.

– ¿¡Qué haces aquí!? –Gruñó con ira mal contenida.

–Y luego yo soy la maleducada –reprochó la chica.

–Mikasa... –Eren comenzó a elevar la voz.

– ¡Cállate Eren! –Gruñó en voz baja–. Zeke está durmiendo y no te imaginas lo que me costó eso.

– ¿Zeke? ¿Conoces a Zeke? –Eren parecía horrorizado–. ¡Claro que conociste a Zeke!

– ¡Que te calles! –Reprendió Mikasa–. Baja la voz, es en serio Eren, no lo vas a despertar.

El chico apretó la mandíbula antes de tomarla bruscamente del brazo. Mikasa creyó que la echaría a empellones de su hogar, no obstante, la arrastró escaleras arriba hacia la habitación de su hermano. La sorpresa de Eren fue grande al notar que efectivamente y como le había dicho la chica, Zeke se encontraba dormitando. Tenía el rostro lleno de paz y una sonrisa instalada en sus labios. Eso no fue todo lo que lo asombró. El cabello de su hermano ahora estaba corto y perfectamente peinado, lucía brillante y sedoso. La horrible barba desorganizada había desaparecido casi por completo, al menos se veía como la había llevado en el pasado. Su hermano desprendía un suave aroma a jabón e incluso un poco de perfume.

– ¿Cómo fue que pasó esto? –Preguntó Eren en un susurro–. Él odia que Nanaba lo bañe.

–Bueno, digamos que yo ayudé un poco –admitió la pelinegra–. Por cierto, si me hubieras dicho la verdad desde un principio, sabría lo del cabello.

Eren hizo una muñeca observándola y le acarició la mejilla.

– ¿Te lastimo mucho?

‹‹Sí, demasiado››.

–Para nada, pero tendré más cuidado para la próxima vez.

– ¿¡La próxima vez!? –Preguntó casi en un grito y Mikasa llevó sus manos hacia la boca de Eren, observando aterrada a Zeke. Por fortuna él parecía demasiado agotado como para despertarse por los gritos de su hermano menor.

– ¡Ya cállate y déjalo dormir! –Riñó Mikasa en un hilito de voz.

Eren se sentía totalmente confundido, y rascando su frente, señaló a su espalda.

–Tenemos que hablar en otro lado, entonces.

Mikasa asintió y le tendió la mano; Eren sonrió a medias y la tomó antes de llevarla hasta su habitación. Al llegar allí, Mikasa sintió como si se hubieran transportado a otro mundo. A diferencia de toda la casa, aquel lugar no apestaba a cigarrillos, de hecho, el olor al perfume de Eren la invadió, haciéndola sonreír. Las paredes, pintadas de un gris oscuro, tenían algunos afiches de bandas, y guitarras colgando de forma desorganizada. La cama estaba perfectamente hecha y un pequeño escritorio se encontraba en el fondo; allí había una vieja computadora junto con un estéreo antiguo. Un anaquel guardaba algunos libros que lucían muy viejos y el chico tenía una gigantesca biblioteca llena de música; había de todo.

La pelinegra tragó grueso, no podía creer que estaba en la habitación de aquel chico. Era la primera vez que él realmente le dejaba ver su intimidad, aunque por supuesto, era claro que no había sido su intención.

– ¿Qué haces aquí en mi casa? –Preguntó Eren invitándola a sentarse junto a su lado en la cama; así lo hizo ella.

–No lo sé, solo quise venir.

–Supongo que esto significa que Armin te contó todo.

–No fue él –admitió la chica y Eren chasqueó la lengua.

–Es el único que sabe...

–De hecho, la señora Kirstein está bastante enterada de tu vida –explicó ella y Eren soltó una carcajada amarga.

– ¿Y qué? ¿Jean quería que conocieras a su madre y se pusieron a chismorrear de mi vida? –Preguntó Eren con sarcasmo, pero al notar que Mikasa agachaba la mirada, se dio cuenta la verdad detrás de sus palabras–. Así que ya conociste a tu dulce suegra.

–Sí –respondió Mikasa–. Y también a la madre de Zeke.

Los ojos de Eren se abrieron de golpe antes de lanzar una maldición.

–Claro... Dina y Jenny son mejores amigas, lo había olvidado.

–Exacto.

– ¿Y por eso estás aquí? ¿Sentiste lástima por mí?

–No Eren, de hecho, vine porque te estoy dando una oportunidad.

– ¿Una oportunidad? –Preguntó el ojiverde arqueando una ceja–. ¿De qué?

–Para que por fin seas sincero conmigo. Estoy aquí y quiero que me cuentes qué pasa.

–Tú ya viste qué pasa –Obvió Eren con amargura.

–Sí, pero aún tengo tantas preguntas... como, ¿qué pasa con él? –Sonsacó y Eren hizo mueca.

–Mikasa...

–Confía en mí, por favor –suplicó.

Él parecía no querer hablar, pero al final tomó una de las manos de ella y le besó el dorso.

–No te puedo decir mucho sobre mi hermano en su juventud... no lo conocí hasta... ese... ese día.

– ¿Cómo?

–En serio no quiero hablar de eso... solo... en resumidas cuentas tuvimos un accidente. Caímos en un barranco, papá murió instantáneamente, Zeke iba a su lado... por fortuna, físicamente salió casi ileso, excepto por... supongo que notaste su cicatriz en el brazo –observó Eren y la pelinegra asintió–. Cuando el auto estalló, él todavía estaba dentro... yo apenas pude salir con esfuerzo... las personas lo estaban sacando, pero su brazo resintió toda la explosión –Eren tragó grueso y por su rápido parpadear, Mikasa notó que estaba a punto de llorar–. El auto viró varias veces cuando caía por el barranco y mi hermano se dio un fuerte golpe en la cabeza que le causó una disfunción cerebral... los médicos intentaron de todo, pero su cerebro estaba demasiado dañado –el chico presionó la mano de Mikasa contra sus labios–. Nos dijeron que el daño era irreversible y que tenía algo llamado trastorno orgánico de la personalidad... lo que derivó en infantilismo mental por daño neurológico.

La pelinegra hizo una mueca antes de chasquear la lengua.

– ¡Rayos! Debí prestar mayor atención en neurocirugía.

Aquel comentario aparentemente hizo reír al chico, que la observó con exasperación.

–Zeke tiene 29 años, pero por el accidente su cerebro quedó dañado. Mentalmente Zeke siempre será un niño de uno o dos años... no puede comer solo, no puede bañarse solo, necesita ayuda para levantarse de la cama y tiene que utilizar pañales.

–Bien... entiendo –habló lentamente Mikasa–. ¿Y por qué estás aquí?

–El testamento de mi padre dejaba la casa a nombre de sus hijos... pero por el estado mental de Zeke, fue su madre quién recibió la potestad para manejar sus bienes... así que en teoría es la tutora legal de mi hermano.

Mikasa nuevamente asintió pensativa.

– ¿Y hace bien su trabajo? –Indagó; Eren chasqueó la lengua.

–La conociste, ¿tú qué crees?

–Creo que ahora entiendo por qué la señora Kirstein dijo que estabas atrapado en esta casa –dedujo y Eren se encogió de hombros.

–Es una forma de verlo.

–Hay algo que no entiendo... si no conocías a tu hermano antes... bueno, no es como si hubieran desarrollado una hermandad muy profunda, y no me malinterpretes –se apresuró a añadir la chica–. Él es adorable, pero... ¿por qué quedarte? No lo conocías... es decir, es muy noble, pero... no sé...

–Aún no estoy listo para hablar de eso.

–Eren...

–Mikasa... te juro que estoy intentando ser sincero, pero dame tiempo –suplicó desesperado.

La chica no quería darle más tiempo, pero notando su alma fracturada, simplemente asintió.

–Está bien... creo que es lo justo.

– ¿Ahora lo entiendes? –Preguntó Eren con amargura–. ¿Ahora entiendes por qué no quería que vieras la mierda que es mi vida? ¿¡Ahora entiendes por qué no quiero que estés aquí!?

–Sí... y no.

– ¿No? –Aclaró Eren confundido–. ¿Qué quieres decir con eso?

–Quiero decir que puedo entender por qué pareces querer ocultarlo, pero Eren... –Mikasa se llevó sus manos unidas a los labios, y tal como lo había hecho el chico, ella le besó el dorso–. No tienes que ocultármelo a mí, ¿entiendes? Puedes contármelo todo.

– ¿Y para qué? ¿Qué gano con eso? ¿Qué cambia esto? Mikasa, ¿Qué cambia el que yo te lo cuente? ¿Soportarás esta basura conmigo? ¿Tendremos citas en la sala de mi casa, que parece un basurero? ¿Nuestros encuentros se basarán en tener que cuidar a mi hermano? –Preguntó completamente frustrado.

– ¿Te avergüenzas de Zeke?

–No... yo adoro a Zeke... pero, ¿no dijiste que te lastimó? ¿Aguantarías toda esta mierda por mí? –Exigió saber con desolación. Mikasa suspiró y se sentó en el regazo de Eren, el chico se congeló un momento antes de apoyar su frente en el hombro de ella–. No lo mereces.

–Eren... ¿aguantarías a mi hermano por mí? –Escudriñó en un hilito de voz; Eren alzó el rostro y le dio una mala mirada.

–No es lo mismo.

–Cierto... tu hermano... bueno, es prácticamente un niño dulce y adorable. Mi hermano es un enano potencialmente peligroso –admitió la pelinegra y Eren sonrió de lado–. Así que responde mi pregunta, Eren, ¿lo harías?

El ojiverde suspiró antes de posar sus manos en la cintura de la chica y asentir.

–Por supuesto que sí –respondió al fin.

–Bien, pues yo también lo haría. Zeke es un hombre maravilloso y puede que sea difícil, pero no sería un impedimento para estar con la persona que quiero –afirmó acariciándole el cabello con sus delgados dedos.

– ¿Todavía me quieres? –Eren pareció asombrado y Mikasa soltó una risita tomando las mejillas del chico entre sus manos; plantó suaves besos en todo su rostro.

–Jamás dejaré de hacerlo.

Los ojos de Eren se llenaron de lágrimas y negó antes de esconder su rostro en el pecho de la chica.

– ¡Eres un maldito ángel! ¿Lo sabías?

–Me lo han dicho un par de veces –admitió ella jugueteando con el cabello castaño del muchacho.

– ¿Ah sí? –Preguntó Eren arqueando una ceja–. ¿Quién?

–Tú, bobo –soltó con exasperación–. Ahora deja de perder el tiempo y bésame antes de que Zeke despierte.

Eren soltó una risa ronca y tomando a la chica de la nuca, la acercó hacia él para unir sus labios en un profundo y necesitado beso.


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