11: Argucia
–No lo sé, ¿y si no le agrado?
–No te preocupes amor, eres encantadora, seguro mamá te amará. Además, ¿no crees que es hora de conocerla? –Preguntó Jean mirándola con adoración.
La pelinegra quiso negar, pero se abstuvo de hacerlo. Los días habían pasado, convirtiéndose en semanas, y las semanas en meses. Tres. Hacía exactamente tres meses había hablado por última vez con Eren, aquella tarde en el bosque. Lo había visto ocasionalmente en casa de Armin, a veces tenía horribles golpes en el rostro, pero nunca se había atrevido a preguntarle a qué se debía todo. Al fin y al cabo, seguramente el chico no le respondería.
Hacía tres meses era novia de Jean.
El chico no había dejado de comportarse como la persona más maravillosa de todas, siempre atendiéndola, siempre mimándola, estando pendiente de sus necesidades. La recogía en casa y la acompañaba hasta su facultad. Si él salía temprano de clases, la esperaba para devolverla a su hogar sana y salva. Habían tenido muchas citas, aunque la mayoría había constado de ellos dos muy juntos en el cuarto de cine mirando películas.
Para desgracia de Mikasa, él parecía cada día más enamorado, mientras ella aún no podía verlo más que como un buen amigo. Quizá Historia y Sasha habían tenido razón, quizá el amor no era algo que se impusiera... o quizá es que ella realmente no se había esforzado. Por más que lo odiara, aún seguía pensando en Eren. El recuerdo de él negándose a responder sus preguntas aún le dolía.
‹‹Es hora de renunciar›› se había dicho una y mil veces, pero había algo, un no-sé-qué, impidiéndoselo completamente. El primer mes Armin le había suplicado una y otra vez que lo escuchara, pues las cosas no eran como parecían, y que le diera una oportunidad al chico para explicarse; Historia también insistía en que el amor por Eren hacia ella se notaba, y que no debía renunciar tan fácil a él. Sasha era la única que parecía haber aceptado su decisión, a pesar de no es estar de acuerdo con ella. Su padre se había ido de gira, y su madre tenía que grabar una película en Europa, por lo cual ninguno estaba en casa, algo que fue maravilloso para la chica ya que no tendría que presentarlo aún. Levi se limitaba a ignorarla completamente, como si no le importara que pasaba con su vida, y el ambiente para la pelinegra no podría ser más depresivo.
–Amor mío, todo está bien –aseguró Jean abrazándola por los hombros antes de plantarle un suave beso en la mejilla–. Te ves tan preciosa como siempre.
La muchacha tomó una bocanada de aire y se giró hacia él antes de asentir.
–Por supuesto, supongo que estoy muy asustada –mintió.
–No tendrías por qué, seguramente mi madre te querrá tanto como yo... bueno, no, yo te adoro Mikasa, más que a nada en este mundo, nunca lo olvides –musitó tomándola por la cintura y atrayéndola hacia él, al tiempo que sus labios le rozaban el cuello.
La pelinegra se estremeció antes de dar un paso atrás; sus manos nerviosas le acomodaron la corbata al chico, intentando fingir que todo estaba bien. Últimamente Jean se mostraba cada vez más y más cariñoso. Mikasa intentaba simular que no se daba cuenta, pero era obvio que el chico esperaba pasar al siguiente nivel; ella tenía pánico de hacerlo y la inseguridad de dar aquel paso con un chico que no quería de esa forma, la llenaba de horror. Sería su primera vez y tenía miedo de equivocarse.
–Lo siento cariño, se hace tarde, creo que deberíamos irnos.
Jean sonrió antes de tomarla por los hombros, girándola hacia el espejo.
–Cierto... nos iremos, pero tengo un regalo antes –farfulló junto a su oído.
Jean le besó la mejilla antes sacar una bolsita de tela que tenía en su bolsillo. Mikasa tragó grueso. Era una preciosa cadenita dorada con un pequeño dije de corazoncito. Apartándole el cabello hacia un lado, se lo puso alrededor del cuello antes que plantarle un suave beso en la nuca.
–Perfecto, igual que tú. Combina divinamente con tu vestido.
La chica se miró al espejo.
La madre de Jean había preparado una fiesta en su casa, y queriendo conocer a la novia de su hijo, la había invitado. Se suponía que sería una mini reunión un tanto formal, por lo cual la pelinegra había escogido un elegante vestido de coctel, ajustado, que le llegaba hasta la mitad de los muslos, con hombros caídos y cinturón plateado. El color rojo de la prenda resaltaba la palidez de su piel, que contrastaba con las cortinas azabaches que caían en ondas sobre sus hombros, tras una larga sesión con el rizador. Su maquillaje era bastante modesto, unos delicados tacones del mismo color del vestido calzaban sus pies y aquella cadenita, como había dicho Jean, complementaba todo el atuendo, resaltando aquel escote que dejaba ver algo de sus pronunciados dotes, sin llegar a lucir vulgar.
–Serás la más bella del lugar –aseveró Jean abrazándola por la espalda.
–Gracias –balbuceó la chica con las mejillas sonrojadas–. Pero... ¿por qué el regalo? Mi cumpleaños es la otra semana.
–Lo sé y planeaba dártelo ese día, pero luces tan preciosa que no pude evitarlo. Eres mi chica especial –señaló el joven rozándole el cuello con la punta de su nariz.
Mikasa aclaró su garganta mientras daba un pequeño brinquito.
–Vamos amor, no quiero hacer esperar a tu madre.
Jean sonrió abiertamente antes de aclarar su garganta y asentir.
–Por supuesto, tienes toda la razón... ya luego podremos tener toda la noche para nosotros –afirmó, poniendo aún más nerviosa a la chica.
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–Así que tú eres Mikasa Ackerman, un placer conocerte querida. Jean me ha hablado mucho sobre ti –señaló la mujer abrazando a la pelinegra por los hombros antes de plantarle un suave beso en cada mejilla.
Mikasa sonrió abiertamente.
La mujer era de baja estatura, robusta y con el cabello castaño largo tres tonos más oscuros que el de su hijo. Sobre todas las cosas, era una mujer muy amorosa y cálida, que tan pronto la había visto, había corrido hacia ella.
–Un gusto conocerla al fin, señora Kirstein.
–Por favor, llámame Jenny, el gusto es mío querida, eres mucho más bonita de lo que me dijo mi caramelito.
El joven a su lado se sonrojó profundamente antes de chasquear la lengua y mirar a la mujer con fastidio.
–Mamá, te he dicho mil veces que no me digas así –rezongó y la pelinegra no pudo evitar soltar una suave carcajada.
– ¿Y yo podría hacerlo? –Preguntó con mofa; Jean suspiró tomándola de la cintura para atraerla hacia ella antes de besarle la frente.
–Tú puedes decirme como quieras, mi amor.
Aquello debía ser correcto, se suponía que así debía hacer una relación normal, ¿no? Se llevaba bien con su suegra y su novio era cariñoso, ¿por qué no se podía sentir bien?
Mikasa sonrió forzosamente y la mujer los miraba con adoración.
–Bueno mis amores, hay comida, hay bebida y música. Diviértanse, y Mikasa, cariño, en un rato, ¿crees que podemos hablar tú y yo a solas? –Preguntó Jenny sonriéndole con dulzura.
–Por supuesto que sí señora... –la castaña frunció el ceño–. Jenny, me encantaría –aseguró y tras recibir un nuevo abrazo por parte de la mamá de Jean, ésta se alejó para seguir saludando a los invitados.
Mikasa dejó escapar una profunda bocanada de aire y su novio simplemente soltó una risita suave mientras le tomaba el rostro entre sus manos, para plantarle un casto beso en los labios.
–Te lo dije, todo iba a salir bien, te preocupas por nada, la peor parte ya pasó, ahora vamos a disfrutar.
Mikasa lo intentó, realmente intentó disfrutar la velada, pero se sentía tan incómoda. Simplemente no encajaba. Las personas mayores hablaban entre ellas y Jean le había presentado varios de sus amigos y ex compañeros de la escuela. Marco Bolt, Bertholdt Hoover, Thomas Wagner, Hannah Diamant, Mina Carolina...
Mikasa había intentado ser amable con todos, pero en aquel momento simplemente quería largarse de allí. No tenían ningún interés en la fiesta, por lo cual solo se dejaba arrastrar del chico de un lado para el otro mientras éste conversaba animadamente con todos los invitados y la presentaba con gran orgullo.
–Mikasa, cariño, ven a saludar a una de mis más íntimas amigas –urgió la madre de Jean tomándola del brazo y arrastrándola por toda la sala.
El chico miró con fastidio a su madre antes de seguirlas a regañadientes. Al llegar a un extremo de la habitación, Jean dio un suave asentimiento a la mujer que estaba allí.
–Señora Jaeger –saludó con hastío mal oculto.
Mikasa abrió los ojos de golpe, observándola curiosa. Su corazón latió violentamente contra su caja torácica.
– ¿La madre de Eren? –Preguntó sin siquiera pensar; la mujer le dio una obscura mirada, la señora Kirstein pareció incómoda y Jean simplemente soltó un bufido.
– ¡Pero por supuesto que ese mocoso malcriado no es mío!
–Dina... no seas grosera, ¿podrías ser más amable? –Reprendió la madre de Jean antes de fijarse en su nuera–. No querida, ella es la primera esposa del doctor Jaeger.
– ¿El padre de Eren era médico?
–Por supuesto –respondió la castaña–. Uno de los mejores... oh, era tan bueno.
–No entiendo entonces –musitó Mikasa, sintiéndose totalmente confundida–. Si usted es la primera esposa del doctor Jaeger, Eren...
–Él es un bastardo. Y mi marido no tuvo otra esposa, porque esa zorra nunca estuvo casada con él. Además, no era tan bueno, si tuvo un hijo fuera del matrimonio –espetó con frialdad.
Mikasa tuvo que haberse dado cuenta, al fin y al cabo, Eren no se parecía en nada a la mujer. Ella tenía un corto cabello rubio, era de altura mediana y ojos azules estaban llenos de frialdad y resentimiento. Era delgada y no parecía una persona sinceramente qué le agradara.
–Lo siento –se disculpó la pelinegra.
–Sí, yo también. En fin –la rubia se giró hacia su amiga–. Vine a hacer acto de presencia, ya me voy, tengo que volver a casa.
– ¿Zeke está con su hermano? –Preguntó la madre de Jean y la rubia no pareció contenta por ello.
–Evidentemente, ese idiota nunca se le separa a mi hijo. Es insoportable.
Nuevamente la mirada enojada de la castaña fue dirigida a aquella desagradable mujer.
–Dina, sinceramente deberías estar agradecida porque Eren cuida de Zeke, otros hermanos no se tomarían la molestia de... –la rubia alzó la mano, interrumpiendo el reproche de la señora Kirstein.
–No me sermones con lo mismo otra vez, yo me largo de aquí –señaló furiosa antes de alejarse de ellos, cuando salió de la casa, azotando la puerta con fuerza, Mikasa parpadeó confundida.
¿Qué había sucedido?
–Lo siento, Dina es tan complicada –lamentó la señora Kirstein y Mikasa negó.
–No importa, es solo que ella es algo...
–Especial –adivinó la mujer.
–Mamá no empieces a hablar de tu amiga –gruñó Jean.
–No importa –interrumpió Mikasa–. No me molesta, de hecho, siento algo de curiosidad, por supuesto, si no estoy siendo intrusiva.
–No te preocupes cariño, ¿conoces a Eren?
–Sí, es prácticamente el hermano de mi mejor amigo –explicó la chica.
–Oh mi bello Armin, es tan tierno... tienes toda la razón, es como el segundo hermano para Eren, no sé cómo habría sobrevivido a todo sin él.
–Mamá...
– ¿A todo? –Preguntó Mikasa ignorando a Jean–. ¿A qué se refiere?
–Bueno, después de la muerte de Carla, el pobre chico comenzó a tener las cosas difíciles.
– ¿Carla?
–Por supuesto, la madre de Eren. Oh mi niña, la hubieras conocido, era una mujer tan adorable, tenía un carácter fuerte, por supuesto, pero amaba a su familia. Su único pecado fue estar con un hombre casado –la señora Kirstein hizo una mueca–. No la exculpo, pero Carla y Grisha, el padre de Eren –aclaró al notar la confusión de Mikasa–. Se amaban tanto... si no hubiera sido por Dina... no me malinterpretes –añadió rápidamente–. Es mi mejor amiga y la amo, pero nunca ha estado estable. Y Grisha, que era un hombre tan bueno, no tuvo corazón para dejarla –la mujer miró a su alrededor y se inclinó hacia la pelinegra–. Curiosamente Carla nunca se lo exigió. Ella sabía que Dina no se pondría nada bien si se enteraba de aquello... y tenían razón. Carla murió muy joven... y luego le siguió Grisha... Dina, estaba desesperada, fue todo muy complicado para ella. Y Eren terminó pagando los platos rotos.
– ¡Mamá, en serio, cállate! Eso no es asunto nuestro –amonestó Jean.
–No importa –dijo Mikasa posándole una mano en el pecho a su novio para silenciarlo–. ¿Qué tiene que ver Eren en todo esto?
–Bueno él apenas tenía quince años cuando todo ocurrió. Y sin sus padres, se vio obligado a vivir en la misma casa que Dina... después de todo Grisha la dejó a su nombre... bueno, a nombre de sus dos hijos, pero como Zeke no podía recibir la herencia por obvias razones, la mujer se quedó allí en representación de su hijo. Oh pobre niño, sino fuera por Zeke, probablemente Eren ya se habría marchado de allí.
–Zeke –Mikasa recordó–. El hermano de Eren.
–Exactamente –confirmó la mujer.
–No sabía que Eren tenía un hermanito menor.
–Oh cariño...
– ¡Mamá ya está bien! –Ahora Jean sí que parecía realmente furioso; tomando a Mikasa de la cintura, la alejó de la mujer–. Deja de meterte en asuntos que no te conciernen. Ni a Mikasa ni a mí nos interesa lo que pasa con la familia Jaeger, así que basta.
–Cariño, si es por lo de Pieck, tú ya deberías saber que Eren jamás...
–No termines esa frase –cortó el chico con molestia.
–Pero mi caramelito...
El castaño fulminó a su madre con la mirada, y tomando a Mikasa de la mano, negó.
–Te dije que no siguieras hablando. Nos vamos.
–Jean, mi amor, no quise... –comenzó a hablar su madre.
–No quisiste, pero siempre lo haces –espetó arrastrando a Mikasa sin ninguna delicadeza fuera de su domicilio.
Aquella conversación le había dado más preguntas que respuestas.
¿Qué pasaba exactamente con Eren?
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