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10: Epifanía



–No iré.

–Pero si tan solo te dieras la oportunidad...

–No necesito ninguna oportunidad, en serio no iré.

–Mikasa, yo lo conozco, él solo quiere...

–Mira, tenemos clase de farmacología, ¿está bien? No tengo tiempo para perder con tonterías –señaló la chica frunciendo el ceño.

El rubio suspiró dramáticamente antes de asentir. Él sabía perfectamente cuándo no podía seguir insistiendo más, y en aquel momento era hora de parar, su amiga era tan terca que, si continuaba, simplemente empeoraría las cosas para sus dos mejores amigos.





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–Ya te dije que no voy a ir –gruñó la pelinegra dirigiéndose hacia la clase de biología 3; Historia caminaba a su lado, puesto que aún se perdía en el campus.

–Pero si sólo pudieran hablar una vez...

–Historia, en serio, tuve que soportar a Armin por casi una hora mirándome mal por el mismo tema, ¿quieres parar?

–Mikasa, por favor, las dos sabemos que esto es un error. Tú no quieres a ese chico –la rubia suspiró pesadamente–. Mira, no puedo decir que sea una mala persona... todo lo contrario, y creo que se merece un amor puro y sincero que tú no le puedes ofrecer.

– ¿Estás diciendo que no soy capaz de amar de forma pura y sincera? –Preguntó Mikasa completamente ofendida.

–No a él... Mika... hay personas que nacieron para estar juntas... y hay otras que ni viviendo mil vidas deberían estarlo.

– ¿Y según tú, en qué lugar estoy yo?

–Sinceramente... –Historia la miró con tristeza–. Si fueras al bosque, podrías averiguarlo.

La pelinegra le lanzó una mala mirada antes de negar.

–Que sea la última vez que insistes con el tema, en serio. Tú y tu primo son insoportables





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Súper problemas: ¿Irás?

La pelinegra apretó tan fuerte los dientes, que estos rechinaron y el joven que estaba frente a ella, la miró preocupado.

–Mikasa, ¿todo está bien amor?

Tomando una bocanada de aire, la chica guardó su teléfono antes de asentir.

–Por supuesto que sí, solo es Sasha pidiéndome un favor.

– ¿Es importante? Si necesitas ir...

–Ahora estoy contigo, y para mí esto es más importante.

Jean sonrió abiertamente y tras poner un mechón de cabello azabache tras la oreja de la chica, la observó con adoración mientras le acariciaba la mejilla.

–Eres la mejor, tengo tanta suerte de tenerte –aseguró el joven rozándole las mejillas con sus labios.

Mikasa sintió un poco de culpa. Le habría encantado corresponderle las palabras, pero al no poder hacerlo, simplemente le sonrió con delicadeza acariciando sus manos entrelazadas. Para el joven aquello fue suficiente y se inclinó para depositarle un casto beso sobre los labios. La pelinegra tuvo que luchar para no apartarse. Eran novios y los besos eran absolutamente normales, así que no podía esquivarlo todo el tiempo. Además, si alguien se merecía una verdadera oportunidad y esfuerzo, era Jean. Aquel día en la mañana le había llevado un batido de fresas con un cupcake para iniciar el día, y tras sus clases matutinas, la había invitado a almorzar. Como todo un caballero la recogió en su salón de clase, la llevó a un lindo restaurante, le corrió el asiento, le besó la mejilla y la observaba con afección.

A ella le habría encantado, como mínimo, prestarle atención a su plática. El chico, muy entusiasmado, le estaba relatando como habían sido sus primeras clases, pero Mikasa simplemente pensaba en las palabras de sus amigas.

"No puedes iniciar una relación esperando enamorarte".

"Se supone que entras en una relación porque ya estás enamorada".

"No puedo creer que alguien que está tan evidentemente enamorada de Eren Jaeger, haya aceptado tener una relación con Jean Kirstein".

–Mika, ¿estás bien cariño? –Preguntó Jean devolviéndola a la realidad.

–Lo siento, ¿decías?

–Solo que te noto algo distraída, ¿pasa algo malo?

–No... no, lo siento solo que... –Mikasa suspiró pesadamente–. Solo que tengo que ir a un lugar... y creo que podría ser una terrible idea.

– ¿Necesitas que te acompañe? –Ofreció él; Mikasa negó con vehemencia.

–No, es algo que tengo que hacer yo sola... si no lo resuelvo, mi vida no se pondrá en orden.

Jean parecía curioso y deseaba preguntarle exactamente de qué estaba hablando, pero sin querer presionar o resultar intrusivo en su vida, simplemente comenzó a besarle las manos mientras la observaba con determinación.

–Amor... hazlo, si crees que es lo correcto, no dudes en hacerlo, y cualquier cosa estoy para ti, ¿bien? Te quiero cariño, y siempre puedes contar conmigo.

Mikasa sonrió de lado. Las palabras eran perfectas, el chico era perfecto... ¿por qué simplemente no podía ser el correcto para ella?

Atormentada y sintiéndose culpable, Mikasa se dejó abrazar por Jean, quien la acunaba contra su pecho y deslizaba los dedos por su largo cabello oscuro.

No podía creer que iría.









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–Tenías razón, no vendrá –rezongó el chico sentado junto a un árbol, rodeando sus piernas con uno de sus brazos; sostenía el teléfono con su mano libre y luchaba para no llorar.

Al otro lado de la línea, Armin suspiró con pesadez.

–Lo siento Eren. Te juro que Historia y yo intentamos...

–No se preocupen, todo es mi culpa, fui yo quien actuó como un idiota... ella odia.

–No creo que esté enojada, quizá un poco dolida... pero no la conoces, Mikasa no podría odiar o resentir a nadie. Ella es buena –aseguró Armin.

–Entonces tal vez esté realmente enamorada de cara de caballo.

–Historia dice que...

–No podría saberlo, quizá Mikasa no se lo admita a ella... mira, no importa. Creo que iré con Zeke.

– ¿Tu hermano está solo?

–Por supuesto que no... aunque esa mujer está con él y creo que ya perdí mucho tiempo aquí, incluso yo sé cuándo rendirme.

– ¿Eren Jaeger? ¿Rindiéndose? –Armin rió suavemente intentando animar a su mejor amigo; Eren lo agradeció y a sabiendas de que el rubio no podía verlo, negó.

–Quizás sea mejor que aprenda a rendirme, al menos por esta vez.

–Eren... –Armin, al darse no se cuenta que no podría reconfortarlo, pareció nuevamente preocupado–. Puedes quedarte en casa hoy si quieres.

–No pienso dejar a Zeke solo con esa mujer.

–Pueden quedarse aquí los dos, en serio no me molesta tu hermanito. Zeke es un encanto.

–Armin, ya sabes que no es tan fácil. Amaría que lo fuera... pero...

–Lo sé, lo siento, quisiera hacer algo, me encantaría...

–Tengo que irme –interrumpió el ojiverde.

–Bien, llámame si me necesitas.

–No te preocupes, lo haré.

El castaño terminó la llamada antes de recostarse en el árbol, se sentía horrible, en verdad había tenido la esperanza de que ella iría. Pero no lo había hecho... quizá había metido la pata de forma irremediable. Poniéndose en pie y guardando su teléfono en su bolsillo trasero, comenzó a caminar para alejarse de allí, su sorpresa fue gigantesca cuando, tras observar como unos arbustos se movían, Mikasa apareció en el lugar. Al notar que el chico estaba a punto de marcharse, arqueó una ceja.

– ¿Ya te ibas? –Preguntó curiosa.

Eren la observó fascinado. No supo si se debía a la luz del crepúsculo que se colaba por entre las ramas, a la inminente realidad de que estaba profundamente enamorado de ella, a la belleza de Mikasa que iluminaba cualquier lugar donde estuviera, o todo junto, pero le pareció que aquel día realmente parecía un ángel. La pelinegra llevaba una larga falda blanca hasta los tobillos, una sencilla blusita de tiras del mismo color, y sobre los hombros, un abrigo rosa que la cubría del frío del atardecer.

–Eren. Te hice una pregunta –rezongó la chica frunciendo el ceño, molesta por ser ignorada.

–Creí que no vendrías –admitió Eren y Mikasa hizo una mueca mientras se sonrojaba levemente.

—Lamento la tardanza –se había retrasado casi una hora–. Me perdí –admitió avergonzada–. No conozco este bosque tanto como Historia, Armin o tú mismo, así que estuve dando vueltas hasta que por fin te encontré.

Eren intentó no mostrarse tan feliz como se sentía, pero fracasó de forma épica. Sus ojos color esmeralda brillaban de forma hermosa, su sonrisa era gigante y su respiración parecía irregular. Mikasa, al notarlo, se sintió aliviada por haber decidido ir. La felicidad reflejada en el rostro de aquel chico era simplemente maravillosa.

–Así que... –comenzó a hablar la muchacha con voz temblorosa–. ¿Querías decirme algo?

–Sí, quería... quiero.

–Bien... entonces, ¿qué es? –Sonsacó ella.

La mente de Eren quedó en blanco, realmente no había tenido espacio como para pensar en ello, puesto que toda su atención había estado centrada en desear que apareciera por allí. Por supuesto la había esperado, pero, ¿y ahora qué seguía?

– ¿Todo está bien? –Insistió Mikasa impaciente.

Se había estado debatiendo durante todo el día si debía ir o no, y cuando llegaba allí, el chico no parecía querer decirle nada en realidad.

–Sí –Eren parecía por fin dispuesto a hablar–. Es solo que quería disculparme...

–Eren, ya hablamos de eso en la fiesta, ¿bien? Gracias por hacerlo y no estoy molesta. Si eso era todo...

–No –el chico caminó con paso decidido hacia ella; Mikasa, sorprendida, retrocedió unos pasos y ahogó una exclamación asombrada cuando su espalda chocó contra el tronco de un árbol–. Mikasa, soy un imbécil.

–Gracias por señalar lo obvio –habló ella de forma jocosa y el muchacho sonrió de lado.

–Sigues siendo grosera.

–Y tú sigues siendo un idiota –afirmó, aunque su sonrisa era grande.

Eren posó sus manos sobre la cintura de ella.

–Mikasa, no puedo dejar de pensar en ti... y te juro que he intentado hacerlo, pero eres un maldito ángel que llegó a mi vida para complicármela –acusó con desespero.

– ¿Me estás culpando de tus problemas? –Inquirió la chica luciendo realmente ofendida.

–Tú no entiendes, ¿verdad?

–No, sinceramente no –admitió la pelinegra–. Eren, ¿qué pasa?

– ¡Maldita sea, que te quiero Mikasa Ackerman! –Espetó el ojiverde. El aliento de la joven se interrumpió y Eren suspiró elevando una de sus manos para acariciarle la mejilla–. Y soy lo suficientemente egoísta como para quererte solo para mí. Odio que estés con cara de caballo...

–Deja de decirle así –reprendió ella con un hilito de voz, encogiéndose como un cervatillo asustado.

– ¿Por qué? ¿Acaso te importa mucho? –Exigió saber Eren y desespero brillaba en sus ojos–. ¿Lo quieres?

–Me agrada.

– ¿Lo quieres?

–Es un buen chico.

Una de las manos de Eren golpeó el tronco sobre la cabeza de la muchacha, haciéndola encoger aún más.

– ¡Maldita sea, Mikasa, responde mi pregunta! ¿¡Lo quieres, sí o no?!

–Sí –respondió y Eren hizo una mueca dolorida–. Pero no como a ti... –confesó en un hilito de voz–. Mira, no entiendo por qué querías verme aquí, pero debería irme.

El chico nuevamente posó sus manos alrededor de la cintura de Mikasa.

–Porque aquí quería besarte la primera vez, antes de que la estúpida de Ymir interrumpiera.

–Eren, te quiero, en serio lo hago, pero tengo novio –recordó la chica con tristeza.

–No me importa, no me importa tu novio, no me importa tu hermano, no me importa nada. Acabas de admitir que me quieres como yo te quiero a ti y eso es todo.

–Eren, por favor...

No la dejó continuar.

Inclinándose, sus labios se encontraron y la chica se tensó mientras posaba sus manos sobre los hombros de Eren, intentando alejarlo. Su fuerza de voluntad se fue al diablo cuando la abrazó con mayor fuerza, atrayéndola hacia su cuerpo, y le dio una delicada mordida en el labio inferior. La chica dejó escapar una exclamación ahogada antes de rodearle el cuello con sus brazos. Los dedos de la joven se introdujeron en el cabello de Eren, tirando levemente de él, revolviéndolo, sintiendo como aquellas hebras de suave cabello castaño cosquilleaban entre sus dedos, al tiempo que sus labios parecían debatirse en una lucha por el poder, en el que los dos se negaban a perder, pero ambos terminarían ganándose el uno o el otro.

Se besaron por un largo rato, hasta que el aliento se les hubo agotado por completo, obligándolos, a regañadientes, a separarse. Sus labios estaban hinchados y su respiración era irregular. Eren recostó su frente en la de Mikasa mientras sus manos le acariciaban la cintura por encima de la ropa.

–Te quiero Mikasa, maldita sea, te quiero tanto.

–Eren tengo novio, esto está mal –aseguró la chica antes de recostar su mejilla en el pecho del castaño–. Ni siquiera tuve que haber venido.

– ¿Por qué Mikasa? ¿Por qué estás con Jean si se supone que me quieres a mí?

La misma pregunta le habían formulado Historia y Sasha, pero por alguna razón inexplicable, le molestó que Eren le hiciera el mismo cuestionamiento; frustrada, le dio un suave empujón mientras negaba.

–No tienes derecho a cuestionarme, mucho menos a juzgarme.

–Pero, Mikasa...

–No, Eren.

– ¿Por qué?

–Sabes por qué lo hice, porque Jean no se ha comportado como un idiota conmigo. Él me quiere.

–Puede que eso sea cierto, pero Mikasa, yo también te quiero y tú a mí...

– ¡Eso no importa! Por supuesto que te quiero, Eren, pero te has comportado como un absoluto imbécil. Yo no quiero esto para mí vida.

–Entonces... ¿qué es lo deseas?

–Sinceridad... es lo único que pido –gruñó Mikasa y Eren asintió–. ¿Por qué todos dicen que eres un busca pleitos?

–No... puedo decirlo...

La chica tomó una bocanada de aire y cerró los ojos.

‹‹Bien... primera pregunta, fallida››.

– ¿Por qué Historia dijo que no te gusta que nadie visite tu casa... incluyendo a Armin?

Eren mordisqueó su dedo y negó.

‹‹Okay... tampoco responderá...››

–Entiendo... ¿Por qué Armin insinuó que estás acostumbrado a los golpes? –Al notar la mirada molesta de Eren, entendió que había metido en problemas al rubio... ya se disculparía después, pero necesitaba respuestas.

Eren frunció los labios y agachó la cabeza.

‹‹Supongo que tampoco hablará››.

– ¿Por qué me trataste así aquella vez que fui a tu casa? ¿Qué pasa contigo?

Los labios del ojiverde se apretaron tan fuerte, que formaron una línea recta.

–Mikasa... es complicado... todo es... demasiado difícil.

–Puedo entenderlo, si tan solo me explicaras...

–Solo te pido que confíes en mí –suplicó acercándose a ella; la chica posó sus manos sobre el pecho de Eren para alejarlo.

–No, la confianza es algo que se gana, y no has hecho nada para ganarte la mía.

–Mikasa tú no entiendes...

–No, evidentemente no entiendo, pero quiero hacerlo Eren.

–Por favor angelito, dame tiempo para...

– ¿Qué? ¿Para decidir si puedes ser sincero conmigo? Estoy segura que Jean jamás me mentiría... mucho menos me ocultaría algo –la pelinegra se arrepintió inmediatamente de soltar aquellas palabras, mucho más cuando observó cómo el rostro de Eren se contraía por el dolor. Seguramente los golpes que le había dado su hermano dolían menos. No obstante, no había dicho ninguna mentira, por lo cual no se disculpó–. No debí venir.

–Pero lo hiciste...

–Sí, y fue un error.

–Mikasa no digas eso, por favor dame una oportunidad –suplicó el castaño; la muchacha negó.

–No puedo... no puedo, ni pienso echar a la basura lo que puede ser una buena relación, por alguien que ni siquiera puede decirme la verdad, por alguien que me echó prácticamente a empellones de su casa sin ninguna explicación –acusó furiosa.

–Por favor...

–No, Eren... lo siento, pero yo me voy de aquí.

–Mika, mi amor... –suplicó el chico tomándola de la mano cuando ésta comenzó a alejarse, pero la muchacha se zafó con una fuerte sacudida.

–No soy tu amor, y si no te decides a confiar en mí, nunca lo seré –espetó molesta antes alejarse de aquel lugar, pisando fuertemente.

Una vez sus pasos se hubieron alejado por completo, Eren lanzó un grito frustrado antes de golpear el tronco del árbol con su puño cerrado. Ni siquiera el crujir de sus nudillos y la sangre bañando su mano le dolió tanto como observar a la chica que quería, alejándose por el bosque.

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