7: El reloj está en tu contra ahora
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—Después de esto voy a considerar vender el bar. ¿De qué vale ser la dueña si ni siquiera estoy pasando tiempo allí? —masculló Persephone mientras seguía a Derek en la oscuridad de la noche.
Una vez más, Derek había arrastrado a Persephone a intentar de conseguir un rastro del alfa. Por primera vez en varios días, habían logrado conseguir una pista de él, y no pudieron evitar perseguirlo por la ciudad, aprovechando que se encontraba en búsqueda de un nuevo objetivo que calmaría su sed de sangre.
Entonces se escuchó un fuerte disparo seguido de otro. Un olor peculiar invadió las fosas nasales de Persephone cuando el aullido del alfa logró que ambos se detuvieran. Él estaba diciéndoles su posición exacta, aunque seguramente lo estaba haciendo para Scott y no por ellos.
—¿Hueles eso? —preguntó Derek.
Persephone inhaló por la nariz, percibiendo el olor metálico de la sangre. Aunque no tenía un aroma específico de una persona que pudiera reconocer —su aroma de lobo era completamente distinto al que tenía cuando era humano— podía saber que pertenecía al alfa.
—Sí, está herido —confirmó, viendo el pequeño rastro de sangre en el suelo.
Los ojos de Derek se trasladaron a la parte superior de uno de los edificios y pudieron ver la figura animalística del alfa en el techo. Persephone pudo reconocer qué tipo de alfa era; una bestia. Un alfa bestia era aquel que tenía muchas características lobunas, pero todavía tenía la espina dorsal de un humano, permitiéndole erguirse e incluso caminar en dos patas.
—Espera, Persa, no. —Derek intentó de detener a Persephone de perseguir al alfa sin pensarlo dos veces, pero era muy tarde porque ella ya se encontraba corriendo en dirección al edificio.
Maldiciendo por lo bajo, Derek la persiguió a ella, sus oídos captando el palpitar de otra persona cerca de ellos, seguramente de la persona que le disparó al alfa. Ignorándolo, se concentró en intentar de detener a Persephone de hacer una locura. Trepó por el edificio para llegar al techo cuando escuchó el ruido metálico de un arma cuando la cargan.
Persephone saltó para intentar alcanzar el alfa cuando un fuerte dolor la atravesó en su costado, haciéndola caer y gruñir. Derek intentó de ayudarla cuando una bala se incrustó en su brazo, pero ignoró su propio dolor para ayudar a Persephone a ponerse de pie.
—Maldita perra —gimió Persephone, llevando su mano a su costado. Sus dedos se mancharon de sangre y no pudo evitar sisear de dolor nuevamente.
—¿Decidiste de la nada que fue una mujer la que nos disparó? —preguntó Derek, pasando el brazo de Persephone por su hombro para ayudarla a caminar en dirección a su auto.
—No, decidí que fue Katherine Argent la que nos disparó. Ya sabes, tu ex psicótica —murmuró.
Derek apenas le dedicó una mirada, pero sus músculos se tensaron bajo su ropa ante la mención de la cazadora con la que tuvo una relación en el pasado.
—¿Vamos a tener esta conversación ahora? —cuestionó, abriéndole la puerta del camaro.
Persephone entró al auto y aprovechó la luz para levantar su camisa y ver la herida de la bala. Un rastro azul adornaba el orificio de la bala. Acónito.
—Vamos a morir —le dijo Persephone a Derek una vez este arrancó el vehículo en dirección al apartamento de ella.
—Y se supone que yo soy el pesimista, ¿no? —preguntó, levantando su manga para ver su propia herida. Apenas la bala le había rozado el brazo, por lo que no estaba tan envenenado como Persephone.
—Cállate.
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Brooke Castillo casi se vuelve loca cuando vio a Persephone herida en el sofá del apartamento mientras Derek intentaba de cambiarle el vendaje del costado, en un vano intento de que dejara de sangrar. El rostro de Persephone estaba palideciendo con rapidez y tan solo habían pasado unas diez u once horas desde que le dispararon.
—¡¿Qué demonios le hiciste, Hale?! —demandó saber, acercándose a su mejor amiga.
Persephone gimió y su rostro se contrajo en una mueca de dolor cuando Derek apretó el vendaje contra su piel.
—Le dispararon —respondió Derek con simpleza.
—Puedo ver eso con claridad, imbécil —espetó Brooke agarrando la mano de Persephone y agudizó su audición para poder escuchar sus latidos—. Su pulso se está debilitando con rapidez. No le doy más de ocho horas.
Miró a su amiga sintiéndose mal por ella. Se notaba que estaba en una gran cantidad de dolor agonizante y que el veneno de la bala estaba entrando a su sistema con rapidez, debilitándola.
—Demonios —susurró Derek—. Necesito que hagas algo. —Brooke arqueó una de sus cejas cuando Derek le entregó la llave de su auto—. Llévanos a la secundaria de Beacon Hills.
Brooke dudó durante un minuto, pero al escuchar a Persephone quejarse, hizo un gesto para que la siguieran. Derek pasó su brazo detrás de las piernas de Persephone y la alzó para llevarla al auto. No tenían mucho tiempo que perder para llegar a la escuela donde Brooke los llevó.
—Déjanos aquí —pidió Persephone en un susurro.
—¿Estás segura? —preguntó Brooke sin pedir la opinión de Derek. La única que verdaderamente le importaba en ese auto era la chica Blackburn.
Persephone asintió.
—Solo hazlo. Nosotros nos las arreglaremos aquí —aseguró, tomando la mano de Derek para que este la ayudara a caminar. Una corriente de dolor la azotó cuando se irguió, pero prefirió ignorarla.
Ambos se introdujeron en el interior de la escuela pasando entre los estudiantes despreocupados que chocaban contra ellos al pasar. Persephone podía jurar que estaba cerca de asesinar a alguien si volvían a chocar contra ella. El dolor la estaba volviendo bastante irritable, haciendo que su lado animal quisiera salir a la luz.
—¿Dónde está Scott McCall? —le preguntó Derek a un chico de ojos azules que estaba de pie en su casillero. Lo había visto en el campo de lacrosse, por lo que sabía a ciencia cierta que él conocía a Scott.
—¿Por qué debería contestarte? —replicó el adolescente.
—Porque te lo preguntó educadamente y eso solo lo hace una vez —espetó Persephone de mala gana.
El chico emitió un pequeño resoplido que sonó como una risa.
—Está bien, chicos rudos. ¿Qué tal si les ayudo a encontrarlo si me dicen qué le venden? —propuso—. ¿Qué es? ¿Dianabol? ¿HGH?. —Se acercó a ellos con una expresión interrogante.
—¿Esteroides? —cuestionó Derek con incredulidad, decidiendo que ese chico no iba a decirles nada.
—No, galletas de las niñas exploradoras. ¿De qué diablos crees que hablo? —preguntó de mala gana—. A propósito, deberías dejar de darle a probar la mercancía a tu novia. Se ve fatal.
Persephone vio que el brazo de Derek comenzaba a sangrar por el esfuerzo que se encontraba haciendo para mantenerla de pie cuando él también estaba herido.
—Lo buscaré yo mismo —habló Derek, pasando por el lado del chico cuando este agarró a Persephone del brazo. Se quejó de dolor al sentir el tirón en su piel y lo próximo que vio fue a Derek estrellar al chico contra el casillero—. Si la vuelves a tocar...—Dejó la amenaza en el aire cuando notó que sus garras habían penetrado la piel del cuello del chico.
Agarró a Persephone con cuidado y ambos continuaron su camino por la escuela, apoyándose contra una esquina del pasillo para poder enfocar su audición en encontrar a Scott.
—¿Scott irá esta noche?
Era una voz femenina que no pudo identificar. No ubicó el rostro al que pertenecía. Fue el momento en el que se arrepintió de no ser una acosadora del joven lobo como lo era Derek porque no conocía el círculo amistoso de Scott fuera de Stiles y Allison.
—Vamos a estudiar.
Esa voz sí la pudo reconocer. Se trataba de la suave voz de Allison.
—Estudiar nunca termina en solo estudiar. Es como meterse en una bañera con agua caliente. Tarde o temprano, la gente se toca.
A pesar de que no conocía la voz, tenía que admitir que la chica tenía razón con lo que decía. Una vez en la secundaria la emparejaron con Derek en un laboratorio de química. De más está decir que ninguno entregó la tarea asignada.
—¿Qué quieres decir?
— Que debes asegurarte de que se cuide. —Realizó una pausa en la que soltó una pequeña risita—. Hola, Blancanieves, hablo de preservativos.
—¿Estás bromeando? —preguntó Allison, incrédula—. ¿Después de solo una cita?
—No seas tan mojigata. Aprovecha el momento.
«Gran consejo», pensó Persephone rodando sus ojos.
—¿Cuánto lo aprovecho?
—Dios. Realmente te gusta, ¿verdad?
—Él es diferente.
«Sí, metió a Derek en la cárcel solo para poder jugar lacrosse. Muy diferente», masculló mentalmente.
—Cuando me mudé aquí, tenía un plan. Ningún novio hasta la universidad —continuó Allison—. Me mudo demasiado. Pero cuando lo conocí, vi que es distinto. No lo sé. No puedo explicarlo.
—Yo sí. En tu cerebro fluye la feniletilamina.
—¿Qué?
—Te diré qué hacer. ¿Cuándo lo verás?
—Después de clase.
El fuerte chirrido de la campana los trajo de vuelta a la realidad. Dios, había olvidado la razón principal por la que odiaba la escuela. Esa maldita campana que la dejaba sorda cada vez que podía.
—Vamos, Persa.
Derek la guió hasta el exterior de la escuela justo a tiempo para detener el Jeep celeste de Stiles Stilinski. Persephone se estremeció cuando otra corriente de dolor atravesó su cuerpo y sus piernas se debilitaron, haciéndola caer al suelo, arrastrando a Derek consigo.
—¿Qué demonios hacen aquí? —exigió saber Scott McCall al localizarlos.
Stiles bajó de su jeep para saber qué ocurría.
—Nos dispararon —respondió Derek sin dar muchos detalles, estaba más enfocado en lograr que Persephone le respondiera.
—No parecen estar bien —observó Stiles.
—¿Por qué no se curan? ¿Eligen no hacerlo? —quiso saber Scott.
—¿Crees que si pudiéramos sanar estaríamos aquí? —musitó Persephone entre dientes y le dedicó una mala mirada—. Era una bala diferente.
—¿Una bala de plata? —Se interesó Stiles, sonando fascinado.
—No, idiota —masculló Derek.
Scott frunció su ceño.
—Espera. A eso se refería ella cuando dijo que tenían cuarenta y ocho horas —habló Scott—. Bueno, al menos a uno de ustedes.
Persephone volteó a mirar a Derek, apretando su mandíbula para evitar arrancarle la garganta con sus dientes.
—¿Cuánto le daba al otro? —quiso saber Persephone.
Scott dudó.
—Menos de veinticuatro.
—Oh, genial.
Ahora sí que quería matar a Derek y a todos en general. Al enfocarse en ese pensamiento, sus ojos brillaron durante un segundo y volvieron a la normalidad, solo para repetir el proceso unas cuantas veces.
—¿Qué haces? Ya basta —exigió Scott.
—Cuida el tono con el que me hablas —dijo Persephone entre dientes—. No puedo controlarlo, ¿de acuerdo?
—Derek, levántate —ordenó Scott y miró a su mejor amigo—. Ayúdala a ella.
Stiles abrió su boca varias veces para decir algo, pero optó por callar y ayudar a Persephone a ponerse de pie. No pudo evitar pensar que ella olía bien incluso cuando se estaba muriendo. Sacudió su cabeza y la condujo hasta la puerta del copiloto donde Scott metió a Derek. Él agarró a Persephone y la colocó en su regazo porque era la forma más fácil de sacarla de allí.
—Debes averiguar qué clase de bala usaron —dijo Derek mirando a Scott.
— ¿Cómo diablos podré hacerlo?
—Ella es una Argent. Está con ellos.
—¿Por qué debería ayudarte? —increpó el adolescente, poniendo resistencia ante el plan.
—Porque me necesitas.
«Bien jugado, Derek», pensó Persephone. Manipular a Scott con eso cuando en realidad eran ellos quienes lo necesitaban a él.
Finalmente, Scott accedió y le ordenó a Stiles sacarlos de allí.
—Te odio tanto por esto —masculló Stiles—. Me refiero por tener que lidiar contigo —aclaró mirando a Derek—. Con ella estoy a gusto —admitió, arrancando el Jeep.
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—¿Puedes dejar de enviar mensajes de texto mientras conduces? —pidió Persephone, recostando su cabeza en el hombro de Derek—. Puede que me esté muriendo, pero prefiero no hacerlo en un accidente de auto.
Stiles rodó sus ojos.
—Ya casi llegamos —avisó el adolescente.
—¿Adónde?
—La casa de Derek —respondió con obviedad.
—¿Qué? —pronunció tan pronto escuchó la respuesta—. Primero, no puedes llevarme ahí porque ¡ni siquiera vivo ahí! Segundo, no podemos protegernos. Además, ¿no se supone que al menos tengo un último deseo antes de morir? No quiero hacerlo en las ruinas de la casa Hale.
Stiles apretó el volante y aparcó el jeep a un lado de la carretera para voltear a verlos.
—De acuerdo, Bonnie y Clyde, ¿qué sucede si Scott no encuentra su bala mágica? ¿Morirán?
—Aún no —dijo Derek—. Tengo un último recurso.
Persephone frunció su ceño.
—¿Qué último recurso?
—No te preocupes por eso todavía —murmuró con suavidad y Persephone asintió lentamente, volviendo a acomodarse en su pecho. Derek se sintió aliviado de que ella no insistiera en saber porque la verdad era que para ella no tenía un último recurso—. Arranca el auto. Ahora.
—Con el aspecto que tienes, no deberías ladrando dando órdenes —soltó Stiles—. Si yo quisiera, podría arrastrar tu trasero de hombre lobo, tirarte en medio del camino y dejarte ahí.
—Arranca el motor o te arrancaré la garganta... con mis dientes —amenazó Derek.
Persephone sonrió al escuchar que él estaba utilizando sus palabras a la hora de amenazar.
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—¿Qué se supone que haga con ellos? —le preguntó Stiles a Scott a través del teléfono.
—Llévalos a alguna parte. Donde sea.
Stiles resopló.
—Derek está empezando a oler mal —avisó—. Tú no, Persephone, hueles increíble —añadió con rapidez al ver la mirada confusa de ella.
—¿Oler a qué?
—Como a muerte —respondió Stiles.
—De acuerdo. Llévalos a la clínica veterinaria —ordenó Scott.
Stiles frunció su ceño.
—¿Y tu jefe?
—Ya se fue. Hay una llave en una caja detrás del contenedor.
Persephone hundió el entrecejo y extendió su brazo para que Stiles le diera el teléfono.
—Escúchame bien, Scott, porque solo digo las cosas una vez —comenzó a decir en un tono amenazante—. Encuentra la maldita bala. No me importa si estás en el jodido Walmart de armas. Encuéntrala. No olvides que tu mejor amigo está aquí con nosotros. Yo podré estar muriendo, pero te aseguro que tengo la fuerza suficiente como para llevármelo conmigo. Así que, ¿quién será? ¿Darle una buena impresión a tu noviecita o la vida de tu mejor amigo? Tic tac, Scott, el reloj está en tu contra ahora.
Y con eso, terminó la llamada, devolviéndole el teléfono a Stiles, quien la miró con una expresión desencajada.
—Realmente me asustas a veces.
Persephone rodó sus ojos.
—Seguro —murmuró—. ¿Hiciste tu tarea, Stiles? Sobre lo que soy —especificó.
—¿Sabes que hay como veinte listas distintas que ponen animales distintos como los que tienen la mandíbula más fuerte?
Ella sonrió al saber que el chico sí había investigado.
—Lo sé.
—¿No puedes darme otra pista? —pidió.
—Si muero, te atormentare siendo un fantasma y te diré lo que soy —propuso.
Stiles apretó sus labios para evitar decirle que no le gustaría en lo absoluto que ella muriera. Sin decir una palabra más, condujo hasta la clínica veterinaria y aparcó el jeep. Derek se quedó con Persephone unos segundos en lo que veían a Stiles buscar la llave de la clínica.
Sintió los dedos de Persephone aferrarse a sus bíceps, gimoteando de dolor.
—Duele, Derek —admitió al borde de las lágrimas—. Duele como el infierno.
—Shh... vas a estar bien —intentó calmarla un poco.
En sus oídos, Persephone pudo escuchar los latidos de Derek acelerarse cuando pronunció esas palabras. Sus ojos se cristalizaron y casi deja salir un sollozo de sus labios.
—Acabas de mentirme —susurró con voz ahogada—. No hay un último recurso para mí, ¿verdad? —Derek negó y Persephone asintió—. Si muero, por favor dile a mi papá que lamento mucho lo de Sera.
—No vas a morir —dijo Derek, apartando los mechones de cabello de su rostro. Apoyó su frente contra la de ella y pegó sus labios a los suyos.
Unos golpes en el cristal los trajeron de vuelta a la realidad. Stiles estaba de pie afuera del jeep mirándolos con una expresión asqueada y les abrió la puerta, solo para ayudar a Persephone. Derek le importaba muy poco a decir verdad.
Entre los dos, la ayudaron a caminar hacia el interior de la clínica cuando Stiles recibió un mensaje de Scott.
—Acónito azul nórdico, ¿te dice algo? —preguntó Stiles, leyendo la pantalla del aparato con una expresión confundida.
—Es una forma extraña de acónito. Tiene que traernos la bala.
—¿Por qué?
—Porque sin ella, morirá antes de que podamos idear algo.
Stiles envió el mensaje de texto y se dirigió a la sala donde el veterinario examinaba a los animales. Cuando encendió la luz y volteó para asegurarse de que ellos lo estuvieran siguiendo, su rostro enrojeció al ver que Derek le estaba quitando la camisa a Persephone.
—¿Qué demonios haces? —preguntó, intentando no mirar el pecho de Persephone cubierto por un sostén azul.
—Necesito ver qué tan mal está —habló Derek, alzando a Persephone para colocarla sobre la mesa de metal.
El orificio de la bala se había tornado negruzco y venas violáceas se marcaban por su abdomen, haciendo su camino a su corazón.
—¿Qué tan mal estás tú? —quiso saber Persephone.
—Estoy bien —aseguró Derek, aunque su aspecto decía lo contrario.
Reuniendo sus fuerzas, Persephone le quitó la camisa a Derek y examinó su brazo, viendo que su herida lucía similar a la suya, pero un poco menos grave. Stiles emitió un sonido de asco.
—¿Sabes? Eso no parece algo que un poco de equinácea y un buen sueño no puedan curar —comentó el adolescente.
—Cuando la infección llegue al corazón, morirá —habló Persa.
—La positividad no está en tu vocabulario, ¿verdad?
Ella rodó sus ojos, pero al hacerlo, sintió otra corriente de dolor que la sacudió, dejándola sin aire durante unos segundos en los que se aferró a Derek.
—Si Scott no llega a tiempo con la bala, el último recurso...—Tomó una pausa para recuperarse un poco—. Le cortarás el brazo.
Persephone intentó de bajar de la mesa, pero Derek la retuvo allí mientras buscaba una sierra. El tiempo se les estaba agotando demasiado rápido.
Derek consiguió una banda elástica y Persephone se la ató alrededor del brazo, sintiendo un nudo en su garganta. No se suponía que ellos terminarían así. Ella muriendo y Derek sin un brazo.
—¿Qué tal si mueres desangrado? —cuestionó Stiles.
—Sanará si funciona —respondió Derek.
—No creo que pueda hacerlo —murmuró el chico.
—¿Por qué no?
—Por eso de cortar la carne, serruchar el hueso y en especial, la sangre —enumeró.
Los dos lo miraron.
—¿Te desmayas al ver sangre? —preguntó Derek.
—No. Pero quizá me desmaye al ver un brazo cortado —replicó.
Toda esa conversación comenzó a hacer que Persephone se sintiera más enferma de lo que ya estaba. Un revoltijo en su estómago la hizo inclinarse y lo siguiente que sintió fue la bilis subir por su garganta, vomitando sangre negra.
—Persa, mírame —pidió Derek, ahuecando sus mejillas.
Persephone comenzaba a respirar irregularmente y parecía estar luchando con permanecer despierta.
—¡Oh, por Dios! —exclamó Stiles con asco.
—No te atrevas a dormirte —la reprendió Derek, y ella sollozó cuando el dolor comenzó a ser insoportable.
—Se nos acabó el tiempo —susurró—. Tiene que hacerlo ahora. Es la única forma de salvarte.
—Mira, en serio, me conmueve todo esto, pero no podré...
—¡Hazlo! —rugió con sus últimas fuerzas.
—Dios mío. Está bien —se resignó—. Aquí vamos.
—Stiles.
—¿Scott?
Justo en ese momento, Scott apareció en el marco de la puerta y miró con ojos horrorizados la escena que tenía en frente.
—¿Qué demonios estás haciendo? —gritó.
—Acabas de impedir una vida de pesadillas —dijo Stiles, aliviado.
—¿La conseguiste? —preguntó Derek.
Scott sacó dos balas de su bolsillo.
—Traje dos solo en caso de que una no fuese suficiente, considerando que ustedes son...—Persephone dejó de escuchar las palabras de Scott porque comenzó a verlo todo borroso y quedó inconsciente.
Derek la atrapó justo a tiempo para evitar que se diera un mal golpe, pero en el proceso, las balas se cayeron al suelo.
—Persa, Persa despierta —pidió, intentando de hacerla reaccionar.
—Creo que se está muriendo, Scott. Creo que murió —manifestó Stiles de manera desesperada.
—¡Solo resiste! —exclamó el otro adolescente.
Derek sacudió un poco el cuerpo de Persephone, pero ella continuó estando inconsciente.
—Scott, apúrate —ordenó Derek en un gruñido.
—¡La tengo, la tengo!
Scott le dio la primera bala a Derek, quien mordió el casquillo y sacó el acónito que se encontraba en el interior. Luego, lo prendió en fuego con un encendedor, haciendo que el acónito botara algunas chispas y un rastro de humo azul. Reunió el acónito quemado y lo pegó en el costado de Persephone, presionando con fuerzas en el orificio de la bala.
Los ojos de Persephone se abrieron de golpe y un rugido de dolor se escapó de sus labios.
—Sujétala —le ordenó a Stiles, mientras repetía el proceso de la bala en él mismo.
Los siguientes segundos fueron llenos de gruñidos y gritos agonizantes de dolor en lo que sus heridas sanaban por completo. Las venas violáceas desaparecieron hasta que no quedó ni una sola marca de que alguna vez les dispararon.
—Eso fue asombroso, ¡sí! —exclamó Stiles, dejando ir a Persephone, quien envolvió sus brazos alrededor del cuello de Derek con rapidez.
—¿Están bien? —quiso saber Scott.
—Excepto por el dolor agonizante —respondió Persephone con sarcasmo.
—El uso del sarcasmo es una buena señal de salud —observó Stiles.
Tanto Derek como Persephone le dedicaron una mala mirada.
—Les salvamos la vida, así que ahora nos dejarán en paz. ¿Entendieron?
—Cálmate, ¿quieres? Derek es el único que te acosa aquí, yo estoy muy feliz dejándote por muerto —expresó Persephone, rodando los ojos.
—S-Si no lo hacen, le contaré todo al papá de Allison —amenazó.
Persephone casi se rio ante esa amenaza.
—¿Confiarás en ellos? ¿Crees que pueden ayudarte? —inquirió Derek.
—¿Por qué no? Son mucho más amables que ustedes dos —espetó.
—Puedo mostrarte cuán amables son —masculló Derek.
Scott le dedicó una mirada cautelosa.
—¿A qué te refieres?
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Luego de haberle mostrado lo que los Argent eran capaces de hacer, eso incluyó llevar a Scott al lugar donde se encontraba el único sobreviviente del incendio en la casa Hale seis años atrás, buscaron el auto de Derek en la casa de Brooke y se dirigieron al apartamento de Persephone. La acompañó hasta la puerta sin decir una sola palabra.
En medio del silencio, Derek se inclinó para besarla, pero ella apartó el rostro antes de que sus labios hicieran contacto.
—¿Ahora que sabes que no morirás no vas a besarme? —curioseó, recordando que se había dejado besar por él antes de que entraran a la clínica.
Una sonrisa se dibujó en el rostro de Persephone.
—No es eso, tonto —hizo énfasis en el sobrenombre, dándole un ligero empujón—. No sé si lo recuerdas, pero llegué a vomitar hace poco. Lo menos que quiero es darte un beso sin lavarme los dientes primero.
Abrió la puerta de su apartamento, dejándolo pasar antes de dirigirse al baño para poder cepillarse los dientes. Estando en el baño, una idea se instaló en su mente y una sonrisa se dibujó en su rostro.
—Derek —lo llamó.
—¿Sí?
—¿Podrías venir aquí un segundo?
Escuchó sus pasos acercarse por el pasillo hasta detenerse en la puerta abierta del baño. Tan pronto lo vio, Persephone se deshizo de sus zapatos y quitó su camisa y su pantalón, dejándolos caer al suelo. Acto seguido, se despojó de su ropa interior, quedando completamente desnuda ante su mirada. Los ojos de Derek recorrieron el cuerpo de Persephone, devorándola con la mirada, sintiendo el deseo crecer en su interior. Persephone retrocedió, dirigiéndose a la ducha con una sonrisa traviesa.
—Persa —pronunció su apodo con voz ronca.
—¿Piensas quedarte ahí? —cuestionó, enarcando una ceja y encendió la regadera.
Derek casi gimoteó en anticipación. La oferta de Persephone sin duda era la más tentadora que había tenido de su parte. Rápidamente, se despojó de sus zapatos y de su ropa para unírsele en la ducha. Aprovechando que ella le estaba dando la espalda, se pegó a Persephone, envolviendo su cintura con sus manos. Sintió la cálida y húmeda piel, y se inclinó para morderle sutilmente el hombro.
—Me estás matando —aseguró en un murmuro apenas comprensible.
La giró para que quedaran frente a frente y buscó su boca con desesperación. Persephone enterró sus dedos en el cabello oscuro de Derek y tiró levemente de él, arrebatándole un gruñido en medio del beso. Sintió sus manos bajar hasta sus caderas y luego trasladarse a su trasero desnudo, el cual apretó como si el mundo se estuviese cayendo y este fuese su único sostén.
Cuando Persephone deslizó una de sus manos por sus pectorales, bajando por su abdomen firme hasta envolverse alrededor de su entrepierna, Derek confirmó su pensamiento de que ella se estaba convirtiendo en una droga para él. Esa mujer sabía lo que hacía y cómo hacerlo también. No vacilaba, sus movimientos eran firmes y seguros.
Pero Derek tampoco se quedó atrás a la hora de tentarla. Trasladó una de sus manos a sus pechos desnudos, acariciándolos en los lugares correctos, haciéndola gemir levemente. Su mano libre la deslizó entre sus cuerpos hasta encontrarse con el palpitante y necesitado sexo de Persephone.
—Maldición, amo tus dedos —le dijo en un jadeo y apoyó su frente en el hombro de Derek, mordiendo su labio mientras se retorcía de placer.
—¿Solo mis dedos? —tentó.
—Y otras partes de ti —aseguró.
Satisfecho con su respuesta, Derek aumentó su ritmo, provocando que llegara a su clímax. Persephone emitió un gemido quebrado y se aferró a sus brazos para poder mantenerse en pie.
—Voltea —ordenó con voz ronca y profunda.
La necesitaba más que al aire para vivir.
Persephone obedeció y apoyó sus manos contra los azulejos de la ducha, anticipando lo que Derek quería. Él agarró sus caderas, deslizándose en su interior en un movimiento lento que la hizo temblar. Era delicioso y tortuoso al mismo tiempo. Nunca habían tenido sexo lento ni suave. Siempre era duro, fuerte, deseando sacar el lado más salvaje de ellos. Sin embargo, era tan bueno como las otras veces, quizá bordeando el límite de ser el mejor.
Esa posición permitía que Derek la embistiera en el punto correcto. Una hilera de gemidos y palabras incoherentes, salió de los labios de Persephone. De todo lo que dijo, Derek solo pudo entender «más». Sin poner resistencia, cumplió lo que ella le pedía, obedeciendo ante sus necesidades.
Poco a poco, ambos llegaron a la cúspide de su placer, quebrándose en gruñidos, jadeos y gemidos al sentir las corrientes de placer estremecer sus cuerpos. Una vez bajaron de su nube de éxtasis, Persephone se giró y Derek la besó con dulzura.
—¿Estás bien? —le preguntó.
—Más que bien —respondió Persephone, relamiendo sus labios. Todavía se sentía un poco agitada—. ¿Quieres que te enjabone la espalda? —Movió sus cejas y Derek no pudo evitar echar su cabeza hacia atrás al mismo tiempo que una carcajada salía de sus labios, haciendo eco en las paredes del baño.
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